por CLAUDIO KATZ*
En la intensa vida política de Argentina se ha reiniciado el debate teórico-político sobre su prolongada crisis
Argentina se acerca al 40 aniversario del fin de la dictadura, en su contexto habitual de turbulencia económica e incertidumbre política. Las turbulencias financieras y cambiarias anticipan otro duro ajuste en el nivel de vida popular, pero en un escenario de florecientes negocios futuros.
El manejo de esta intrincada combinación estará en manos del próximo presidente, quien saldrá de una intensa secuencia de elecciones provinciales, primarias y generales. La dura competencia por este trofeo contrasta con el poco interés que despierta entre la mayoría de la población.
El reducido impacto que mostraron las encuestas sobre el rumbo del país explica este retracto de la ciudadanía. No es indiferente quién será el próximo presidente, pero la prolongada crisis argentina va más allá de lo hecho por uno u otro gobierno.
mitos reciclados
La fractura social es el drama más visible y cotidiano. A la expansión de la pobreza y la precariedad se suman la degradación de la educación, el creciente déficit habitacional, la demolición del sistema sanitario y la emigración de los profesionales más cualificados. Esta degradación tiende a tornarse natural ante la disminución de los ingresos. Cada crisis sitúa el escenario social en un nivel inferior al del contexto anterior.
La expectativa ingenua de 1983 (“con democracia se come, se educa y se cura”) se deshizo. La consolidación del régimen constitucional no cambió la permanencia de la trayectoria descendente de la economía.
Las explicaciones más inconsistentes atribuyen este revés a la idiosincrasia de los argentinos, como si los habitantes del país compartieran un gen autodestructivo. Las interpretaciones derechistas evitan esta nebulosidad y atacan a los desposeídos para exonerar a los poderosos. Afirman que los pobres no quieren trabajar porque han perdido la cultura del trabajo. Pero esta afirmación contrasta con la disminución del desempleo, con cada recuperación en el nivel de actividad.
El retroceso productivo obedece a la falta de empleo genuino y no al comportamiento de las víctimas de esta quiebra. Los reaccionarios atacan los planes sociales, como si fueran una opción y no un medio de subsistencia forzoso. Denuncian a las mujeres que sustentan sus hogares, con la absurda acusación de “embarazarse para recibir el beneficio por hijo”. Generalmente exaltan la educación como una solución mágica, omitiendo que la educación no puede contrarrestar la ausencia de empleo.
Los especialistas en menospreciar a los humildes absuelven a las clases dominantes. Alaban la creatividad de los capitalistas, la astucia de los banqueros y la audacia de los empresarios. Con estos elogios ocultan que los principales responsables del rumbo que está tomando el país son los administradores del poder.
Los neoliberales atribuyen el declive económico al alto gasto público, ignorando que estos gastos no superan el promedio internacional o regional. Con este desconocimiento atacan al empleo y a las empresas públicas, sin olvidar el regresivo sistema tributario vigente en el país.
Tampoco son conscientes de que el desequilibrio fiscal es consecuencia de ayudar a los ricos. Todos los gobiernos han afinado estos mecanismos de subsidio, con rescates en caso de quiebras, seguros cambiarios, nacionalización de empresas en quiebra o conversión de deudas privadas en bonos públicos.
La derecha centra el problema argentino en el “populismo”, olvidando que en los últimos 40 años no ha primado la demagogia social y las concesiones a los desposeídos, sino el apoyo estatal a los principales grupos capitalistas.
La gran paradoja de este rescate radica en que sus beneficiarios condenan a los políticos que aportan estos fondos. Un reciente cuestionador de la “casta”, el millonario Eurnekian, amplió su empresa textil con créditos de los bancos estatales, lucró con los medios regulados por el Estado, se consolidó con la privatización de aeropuertos e hizo fortuna en sociedad con YPF.
Esta misma duplicidad la muestran Galperín, Rocca, Magnetto, Pérez Companc, Fortabat, Macri y todos los papas del mundo empresarial. La derecha es muy indulgente con las élites que han trasladado sus empresas a paraísos fiscales para evitar pagar impuestos. Pero es implacable con los trabajadores que buscan mantener sus ingresos. Presenta cualquier aspiración popular como un obstáculo al distributismo, al consumo insostenible o a la “extorsión salarial”.
La derecha considera que Argentina ha caído por su divorcio de Occidente. Me imaginé al país como un ahijado de París (y ahora de Miami), casualmente ubicado en la geografía latinoamericana. Con esta visión, idealizan el pasado terrateniente y embellecen la oligarquía que se benefició de la explotación de inquilinos y asalariados. También omiten que este modelo exaltado sembró las semillas de desequilibrios duraderos posteriores.
La remodelación agroexportadora
Las críticas heterodoxas al neoliberalismo han desmentido muchas fábulas sobre la economía argentina. Pero estas críticas a menudo enfatizan más los efectos que las causas de la regresión nacional.
Varios puntos de vista marxistas han señalado correctamente que los problemas de Argentina no son exclusivas nacionales. Son desgracias generadas por un sistema capitalista que afecta a las mayorías populares en todo el planeta. Esta observación es muy útil, pero no aclara por qué los desequilibrios locales son mayores que los de economías similares.
En pocos países se pueden verificar convulsiones del alcance y periodicidad que sacuden a nuestro país. Tampoco hubo muchas degradaciones comparables a las que sufrió una nación que, en cinco décadas, aumentó su porcentaje de pobres del 3% al 40% de la población. Este abrumador revés coincide con el fracaso de todos los modelos que intentaron revertir este declive. La consternación generada por este resultado explica el escepticismo, la incredulidad y el pragmatismo de muchos pensadores. Pero esta actitud no nos permite comprender lo que está sucediendo.
El punto de partida para esta aclaración es reconocer la ubicación objetiva de Argentina como economía mediana en el universo latinoamericano. Dentro de esta configuración subdesarrollada, estaba ubicado en un escalón inferior de la semiperiferia.
