Rubens Pinto Lyra*
La incapacidad de los individuos para asumir sus responsabilidades como ciudadanos exige que las herramientas teóricas de los politólogos se completen con los resultados de la psicología social..
Factores específicos
Las elecciones presidenciales de 2018 fueron absolutamente atípicas, con la victoria lograda por una extrema derecha, militarista, a favor de las privatizaciones a gran escala y la severa reducción de los derechos sociales. “Menos derechos, más empleos” es uno de los eslóganes favoritos de Bolsonaro. Además, expresa en reiteradas ocasiones su simpatía por el régimen militar instalado en 1964, que siempre ha negado haber sido una dictadura.
En el ámbito cultural e ideológico, Jair Bolsonaro defiende la restauración de la “familia conservadora”, la “Escuela sin Partido” y la criminalización de la “apología del comunismo”. También cultiva una delirante obsesión por combatir el “marxismo cultural”, supuestamente responsable incluso de la “ideología de la globalización” (burla de la expresión hitleriana de “bolchevismo cultural”).
Para él, “un buen bandido es un bandido muerto”; la seguridad pública se lleva a cabo en detrimento de los derechos humanos, que siempre se confunden con los de los delincuentes. La oposición de izquierda se presenta invariablemente como antipatriótica. El discurso de extrema derecha también “activa nociones como la amenaza a supuestos valores compartidos sobre la familia y la sexualidad, utilizando el poder cibernético para una combinación de mensajes, estructurando narrativas homofóbicas, racistas, sexistas y clasistas” (Bocayuva, 2019).
Incluso esta ideología regresiva y autoritaria, el uso de noticias falsas financiada por grandes empresarios en campaña electoral y la evitación sistemática de debates de candidatos sin clara programática ni competencia política demostrada, no fueron suficientes para sacudir la preferencia de sus votantes. Tampoco los disuadió el voluntarismo, la intemperancia y la misoginia del capitán retirado. Una elección tan impactante, que involucró a la mayoría de los votantes de todas las clases sociales y regiones del país (excepto los del Nordeste) dejó perplejos y aprensivos a los politólogos, los medios ilustrados y los demócratas de diferentes tendencias. ¿Qué hubiera pasado realmente?
Se sabe que el voto por Bolsonaro no estuvo determinado por sus cualidades personales, ni por una opción programática. Pesó decisivamente la situación de una parte del electorado, temeroso del desempleo y la inseguridad, ambos crecientes, e indignado con la degeneración de los partidos y la corrupción generalizada y endémica del Estado.
En este contexto, no pocos dirigieron su enfado contra las fuerzas que lucharon contra los intereses dominantes, responsabilizando a los beneficiarios de políticas asistenciales y titulares de derechos de la situación económica del país. El blanco del odio de estos votantes eran los más débiles y oprimidos que trataban de salvarse sometiéndose a los sectores dominantes, los ricos y los que estaban en posesión del uso de la fuerza. Es imposible no comparar lo ocurrido en Brasil con los factores que llevaron al poder a Mussolini y Hitler.
Con respecto a Italia, que hable el gran pensador y novelista Umberto Eco: “El fascismo nace de la frustración individual y social. Lo que explica que una de las características del fascismo histórico haya sido la apelación a clases medias frustradas, devaluadas por alguna crisis económica, atemorizadas por la presión de los grupos sociales subalternos” (Eco, 2002, p. 16).
Sobre Alemania, William Shirer, uno de los estudiosos más importantes del Tercer Reich, explica que “en su miseria y desesperación, los más pobres hicieron de la República de Weimar el chivo expiatorio de todas sus desgracias” (Shirer, 1967, p. 85). Y esto a pesar de que la República, gracias a los socialistas alemanes, haya construido la Estado de bienestar (Estado de bienestar). Pero no supieron afrontar, en consecuencia, la grave recesión económica del país, de la que se aprovechó Adolf Hitler.
Cualquier parecido con los factores que determinaron la elección de Bolsonaro no es mera coincidencia. Además, pesó en la balanza un anti-PTismo oportunista y fanático, alimentado también por partidos políticos conservadores e impulsado por el monopolio mediático, que sirvió para ocultar -consciente o inconscientemente- intereses de clase mal disimulados.
