por CARLOS ENRIQUE RUIZ FERREIRA*
La educación es la punta de la balanza en una sociedad democrática y con conciencia de clase
educación y democracia
Si hay un lugar que necesita ser reconocido como embrión y sostén de una sociedad democrática y, al mismo tiempo, dínamo del desarrollo nacional y sustentable, ese lugar es la escuela.
No hay democracia sin educación. Pero no una educación cualquiera, una con mayúscula, pública, de calidad, anclada en preceptos científicos y comprometida con los derechos humanos y, desde el principio, con la Constitución Federal y los instrumentos jurídicos internacionales emitidos por las Naciones Unidas.
En primer lugar, la pregunta es: ¿es nuestra sociedad plenamente democrática? Nunca está de más recordar que el país se encuentra entre los 10 países más desiguales del mundo: según el índice de Gini obtenido por el Banco Mundial, 2020, somos el 9º país más desigual (entre 164 países seleccionados).
Por otro lado, valdrá la pena reflexionar sobre nuestra cultura política y el proceso de alienación. La victoria de Jair Bolsonaro y el golpe de Estado parlamentario que instituyó el gobierno de Michel Temer son claros ejemplos de que no vivimos en una sociedad con conciencia democrática. No hay democracia cuando una buena parte de la población (sobre todo los jóvenes egresados del bachillerato) vota por un candidato claramente contrario a la Constitución, machista, patriarcal, racista, xenófobo, colonial.
La democracia significa un régimen de gobierno en el que existe una amplia participación popular en la política, fundamentalmente a través del voto, y la existencia de múltiples formas de cosmovisión, formas de interpretar las relaciones sociales y proponer programas y proyectos políticos para la sociedad y el gobierno. Pero la Democracia no encaja en el recurso y naturalización de la violencia, como la persecución de los pueblos indígenas, la población LGBTQI+, las comunidades quilombolas, las mujeres, los campesinos, etc.
La práctica de la violencia (física y verbal) constituye un acto delictivo y no significa un ejercicio de la libertad de expresión. El país, la sociedad y las instituciones parecen estar ignorando este simple hecho y estamos así sumergidos en un grave y peligroso proceso de alienación social, alienación democrática. tertius non datur: o se entiende esta simple matemática política, que el fascismo no encuentra amparo en la Democracia, o nuestra sociedad va muy mal.
Y la única manera de combatir eficazmente el fascismo, creando una sociedad con conciencia democrática, es a través de la Educación y la Cultura. Leyes y políticas públicas para combatir las desigualdades estructurales son fundamentales, pero sin un programa político que ponga como prioridad cero la educación para la ciudadanía y la democracia, no cambiaremos el país. ¿A qué nos referimos con eso? Que aun con la mayor reforma agraria que se pueda implementar, con el mayor programa de redistribución del ingreso de este país, con la mejor política de combate al hambre, aun con la democratización de la educación, con una reforma tributaria justa, aunque todo esto se logre en cuatro u ocho años, de nada servirá si no tenemos un pueblo consciente de sus derechos y deberes, de su ciudadanía.
En pocas palabras, lo que debe entenderse es que la cultura bolsonarista y el riesgo de elegir a un fascista seguirán vivos y posibles, incluso con un cambio económico y político drástico. Sabemos que la importante transformación social y económica que experimentó el país bajo los gobiernos del PT, Lula y Dilma Rousseff, no tardó en desvanecerse en el aire. Todo lo que era "sólido" se derritió en el aire. Porque quizás la verdadera solidez no esté en el campo material, sino en la conciencia política de un pueblo. El fascismo no se puede combatir y eliminar solo con leyes, solo a través del proceso de enseñanza-aprendizaje se puede construir una sociedad democrática.
Después de todo, debemos considerar que estamos incumpliendo con uno de los principios fundamentales de la Constitución Federal (1988) y la Ley de Directrices y Bases de la Educación Nacional (1996): formar ciudadanos. Es necesario recordar el artículo 2 de la LDB: “Art. 2 La educación, deber de la familia y del Estado, inspirada en los principios de la libertad y en los ideales de la solidaridad humana, tiene por objeto el pleno desarrollo del alumno, su preparación para el ejercicio de la ciudadanía y su calificación para el trabajo” (Ley 9.394). , 1996).
Democracia, clase y educación
Desde el golpe de Estado de 2015-2016, el gobierno federal otorga exclusividad, en el campo de la educación, a la calificación para el trabajo. Este no es necesariamente el problema, ya que el trabajo es uno de los derechos fundamentales y, creemos, sustenta la existencia misma del hombre en sociedad. El problema es cuando la educación se desliga de su deber de ciudadanía y de educación crítica, produciéndose una educación técnica en la que se forma a los más pobres para profesiones menos valoradas en la escala salarial y sin conciencia social crítica. Es, como me gusta llamarlo, la lógica de la Educación en Casa Grande (que incluso sentó las bases para la creación de la Universidad de São Paulo a partir de la influencia de la familia Mesquita).
La Educación de la Casa-Grande es una especie de fusión en la historia nacional. Más recientemente, estuvo representada por el gobierno federal de Michel Temer y Jair Bolsonaro (cada uno con sus propias idiosincrasias). Pero también, hay que decirlo, esta mentalidad colonial estuvo representada en muchos gobiernos estatales de izquierda. Los grandes fundamentos empresariales nacionales e internacionales de la educación no tardaron en extenderse por doquier, bajo las consignas del “proyecto de vida”, “nuevas metodologías de enseñanza”, “emprendimiento” y “meritocracia”.
Estas fuerzas económico-políticas separaron el saber y el saber en educación en “saber hacer” y “saber pensar” para perpetuar el proceso de dominación y sometimiento de los más pobres y oprimidos. nada nuevo en frontal o trasero, la alienación que se materializaba en las relaciones entre clases (obreros y patrones) en el proceso de producción capitalista, encontró cobijo en la educación nacional.
A partir de esta separación, en la que unos aprenden a hacer/pensar y otros sólo a hacer/reproducir, se distorsionó y prácticamente eliminó la posibilidad de construir un conocimiento complejo y una cultura ciudadana y reflexiva. “Pensar”, “reflexionar”, “criticar” se ha convertido en una rareza en las escuelas secundarias, públicas y privadas (con las debidas excepciones de las escuelas de élite). Para los pobres y la mayoría de la población, el énfasis está en la enseñanza técnica, acrítica, formando, como diría Michel Foucault, “cuerpos dóciles” para el sistema capitalista brutalmente desigual e injusto.
Consideraciones finales
La educación es la punta de la balanza en una sociedad democrática y con conciencia de clase. La élite lo entiende bien. Ha llegado el momento de que los gobiernos de izquierda se tomen en serio esta tarea.
El gobierno federal y los gobiernos estatales progresistas necesitan poner a la Educación en el lugar que le corresponde: como una prioridad fundamental para lograr una sociedad libre y democrática. Es, principalmente, en las escuelas, en las aulas, donde se forman ciudadanos plenos, conscientes y defensores de la democracia y los derechos humanos. Estos son los grandes pilares del orden social, consagrados en instrumentos jurídicos nacionales e internacionales, y que necesitan tener su lugar al sol en la nueva sociedad que queremos construir.
*carlos enrique ruiz ferreira Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Estadual de Paraíba.
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