Como otros países dependientes, surgió consolidando su especialización primaria. Pero tenía una renta de la tierra elevada, en un contexto de baja población indígena para explotarla. Esta ausencia fue compensada por un gran flujo de inmigración, que creó un “granero del mundo”, un proveedor de carne para las metrópolis.
En la segunda mitad del siglo XX, perdió estas ventajas exportadoras frente a nuevos competidores, pero contrarrestó este desplazamiento con tecnologías avanzadas que aumentaron la productividad agrícola. Este modelo extractivo de quinielas y la siembra directa reproduce una especialización en insumos básicos que expulsa mano de obra. En lugar de absorber inmigrantes y crear pequeños agricultores, ha alimentado a la población de trabajadores informales en las ciudades durante décadas.
desequilibrios reforzados
Argentina tuvo una industrialización precoz, con recursos que el Estado reciclaba de la renta agraria. Pero nunca logró formar una estructura industrial autosostenible y competitiva. El sector no genera las divisas necesarias para su propia continuidad. Depende de las importaciones, que el Estado garantiza mediante subsidios indirectos, para una actividad con alta concentración en unos pocos sectores, gran predominio extranjero y baja integración de componentes locales.
Estas ramas industriales se vieron fuertemente afectadas por los nuevos parámetros de rentabilidad impuestos por la globalización neoliberal. La misma desvinculación tuvo impacto en otros países afectados por el traslado de inversiones al continente asiático. Pero las adversidades de Argentina son mayores. La economía que inauguró el modelo de sustitución de importaciones no pudo superar las consecuencias de esta anticipación.
El país estaba más fuera de lugar que sus pares en relación al nuevo patrón de montajes y cadenas de valor impuesto por las empresas transnacionales. No tiene la compensación que tiene México por la cercanía al mercado estadounidense, ni tiene el tamaño de Brasil para ampliar la escala de su producción.
Los desequilibrios estructurales resultan del desperdicio de ingresos que no se utilizaron para construir una industria eficiente. La disputa por este excedente genera intensos conflictos entre la agroindustria y el sector industrial. Esta tensión se proyecta sobre todo el aparato productivo y fractura a la sociedad en una sucesión de crisis duraderas.
La magnitud de estas convulsiones (1989, 2001) es, a su vez, una consecuencia más de las medidas fiscales y financieras adoptadas por el Estado para gestionar las crisis. Esta intervención refuerza los desequilibrios provocados por la lucha por los ingresos.
El Estado arbitra entre los distintos grupos dominantes, con cuatro instrumentos que acaban agravando los desequilibrios. El primer mecanismo es la devaluación, tradicionalmente aplicada para aumentar los ingresos de los exportadores que están descontentos con el impuesto sobre la renta por parte del Estado. Esta devaluación de la moneda alimenta el aumento de los precios sin mejorar la competitividad.
La propia dinámica de la inflación funciona como un segundo instrumento de intervención, que consolidó un flagelo permanente. Los símbolos monetarios que eliminaron los ceros de la denominación del peso ya se han perdido, consagrando efectivamente el funcionamiento de una economía bimonetaria.
La inflación es alta porque la economía sufre una recesión prolongada, lo que reduce la inversión, deteriora la productividad y contrae la oferta de productos. Pero se convirtió en un procedimiento autónomo de apropiación de ingresos populares por parte de las grandes empresas. Se incorporó como un hábito, como parte de la gestión empresarial del día a día. Los capitalistas se acostumbraron a subir los precios y sostener una inflación inercial, que asegura su rentabilidad, con el apoyo del Estado.
El tercer mecanismo de intervención del Estado es la deuda pública, que en las últimas décadas ha tomado un ritmo frenético. Este descontrol se desarrolla en estrecha correspondencia con una clase dominante que invierte poco. Luego de haber convertido al país en el principal contratista y deudor de préstamos privados, Mauricio Macri agravó esta tendencia con el préstamo otorgado por el FMI.
La gestión de estos pasivos involucra un influyente capital financiero que monopoliza los cargos. El pago de intereses de estas deudas impone, a su vez, una hemorragia de recursos que hace inviable la continuidad de cualquier modelo económico. Las reservas se enfrentan periódicamente a una situación crítica, y este agujero hace que sea imposible mantener cualquier estabilidad monetaria.
La fuga de capitales es el cuarto impulsor de la crisis. Aumenta la descapitalización de un aparato productivo que convive con la expatriación del 70% de su PIB. Los grupos dominantes retienen porciones significativas de las ganancias que obtienen en el circuito local fuera del país. La deuda pública tiende a financiar una sangría que asfixia la recuperación periódica del nivel de actividad.
Los mecanismos que surgieron para mitigar la disputa por los ingresos entre la agricultura y la industria ya no cumplen esa función. Después de tantos años de acción corrosiva, la devaluación, la inflación, la deuda pública y la fuga de capitales se han convertido en instrumentos que se propagan a sí mismos de una crisis incontrolable.
Fracasos neoliberales y neodesarrollistas fracasados
La devastación de la industria atrasada y gran parte del sector público está patrocinada por nada. Los neoliberales asumen que, una vez consumado el “industricidio” y la drástica reducción del empleo estatal, las inversiones se multiplicarán y surgirá un vertedero.
Este experimento de ingeniería social no se ha implementado con éxito en ninguna parte del mundo, y quedan 20 millones de argentinos por aplicarlo en nuestro país. Lo que más se parecía a este esquema fue el modelo Menen-Cavallo, que terminó con la explosión de la convertibilidad después de una década de privatizaciones, liberalización comercial y desregulación laboral. Este plan fracasó en un escenario de depresión aguda, picos de desempleo y deuda incontrolada. La derecha no tiene otro programa y siempre vuelve al mismo guión.
