por LUIZ WERNECK VIANNA*
El escenario brasileño, aparentemente inofensivo, apenas oculta las amenazas que nos rodean
A casi dos meses de la defenestración del fascismo tabajara desde el Estado, ya se respira mejor y el soplo de esperanza se siente hasta en el pedregoso camino que queda por delante. Es cierto que el gobierno democrático ha actuado con prudencia, reforzando y ampliando sus alianzas, además de perseguir lineamientos ampliamente aceptados como la consolidación de nuestras instituciones y, sobre todo, en su opción por los temas ambientales, que hoy son casi consensuados.
Sin embargo, el escenario, aparentemente inofensivo, apenas oculta las amenazas que nos rodean. Paralizado como está, tras el fracaso de la trama golpista del 8 de enero, el bolsonarismo sigue siendo un movimiento político con fuerte representación en el poder legislativo y logró atraer a segmentos de la población curtidos por el resentimiento, hombres y mujeres, la mayoría de mediana edad. , quienes encontraron en ella un sentido a sus vidas oscuras y solitarias y deben persistir como fuerza electoral, al menos en el corto plazo.
Su movimiento no se expresó en forma de partido, probablemente porque Jair Bolsonaro, formado en la cultura política del AI-5, dominante en las buhardillas de los cuarteles en la década de 1970, siempre se orientó con miras a un golpe militar, refractarios a la política y los movimientos de masas, sólo movilizados con fines de agitación y valoración de su papel como condotieros. El desastroso resultado del atentado del lamentable día 8 de enero, según sus recientes declaraciones, parece haberle abierto los ojos a la política. De ahí a la forma rota falta un paso.
El fascismo como ideología política no nos es ajeno, sabemos, en la década de 1930, el partido Integralista, con fuerte presencia entre militares e intelectuales, influyente en la creación del Estado Novo, en 1937, y en la promulgación autocrática de la la Constitución fascista que le siguió. El fallido intento de golpe de estado de los integralistas contra el gobierno de Getúlio Vargas, en 1938, resultó en la disolución del integralismo como movimiento social, pero no de la Carta fascista de 1937, vigente hasta la democratización de 1945.
Tal como consta en la mejor bibliografía, la nueva Carta de 1946, de carácter liberal en sus líneas principales, garantizaba la supervivencia de muchas de las normas contenidas en la anterior, en particular las que disciplinaban el mundo del trabajo, conservando la fórmula societaria. y la tutela de los sindicatos por parte del Estado y la legislación sobre seguridad nacional, además de mantener el estatus agrario exclusivo con el que se garantizaba la coalición reaccionaria entre las élites. Con esta construcción, de forma encapuchada, el fascismo permaneció en estado latente en el orden liberal entre 1946 y 1964, hasta que, tras el golpe militar, allá por 1969, con el AI-5, rompió con éste en un resurgimiento del fascismo. en la década de 1930. XNUMX.
Con el ascenso a la presidencia de Jair Bolsonaro, un nostálgico vástago del régimen AI-5, con el beneplácito de importantes sectores de las élites económicas, la dirección de su gobierno se enfoca obsesivamente en socavar las instituciones y fundamentos de la Carta de 1988 .que había dotado al orden liberal-democrático que había creado de un sistema defensivo. Frustrados todos los intentos, recurrió a una minuciosa preparación de un golpe de Estado que, como es bien sabido, careció de apoyo suficiente en el momento decisivo en los altos mandos militares.
Del fiasco, se quedó con su ejército de brancaleona, la mayoría de los cuales aún le son fieles, y que debieron ser útiles para una eventual organización partidaria. Derrotadas por la vía de la conspiración, las hordas bolsonaristas, reiterando el movimiento de la extrema derecha en varios países, se orientan por el camino de las disputas electorales, cuando su principal objetivo se define por la conquista de posiciones en la llamada derecha civilizada, sobre el supuesto de que la reacción a las políticas democratizadoras del nuevo gobierno que afecten sus intereses, hará disponibles sus reclamos.
Ahí está el peligro. Diversa es una regimentación para sostener una prédica fascista limitada a los sótanos de los resentidos que está anclada en sectores de las élites dominantes. Franz Neumann, en Behemoth, una obra clásica de sociología política sobre el ascenso del nazismo en Alemania, y Luchino Visconti, en el dioses malditos, también un clásico del cine, son narraciones ejemplares de las amenazas letales resultantes de esta asociación entre las élites y los partidos con ideologías totalitarias.
En este sentido, el contenido de unas declaraciones publicadas en la prensa convencional a favor de aniquilar la implicación del expresidente en el intento antidemocrático del 8 de enero, con la intención de preservarlo electoralmente, y, sobre todo, el hecho que el presidente del Banco Central, hijo encumbrado de la élite económica brasileña, hizo profesión de fe en la candidatura de Jair Bolsonaro y se expuso públicamente con la ropa habitual de sus seguidores.
Por lo tanto, es imperativo que los líderes democráticos de los partidos ahora responsables de las políticas de gobierno, tomen conciencia de este proceso, que aún está en pañales, para evitar su propagación, considerando en cada paso sus consecuencias, para lo cual están acreditados por los buenos resultados obtenidos hasta ahora, porque todavía queda un largo camino por recorrer antes de llegar a un refugio seguro.
*Luis Werneck Vianna es docente del Departamento de Ciencias Sociales de la PUC-Rio. Autor, entre otros libros, de La revolución pasiva: iberismo y americanismo en Brasil (Reván).
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