por Daniel Soares Rumbelsperger Rodrigues*
Prefacio al libro de Víctor César Torres De Mello Rangel
Fruto de una tesis doctoral defendida en 2018 en el ámbito del posgrado en antropología de la Universidad Federal Fluminense (UFF), Los cinco sentidos de la cocaína: conocimientos, jerarquías y controles sobre el uso y manipulación del polvo entre consumidores y expertos criminalistas Es una importante contribución al debate sobre temas centrales de la agenda pública brasileña.
Se puede decir que el libro se ubica en la intersección de dos áreas de análisis consolidadas en la academia: la de los estudios antropológicos sobre las drogas, categoría difícil de tratar cuyos ángulos y prismas el autor ilumina en cada paso, orientando a quienes leen, y la sobre la producción social del conocimiento científico. Como eje de investigación, el estudio de Víctor César Torres De Mello Rangel propone, con singular acierto, la difícil tarea de cuestionar y poner en perspectiva las diferentes formas de construcciones discursivas de dos actores íntima y cotidianamente vinculados a la cocaína: los criminalistas, por ejemplo. por ejemplo, por un lado, y los usuarios, por otro.
La escritura del autor se construye a través del tránsito entre diferentes espacios de producción de conocimiento: un bar, ubicado en la zona norte de la ciudad de Niterói, región metropolitana de Río de Janeiro, que reúne a una amplia gama de consumidores de polvo, los expertos de los laboratorios de análisis de la policía civil del Estado de Río de Janeiro, con sede en el Instituto de Criminalística Carlos Éboli (ICCE),[i] y la propia universidad, lugar de producción y cuestionamiento del conocimiento (visto como) legítimo.
Inspirándose en un análisis antropológico de los sentidos propuesto por Le Breton (2006), la etnografía investiga los diversos significados construidos por esos agentes sociales –a través de sus habilidades sensoriales– sobre esa sustancia dotada de una carga moral tan particular en el imaginario cultural brasileño. Se trata de una investigación sobre los significados tejidos y construidos a través de los sentidos de los actores respecto de una sustancia controvertida y esquiva, indeterminable en sus contornos, usos y contenidos. En contacto con la escritura, nosotros –los lectores– construimos nuestras interpretaciones del significado; A algunos de ellos dedico esta presentación, sin agotar la pluralidad de debates que desarrolla el autor, pero con la esperanza de despertar la curiosidad del público por un contacto más directo con la publicación.
Desde el punto de vista del bar, es evidente cómo la masculinidad viril, que presupone (e impone) la heterosexualidad como norma e instituye obligatoriamente una serie de performances y técnicas corporales, estructura gran parte de la complejidad de las interrelaciones entre usuarios de pólvora, categoría nativa construida dar cuenta de la denominación de una sustancia ciertamente mezclada con tantos otros materiales hasta el punto de que no hay consenso –ningún acuerdo intersubjetivo– sobre a qué se aspira en última instancia.
Víctor César Torres De Mello Rangel está atento a esta dimensión al discutir, en el tercer capítulo, el honor como moneda – “la moneda más valiosa en el bar es el honor” – y al discernir, ya en el primer capítulo, los movimientos en torno a los cuales es uno de sus interlocutores de campo: “es cierto que Jonas circula en varios grupos, pero quizás debido a su orientación sexual, homosexual admitido, de alguna manera le impide ser reconocido como miembro de un grupo en este universo tan sexista”.
La etnografía nos introduce en las diversas categorías que componen este “subgrupo desviado” (BECKER, 2008) de consumidores de pólvora en el microuniverso del bar analizado (“gusanos”, “tranvías” o “aviones”, “coronas”, “adictos”). , “trabajadores”, “vagabundos”, “entregados”, etc.), pero Jonás no encaja muy bien en ninguno de ellos debido al “déficit de reconocimiento” del que es objeto. En este ambiente, el honor define al “hombre sujeto” – y sabemos que, “al igual que el honor, la virilidad debe ser validada por otros hombres y atestiguada por el reconocimiento de ser parte de un grupo de 'verdaderos hombres'” (BOURDIEU, 2008 , pág.90).