Al elegir a la corrupción como el problema número uno del país, los medios de comunicación contribuyeron decisivamente a que los votantes, descontentos con todos los partidos -todos supuestamente atrapados en la “vieja política”- votaran por alguien considerado el forastero, crítico del “sistema”. Por tanto, quién sería el único acreditado para combatirlo. Este hallazgo, obviamente, no exonera al Partido de los Trabajadores de su parte de responsabilidad por la victoria de la derecha.
Sus traspiés políticos y administrativos, y la corrupción que contaminó a algunos de sus más grandes líderes, nunca fueron objeto de verdadera autocrítica. El PTismo pagó el precio de su siempre reiterada negativa a reconocer los errores cometidos, demostrando así su alienación de la realidad.
Por ultimo. Quienes estudian los factores psicosociales de la elección de Bolsonaro a la Presidencia no pueden dejar de hacer un análisis, aunque superficial, del voto evangélico en la elección presidencial, ya que compitió decisivamente por la elección del extremista de derecha que gobierna el país. En efecto, no son pocos los que, aún hoy, se cuestionan las razones por las que una parte importante del electorado cristiano –en este caso, la mayoría evangélica– podría votar para el cargo más alto de la República en un candidato que, huido los debates, no dejó de proclamar, alto y claro, su simpatía por los regímenes que torturaron, mataron o persiguieron a miles de brasileños. Una votación que contribuyó decisivamente a la victoria de “Mito”.
El Mesías -Bolsonaro- se manifestó sádicamente en la votación para destituir a Dilma Rousseff. Se regodeaba del sufrimiento vivido por la expresidenta, cuando fue detenida durante el régimen militar, al exaltar la figura de su torturador, el Coronel Brilhante Ustra –lo que más se destacó, durante la dictadura, en esta repulsiva práctica (Tavares, 2020) .
Entendemos que las condiciones psicológicas que caracterizan el voto por Bolsonaro, con respecto a los evangélicos, no son ajenas a la doctrina de los dos mayores íconos del protestantismo - Martín Lutero y Juan Calvino - similares, en la cuestión bajo análisis, a pesar de sus diferencias doctrinales. .
Estos teólogos enfatizan la impotencia del individuo ante los insondables designios del Señor. Para ellos, sólo la voluntad divina determina la vida de las personas y todos los acontecimientos históricos. Calvinistas y seguidores de Lutero, pero también un segmento significativo de evangélicos, trasladaron al plano político, en las elecciones presidenciales de 2020, sentimientos de impotencia, en un momento de crisis y desesperanza. Creyeron, condicionados, entre otros factores, por su bagaje doctrinario, que sólo un demiurgo podría evitar la derrota económica y social de sus países: el Mito.
Al igual que el Líder, en Alemania y el Duce, en Italia. De hecho, para Lutero y Calvino, incluso el peor tirano no puede ser discutido: si gobierna, es porque Dios quiere que lo haga. En palabras del primero de ellos, citado por Fromm: “Dios preferiría soportar la continuación de un gobierno, por malo que fuera, que dejar que la chusma se rebelara, por muy justificada que crea que debe hacerlo” (Fromm, 1970). , p.74). Esta misma visión fatalista, de forma aún más acentuada, está presente en Calvino para quien “los que van al cielo no lo hacen, en absoluto, por sus méritos, como los condenados al infierno están allí simplemente porque Dios así lo quiso”. . La salvación o la condenación son predeterminaciones hechas antes de que naciera el hombre” (Calvino).
Tales concepciones, que niegan radicalmente la autonomía del individuo, preparado, volens nolens, el camino a su sometimiento a las autoridades seculares, detentadores del poder estatal. Estos, en la actualidad, han orientado preponderantemente sus políticas, exclusivamente, en interés del mercado. Apuntan a la deconstrucción del modelo socialdemócrata de Estado (el de Previsión Social) y su sustitución por el “Estado mínimo”, mero instrumento de la política neoliberal de las clases dominantes.
Las concepciones antes mencionadas están en sintonía con teologías que consideran como sus mejores seguidores a quienes lograron sobresalir en la “libre empresa”, o quienes, de una forma u otra, alcanzaron el éxito material. Esta adecuación no siempre ocurre conscientemente. Incluso para los reformadores religiosos en cuestión, la idea de que la vida humana se convertiría en un medio para lograr fines económicos habría sido inaceptable. En palabras de Fromm: “Aunque su manera de ver las cuestiones económicas era tradicionalista, el énfasis dado por Lutero a la nulidad del individuo contradecía esta concepción, abriendo el camino a una evolución en la que el hombre no sólo debía obedecer a las autoridades seculares sino también subordinar sus vive hasta los fines del logro económico” (1970: p.75).
