Opresión, lugar de habla y reproducción social

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por DOUGLAS SANTOS ALVÉS*

Afirmar una identidad particular implica desafiar los discursos hegemónicos y la racionalidad que se presenta como universal

El debate sobre el silenciamiento de los subalternos, su invisibilización y el problema del lugar del discurso no ha surgido en los últimos años, ni tiene su origen en los llamados movimientos identitarios. Hoy se ven usos y abusos de ciertos conceptos sin respetar sus premisas, ni siquiera conocer el origen de la discusión. En un momento dado, Antônio Gramsci escribió sobre los grupos sociales subalternos, mostrando que su historia “es una función 'desagregada' y discontinua de la historia de la sociedad civil” (GRAMSCI, 1999, CC25, §6, p. 139-140). En una afirmación rápida y sugerente, se dice que “para una élite social, los elementos de los grupos subordinados siempre tienen algo de bárbaro o patológico” (GRAMSCI, 1999, CC25, p. 131). Estos breves pasajes son de gran valor para comprender el debate sobre la identidad y el lugar del habla en la actualidad.

La hegemonía de un grupo social sobre la sociedad en su conjunto implica la elaboración y difusión de la cosmovisión de ese grupo. Una forma específica de racionalidad se despliega a partir de esta cosmovisión estableciendo la necesaria conexión entre prácticas sociales, estructuras sociales e ideología. Las personas, grupos, clases y fracciones de clases sociales viven sus experiencias debido a condiciones objetivas heredadas del pasado. Tales condiciones estructuran la vida en sociedad y las relaciones sociales para la producción y reproducción de esta vida. Ciertas formas de ser y actuar tienen sentido o pierden sentido según las circunstancias sociales. Pero el funcionamiento de las estructuras económicas, políticas y jurídicas también tiene una cierta lógica propia, y esta lógica da sentido a las acciones de las personas. Si aceptamos la premisa de que tales estructuras, a través de la acción de las personas dentro de ellas, constituyen el orden social mismo y lo mantienen funcionando, entonces la lógica de su funcionamiento es la lógica de la reproducción social como un todo. Incluso Foucault había identificado que la propia esfera del mercado tenía el poder de juzgar y validar las prácticas económicas sociales (FOUCAULT, 2010). Bajo un tono aparentemente impersonal, el funcionamiento regular de la totalidad de las relaciones sociales produce una racionalidad propia que se presenta como natural, neutra y, sobre todo, universal.

Esta racionalidad corresponde a la cosmovisión de las clases y fracciones sociales dominantes, ya que se legitima su condición dentro de las relaciones sociales de producción. Es decir, esta racionalidad es la universalización de una determinada cosmovisión, por tanto, se presenta ante la sociedad como la cosmovisión de todos, y, de hecho, es la racionalidad de los dominantes la que se vuelve hegemónica.

Al aceptar la premisa de que la reproducción de las relaciones sociales proporciona una matriz de significados para los elementos que constituyen la totalidad de la vida social, los pasajes de Gramsci mencionados anteriormente se vuelven más fáciles de entender. Los grupos sociales subalternos son aquellos que quedan relegados a los márgenes de la historia porque la historia que se impone como verdadera es la de los grupos dominantes. Y estos describen quiénes son los subordinados según su cosmovisión, en la que se los retrata como bárbaros o patológicos. Si son una función desagregada de la historia del dominante, los subordinados no hablan por sí mismos, no tienen voz y no narran su propia historia. Además, y también por ello, no se organizan como grupo o fracción social, por el contrario, están (des)organizados por la acción y por la narrativa hegemónica.

Nótese que para el marxista italiano existe una conexión entre organización, acción y cosmovisión o ideología. Y que tales elementos forman parte de estructuras más amplias que abarcan la organización social y las estructuras de poder. Para el autor, al igual que para el marxismo, el proceso descrito es esencialmente material y existe dentro de la totalidad de las formaciones sociales capitalistas que, a su vez, se concentran como un todo en las partes que lo constituyen.

A partir de tales premisas, es posible comprender mejor algunas controversias en torno a los llamados movimientos identitarios. Durante décadas, un conjunto de agendas generalmente asociadas a dimensiones culturales de la vida social ganaron espacio bajo un discurso de retirada de conflictos vinculados a agendas económicas redistributivas. En síntesis, se afirmó que surgieron varios movimientos sociales que pusieron de relieve problemas vinculados a las identidades y subjetividades políticas de grupos sociales, como los movimientos negros, feministas, LGBT, etc. Y también se dijo que estos movimientos marcaron el declive de la lucha de clases y del sujeto obrero (HALL, 2011).

Para las líneas teóricas más radicales de este discurso, lo que estuvo y está en juego es la deconstrucción de la idea de sujeto universal que produjo la modernidad. Este sujeto universal, también descrito como “el hombre blanco, heterosexual, cristiano y de clase media”, o incluso “el buen ciudadano”, representaría un ideal cultural hegemónico que silenciaría a los subalternos. Sobre la base de un complejo aparato discursivo, se impondría (y de hecho se impone) en cada momento un conjunto de “verdades” para producir la ilusión de que el buen ciudadano representa universalmente a todos y que es patrón y medida de lo normal y de la naturaleza. Inhumanos. Al presentarse como el punto central de una regla, los demás se miden en grados de distancia a este punto, y se clasifican según las desviaciones que acumulan.