Construido contra lo que se entiende como “femenino” y validado relacionalmente por los hombres,[ii] Esta noción de virilidad se expresa en la barra, entre los diversos ejemplos escritos por la sensibilidad antropológica del autor, a través de la categoría de control. El “hombre sujeto” es tanto más varonil –y por tanto más alejado del universo de los separados de la humanidad, los “gusanos”- cuanto más puede controlarse en el consumo de cocaína, consumiéndola sin ceder a ella.
Quienes son adictos o adictos tienen relaciones problemáticas o consideradas insuficientemente satisfactorias con el trabajo y la familia –dos “instituciones sociales” que funcionan como tipos de marcadores morales de honor o habitus viril; Estas relaciones conflictivas se perciben como la contrapartida de una cierta dificultad para ejercer el autocontrol en el uso de sustancias: olfatear una línea sin perderla es un horizonte que regula en cierto modo las interacciones –con su dinámica de “autorregulaciones” y “autorreflexiones” – en el universo del bar.
La cocaína, como todas las categorías del mundo social, es una noción relacional; y también una “droga social”, una droga cuyo “beneficio”, escuchamos decir a uno de los interlocutores de Víctor, “es la interacción social y el intercambio de información”. La etnografía nos lleva a comprender, contrariamente a la representación común de que la cocaína es una droga que se consume sola y que prohíbe compartir y convivir, que estamos ante una sustancia “compartida con amigos”, en un juego de intercambios y reciprocidades que nos recuerda el “regalo” (MAUSS, 2003), con sus circuitos de confianza y retribución continua, pero también de posibilidades siempre presentes de rupturas, rupturas e “insultos morales” (CARDOSO DE OLIVEIRA, 2002) cuando, por ejemplo, uno se niega a se ofrece cocaína o cuando se ofrece polvo (visto como) de baja calidad.
En este consumo individual y colectivo, la cocaína a veces es representada, en el universo masculino en el que se ubica la etnografía, como una mujer. No es fácil “resistir la tentación” y “esquivar su seducción”. Escuchamos a uno de los interlocutores, en cierto tono confesional, decir, “con el corazón abierto”, que “he tenido más relación con la cocaína en todos estos años que con mi familia, ¿sabes? Amaba mucho la cocaína”; otro divaga que piensa en la cocaína “como si fuera una mujer hermosa”; otra es aún más tajante: “la cocaína es como las mujeres, vuelve desvergonzados a los hombres”; otro casi se disculpa: “Le doy algo tecos por desvergüenza”.
La vergüenza, ese “sentimiento social por excelencia” (LEVI-STRAUSS, 2008, p. 176) que funciona como el “reverso del honor” (BOURDIEU, 2008, p. 90), constituye un vínculo entre el universo del bar y el de los laboratorios del Instituto Criminalístico Carlos Éboli (ICCE). Daniel, uno de los peritos criminalistas que nos presenta Víctor César Torres De Mello Rangel, lamenta que las metodologías utilizadas por la policía civil en las pruebas que realizan a los materiales incautados para determinar si finalmente hay cocaína o no, Están tan desactualizados que “es vergonzoso”. Los laboratorios tienen una infraestructura problemática que no sólo pone en duda la calidad de los informes realizados sino que también pone en riesgo la salud de los expertos – Leni, otro de los expertos entrevistados por el autor, advierte que “el tema de las condiciones insalubres es tan apremiante” y que “la prestación por condiciones de vida peligrosas es una vergüenza”.
La experta Amanda explica cómo funciona: “al individuo lo atrapan con la droga, luego va a la comisaría y, esta droga, ellos [los policías] la traen aquí para identificar si realmente es marihuana, si es cocaína, para Lo identificamos y hacemos un informe preliminar”. Los métodos utilizados para esta detección, en el caso de la cocaína, son los llamados tests de banco, es decir, tres tipos de pruebas colorimétricas y una prueba organoléptica; los primeros consisten en aplicar tres reactivos diferentes a la sustancia analizada y, si cambia de color, se identifica la cocaína; la última prueba, a su vez, produce, escuchamos decir a un experto, “un olor a almendra”.