Del mismo modo, la evolución de la doctrina calvinista destaca la idea de que el éxito en la vida secular es un signo de salvación (1970: p. 80), tema que mereció la atención de Max Weber, como un vínculo importante entre esta doctrina y el espíritu del capitalismo. Como recuerda Ghiardelli, los pastores de las iglesias evangélicas más grandes, apodadas máquinas tragamonedas, se encuentran entre las mayores fortunas del país. En sus palabras: “La ola de costumbres conservadoras en Brasil tiene que ver con el crecimiento de estas iglesias. Bolsonaro es, en gran parte, la expresión política de tales iglesias. El atraso cultural de este movimiento es un líquido en el que le encanta bañarse” (Ghiardelli, 2019, p. 78).
La ideología de Lutero y Calvino se hizo hegemónica en varias iglesias, tanto pentecostales como neopentecostales (Pacheco, 2020). Se revela, por tanto, el vínculo entre los aspectos autoritarios de las doctrinas de los teólogos antes mencionados y el de importantes sectores evangélicos, partidarios del capitán reformado, que promueven la adecuación del ideario a las necesidades del mercado.
Como recompensa a estas iglesias, el gobierno de Bolsonaro nombró a uno de los más destacados exponentes calvinistas, Benedito Aguiar Neto, para la presidencia de la CAPES. Además de él, también fueron designados para los más altos niveles de gobierno los pastores Sérgio de Queiroz, secretario de Desarrollo Social, y Guilherme de Carvalho, director de Promoción y Educación en Derechos Humanos.
Ciertamente no podemos olvidar que, a pesar de las posiciones de Calvino, descritas anteriormente, el protestantismo surgió, objetivamente, como un movimiento de gran impacto, en la lucha por la libertad y la autonomía, dentro de la Iglesia Católica. Sin embargo, el estudio de este tema va más allá del objetivo de este trabajo. Solo pretende identificar los aspectos fatalistas de la doctrina protestante, que favorecen, en el plano político, la aceptación del autoritarismo y, en el plano económico, la ideología neoliberal.
Estos aspectos provocaron un gran retroceso, especialmente en países como Brasil, ganando un espacio considerable el neopentecostalismo y con él, opciones económicas, morales y políticas de sesgo conservador. Estos cambios ocurren pari pasú la severa disminución, entre los pastores, en la calidad de su formación, que suele durar seis meses, mientras que la de los clérigos de la Iglesia Católica dura cinco años. Todo ello contribuye a que el “núcleo duro” del bolsonarismo alcance un importante contingente de evangélicos, a través de una nociva combinación de bajo nivel cultural, fundamentalismo y concepción religiosa anclada en valores de mercado.
Además de los factores antes estudiados que condicionaron el voto en las elecciones presidenciales, conviene recordar, siguiendo la estela de Maquiavelo, que la Fortuna (casual, buena o mala suerte, o imponderable) también contribuyó a la puñalada sufrida por Bolsonaro. Ella fue la responsable del “giro”, que contribuyó decisivamente a su elección.
Brasil y Alemania
Los antecedentes que determinaron la debacle de los candidatos democráticos fue el surgimiento de un autoritarismo visceral, arraigado en las capas más ocultas de la formación social brasileña, nunca antes manifestado con tanta fuerza como ahora. Así, una mayoría de votantes dejó de optar por estos candidatos para seguir el camino oscuro, lleno de obstáculos, que representa la elección del capitán retirado.
Sintiéndose impotentes, los electores abdican de su derecho a elegir la alternativa político-electoral acorde con las políticas públicas con las que se identifican y con sus convicciones democráticas. Transfiere a una autoridad superior la resolución de los problemas que le aquejan a él ya la sociedad. Esta incapacidad para asumir sus responsabilidades como ciudadano atañe a la Psicología Social. Su estudio debe incorporarse a los instrumentos teóricos de los politólogos como uno de los aspectos más relevantes para comprender el comportamiento del hombre común en las sociedades contemporáneas.
El análisis de Theodor Adorno sobre la fuerza decisiva lograda por los procesos irracionales, inconscientes y regresivos que ocurrieron en los regímenes fascistas le sienta como anillo al dedo a Brasil. Ella "fue facilitada por el estado de ánimo de todos aquellos estratos de la población que sufren frustraciones, para ellos incomprensibles y que, por ello, desarrollan una mentalidad mezquina e irracional".