Sus variantes extremas proponen la dolarización, que llevaría a la hiperinflación, la expropiación de los depósitos y la subasta del Fondo de Garantía de la ANSES. Tendencias más convencionales huyen de esta aventura y defienden la reanudación del modelo fallido de Macri, con subida de aranceles, recorte de pensiones, destrucción de derechos laborales y privatización de empresas públicas.
Los economistas de derecha difieren en cuanto al ritmo a defender para el próximo ajuste y la consecuente velocidad de reducción de retenciones y unificación del tipo de cambio. Insistieron, sin éxito, en que el modelo actual explote antes de las elecciones, mediante una mega devaluación o una corrida bancaria. Buscan provocar el caos para inducir la aceptación de un mayor sufrimiento (“doctrina del shock”).
Sugieren que tal catástrofe permitirá la futura gestación de un paraíso económico impulsado por las exportaciones. Estas fantasías sucumbieron una y otra vez y ahora se enfrentan al declive internacional del neoliberalismo. En todo el mundo, hay un cambio hacia políticas opuestas de mayor regulación estatal.
El neodesarrollismo promueve un remedio muy diferente para reconstruir la economía con políticas heterodoxas favorables a la reindustrialización. Fomenta el programa aplicado en otros países afectados por la presencia de ingresos por agroexportaciones que desalientan la inversión en manufactura. Favorece la canalización de este excedente hacia la actividad industrial, pero presenta diferencias significativas en relación al desarrollismo clásico. Sustituye la antigua protección de los ramos más vulnerables por un plan de inserción en cadenas globales de valor.
Este guión apoyó la reactivación y recomposición del empleo, pero sin revertir los problemas estructurales de la economía. Esta irresolución llevó al resurgimiento de la inflación y el déficit fiscal, en un contexto de grandes vacilaciones para reindustrializar la economía, con mayor captura de ingresos sojeros.
Las mismas vacilaciones llevaron a controles cambiarios tardíos e ineficaces y al aplazamiento de reformas fiscales progresivas o cambios en un sistema financiero reacio a la inversión. Pero el principal defecto de este modelo fue el continuo subsidio a los capitalistas, que utilizaron los recursos proporcionados por el Estado para evadir el capital. El neodesarrollismo ha mostrado grandes deficiencias a la hora de revertir el declive económico.
Adaptación inmediata a futuros negocios
En los últimos cuatro años, la economía ha seguido tambaleándose. No persistió el neoliberalismo de Macri, pero tampoco resurgió el neodesarrollismo de Kirchner. Se impuso una gestión marcada por la ineficiencia.
Los funcionarios atribuyen su inacción a las adversidades generadas por la pandemia, la sequía y la guerra, omitiendo que todos los países enfrentaron las mismas adversidades con resultados diferentes. De hecho, Fernández consolidó un modelo muy ortodoxo, basado en varios pilares regresivos.
En primer lugar, validó la altísima inflación como instrumento de ajuste. Los altos precios afectaron primero a los alimentos, por la negativa a aumentar las retenciones, y luego se generalizaron por los efectos inflacionarios del acuerdo con el FMI. Los capitalistas contaban con el respaldo oficial para continuar con sus alzas incontroladas de precios.
Con cierta reactivación, recuperación de la inversión y estabilización del empleo, el modelo de Fernández llevó al desplome de los salarios. Empleo precario consolidado y estado del trabajador formal, favoreciendo las enormes ganancias de las empresas. También sostuvo la desigualdad, que se expandió con el auge del turismo en un océano de desposeídos.
El esquema de los últimos tres años reforzó la primarización, para pagar la deuda externa con el aumento de las exportaciones de productos básicos. Exploración no convencional de gas y petróleo., la extracción no regulada de litio y la falta de control sobre las vías fluviales son parte de esta presentación al FMI.
Fernández gestiona el final de su mandato en medio de una profunda crisis, con gran presión de devaluación y un Banco Central sin divisas. Cada día improvisa un acto de malabarismo para llegar a las elecciones y evitar la megadevaluación. Pero, en esta agonizante supervivencia, ha impulsado una bomba de deuda interna, mediante la refinanciación de bonos a tasas insostenibles. En lugar de obligar a los bancos a prestar al sector productivo, consolida la burbuja que engorda a los financieros.
El próximo ajuste que preparan los poderosos incluye aumentos de tarifas, recortes salariales y una contracción del gasto social. Este pisoteo supervisado por el FMI sigue tres caminos posibles. Por un lado, la variante feroz de Bullrich, que emite mensajes con los símbolos de 2001 (“escudo”). Por otro lado, el igualmente brutal, pero consensuado, que conduce Larreta, a través de un paquete de desmanes aprobado por el Congreso. La tercera vía es la continuidad del deterioro enmascarado implementado por Massa.
Este contexto de inminente ajuste coexiste con la perspectiva de grandes negocios de futuro, lo que entusiasma a los establecimiento. Argentina ocupaba una posición internacional privilegiada como importante proveedor de materias primas. Por eso, la inversión extranjera se acerca a los picos de la última década y el “círculo rojo” ha vetado todos los intentos de corrida monetaria (y/o bancaria) auspiciada por el macronismo. Las élites no quieren un brote que amenace el auge de las ganancias previstas para los próximos años.
Ya vislumbran la reversión de la sequía y la proximidad de una cosecha con precios altos. Apuestan a duplicar las exportaciones de litio e imaginan un gran excedente energético con el abastecimiento del nuevo gasoducto. También multiplican los planes para convertir al país en un importante proveedor de minerales y en un abastecedor permanente de pescado, que está siendo saqueado por barcos que llegan de varios continentes.
Argentina se ha convertido en uno de los principales piratas en la disputa entre Estados Unidos y China. El FMI funciona como instrumento de Washington para obstruir la presencia de Pekín, vetando inversiones en energía nuclear, puertos, centrales eléctricas y tecnología 5G. China ha logrado un papel sin precedentes y está negociando la expansión de créditos en yuanes para financiar sus exportaciones y apoyar su posterior captura de recursos naturales.
