por GÉNERO TARSO*
La eternidad que no existe es la eternidad que piensa en repetir siempre la misma humanidad o que piensa que la extinción de los humanos es imposible.
El medio ambiente, la exclusión, los ingresos y la inseguridad son los problemas más graves que, con sus especificidades regionales, ofenden las posibilidades de una vida ecológicamente sana y socialmente solidaria, en la gran mayoría de los países del mundo. La perseverancia de estos problemas o su “eternidad” –como se quiera– no encuentra la prioridad que merece en los partidos democráticos (de izquierda o no), cuyos “propósitos” suelen estar enterrados por identitarismos que han superado la inercia burocrática. de las políticas tradicionales: la democracia tarda en resolver los problemas, los partidos han envejecido, los centros de poder del capital financiero controlan las “reformas” y el fascismo avanza.
Los negacionistas piensan que el mundo es eterno, que ellos son eternos y que durarán para siempre, fijados en un pasado imaginario. Por eso no necesitan formular propósitos que vayan más allá de su mezquino anclaje en el mundo, donde los prejuicios y las políticas de muerte se conectan entre sí y la fijación en el presente debe siempre preservarse. Su forma más inmediata es la dogmática de la violencia, que disuelve los vínculos emocionales de la vida común y genera, no un programa político para el futuro, sino una asociación de fuerzas de los dominantes violentos. No es una comunidad de destino nacional.
Los negacionistas de la salud, los negacionistas del clima, los fascistas prejuiciosos y otros ejemplares del bolsonarismo homicida, que se apoderó del país en las elecciones presidenciales que precedieron a la tercera elección de Lula, se creen dueños de la eternidad. Y como están desprovistos de fines que dignifiquen la propia política tradicional, dentro de un Estado democrático de derecho, recurren a los métodos que sacaron a la luz a la extrema derecha europea del siglo pasado: pudrir la socialdemocracia desde dentro y aprovecharse de mayorías parlamentarias para debilitar el espíritu de la democracia política.
Sus dos menús políticos son claros: aprovechar la crisis de inseguridad pública que asola varias partes de las grandes regiones metropolitanas del país, para retomar el discurso de la muerte y el autoritarismo, como solución nacional a cualquier crisis; y consolidar un programa de reformas impulsado por las religiones del dinero, para especular con el sentir de la población respecto a temas que pueden dominar –a través de sus pastores surgidos de la nada– enmarcados por anuncios televisivos y redes criminales de la extrema derecha global.
Lo más preocupante de estos dos temas –inseguridad pública y reformas conservadoras en las “aduanas”– es la falta de respuestas estratégicas del gobierno federal, un gobierno democrático que llegó al poder resistiendo un golpe de Estado del que salió fortalecido en el exterior y dentro del país – (incluso dentro de las clases dominantes) por la figura redimida del presidente Lula.
Esto se debe a que la simple repetición ya no basta para diseñar un “nuevo bloque histórico” para gobernar, dentro de los límites de una era que termina y otra que aún está por esclarecer: estabilidad para gobernar mediante la realización de reformas progresivas para generar y distribuir. ingresos, afrontar la crisis medioambiental y recuperar una sensación de seguridad ya no están casados “naturalmente”.
Las grandes políticas sociales que fueron la característica central de los dos gobiernos anteriores del presidente Lula no son suficientes para soldar una nueva pieza de poder, cuyos fragmentos en buenas políticas sectoriales –por sí solos– no crean la idea de una nación justa en un país ambicioso. proyecto de destino común. A partir de distintos textos absurdos de Jorge Luis Borges en su historia de la eternidad, capté dos joyas de su literatura que -a diferencia de muchas de sus evasivas metáforas- nos hacen ver el mundo real como un calvario y los lenguajes de este mundo como una burla.
En la primera fórmula borgiana se encuentra la definición de “eternidad”, como “un espléndido artificio que nos libera, aunque sea fugazmente, de la intolerable opresión de las cosas sucesivas”. En la segunda hipótesis, al definir un personaje al que llama Lane, Jorge Luis Borges afirma que tiene “una fidelidad admirable (ya que) le falta propósito, lo cual es positivamente una ventaja”. Es necesario comprender que la “eternidad”, la vida común, la vida cotidiana, los “fines” que dan sentido a la vida inmediata, son nuevas categorías dominantes que fundamentaron a la vez una política democrática y una reacción fascista, pero –malas noticias– son controlables por Cálculos logarítmicos que provienen de fuera de la vida real de las masas y pueden someterlas a cualquier “finalidad”.
Ahora bien, es en la intolerable “opresión de lo sucesivo” donde los seres humanos hacen y aprenden su historia; o –si no quieren aprender– lo sufren brutalmente en sus carnes, con desastres gubernamentales, desastres climáticos, violencia descontrolada y terribles enfermedades endémicas. La “admirable” lealtad en la línea borgiana, sobre aquellos que no tienen ningún propósito, es ya un propósito épico de la derecha fascista: devolver la sociedad a su estado natural y permitir que los seres humanos se devoren unos a otros. En un mundo en crisis, en el ambiente enfermizo de una vida cotidiana de miseria y dolor.