Es a través de los sentidos –a través de la percepción del color y la sensibilidad olfativa– que los expertos pueden saber si hay o no cocaína en la muestra. Muchos informes, sin embargo, debido a la escasez de materiales para realizar las pruebas o a la inseguridad del perito respecto del “conocimiento práctico” del olfato entrenado, acaban siendo enviados como “no concluyentes” (ni “positivos” ni “negativos”); La única manera de superar esta inexactitud y alcanzar un resultado con “un margen de error casi nulo” es mediante el uso de un “cromatógrafo de gases acoplado a espectrometría de masas”, un dispositivo con el que nos topamos varias veces a lo largo de la lectura.
El problema es que se trata de un dispositivo cuyo uso supone un elevado coste económico y un mayor tiempo para emitir resultados, además de requerir un mantenimiento periódico que normalmente no se realiza, por lo que las pruebas en banco, en gran medida inexactas y poco concluyentes, responden por la gran mayoría de los métodos utilizados en la preparación de informes periciales. De ahí el sentimiento de vergüenza entre los expertos, que se ven reducidos a una práctica notarial alejada de la investigación científica – escuchamos una vez más a Leni: “es frustrante, porque dejas de hacer un trabajo de calidad por falta de estructura”.
Este tipo de sentimiento de indignidad que surge por el hecho de no poder realizar un trabajo para el que se ha realizado toda una carrera de formación académica –la mayoría de los expertos son médicos o estudiantes de doctorado– se vuelve más dramático debido a la circunstancia de que los expertos Los delincuentes, además de los científicos, son policías. Esta doble función, según la mayoría de los expertos, dificulta la labor científica y sobrecarga el ejercicio de la profesión.
Un ejemplo de esta situación es el discurso de Fabio, un experto que nos habla del “bochorno” (MARTINS, 2008) en el que se ve envuelto cuando las pruebas se realizan en el campo, a veces en lugares de riesgo: “caminar por ahí con chaleco, con cámara cruzada al cuerpo, con portapapeles para tomar notas, maletín… Yo personalmente llevaba muchas cosas, ¿sabes? Bolsa para evidencia, otros tipos de materiales para recolección, materiales para medición, así que no hay manera, ¿entiendes? Y remata: “No tengo espacio, ya sabes, en mi cuerpo para llevar todavía un rifle”. Es como si el trabajo de un perito y el de un policía no encajaran en el mismo cuerpo; como si faltara cuerpo para el desempeño efectivo de las funciones –científicas y policiales– que definen el papel de la pericia criminal; Este sentimiento, expresado en la sugerente imagen del experto, parece impregnar la práctica de los interlocutores que encontramos en la etnografía.
Si los consumidores luchan constantemente por controlarse cuando consumen cocaína, los expertos se sienten constantemente incómodos por la falta de control científico sobre los resultados de las pruebas realizadas. La falta de control de calidad de los medicamentos utilizados y vendidos (que sólo podría venir con la legalización y regulación), presenta entonces a los expertos un problema que no pueden resolver satisfactoriamente porque carecen de control sobre los métodos de análisis. Esta falta de control, a su vez, termina alimentando, a su manera, el funcionamiento de un sistema de justicia que opera sobre la lógica de la desigualdad jerárquica más que sobre el igualitarismo ciudadano (KANT DE LIMA, 2008); termina alimentando, podría decirse, la aparente falta de control en el sistema de seguridad pública brasileño.
Este es, entonces, un defecto que alimenta nuestro desigual sistema de justicia y tradición inquisitorial (KANT DE LIMA, 1989); un fracaso, por tanto, que no es un fracaso, pero que es funcional desde el punto de vista de mantener una cierta ingeniería social e institucional que abre un amplio espacio a la arbitrariedad y discrecionalidad en la administración de justicia, favoreciendo a algunos –que pagan “bien”–. abogados” y disfrutar de mayor estado social – y perjudicando a otros, como en el caso del hombre angoleño que, llevando sólo maicena en el estómago, fue arrestado en Brasil por tráfico internacional de drogas.