O establecimiento local es incapaz de adoptar una posición común frente a las demandas de los americanos y las ofertas del Este. Su dependencia política y cultural del Norte choca con los atractivos negocios que ofrece China. Para resolver este dilema, es necesario gestionar con anticipación el tempestuoso ajuste que implementará el próximo gobierno.
hegemonías fallidas
Argentina continúa lidiando con una crisis de hegemonía no resuelta, que impide a las clases dominantes establecer las alianzas necesarias para una estabilidad política duradera.
Alfonsín no fue capaz de construir ese consenso mínimo para enfrentar la corrosión de la economía. Menem logró mantener cierta cohesión en torno a la convertibilidad, pero se deterioró drásticamente cuando salieron a la luz las inconsistencias en su modelo. Logró introducir el mayor avance en la reestructuración neoliberal de las últimas décadas, pero nunca se acercó a la estabilidad lograda por sus pares en Chile, Perú o Colombia.
El kirchnerismo forjó otro tipo de consenso y mantuvo un liderazgo significativo hasta 2012. El resurgimiento de la crisis económica recreó las tensiones y la tenue hegemonía se disipó nuevamente frente a un nuevo opositor de la derecha. La supremacía forjada por Macri fue más transitoria y se diluyó por completo en 2017. Finalmente, Fernández fue la antítesis de cualquier hegemonía. Reveló una gran incapacidad para tratar con sus enemigos políticos. Su autoridad quedó pulverizada tras la pandemia.
Esta sucesión de fracasos reafirmó la inestabilidad que antes afectó a las dictaduras ya los gobernantes civiles y militares. El desgobierno ha sido una característica permanente de las crisis argentinas. Esta inconsistencia corroyó las administraciones de las tres formaciones políticas dominantes (radical, peronista y derechista). Ninguno de ellos logró satisfacer a sus electores ni a sus referencias de los grupos gobernantes.
Ante esta fragilidad, el poder económico optó por reforzar su influencia sobre las burocracias estatales no electas. Con este patrocinio, el poder judicial aumentó su desempeño mediante vetos, interdictos, condicionamiento de candidatos y supervisión electoral. Persiguió a sus oponentes con inusual virulencia y convirtió a la Corte en un poder paralelo que establece su propia agenda y gestiona sus propios asuntos.
La misma centralidad la alcanzaron los medios de comunicación, que ostentan un poder mayor y más relevante que otros actores políticos. Su desplazamiento de los partidos genera grandes desequilibrios. La prensa tiende a impulsar los escándalos para apoyar a los personajes patrocinados sobre las figuras deshonradas. Pero a través de esta manipulación, socava la gestión de los asuntos públicos y deteriora el timón del Estado.
El mismo trípode de poder económico, judicial y mediático ha sido el artífice, en América Latina, de la lawfare contra los exponentes del ciclo progresista. En Argentina, este bombardeo aumentó la inestabilidad. La élite de capitalistas, jueces y comunicadores que controlan el poder real socavó la autoridad de gobernadores, ministros y presidentes, aumentando el desorden en el país.
Argentina también se distingue por la ausencia (o debilidad) del poder militar, que mantiene su influencia tradicional en el resto de la región. Tras el fracaso de la dictadura, la derrota de Malvinas y la eliminación de carapintadas, se anuló el antiguo protagonismo del ejército. Este cambio ha reducido el uso de la coerción para contrarrestar la vulnerabilidad política. Esta carencia priva a la clase capitalista de un importante instrumento de dominación. Las fuerzas armadas no ejercen el poder manifiesto o el papel subyacente que ejercen en Colombia, Brasil, Chile o Perú.
La derecha dominante y los extremistas
En el espectro partidario se produjo una gran mutación del radicalismo, que no logró sobrevivir en su formato tradicional al ocaso de Alfonsín y a la catástrofe de De la Rúa. Persiste como una gran estructura de gobernadores, alcaldes y legisladores, pero sin rastro alguno de progresismo.
La UCR [Unión Cívica Radical] estaba subordinada al macrismo, que logró forjar la primera formación de derecha en ganar elecciones. Esa preeminencia se mantiene tras el fracaso de Macri. La centralidad de la disputa entre Bullrich y Larreta en las primarias de las PASO [Abiertas, Simultáneas y Obligatorias] confirma este papel del PRO [Propuesta Republicana] frente al declive del radicalismo.
Ambas formaciones convergen en la prioridad de aplastar la protesta social para instalar un régimen represor. Lo ocurrido en Jujuy anticipa un futuro gobierno de esta coalición en cualquiera de sus versiones. Morales introdujo una reforma constitucional que reduce derechos, suprime elecciones intermedias y facilita la corrupción de su familia, con el objetivo de expropiar a los habitantes originales y entregar el litio a las grandes empresas.
Para consumar este atropello, facilitó disparos ante los ojos de los manifestantes, promueve embargos millonarios contra detenidos, promueve condenas penales sin precedentes y apoya la incursión policial en la Universidad. todos los miembros de Juntos por el cambio difunden las mismas mentiras para encubrir la reaparición de palos, balas, infiltrados y carros sin distintivos en las manifestaciones.
Las únicas discrepancias en este bloque giran en torno a la intensidad de la agresión contra el pueblo, en una presidencia que anticipan muy reñida. Bullrich es partidario de una embestida virulenta, con gran riesgo de provocar una rebelión popular. Larreta defiende una agresión más concertada, que podría resultar ineficaz para las ambiciones de las clases dominantes.
La rivalidad interna entre ambos candidatos hace transparentes estas discrepancias. O establecimiento celebra la brutalidad de Bullrich pero sospecha de su viabilidad. Aprueba todas sus bravatas y perdona sus divagaciones económicas, pero también valora la capacidad de Larreta para alinear fuerzas dispares en un proyecto regresivo a largo plazo.