Lo que no siempre se dice, y aquí presento algunas diferencias decisivas, es que vivimos en una sociedad fundada en el libre mercado, y que para operar libremente, este mercado (principalmente el laboral) demanda personas que también sean libres y , sobre todo, iguales (si no lo fueran estaríamos bajo relaciones de esclavitud o servidumbre feudal). Y el responsable de otorgar el estatuto de libertad e igualdad al individuo es el Estado, que decreta al sujeto como sujeto de derecho. Por tanto, el sujeto universal que fundamenta las nociones de naturalidad y normalidad social es el efecto o resultado de la imposición política del Estado moderno. Y lo que determina este proceso es la necesidad de garantizar las condiciones para la reproducción social de las relaciones de producción en su conjunto. Así, por un lado, tenemos las bases materiales que explican la hegemonía de este sujeto universal, y por otro lado, la consecuente racionalidad propia del funcionamiento de estas bases, que define el sentido de este sujeto y lo presenta como el fundamento de las relaciones humanas y, finalmente, su comprensión desde la totalidad social.

Frente a este marco teórico, se puede entender que la lucha de los sujetos oprimidos y estigmatizados como las mujeres, LGBT, negros y negros, pueblos indígenas y tantos otros, es precisamente la lucha contra el silenciamiento impuesto por el discurso hegemónico. Esto ha sido muy bien manejado por las teorías posestructuralistas, deconstruccionistas y posmodernas. Sin embargo, la confrontación suele reducirse al momento cultural de la totalidad social y la lucha en el terreno discursivo. No es raro observar una renuncia explícita a la noción de totalidad y materialidad de la arena de confrontación.

El discurso que se presenta como universal, y que también presenta un sujeto universal, resulta de la racionalidad hegemónica. Los elementos particulares que hacen del subalterno el “otro”, el “bárbaro” o el “patológico” son elementos cuyo significado está determinado por esta racionalidad hegemónica. Los múltiples discursos ideológicos (de medicina, política, religión, sexualidad, etc.) clasifican y ordenan jerárquicamente a cada uno de los diferentes sujetos, privándolos del derecho a hablar por sí mismos. Frente a este proceso de sujeción, el derecho a la palabra toma la forma de una lucha política contra la subordinación. Pero, más que eso, la afirmación de la particularidad que define la diferencia y determina la subordinación del sujeto se convierte en un importante acto de resistencia. Es en este marco que debe analizarse la cuestión de las identidades. Se construyen en torno a una particularidad o especificidad que se borra o degrada frente a una universalidad artificialmente construida. Afirmar una identidad particular implica desafiar los discursos hegemónicos y la racionalidad que se presenta como universal. La identidad, por lo tanto, es la base del lugar del habla.

La cuestión central, entonces, es comprender que la identidad particular del subalterno se enfrenta a la hegemonía de una universalidad opresiva. Sin embargo, no es posible romper con esta relación permaneciendo siempre en el mismo punto. Y este es uno de los límites del identitarismo, ya que adopta el particularismo como estrategia permanente. Es decir, la política de afirmación constante del elemento específico (que define la identidad del subalterno) frente al silenciamiento del sujeto universal.

El problema es que este sujeto universal no es indeterminado. Como se mencionó antes, es el efecto exigido por la reproducción social de las relaciones de producción, es decir, por la totalidad social. La historia hegemónica es la racionalización de la cosmovisión de los grupos y clases hegemónicos que actúan en las esferas materiales e ideológicas que garantizan la reproducción social. La instancia cultural no existe como momento autónomo de la sociedad, sino como componente orgánico de la totalidad. Por tanto, la lucha de la parte (sujeto subalterno) contra el todo implica dos momentos necesarios. La primera se trata de afirmarse como parte, es decir, construir una propia narrativa y autoorganización, y el lugar del discurso es una táctica fundamental. En este punto, la identidad es decisiva para el enfrentamiento al silenciamiento, pero tiene un fuerte rasgo corporativo que generalmente conduce a la fragmentación. La segunda, sin embargo, implica la superación de la primera. Más allá de la afirmación como parte, es el avance hacia la proposición de una nueva totalidad o universalidad. Más que confrontación ideológica y discursiva, acción política efectiva frente a las relaciones sociales y materiales que engendran la subalternidad. En suma, la construcción y afirmación del proyecto, y la acción estratégica contra la reproducción de las condiciones de producción, ya que es en el giro de este engranaje que se produce y se naturaliza la opresión. Se trata de situar la relación de opresión y subalternidad dentro de la totalidad y, desde allí, ordenar la organización del sujeto político y su acción efectiva hacia otra universalidad donde la opresión no sea necesaria para la continuidad de las relaciones humanas.

*Douglas Santos Alves Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Federal de Fronteira Sur (UFFS).

Referencias


GRAMSCI, Antonio. Cuadernos de prisiones. Rio de Janeiro. Civilización Brasileña, 1999 – 2002.

FOUCAULT, Michael. Historia de la sexualidad I: la voluntad de saber. Río de Janeiro, Edições Graal, 1988.

FOUCAULT, Michael. El nacimiento de la biopolítica. Ediciones 70, Lisboa, Portugal. 2010.

HALL, Estuardo. La identidad cultural en la posmodernidad. Río de Janeiro DP&A, 2011.

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