No se trata, entonces, de una crisis, sino de un proyecto al servicio de la reproducción sistémica de lo que se reconoce como una de las tasas de homicidio más altas del mundo –con sus claros aspectos de clase y raza (FELTRAN et al., 2022). La obra de Víctor César Torres De Mello Rangel, por tanto, cuestiona la (ir)racionalidad de nuestra “guerra contra las drogas” y nos ayuda a avanzar en la comprensión del rostro violento del dilema brasileño (DAMATTA, 1997) que nos ha ocupado durante tanto tiempo. y sobresaltado.
*Daniel Soares Rumbelsperger Rodrigues Tiene un doctorado en sociología del Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (IESP-UERJ).
referencia
Víctor César Torres De Mello Rangel. Los cinco sentidos de la cocaína: conocimientos, jerarquías y controles sobre el uso y manipulación del polvo entre consumidores y expertos criminalistas. Río de Janeiro, Editora Autoografía, 2023, 374 páginas. [https://amzn.to/41qIucz]

Bibliografía
LE BRETON, David. La conjugación de los sentidos. Antropología y Sociedades, vol. 30, nº 3, 2006.
BECKER, Howard. Forasteros: estudios de sociología de la desviación.. Río de Janeiro: Zahar, 2008.
BOURDIEU, Pierre. Dominación masculina: la condición femenina y la violencia simbólica. Río de Janeiro: Bertrand Brasil, 2019.
CARDOSO DE OLIVEIRA, Luis R. Derecho legal e insulto moral: dilemas de ciudadanía en Brasil, Quebec y Estados Unidos. Relume Dumara, 2002.
MAUSS, Marcel. Ensayo sobre el don: formas y razones del intercambio en las sociedades arcaicas. Sociología y Antropología. São Paulo: Cosac y Naify, 2003.
LÉVI-STRAUSS, Claude. El hechicero y su magia. In: Antropología Estructural. Río de Janeiro: Tempo Brasileiro, 1985.
KANT DE LIMA, Roberto. Cultura jurídica y prácticas policiales: la tradición inquisitorial.
Revista Brasileña de Ciencias Sociales (RBCS), Vol. 4, nº 10, pp. 65-84, 1989.
______. Ensayos de antropología y derecho. Río de Janeiro: Lumen Juris, 2008.
DAMATTA, Roberto. Carnavales, embaucadores y héroes: hacia una sociología del dilema brasileño. Río de Janeiro: Rocco, 1997.
FELTRAN, G.; LERO, C.; CIPRIANI, M.; MALDONADO, J.; RODRIGUES, F.; SILVA, L.; FARIAS, N. Variaciones en las tasas de homicidios en Brasil: una explicación centrada en los conflictos entre facciones. Dilemas, Rev. Estud. Soc Control Conflict – Río de Janeiro – Edición Especial nº 4 – 2022.
MARTÍN, Carlos Benedito. Nota sobre el sentimiento de vergüenza de Erving Goffman. RBCS Vol. 23 no 68 octubre/2008.
Notas
[i] El autor también utiliza, aunque sólo ocasionalmente, material de campo relacionado con los laboratorios de la policía federal.
[ii] El honor masculino, entonces, podemos decir que “encuentra sus inicios en el miedo a perder la estima o consideración del grupo, a 'romperse la cara' delante de 'compañeros' y a quedar relegado a la categoría, típicamente femenina, de 'débil'.', las 'delicadas', las 'mujercitas', las 'ciervas' (…) La virilidad, como vemos, es una noción eminentemente relacional, construida frente a otros hombres, para otros hombres y contra la feminidad. , por una especie de miedo a lo femenino, y construido, en primer lugar, dentro de uno mismo” (ídem, PAG. 91-92).
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