Esta derecha convencional ha ganado una importante base electoral, alimentada por la decepción con el actual gobierno, pero no cuenta con el apoyo en las calles de años anteriores. No hay ollas ni marchas como en la época de Nisman o durante la pandemia. El fracaso de Macri es reciente y afecta la credibilidad del PRO. Además, la derecha ha sustituido su habitual demagogia por confesiones de ajuste, que reavivan los temores de la población frente a este tipo de ataques.
Las variantes convencionales de este espectro se enfrentan a una nueva rivalidad de sus competidores de extrema derecha. A diferencia de 2001, esta tendencia surge como un canal para captar la insatisfacción con el sistema político. Los bolsonaristas de la era Macri (como Olmedo) ya no son marginales. Ahora compiten por el espacio con el conservadurismo tradicional.
Milei fue fabricada por los medios y llegó a la política sin ninguna trayectoria previa. Se instaló para hacer cumplir una agenda de agresión y facilitó esa función con creencias ridículas. Sus delirios incluyen la expectativa de recibir altos salarios en moneda extranjera, extinguir el déficit fiscal incendiando el Banco Central y superar la decadencia nacional erradicando la “casta política” (de la que ahora forma parte).
Se promovió a los libertarios para reintroducir un clima represivo y alentar la demagogia punitiva, que incluye el porte libre de armas. Sus exponentes no esconden expresiones homofóbicas, elitistas o racistas, ni brotes como la venta de órganos o de menores. El intento fallido de asesinato de Cristina también demostró que esta extrema derecha no se limita a los delirios verbales.
La centralidad alcanzada por Milei está ligada a la influencia de la misma corriente en Europa, Estados Unidos y América Latina. No es un fenómeno exclusivamente local, pero genera adversidades paradójicas para sus promotores. Es cierto que facilita la popularización de falacias patrocinadas por los poderosos, pero al mismo tiempo fractura la coalición forjada por el “círculo rojo” para asegurar un próximo gobierno.
En las elecciones intermedias de 2021, el Juntos por el cambio demostró que podía ganar la presidencia en primera vuelta. La extrema derecha irrumpió para reforzar la dirigencia reaccionaria, pero creó un monstruo ingobernable que afecta los planes de la establecimiento.
Una elección competitiva de libertarios podría erosionar la supremacía de PRO y UCR y abrir una brecha adversa en el bloque de derecha. La loca campaña contra la “casta política” reduce también el campo de negociación del propio Milei, que ha improvisado la contratación de candidatos en provincias. Por el momento, el poder mediático ha perdido apoyo para su criatura fascista. El futuro de este Frankenstein es un gran signo de interrogación.
Desilusión con el Quinto Peronismo
Una singularidad de Argentina es la persistencia del peronismo como estructura política dominante. Mantiene una gran influencia como cultura, identidad, fuerza electoral y red de poder. Logró reponerse de la derrota de Alfonsín y del desencanto menemista con una nueva mutación interna, que confirmó la plasticidad de sus cinco versiones.
La corriente clásica (1945-55) se inspiró en el nacionalismo militar y apoyó a la burguesía industrial, en conflicto con el capital extranjero y las elites locales. Implementó mejoras sociales sin precedentes para la región y forjó un Estado de bienestar cercano a la socialdemocracia europea. Sobre esta base, obtuvo un apoyo duradero en la clase trabajadora organizada.
El segundo peronismo fue totalmente diferente (1973-76). Estuvo marcada por la violenta ofensiva de sectores reaccionarios (López Rega) contra corrientes radicalizadas (PJ [Partido Justicialista], Montoneros). La derecha disparó contra la vasta red de militantes forjada durante la resistencia a la proscripción de Perón y actuó con furia contrarrevolucionaria en el contexto insurgente de la década de 70. La presencia de estos dos polos extremos en un mismo movimiento fue una particularidad de este peronismo.
El tercer peronismo fue el neoliberal (1989-99). Introdujo las políticas de privatización, liberalización comercial y flexibilización laboral, que los thatcheristas implementaron en otras latitudes. No fue el único converso de este período (Cardoso en Brasil, el PRI en México), pero ningún otro encarnó una deserción tan desvergonzada del viejo nacionalismo. Esta misma mutación reaccionaria se vio en otros casos, como el MNR en Bolivia o el APRA en Perú. Pero estas formaciones abandonaron definitivamente cualquier vínculo con su base popular y se enfrentaron a la disolución o al declive.
Los tres peronismos del siglo pasado ilustran las múltiples variedades que ha asumido este movimiento. Condujo a grandes crisis y sorprendentes reconstituciones. De cada derrumbe surgía un nuevo proyecto adaptado a su época.
El kirchnerismo encabezó un cuarto peronismo progresista. Retomó las mejoras del primer periodo con otros fundamentos. El viejo paternalismo conservador fue reemplazado por nuevos ideales posdictatoriales de participación ciudadana. El enfrentamiento interno con la derecha no fue dramático y se resolvió con un alejamiento del duhaldismo.
Kirchner reconstruyó el aparato estatal demolido por el colapso de 2001. Restableció el funcionamiento de la estructura que garantiza los privilegios de las clases dominantes. Pero consumó esta reconstitución ampliando la asistencia a los empobrecidos, ampliando los derechos democráticos y facilitando la recuperación de los niveles de vida.
Cristina introdujo una marca más combativa, formada en el enfrentamiento con la agrosoja, los medios y los fondos buitres. Esta polarización rompió el equilibrio que Néstor había mantenido con todos los grupos de poder. Su cuarto peronismo se ubicó en el centroizquierda regional (junto a Lula, Correa y Tabaré), pero estableció lazos con las ramas radicales de Chávez y Evo. No compartió la deificación institucional que prevaleció en Brasil o Uruguay.
