por ALEJANDRO G. DE B. FIGUEIREDO*
El presente y futuro de las Naciones Unidas ante la crisis del multilateralismo
Hace 75 años se fundaron las Naciones Unidas, a partir de una amplia coalición de fuerzas que derrotó al nazi-fascismo. El 22 de septiembre, el tema propuesto para la Asamblea de Naciones reafirmó el “compromiso colectivo con el multilateralismo”. Junto a las palabras del secretario general António Guterres a favor de la cooperación internacional, este tema es una carta más de intenciones ante un escenario adverso: el aniversario de la ONU se produce antes del ataque deliberado de EE.UU. contra el multilateralismo.
Durante décadas, Estados Unidos defendió (en términos de discurso) un orden liberal y democrático. Como recuerda Perry Anderson, si en Oriente la Guerra Fría se definía como una disputa entre capitalismo y comunismo, en Occidente EE.UU. la presentaba como una lucha entre un “mundo libre” y un “autoritarismo”. Al menos hasta 1989, porque después vino la defensa abierta de los valores de mercado sin la fantasía de la libertad.[i]. ¿Quién no recuerda el triunfalismo desplegado por Francis Fukuyama en el texto que sería el best-seller académico de la victoria final de Estados Unidos y el mundo construido por ellos?
Era una visión impregnada de triunfalismo ciego: el “fin de la historia” había llegado con la derrota final de los oponentes del capitalismo. Los rivales del liberalismo habían demostrado su ineficiencia en la práctica e invariablemente darían paso a la forma más evolucionada de conciencia humana. Este nuevo mundo surgido de la última gran confrontación ideológica estaría regido por un “Estado Universal Homogéneo”. Los bienes circularían libremente, las personas buscarían la felicidad a través de la satisfacción de sus necesidades (vistas a través del prisma del consumo, como corresponde a un buen liberal) y la paz universal sería finalmente una realidad.
Los países no necesitarían armarse y las relaciones internacionales, vaciadas de tema, quedarían confinadas a las páginas de economía y ya no a las de política y estrategia. Se producirían conflictos bélicos, eso sí, durante algún tiempo más, pero nunca entre países del poshistoria y siempre contra lo que quedó de “autocracias” en el planeta. A democracia universal, es decir, el capitalismo y el neoliberalismo, se impondrían paulatinamente a todos los pueblos del planeta, aunque sea mediante el uso histórico de fuerza[ii].
Pues la Historia no había muerto y el mismo Fukuyama la reconoció unos años después.[iii].
Hoy, frente a esta prueba de vida y formas de vencer al capitalismo, EE.UU. busca enfrentarla volviendo a poner en escena viejas fantasías de la Guerra Fría. Y esta vez, en una paradoja irónica, son ellos los que atacan las instituciones del “mundo libre”. El ataque a las Naciones Unidas, la regulación del comercio internacional y los organismos multilaterales viene de Washington. En el otro extremo, Pekín se sitúa como garante y defensor del sistema internacional.
Hay un cortocircuito en el liderazgo estadounidense, en el que Estados Unidos invoca todos los fantasmas que fundaron su conflicto con la URSS. La puesta en escena para el gran público sacó del armario la sexismo, el discurso del odio, los “enemigos internos”, la figura del “enemigo rojo”, el enfrentamiento con Oriente… todo vuelve, rediseñado para los nuevos tiempos. “Sem os bárbaros, o que será de nós”, perguntava o poema de Konstantinos Kaváfis e pergunta também boa parte do eleitorado norte-americano, perdido entre as falsas promessas de Trump, o avanço da pandemia e uma candidatura democrata que não parece oferecer nada muy diferente.
Ahora se habla de una nueva Guerra Fría. Por supuesto, la expresión se ajusta a lo que queda del imaginario de la disputa que marcó parte del siglo XX. No hace falta decir que las experiencias históricas no son repetibles. Lo que es Guerra Fría está presente sólo en la retórica agresiva norteamericana.