Esto se logra mediante una propaganda que simplemente “toma a los hombres por lo que son: los verdaderos hijos de una cultura estandarizada, en gran medida despojada de autonomía y espontaneidad”. Por el contrario, “sería necesario establecer metas cuyo logro trascendiera la statu quo psicológico y social”. Y concluye: “esto puede explicar por qué los movimientos de masas ultrarreaccionarios utilizan mucho más la psicología de las masas que aquellos que tienen mucha fe en ellos”.
El brillante psicoanalista y psicólogo social Erich Fromm, en su clásico libro El miedo a la libertad, escrito en 1941, analizaba los motivos que llevaron a los alemanes a acabar en el régimen nazi. Enfatiza que comprender la propensión del individuo, en tiempos de crisis, a renunciar a la libertad es una premisa esencial para enfrentar el peligro de que las sociedades democráticas se metamorfoseen en regímenes totalitarios.
La comprensión de este fenómeno pasa por la percepción de que la dinámica social interactúa dialécticamente con los procesos que actúan en el interior del individuo. Para entenderlos, misterio apreciarlos a la luz de la cultura que les da forma. Así, el análisis del aspecto humano de la libertad, y su relación con el autoritarismo, nos obliga a reconocer los factores psicológicos como fuerzas activas en los procesos sociales y enfrentar el problema de la interacción de factores psicológicos, económicos e ideológicos en la determinación de estos procesos.
Muchos alemanes no se imaginaban que el Líder Llegó a llevar hasta las últimas consecuencias lo que defendía. Así, “tomaron sus ideas como mera propaganda, si no como fantasías extravagantes. Nadie podía creer que ideas tan excéntricas y peligrosas como las expuestas en su libro mein kaft, algún día se pondría en práctica” (Hofer, p.14). Algo similar sucedió en Brasil, donde muchos de los que votaron por Jair Bolsonaro creyeron que sus posiciones extremas no eran más que bravatas, utilizadas solo como recurso táctico para triunfar en las elecciones.
Fromm destaca la importancia, para la ideología nazi-fascista, de los emblemas elegidos por los enemigos de la libertad humana, la cruz gammada y las vigas del fascismo que significaban “unión y obediencia”. También teníamos, en la época del régimen militar, un lema similar, como el ampliamente difundido “Brasil: ámalo, déjalo”. Y ahora tenemos “Brasil sobre todo y Dios sobre todo”, ambos de la misma matriz fascista.
En efecto, todos estos lemas buscan subliminalmente deslegitimar manifestaciones contrarias a las concepciones del sesgo totalitario, confundiendo el patriotismo con una visión homogénea de la nación. Excluiría a todos aquellos que no estén de acuerdo con esta visión, considerados enemigos que deben ser exiliados, arrestados o colocados, de una forma u otra, al margen de la ley.
Al abordar los aspectos psicológicos que determinan el voto por los nazis, Erich Fromm se expresa de la siguiente manera: “Nos vimos obligados a reconocer que millones de alemanes estaban dispuestos a renunciar a su libertad, al igual que sus padres estaban dispuestos a luchar por ella; que en lugar de desear la libertad buscaban formas de escapar de ella; que otros millones eran indiferentes y no consideraban que valía la pena luchar y morir por la libertad (Fromm, p.14).
Este hecho histórico también se aplica a las diferencias generacionales en Brasil con respecto a las opciones políticas. En la década de XNUMX, los jóvenes, y con ellos gran parte de la Nación, solo concebían su construcción sobre la base de los valores de la justicia social y la democracia. Estas preguntas formaban parte de su vida cotidiana. Por ellos, no pocos sacrificaron sus intereses inmediatos, algunos sus vidas. Hoy en día, muchos jóvenes, así como buena parte de los ciudadanos brasileños, ya no se guían por estos valores; en la práctica, los desconocen. Así, el voto por Bolsonaro estuvo guiado por el pragmatismo, poniendo en un segundo plano los valores democráticos e igualitarios.
En Europa, la despolitización del voto hizo que, cuando el fascismo y el nazismo subieran al poder, pocos imaginaran lo que estaba por venir, sin darse cuenta del estruendo del volcán que precedió a la erupción. A lo largo de la historia, sólo unos pocos genios como Marx, Nietzsche y Freud han perturbado el optimismo encaprichado del siglo XX.