Comprobadas en el mundo real, las palabras de Jorge Luis Borges son joyas esquivas, ya que el concepto de eternidad no nos libera de la “opresión de lo sucesivo”, sino que la refuerza; y la “falta de propósitos”, a su vez, es sólo una ventaja para quienes hacen de la dispensa de propósitos un proyecto anárquico para eliminar a quienes sufren sus consecuencias irrazonables. Éste es el proyecto de Javier Milei, no el de Lula da Silva. Este es el proyecto del fascismo, no de la democracia: este es el proyecto de perversión que comienza aceptando la apología de la tortura y termina en manos del Dr. Mengele.
Es necesario explicar antes de continuar: la “eternidad” no nos libera de la “opresión de lo sucesivo”, porque donde las personas son esclavas no se ocupan de conceptos, sino de necesidades y la eternidad, para ellos, no existe. Y sin embargo: donde “la fidelidad carece de propósitos” no hay ventajas entendidas, sino comportamientos programados por la biología, como en la vida animal o voluntades aniquiladas por la represión, como en la pura idea fascista de una vida rodeada de mitos.
En un antiguo libro de Jorge Luis Borges y José Eduardo Clemente, publicado por primera vez en 1952 (El idioma de Buenos Aires.) parece ser una respuesta anticipada de Clemente a las aventuras lingüísticas del viejo Borges: “Sólo la vida cotidiana nos da la dimensión profunda del tiempo; este morir repetido cada día cuyo nombre es vida. Una de las muchas calles de la eternidad”.
La eternidad que no existe es la eternidad que piensa en repetir siempre la misma humanidad o que cree que la extinción de los humanos es imposible. Todas las lealtades, en la otra parte de la historia que trata de las humanidades reales, cuando no presentan claramente sus propósitos, tienen un solo objetivo: extinguir las barreras de resistencia a la dominación, decir que nadie debe tener propósitos de redención. , propósitos de igualdad, propósitos radicales de libertad.
Ni Borges ni Clemente fueron teóricos políticos, ni yo soy filólogo o filósofo, pero nada me impide traer al debate cotidiano una idea sobre los propósitos que nos involucran –a la izquierda– en la tragedia gaucha. Esta es una pequeña muestra de un desequilibrio ambiental global y un ajuste local brutal, realizado por gobiernos –más o menos cercanos al bolsonarismo– que todavía nos atormentan. El desajuste ambiental y económico es universal, pero las formas particulares de afrontar sus consecuencias son siempre locales.
El “ajuste” en la reducción de las funciones públicas del Estado es un propósito perverso y el tratamiento del Estado, como lugar privilegiado de la corrupción y los privilegios, es siempre una sucesión hecha para perpetuar políticas de los más privilegiados, “fuera” del Estado. . Todo para explotarlo mejor para sus negocios privados, después de demonizar al Estado durante un largo período de complicidad con la mayoría de los medios tradicionales.
Creo que la asistencia humanitaria inmediata (primera fase) que reunió a la sociedad civil y al Estado, por parte de las tres entidades de la Unión, en posible solidaridad con los afectados por la catástrofe climática que azotó Rio Grande do Sul está funcionando. Creo que la reconstrucción (segunda fase) de las infraestructuras y el apoyo a la reconstrucción de la vida civil, comercial, empresarial y habitacional, superando los desequilibrios políticos naturales normales en cualquier democracia, llevará más tiempo de lo que sugieren los gobiernos involucrados, pero funcionará razonablemente. . Pero nos falta algo que planificar, como sociedad civil de todas las clases y como Estado en todos los niveles. Y este algo es esencial.
Se trata de iniciar inmediatamente, dentro de esta segunda fase, una tercera fase: de la planificación estratégica para pasar, ante la tragedia que azotó a Rio Grande do Sul, a la construcción – desde aquí, de un nuevo modelo socioambiental y de desarrollo con y un crecimiento acelerado, capaz de servir de ejemplo para todo el territorio nacional.
La producción de energías limpias, nuevas tecnologías para el control ambiental y la predicción de desastres, estímulo estatal para “startupscanales “ambientalmente correctos”, canales de irrigación y dispersión de agua en cuencas hidrográficas y, a lo largo de los “muros” rehechos y renovados, parques ambientales y zonas de absorción y amortiguamiento de agua, audaces escuelas de educación ambiental y viviendas dignas –ecológicamente adecuadas a estos nuevos tiempos– para poblaciones desplazadas de zonas de peligro, en eventos climáticos que se repetirán.
Esta planificación concertada sólo puede provenir del gobierno federal a través de una Autoridad Superior que se instalará definitivamente a partir de enero del próximo año, la cual queda al margen de la disputa electoral, así como quien represente al gobierno estatal en esta relación. De esta manera se podrá evitar la eternidad del desastre, inspirando al país. El gobierno federal, cualquiera que sea, podrá comprometerse, en los próximos diez años, con el propósito de construir la nación junto con Rio Grande do Sul. Al fin y al cabo, quien canta en su himno es un “modelo”. para toda la tierra” puede comenzar inspirando a su propio país.
* Tarso en ley fue gobernador del estado de Rio Grande do Sul, alcalde de Porto Alegre, ministro de Justicia, ministro de Educación y ministro de Relaciones Institucionales de Brasil. Autor, entre otros libros, de utopía posible (Arte y Artesanía) [https://amzn.to/3ReRb6I]
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