El quinto peronismo de Fernández encarnó un fracaso sin precedentes. El justicialismo siempre ha incluido experiencias contradictorias, pero nunca ha tenido un aspecto tan inútil de simple validación de la statu quo. Tras el primer ensayo de conflictos (Vicentin), el derecho se torció el brazo y Alberto acumuló un récord de derrotas. Ni siquiera fue capaz de defender su política de protección de la salud y, cuando la inflación empezó a pulverizar los salarios, optó por someterse al FMI.
Esta impotencia contrastaba no sólo con Perón, sino también con Néstor y Cristina. No hubo el más mínimo atisbo de disputa con el agronegocio (2010), ni iniciativas comparables a la nacionalización del petróleo (YPF) y de los fondos de pensiones (AFJP) o la ley de medios. El fracaso de Fernández lo coloca en el mismo compartimento que otros líderes progresistas de la nueva ola (como Boric en Chile o Castillo en Perú) que han decepcionado a sus seguidores.
Tres escenarios para el justicialismo
La frustrada experiencia actual genera tres escenarios posibles para el peronismo. La primera posibilidad es una reconstitución de la derecha, con el sello de Schiaretti y el PJ de Córdoba aliado al Cambiemos. Este es el mismo perfil que promueve el líder del justicialismo jujeño. Con su gestión del bloque legislativo y del principal diario de la provincia, este personaje apoyó la reforma de Morales y la represión de los manifestantes.
Otros gobernadores se adaptarían al nuevo mapa del interior y del Senado, que podría surgir de una nueva preeminencia del PRO y la UCR. Esta orientación estaría en consonancia con el ataque de Tolosa Paz a los piqueteros y con Berni disputando la mano dura de la policía con Bullrich.
Massa encaja en esta perspectiva debido a su categórico origen de derecha. Siempre fue un hombre de la embajada estadounidense, con fuertes simpatías por el trumpismo republicano. Por eso apoyó a Guaidó y acompañó a Macri. Mantuvo un prudente silencio ante la represión en Jujuy por vínculos clientelistas con el vicegobernador Haquim.
El actual candidato oficialista nunca compartió el temperamento tímido de Alberto Fernández. Por eso, podría emerger como un enemigo efectivo del kirchnerismo, si logra llegar a la Casa Rosada. En ese caso, podría repetir la traicionera trayectoria de Lenín Moreno en Ecuador.
Massa también podría encarnar una nueva versión del menemismo. O establecimiento prevé esta perspectiva y lo percibe como un miembro confiable de su propio círculo. Tras un año al frente del Ministerio de Economía, reforzó el ajuste, con recortes en gastos primarios y en pensiones y planes sociales.
Un escenario muy diferente podría surgir para el peronismo si el oficialismo sufriera una derrota electoral importante que fracturara el frente a todos. En este caso, el justicialismo entraría en una fase de desintegración, similar a la que se produjo tras la victoria de Alfonsín o el derrumbe del menemismo.
Existe una tercera posibilidad de preservación y eventual reconstitución del PJ bajo dominio cristiano. Cristina Kirchner logró mantener su preeminencia a través de una inteligente diferenciación de la derribada figura de Alberto. Logró preservar este protagonismo con el argumento de la proscripción, que fue, a lo sumo, una amenaza y nunca una realidad. Si tal prohibición hubiera existido efectivamente, habría sido apropiado participar en las elecciones (como en el momento de Resistencia), con llamamientos a votos en blanco.
Cristina no se presentó, luego de evaluar todas las desventajas de una derrota o un triunfo sin posibilidad de formar un gobierno sólido. Ante esa adversidad, optó por apoyar un plan de futuro con Kiciloff, Wado y Máximo. Pero su renuncia también erosiona la viabilidad de ese proyecto. Las batallas que se posponen pueden convertirse en derrotas duraderas. Para evitar ese riesgo, Lula volvió a presentar su candidatura frente a Jair Bolsonaro.
El trasfondo del problema es que Cristina no tiene un plan económico alternativo al de Massa. Por eso, se limita a validar en silencio el ajuste con elogios al capitalismo. Su llamado a renegociar la deuda externa en otros términos ya fracasó durante la administración de Alberto. Su mensaje de un pasado prometedor que reaparecería en el futuro también carece de credibilidad. Si este proyecto fuera viable, habría comenzado a implementarse durante el actual gobierno. Actualmente, el peronismo no ofrece una salida creíble a la crisis.
Los pilares de la resistencia
La relación social de fuerzas es decisiva en el escenario argentino por la enorme centralidad de las luchas populares. La omisión de esta incidencia imposibilita comprender la dinámica actual.
El principal movimiento obrero del continente se encuentra en nuestro país. Su voluntad de lucha se constató en los 40 paros generales realizados desde el fin de la dictadura. La adhesión mayoritaria a estos paros se mantiene, como un hecho insólito en otras latitudes. La afiliación sindical también se encuentra en la parte superior de los promedios internacionales.
Argentina tiene algunas similitudes con Francia en cuanto a la influencia del sindicalismo y su poder en las calles. Este protagonismo de los trabajadores afecta a la región de manera similar al papel que juegan los empleados franceses en Europa.
Pero la principal novedad de las últimas décadas ha sido la consolidación de movimientos sociales de trabajadores informales y desempleados. Estas organizaciones son el resultado, en gran medida, de la experiencia sindical anterior. Su surgimiento se consumó durante la crisis de 2001, cuando los trabajadores privados de empleo se vieron obligados a bloquear caminos para exigir sus derechos. Recurrieron a esta modalidad por una simple necesidad de subsistencia.
La lucha de estos movimientos permitió sostener la ayuda social del Estado, que las clases dominantes otorgaron ante el temor de una revuelta mayor. Estos planes se volvieron indispensables para la reproducción del tejido social. Lo que inicialmente parecía ser una respuesta temporal al colapso económico se ha convertido en un rasgo estructural de la vida argentina.