En el campo de la psicología social, dice Fromm: “Freud fue más lejos que nadie al prestar atención a la observación y análisis de las fuerzas irracionales e inconscientes que determinan ciertos aspectos del comportamiento humano. Ellos y sus seguidores no sólo descubrieron el aspecto irracional e inconsciente cuya existencia había sido descuidada por el racionalismo moderno, sino que fueron más allá. Demostraron que estos fenómenos irracionales obedecían a ciertas leyes y por lo tanto podían ser entendidos racionalmente” (Fromm, p.17-18).
Sin embargo, Erich Fromm muestra que la contribución pionera de Freud fue, en muchos aspectos, superada dialécticamente por algunos de sus sucesores, como él mismo, especialmente en lo que se refiere al problema crucial de la psicología: la naturaleza de la relación del hombre con el mundo. Freud lo concibió como la satisfacción o frustración de tal o cual necesidad instintiva. per se, como resultado de fuerzas psicológicas naturalmente condicionadas.
Muy diferente es el pensamiento de Erich Fromm, para quien la sociedad no sólo tiene una función supresora y represiva, sino también creativa. En sus palabras: “La naturaleza del hombre, sus pasiones y angustias, son un producto cultural; de hecho, el hombre mismo es la creación más importante del esfuerzo humano. A su vez, las energías humanas se convierten en fuerzas productivas, moldeando el proceso social” (p. 2l).
"Libertad negativa"
Sabemos desde Marx que la naturaleza humana se deriva del proceso social y, por lo tanto, está sujeta a mejoras, incluso con respecto a la comprensión de los procesos políticos. Superar los impulsos que llevan a los hombres a la sumisión totalitaria a los salvadores de la Patria es uno de los mayores desafíos de esta y las siguientes generaciones. En efecto, las sociedades siguen dominadas por fuerzas que hacen que el hombre, en muchas ocasiones, renuncie a su libertad. En estos casos, su conciencia y sus ideales se reducen generalmente a la interiorización de demandas externas (que Fromm califica de “autoridad anónima” y Freud de “superyó”) y no a la expresión de objetivos surgidos de su propio “yo”.
Somos manipulados por una especie de fuerza difusa, invisible, para que no nos comportemos según valores que hemos elaborado, sino según el sentido común y las conveniencias sociales, consideradas “normales” y por la “opinión pública”. Sin embargo, alimentamos la ilusión ideológica de tener plena libertad, cuando, por regla general, si no nos nivelamos con los autómatas, nos acercamos a ellos. Pero lo que realmente determina nuestro comportamiento son las motivaciones inconscientes, que, aunque no resultan de nuestra elección original, son percibidas como si lo fueran por la mayoría de los individuos (Fromm, p. 202-203).
Vivimos bajo la égida del capital, que no favorece la formación de una conciencia crítica encaminada a la realización de los valores de igualdad y justicia social, ni práctica auténticamente democráticos, requisitos previos para la construcción de una sociedad libre. La opción mayoritaria, por parte del electorado, por un candidato simpatizante de la dictadura militar, abiertamente hostil a los derechos de los trabajadores, dejó claro que la lucha ideológica contra los valores propagados por el mercado, indispensable, no es, sin embargo. , suficiente para enfrentar la alienación de muchos votantes respecto a las virtudes de la democracia.
Se hizo evidente que la posibilidad de construir con éxito una ideología contrahegemónica tiene como requisito previo la comprensión de la realidad más íntima del individuo y de las constricciones psicológicas que la inducen, especialmente en situaciones que exacerban su sentimiento de impotencia frente al mundo. .- renunciar a su autonomía. Sin embargo, no cabe duda de que hemos avanzado, en las sociedades democráticas, en la conquista de las libertades individuales, ya que bajo su égida el Estado no puede entorpecer ni entorpecer su ejercicio.
Pero no por eso, los individuos han logrado, como muchos piensan, su autonomía efectiva: su conducta queda sujeta a la influencia determinante de condicionamientos de carácter psicológico que se traducen en la interiorización de demandas externas a su “yo”.. Tienden a conformarlos al pensamiento, estilo y forma de vida dominantes, alejándolos de sí mismos y de los demás, privándolos de razonar y comportarse de manera autónoma.
En otras palabras, el individualismo actual funciona como una envoltura, sofocando la afirmación del individualismo que libera: el que nos permite ser originales, razonar libremente y, sobre todo, exteriorizar nuestro pensamiento sin censura. Aplastada por este individualismo pervertido, reina la “autoridad anónima”, disfrazada de sentido común, de “comportamiento normal”, en fin, de posiciones conformadas por la “opinión pública”.