China y Estados Unidos son las dos economías más grandes del mundo. Más que eso, de una manera que nunca sucedió en la relación entre los EE. UU. y la Unión Soviética, China y los EE. UU. tienen sus economías fuertemente entrelazadas. Una demostración de ello radica en que la guerra comercial de Trump no tiene como objetivo el cierre del comercio con China, sino su intensificación, haciendo que los chinos compren aún más a los estadounidenses. Evidentemente, esto solo cambia cuando se trata de tecnología. Y para cualquiera está claro que, en la retórica estadounidense, los chinos no son espías cuando compran, pero paradójicamente lo son cuando venden productos de su sofisticada industria 4.0.
Trump tiene un papel clave en esta nueva etapa, pero nada de esto debe atribuírsele solo a él. Con Bush hijo, la guerra contra el terrorismo cumplió la misión de romper la Carta de las Naciones y descartar a la ONU como instancia con cierta fuerza convincente. El ataque contra la OMS perpetrado hoy se produce después de que se abriera la puerta con la invasión de Irak, de forma ilegal -sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU- y con un pretexto probado. Luego, con los gobiernos democráticos, la imagen del enemigo “terrorista” llevó la guerra directamente a Afganistán, además de Siria, Libia y todo el caos implantado en los países árabes.
Ahora, en medio de una difícil campaña de reelección, Trump necesita un “enemigo” más tangible, más aceptable a las estructuras simbólicas reforzadas por décadas y décadas de mensajes de todo tipo, desde textos académicos hasta películas de Hollywood. China, dice el secretario de Estado Mike Pompeo, “quiere dominar el mundo”[iv]. Un lenguaje pueril, pero adaptado a una era de política exterior vía Los Tweets. La ONU es un gasto innecesario y no sirve a los intereses de EE. UU., dice Trump, quien usó la tribuna de la ONU como plataforma para repetir acusaciones contra Beijing, que nunca fueron probadas.
Por su parte, Joe Biden, el opositor elegido por el Partido Demócrata, cambió radicalmente de postura. Hasta el año pasado, fue crítico con la guerra comercial contra China y dijo que Beijing no era una amenaza para EE.UU. Sin embargo, el artículo firmado por él al lanzar su plataforma de política exterior repitió a Trump y eligió a China como el nuevo enemigo. Su propuesta, en lo que intenta diferenciarse del actual ocupante de la Casa Blanca, es renegociar la OTAN precisamente para hacer frente a lo que ahora considera la “verdadera amenaza para Estados Unidos”. También dice que una OTAN renovada sería el mejor instrumento para hacer frente al Gobierno de Putin en Rusia, al que define como "autoritario y cleptocrático".[V]. Como siempre, se necesitan los “bárbaros”.
Así, la ONU llega a sus 75 años con los dos partidos que gobiernan EE.UU. coincidiendo en lo esencial: el multilateralismo es bueno sólo cuando sirve a EE.UU. La falta de vocación de diálogo y voluntad de gobernar el sistema internacional de manera unilateral y con los puños en alto está latente tanto en el histriónico Donald Trump como en el más refinado Joe Biden. La victoria de los demócratas en las elecciones estadounidenses de diciembre supondrá sin duda un gran avance frente a todo el proyecto que Trump lleva consigo. Sin embargo, significará poco en la construcción del mundo pacífico al que aspiraba la ONU cuando se fundó.
*Alexandre G. de B. Figueiredo Tiene un doctorado del Programa de Posgrado en Integración Latinoamericana (PROLAM-USP).
Notas
[i] ANDERSON, Perry. “La batalla de ideas en la construcción de alternativas”. En: BORO, Atilio (org). Hegemonía del Nuevo Mundo: alternativas de cambio y movimientos sociales. Buenos Aires: CLACSO, 2005, pág. 38.
[ii] FUKUYAMA, Francisco. El fin de la historia y el último hombre. Río de Janeiro: Rocco, 1992.
[iii] FUKUYAMA, Francisco. El dilema estadounidense: democracia, poder y el legado del neoconservadurismo. Río de Janeiro: Rocco, 2006.
[iv]https://www.state.gov/communist-china-and-the-free-worlds-future/
[V]BIDEN, José. “WyAmerica debe volver a liderar”. En: https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-01-23/whyamerica-must-lead-again