Las nuevas formas de resistencia están ligadas a la antigua beligerancia de la clase obrera. Facilitaron el regreso del progresismo al gobierno y jugaron un papel activo en la organización de los desposeídos. Dieron origen a una red solidaria conectada al desarrollo de muchas localidades.
El protagonismo callejero del movimiento piquetero lo hace similar a su contraparte indigenista en Ecuador. Son formaciones que provienen de tradiciones muy diferentes y organizan conglomerados socioculturales igualmente divergentes. Pero están relacionados por el impacto político de sus acciones.
En Ecuador, el gobierno neoliberal de Lasso fue derrocado recientemente, determinando el fin de esa administración y su probable reemplazo por el correísmo. La organización de piquetes demostró una influencia equivalente al precipitar el fin de Duhalde y el consiguiente ascenso del kirchnerismo. Durante las últimas dos décadas, han mantenido una fuerte presencia como exponentes visibles del malestar popular.
Argentina también tiene un enorme grupo de luchadores por los derechos humanos. La conciencia democrática que impera en el país se evidencia anualmente en las grandes marchas del 24 de marzo. La participación masiva en esta conmemoración ilustra cómo cuatro generaciones sucesivas mantuvieron viva la memoria.
La vigencia de las conquistas democráticas está corroborada por los 300 juicios por crímenes de lesa humanidad, con 1115 condenas. Los genocidas siguen en prisión y todos los intentos por liberarlos han fracasado. La propuesta del “dos por uno” fue rotundamente rechazada y el crimen de Maldonado desató una gran conmoción. Después de 47 años de búsqueda, se recuperó un nuevo nieto en la incesante batalla por la identidad. Otros logros, como las leyes sobre el aborto y la igualdad de género, forman parte de este marco.
Es importante resaltar estos avances -que contrastan con la degradación económica y social- para evitar valoraciones unilaterales de los últimos 40 años. Caracterizar este período como un mero “fracaso de la democracia” es una simplificación excesiva. En medio de terribles retrocesos en los niveles de vida, se han mantenido considerables éxitos democráticos.
Hasta cierto punto, estas mejoras se basan en el legado duradero de la educación pública. La escolarización masiva en instituciones seculares forjó un ideal de convivencia y progreso, que no fue reemplazado por el modelo chileno de privatización. A pesar del dramático colapso de la educación pública, la derecha no ha logrado generalizar creencias elitistas, ni ha logrado anular la vitalidad del pensamiento crítico en las universidades.
Enlace social reciclado
La fuerza preservada por los movimientos sindicales, sociales y democráticos es el principal activo del país y el pilar de una resolución popular de la crisis. Por eso la derecha tiene como prioridad el debilitamiento de esta resistencia. Sus candidatos han sido brutalmente sinceros en su pretensión de destruir las organizaciones populares. Tienen en mente la rebelión de 2001 y el grave revés sufrido por Macri cuando intentó reformar las pensiones. La reacción desde abajo ante el próximo ajuste es la gran pesadilla de los estrategas PRO.
Este poder popular que enfurece a los enemigos a menudo es ignorado en el propio campo. La tesis de la “pasividad”, la “neutralización” o la “cooptación” de los combatientes ejemplifica esta descalificación. Después de muchas batallas, en la práctica prevaleció una dinámica contradictoria de concesiones para contrarrestar los conflictos.
Es igualmente cierto que, en los últimos tres años, el engaño generado por Fernández ha provocado protestas muy limitadas. Hubo triunfos de muchos sindicatos y acciones gremiales relevantes, pero la respuesta generalizada de los oprimidos fue contenida. Por tanto, a diferencia de 2001, la clase dominante no afronta las próximas elecciones con miedo (ni desorientación). Por el contrario, tiene una gran confianza en los principales candidatos a la presidencia.
Argentina no participó de la reciente ola de protestas que frenó la restauración conservadora en la región (2019-2022). Estas revueltas forzaron la salida precipitada de líderes derechistas en Bolivia, Chile, Perú, Honduras y Colombia. En nuestro país, el descontento social no ha dado lugar a revueltas equivalentes, aunque sí ha dado lugar al mismo tipo de victorias progresistas en las urnas.
Bajo el gobierno de Fernández, la reacción popular fue menor a la habitual ante el terrible ajuste en curso. La burocracia de la CGT (Confederación General del Trabajo) logró mantener la desmovilización de la base. El descontento se canalizó parcialmente a través de marchas y piquetes, que demostraron una gran valentía frente a la satanización orquestada por los medios de comunicación. Esta movilización tuvo el mérito de oponerse a la amnesia de las tradiciones populares promovida por la derecha. También facilitó la persistencia de niveles significativos de militancia y politización.
Hay varias razones que explican la escasa resistencia de los últimos años. La efectividad de los planes sociales, que actúan como cobertura extendida para mitigar las perturbaciones sociales, jugó un papel importante. En ciertos sectores de la población también se observa cierta resignación ante la inflación, en la medida en que convive con la permanencia del empleo. La crisis actual es profunda, pero no es una repetición de la de 2001. La permanencia de los empleos informales compensa el malestar y el deterioro de los ingresos se considera un mal menor frente al drama del desempleo. Por otro lado, la imposibilidad de ahorrar induce a la clase media a consumir o endeudarse para evitar la adversidad.
Pero más allá de estas circunstancias, la movilización masiva en Jujuy ilustra el tipo de respuesta que podría enfrentar el próximo gobierno. Morales logró dividir y amedrentar al movimiento popular tras su golpe contra Milagro Salas. Pero después de ganar las elecciones, se sintió envalentonado y precipitó una reacción sorpresiva desde abajo.