Algunos de ellos influyeron fuertemente en las elecciones de octubre de 2018, como el mito de que la corrupción era el problema número uno de Brasil, o que el “clamor popular” debería determinar la actuación de los poderes del Estado, como el judicial. La prevalencia de tales concepciones se deriva de lo que los marxistas llaman aparatos ideológicos, como el monopolio de los medios de televisión que existe en Brasil. Inculca en los individuos, apoyados en la casi exclusividad de los órganos de difusión del pensamiento y la cultura, la hostilidad hacia la política, como si de ella no dependieran todos los aspectos de la vida social.
Asimismo, presenta una posición única sobre temas caros al neoliberalismo, como la sacralización del “Estado mínimo”. Pero Internet, al revelar noticias falsas a gran escala y al mostrar la realidad de manera fragmentada, también contribuye a su distorsión. Al respecto, se verifica la convergencia del análisis marxista “heterodoxo” de Erich Fromm con el “clásico”, ya que “no fueron pocos los que, en el siglo XX, insistieron en que el individuo moderno se produce por la interiorización de profundos procesos disciplinarios y represivos” (Safatle, 2012, p. 69).
El adormecimiento de la capacidad crítica, derivado de ellas, llevó a los ciudadanos a despreciar el voto como instrumento de elección entre diferentes proyectos de sociedad. A pesar de subsumir una visión conformista de la política, se suponía que debían guiarse por sus propias opiniones, cuando, por regla general, seguían las impuestas desde fuera. Incluso cuando los tienen, prefieren no exteriorizarlos, ya que tal procedimiento puede marginarlos, dejándolos inseguros sobre las consecuencias que podrían resultar de su manifestación de autonomía.
Así, se convierten en semiautómatas, porque “el crecimiento de la base del ego se atrofia, superponiéndose a este ego patrones extrínsecos de pensamiento y sentimiento” (Fromm, p. 209). Ejercen lo que Fromm llamó “libertad negativa”. Subraya que “la obediencia no se reconoce como obediencia porque se racionaliza como “sentido común”, como aceptación de necesidades objetivas” (Fromm, 1965, p. 129).
Por eso, eventos sociales como reuniones familiares, celebraciones navideñas, reuniones de colegas y otras reuniones por el estilo están, en general, marcadas por la superficialidad, o incluso por la hipocresía. Sus protagonistas prefieren no correr el riesgo de las consecuencias del ejercicio de la libertad crítica –como la discusión de sus preferencias electorales– que podrían provocar rupturas difíciles de sobrellevar. También evitan opinar con franqueza sobre las dificultades en sus relaciones personales, cuando sólo ello puede propiciar el surgimiento de vínculos basados en la auténtica amistad, la sinceridad y el afecto.
La victoria de la libertad, al triunfar sobre las coacciones psicológicas y las deformaciones conductuales que la restringen, superando las relaciones vacías, da lugar al florecimiento de las potencialidades del individuo, fin y finalidad de la vida social. La sociedad construida sobre estas bases estará formada por personas sanas, vivas, mentalmente sanas, en contraste con la actual, formada por individuos adormecidos por los actuales mecanismos de control social.
En esta nueva sociedad, las personas podrán actuar de forma autónoma, plenamente conscientes de las realidades personales y sociales que les rodean. Para Fromm, se puede decir que son portadoras de un carácter revolucionario, pues, con los predicados anteriores, son las únicas que son capaces de promover el cambio. Sin embargo, “cuando todos estén despiertos”, concluye Fromm, “no habrá más profetas ni revolucionarios, sólo habrá seres humanos plenamente desarrollados” (Fromm, 1965, p. 130).
A juicio de este estudioso de la psicología social, ésta será una sociedad “en la que la vida no carecerá de ninguna justificación dada por el éxito o cualquier otra cosa, en la que el individuo no será subordinado ni manipulado por ninguna fuerza ajena, ya sea la Estado, el sistema económico o intereses materiales espurios. Una sociedad en la que los ideales del hombre no se limiten a la interiorización de demandas externas, sino que realmente provengan de él y expresen los objetivos que emanan de su propio ego”
* Rubens Pinto Lyra Es profesor emérito de la Universidad Federal de Paraíba.
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Referencias
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