por WAGNER IGLESIAS*
Ante tantos desafíos complejos, Chile de Boric será seguido con curiosidad y entusiasmo por progresistas de todo el mundo
Los chilenos acudieron a las urnas el pasado domingo y la encuesta confirmó lo que ya apuntaban todas las encuestas: el izquierdista Gabriel Boric, de 35 años, será el nuevo presidente del país. Comandará una nación de más de 19 millones de personas, con los ingresos más altos per cápita y el quinto PIB más grande de América Latina. Su llegada al poder pone fin a dos ciclos históricos en Chile y abre una nueva etapa en ese país.
El primer ciclo que termina es el del Chile neoliberal. Con el golpe de Estado de 1973, el general Augusto Pinochet instauró una larga y violenta dictadura que convirtió al país en el primer laboratorio mundial de experimentos neoliberales. Bien es cierto que en Argentina, donde se produjo otro golpe de estado tres años después, también se intentaron implementar las fórmulas de un estado mínimo, también con fuego y hierro. Pero no hay comparación con el caso chileno, en el que tuvo mucho éxito el desmantelamiento del Estado socialista que pretendía llevar a cabo Salvador Allende y el incipiente Estado de Bienestar que creó el presidente Eduardo Frei Montalva en la década de 1960.
Bajo las lecciones del Prof. Milton Friedman, de la Universidad de Chicago, Chile se transformó radicalmente, convirtiéndose en una economía cuya prioridad era crear un buen ambiente de negocios para los inversionistas internacionales, aunque, para ello, políticas públicas fundamentales para la promoción del bienestar, como la salud , la educación y la seguridad social se convirtieron en mercancías a través de procesos radicales de privatización. A pesar del crecimiento económico, la proyección de la economía chilena en el escenario mundial y el ingreso del país a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Chile continuó marcado por la desigualdad social y niveles alarmantes de pobreza.
Las grandes manifestaciones callejeras, protagonizadas principalmente por estudiantes, a partir de la década de 2000, ya apuntaban al agotamiento de ese modelo y al deseo de acabar con ese ciclo. Varias movilizaciones por el derecho a la educación pública, gratuita y de calidad se han vuelto históricas en el país. Entre ellas la llamada “Revolución Pingüino”, protagonizada por estudiantes secundarios en 2006, y las grandes protestas de universitarios en 2011. De ese movimiento surgió una nueva generación de líderes, como las actuales diputadas Camilla Vallejo y Karol Cariola, diputada Giorgio Jackson y el recién elegido presidente Gabriel Boric. La llegada de esa generación al frente del país también puso fin a ese segundo ciclo de militancia en la oposición. Y abre otro, mucho más complejo.
Hay muchos desafíos para el gobierno bórico. Uno de ellos es garantizar la aprobación, en referéndum popular, de la nueva Constitución. Está siendo elaborado por una asamblea con paridad de género y representación de los pueblos indígenas. A partir de ella será posible, de manera efectiva, redefinir el papel del Estado en la economía y en la promoción del bienestar social colectivo. Recuperar la centralidad del poder público en la prestación de servicios públicos como la educación, la salud y la seguridad social es un anhelo de gran parte de la sociedad chilena. Una tarea que los gobiernos de los concertacion no lograron en los veinte años que gobernaron el país.
También le corresponderá al gobierno bórico asegurar la ampliación de los mecanismos de participación popular en los procesos de toma de decisiones, multiplicando los instrumentos de democracia directa, como los consejos deliberativos locales, en un escenario donde nuevas fuerzas sociales demandan mucha más interlocución entre el Estado y la sociedad civil. Otro desafío sumamente complejo será redefinir los roles de las Fuerzas Armadas y la policía militarizada en una sociedad democrática con diversas demandas sociales.
En la economía, los desafíos no serán menores. Chile necesita diversificar su matriz productiva, ir más allá de la minería y la agroindustria, exportar más que cobre, celulosa, frutas, vinos y pescado. Pero, ¿cómo ampliar la canasta exportadora dada la posición históricamente subordinada del país en la economía mundial, como es el caso de toda América Latina?
¿Cómo, en medio de una sociedad del conocimiento, podemos generar nuestras propias tecnologías y patentes y reducir nuestra dependencia de las empresas transnacionales y gobiernos de otros países? ¿Y cómo redefinir la vocación económica del país en un momento en que la preservación del medio ambiente es imperativa? No será de extrañar que la nueva Constitución chilena declare, como ya lo hace la Carta Magna ecuatoriana, la naturaleza como sujeto de derechos, a la que se le debe respetar sus ciclos productivos y reproductivos. Añádase a esto el desafío de cambiar el modelo de desarrollo respetando también a los pueblos originarios y sus territorios, sus culturas y economías, sus formas de ser y de vivir.
Otros innumerables desafíos se presentan en este ciclo que se abre a partir de ahora. Hace unos días Chile aprobó la legalización del aborto, pero hay muchas otras demandas de las mujeres chilenas que aún no han sido atendidas en una sociedad marcada por el patriarcado. Siguen trabajando más y ganando menos que sus pares, siendo las principales responsables del cuidado de niños, enfermos y ancianos, y siguen siendo víctimas de diversos tipos de violencia.
Por último, pero no menos importante, se le presenta al gobierno de Boric el tema de la inmigración y el desafío de reconectar a Chile con América Latina. El país pertenecía a la Unasur y forma parte de la Celac. Pero nunca ha sido miembro del Mercosur y, en las últimas décadas, ha priorizado los acuerdos bilaterales con EE.UU., la Unión Europea y países de la región Asia-Pacífico. Una reorientación del país hacia sus vecinos más cercanos podría ser saludable no solo para Chile, sino para toda América Latina.
Ante tantos desafíos complejos, el Chile de Boric será seguido con curiosidad y entusiasmo por progresistas de todo el mundo. De una manera como sucedió con el gobierno de Allende, hace medio siglo.
*Wagner Iglesias es docente de la EACH-USP y del Programa de Posgrado en Integración Latinoamericana de la Universidad de São Paulo (PROLAM USP).
Publicado originalmente en Periódico Nexus .