La respuesta provino de los docentes, fue seguida por otros sindicatos y reunió a ambientalistas y comunidades indígenas. O "trompa de paz” que llegó a Buenos Aires ilustra la continuidad de esta batalla. Además, las mejoras salariales logradas por los docentes demostraron que la lucha genera resultados. Jujuy era una prueba probable de lo que vendría.
Al observar retrospectivamente las últimas décadas, parece que Argentina continúa enfrentando un impasse no resuelto en las relaciones sociales de fuerza. Este concepto fue utilizado en las décadas de 1960 y 1970 por varios intelectuales para conceptualizar el escenario creado por el peso de la clase trabajadora y los sindicatos. La misma noción volvió a utilizarse en 2001, tras una rebelión que contuvo el ajuste neoliberal. Ese equilibrio persiste hasta el día de hoy.
La dinámica de los callejones sin salida reciclados es el trasfondo de un contexto que las clases dominantes son incapaces de cambiar. La permanencia de este equilibrio alimenta las esperanzas de superar la crisis con un proyecto popular.
El kirchnerismo crítico y la izquierda
Las dos fuerzas más comprometidas con la lucha social y democrática son el kirchnerismo crítico y la izquierda. Esta intervención es muy diferente en términos de persistencia o consecuencias, pero ambos sectores tienen el embrión militante necesario para impulsar una dirección alternativa.
El kirchnerismo crítico incluye un grupo heterogéneo de formaciones integradas en el frente de todos, pero con fuertes cuestionamientos a las políticas de los últimos cuatro años. El punto de inflexión con la burocracia fue el acuerdo con el FMI. Hay muchas áreas grises en el medio, pero la posición en el acuerdo distingue los dos segmentos.
La resignación predomina en el kirchnerismo convencional. Sus teóricos justifican esta actitud con la “adversidad coyuntural de las relaciones de poder”. Pero olvidan que este equilibrio no es un hecho invariable, sino un efecto de la acción política. Esta práctica consolida o revierte escenarios desfavorables.
En otras ocasiones justifican la pasividad advirtiendo del mayor peligro de la derecha. Pero ignoran que esta amenaza siempre es recreada por los poderosos para asegurar su dominio. A menudo patrocinan enemigos más brutales, para hacer aceptable al verdugo del día. La aceptación de este chantaje pasa actualmente por la validación de Massa contra Larreta.
El kirchnerismo crítico rechaza amoldarse al escenario actual, pero postula la conveniencia de una batalla al interior del peronismo. Acepta la amarga medicina de votar por Massa en las elecciones presidenciales, después de haber forjado su propio espacio en torno a Grabois. Con esta agrupación previa espera condicionar al no deseado candidato del oficialismo, en caso de que aterrice en la Casa Rosada.
Pero cabe recordar que Alberto estaba mucho más condicionado por la vicepresidencia de Cristina, y esa barrera no impidió el desastre de su gobierno. También está claro que la posibilidad de influir en un derechista decidido como Massa será mucho menor que cualquier presión sobre el vacilante Alberto.
El proyecto de forjar una corriente radicalizada del peronismo no es nada nuevo. Tiene el trasfondo traumático de la relación de Perón con el PJ. Un repaso a esta experiencia nos permitiría recordar lo frustrante que ha sido el intento de crear un polo alternativo dentro del PJ verticalizado.
La izquierda se enfrenta a otro tipo de disyuntiva. En torno al FIT [Frente de Izquierda y de los Trabajadores] se consolidó una formación socialista, con una presencia electoral minoritaria, pero con una visibilidad sin precedentes. Se distingue por la combatividad que demostró una vez más en Jujuy. En lugar de enviar mensajes formales de apoyo, sus líderes han puesto el cuerpo en las protestas.
En el difícil escenario que se avecina, sería muy positiva la presencia de un mayor número de parlamentarios de izquierda, para reforzar la resistencia en el Congreso y en las calles. Las propuestas de esta formación también son necesarias para afrontar la tibieza del progresismo. Un proyecto mejor sólo surgirá cuando se expongan críticas mordaces sobre la inconsecuencia de este espacio.
Pero nadie vota por el FIT con la expectativa de facilitar su próxima, futura o lejana llegada al gobierno. Esta incredulidad limita las perspectivas de esta fuerza. El FIT en sí mismo no se presenta como una opción de gobierno. Carece de cualquier estrategia para lograr este objetivo y no acude a las urnas para salir victorioso. Su única perspectiva está ligada a la irrupción de un proceso revolucionario, que no se ha visto en las últimas décadas.
Se omite la valoración de esta última brecha así como cualquier posibilidad de ganar al gobierno para disputar el poder en un largo período de transición. Tal política requeriría el reconocimiento de la diferencia cualitativa que separa la lucha por la supremacía en un gobierno, un régimen político, un estado y una sociedad. La diferenciación de estas instancias permitiría concebir caminos socialistas que el FIT no considera.
La evaluación de estas vías conduciría también a la promoción de grandes acuerdos electorales para la conquista de prefecturas o provincias. La búsqueda de estos objetivos obligaría a replantear las alianzas rechazadas con el kirchnerismo crítico.
Pero ninguno de estos debates forma parte de la agenda que enfrenta a dos sectores del FIT en las PASO. Las divergencias que separan a las dos listas son difíciles de entender para muchos partidarios de estas fuerzas. Aún más sorprendente es la presentación de otras listas minoritarias con la misma fuerza fuera del frente.
En la intensa vida política de nuestro país se ha reiniciado el debate teórico-político sobre la prolongada crisis argentina. Si estas elaboraciones dan lugar a un nuevo horizonte en el kirchnerismo crítico y en la izquierda, el proyecto popular comenzará a surgir y a despertar el entusiasmo que requiere esta construcción.
*Claudio Katz. es profesor de economía en la Universidad de Buenos Aires. Autor, entre otros libros, de Neoliberalismo, neodesarrollismo, socialismo (expresión popular)https://amzn.to/3E1QoOD).
Traducción: Fernando Lima das Neves.