por NUBIA AGUILAR*
Desde 2016 estamos en un escenario de catástrofe para la política brasileña
Gabriela, cravo y canela se convirtió en un clásico de la literatura brasileña. Jorge Amado navega por el puerto de Ilhéus, con una profundidad representativa y narradora de muchos matices apegada a la concreción histórica de la época. En la narrativa, Mundinho Falcão desafía la estabilidad política garantizada por el coronel Ramiro, representante de un sumario bañado por los intereses oligárquicos de las grandes familias.
En medio del desarrollo de la trama, paulatinamente, se revela un lado de la permanencia, y no de los cambios esperados, cuando la política local gana a Mundinho como representante. Paralelo al mundo de las letras, en el que Jorge Amado construyó estos personajes, están los malestares del mundo vivido, en el que somos protagonistas.
Las elecciones de 2022 retoman un escenario que para muchos debió quedar en el olvido: una polarización tejida entre propuestas de gobiernos tendientes al progresismo, con la realización de un conservadurismo perverso. Y para densificar aún más el clima, se agrega que los candidatos que encabezan la disputa electoral tienen una historia de gobierno, vivida por la gente que aquí vive.
Pero desde 2016 estamos en un escenario de catástrofe para la política brasileña. La fragilidad se puso a prueba, con el inicio de un proceso de juicio político, resultado de una votación, primero, en la Cámara. Aún hoy resuenan los discursos en torno a una familia, los valores religiosos y la patria. Desde un moralismo teñido de valores arbitrarios, de poco sirvió decir sobre esta lágrima que se abrió. La corrupción fue el blanco de la máxima censura, que entró en los hogares brasileños y dilató los egos de los ciudadanos que se vieron –y continúan haciéndolo– en la tarea de responder a este contexto de manera contundente. El resultado de esto, como ya se ha debatido en masa, fue una desviación ideológica, que parece ser casi irremediable.
Lo que aprisiona a miles de brasileños a una idea de pasado destruido, de valores éticos y morales, y de reparación invertida es ciertamente una de las preguntas que más visitan la mente de aquellos y aquellas que no pueden comprender el punto al que hemos llegado – y que son profundamente inseguros y temerosos de hasta dónde podemos llegar.
La duda puede ir más allá y empezamos a preguntarnos: ¿estamos encarnando la indiferencia? Encubrimos la investigación científica, la piedad, el sufrimiento y Brasil, nuevamente en el mapa del hambre, para defender un valor moral, una creencia absoluta que viola datos que apuntan a la pérdida de casi 700 mil vidas durante la pandemia. El costo de la política que se defiende ya aparece en muchos frentes. ¿Qué más se necesita para consolidar el entendimiento de que las estrategias adoptadas hasta ahora no han funcionado?
Defender lo que se cree justo no tiene mucho que ver con aceptar medidas que anulan a las personas, traen exclusión y retoman una rueda de beneficios para sectores específicos. Vislumbrar arreglar algo, visto que se ha corrompido, no debería tener un costo tan alto. Nosotros, como nación, estamos representando con los brazos abiertos el escenario político de Ilhéus, los valores exacerbados, la utopía que expulsa el odio. Jorge Amado nos mostró el final, casi igual, de esta rotonda, en su novela. Protagonizar esta trama no debería tener sentido en este momento.
*Nubia Aguilar es doctorando en historia por la Universidad de São Paulo (USP).
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