Los dragones no conocen el cielo

Imagen: Adir Sodré
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por AFRANIO CATANÍ*

Comentario al libro de Caio Fernando Abreu

“Este libro solo tomó forma cuando, estudiando la mitología china, me di cuenta de que mis personajes eran dragones. ¿Por qué? Los dragones no existen, desprecian el poder. Quieren sentir. No quieren leer. Todos mis personajes buscan una emoción o un amor perdido. En un mundo ejecutivo son tan míticos como los dragones. Por eso no conocen el paraíso de las videograbadoras, los hornos microondas, la belleza artificial. Los dragones no sólo no conocen, sino que desprecian este mundo. Creo que el libro habla del riesgo de que la gente pierda el alma y se convierta en un estereotipo. Trato de advertir contra este peligro. Estoy contento con el libro y me gustaría que le gustara a la gente” (Caio Fernando Abreu).

No es tan sencillo escribir sobre el Los dragones no conocen el cielo, de Caio Fernando Abreu (1948-1996). Al principio, uno duda de si se trata de un libro de cuentos o de una novela. A medida que avanza la lectura, es posible ver que se trata de un volumen de cuentos, con relatos un tanto dependientes unos de otros, un libro de cuentos sobre el amor; “Amor y sexo, amor y muerte, amor y abandono, amor y alegría, amor y memoria, amor y miedo, amor y locura”.

El tema del amor está directamente ligado a otro, el del vacío y su intento -casi siempre fallido- de superarlo. Este vacío que existe entre las personas, sufre interrupciones fugaces, dadas por una conquista, un acoso exitoso o una muestra de afecto inesperada. El epígrafe mismo, de Adélia Prado (“La vida es tan bella / basta un beso / y se mueven los delicados engranajes, / nos protege una necesidad cósmica”), tomado de el pelícano, establece el tono de la mayoría de los textos.

“Linda, Uma História Horrível” trata sobre el regreso de un hombre a su hogar materno, ubicado en el campo. Ambos tienen mucho de qué hablar, pero dicen poco. El hijo lo intenta, pero no puede seguir adelante, el abismo entre ellos es enorme. En “O Destino Desfolhou”, un adolescente de 12 años que vive en Passo da Guanxuma, se enamora de Beatriz, un año mayor. Pero algo detiene el romance, no se materializa, ella muere de leucemia y solo quedan recuerdos –“lo que ahora llama, con cariño y amargura: ese momento". “By the Open Sea” es la historia más débil del volumen. Son sólo cinco páginas en un solo párrafo, dotadas de puro sonido. En “Sem Ana, Blues”, el exitoso ejecutivo abandonado por la mujer que ama se entrega a un consumismo desenfrenado, teniendo sexo con mujeres que eran todo lo contrario -en todos los sentidos- de Ana y, también, de lo que está de moda: buccinos, I Ching, Tarot, terapias de grupo, psicodramas, nuevos cortes de pelo, vestuario más joven, yoga, musculación, stretching, etc. “Me estaba poniendo tan hermosa y renovada y liberada y olvidada de los tiempos en que Ana aún no me dejaba…”.

“Saudades de Audrey Hepburn” tiene lugar en un Festival de San Juan en casa de “buena gente”, donde, entre otros, el “Estudiante de posgrado indeciso en asumir su evidente homosexualidad”, el “Escritor que tuvo más éxito en Italia que en Brasil”, la “Pantera loca dispuesta a cualquier cosa por un estatus superior” y la “Lesbiana públicamente asumida”. Todo esto entre piñones, quentões, curaus y pamonhas. En ese momento, el personaje no le tenía miedo a la muerte, y "esta cuasi-historia pertenece a esa época en que el amor no mataba". “El chico más triste del mundo” explora la desilusión que impregna la existencia de un hombre de casi 40 años y un chico de 20, que conversan durante toda la noche en un bar de São Paulo. En “Zapatos rojos”, una secretaria hace grupo de tres con extraños sin quitarte los zapatitos sexys. Cada vez que abría el cajón del armario y los veía, intentaba no ceder. “Pero casi siempre el impulso de usarlos era más fuerte. Porque al fin y al cabo (…) hay tantos viernes, tantos neones, tantos chicos solos y calientes perdidos en esta sucia ciudad…”. También está “Una playita de arena muy clara. Ali, na Beira da Sanga” y “A Outra Voz”, que no aportan mucho al volumen. “Pequeno Monstro”, un cuento de narrativa tradicional, está dedicado al erotismo sin culpa, sabroso y alegre, entre un adolescente y su primo mayor, en un verano junto al mar.

Una veterana “Dama de la Noche”, al final de un viaje en el que despidió a un encantador joven, concluye que, encerrada sola en su habitación, alejada de todo el ajetreo, no es más que “una asustada niño". “Mel & Girassóis” presenta a una pareja madura en la playa, en un hotel de 5 estrellas, con “todo ese simulacro de Hawái a su alrededor: maduros, listos. La espera". Los amantes se completan, se cosecha el fruto y, al parecer, es una de las pocas historias -junto, quizás, a “Pequeno Monstro”- en que los socios se liberan de los clichés que los acechan. Pero la mejor historia es la que da título al libro, “Los dragones no conocen el paraíso”, justo en último lugar.

Es una especie de síntesis de obras anteriores, en la que los personajes se asemejan a dragones, es decir, seres condenados a la soledad, marginados, que luchan sin tregua en busca del amor (o su ilusión). De lo contrario surgirá la soledad absoluta, “el caos del desorden sin sexo”. La ilusión del amor va de la mano con la ilusión de la existencia de Dios. Como el amor, los dragones no quedan, “son sólo enunciaciones de sí mismos”. Los dragones “eternamente ensayan, nunca debutan. Las cortinas no se abren para que entren en escena (…) Los aplausos les serían insoportables (…) Los dragones no quieren ser aceptados. Huyen del paraíso, ese paraíso que nos inventamos los banales (…) Su paraíso es el conflicto, nunca la armonía”.

los cuentos de Los dragones no conocen el cielo se alimentan de lo presente en nuestra cotidianidad, es decir, la fragmentación de la realidad, con sus ambigüedades, en la que los individuos juegan su papel sin mayor preocupación por el texto, se pierde la identidad y los personajes parecen envases vacíos. Leerlo ayuda a comprender dónde estamos y, como sucede en la vida, la mayoría de las veces, el final feliz no siempre presente.

*Afranio Catani, profesor de la USP y profesor invitado de la UFF, es autor, entre otros, de La sombra del otro: Cinematográfica Maristela y Cinema Industrial Paulista en los años 50 (Panorama, 2002).

Este artículo reproduce, casi en su totalidad, el original publicado en el extinto "Caderno de Sábado" de la Periódico en 26.03.1988.

referencia


Cayo Fernando Abreu. Los dragones no conocen el cielo. São Paulo: Companhia das Letras, 1988.

 

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