el valor de todo

Gabriela Pinilla, La rama de olivo que no germinó. Pintura mural, 100 metros cuadrados, 2019, Bogotá, Colombia
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por Eleutério FS Prado*

Comentario al libro recientemente publicado de Mariana Mazzucato

He aquí, en un principio, una frase muy enigmática: “este libro se convierte en un mito moderno: la creación de valor en la economía”. ¿Cuál libro? Se trata de El valor de todo: producción y apropiación en la economía global, de Mariana Mazzucato. Allí, esta autora quiere discutir críticamente las narrativas –este es el término que utiliza– sobre la creación y apropiación de valor en la sociedad contemporánea. El tema fue central en el pasado, pero en el transcurso de fines del siglo pasado y principios del presente, según ella, ha estado algo ausente de la teoría económica. En cualquier caso, cree que lo que ahora se requiere es “un tipo de narrativa radicalmente diferente sobre quién creó originalmente la riqueza y quién la extrajo posteriormente”.

¿Por qué la creación de valor les parece un mito? Ahora bien, es ella misma la que da la explicación. Al usar esta palabra, hace referencia a una recomendación de Platón en La republica, según el cual es necesario “observar a los creadores de fábulas”. Por tanto, este autor –y esto debe quedar claro desde el principio– no aborda el tema del valor económico en el campo de la ciencia moderna, sino desde la perspectiva de un discurso que se hace a sí mismo, sin ser prisionero de la realidad. y al real subyacente por deber oficial. De ahí el recuerdo de la mitología y su vocación de transmitir lecciones morales. No teme remontarse a la antigua Grecia, a una época en la que supuestamente los narradores difundían los valores. Es decir, toma la enseñanza de Platón desde una perspectiva posmoderna ya que, como él piensa y como debió quedar claro, todo se resuelve como una cuestión de narraciones.

Pero, ¿por qué volver a la cuestión del valor de manera tan enfática? Mazzucato -así como muchos otros economistas del sistema- parece estar desconsolado con el rumbo actual del capitalismo. Si esto había prometido mucho durante dos siglos, aunque muy turbulentos y salpicados de crisis menores y mayores, ahora decepciona como poco productivo, apropiador y solo preocupado por el dolor de los ricos, y no por el dolor del mundo. Por lo tanto, a ella le gustaría verte cambiado y revigorizado como creador de riqueza para muchos. Y, para eso, cree que primero es necesario reconsiderar nuevamente la cuestión del valor económico, para distinguir claramente quién lo produce y quién se lo apropia.

Pretende, por tanto, renovar “el debate sobre el valor que solía estar –y debería estar– en el corazón del pensamiento económico”. Su objetivo, como se desprende del título del libro, es hacer una distinción entre las actividades que producen valor y las que solo se lo apropian, con el objetivo de denunciar el rentismo como una enfermedad que actualmente debilita el alma, pero también, en consecuencia, el cuerpo mismo – del sistema económico. Ese sistema que Adam Smith había visto nacer y florecer tan increíblemente en el último tercio del siglo XVIII ahora parece caminar lenta y tambaleante como un anciano cansado; por lo tanto, no ha sido más capaz de producir una prosperidad generalizada incluso en el centro del sistema globalizado. Ahí lo que se ve, como señala, es que “la desigualdad aumenta mientras la inversión en la economía real disminuye”. En otras palabras, nos enfrentamos a un estancamiento concentrador del ingreso.

La distinción entre actividades productivas e improductivas, entre creación y extracción, e incluso destrucción, de valor le parece crucial porque quiere hacer, a partir de ella, una crítica al capitalismo contemporáneo. Más que eso, porque quiere reorientarlo para que sirva al bien común y no al enriquecimiento de unos pocos.

Pero, después de todo, ¿qué es el valor a tu entender? Según ella, “el valor (...) en esencia, es la producción de nuevos bienes y servicios”. Como los servicios son bienes consumidos en el mismo momento en que se producen, en definitiva, valor para ella es lo mismo que bien. Por lo tanto, es menos que una definición, una mera tautología. Pero eso no es todo: como el término “bien” es sinónimo del término “valor de uso”, este exitoso autor identifica valor económico con valor de uso.

Ahora bien, ¿cómo se determina cuál es el valor de uso para el ser humano en un momento histórico determinado? Todo lo que se acepta como tal se convierte en valor de uso, todo lo que satisface o parece satisfacer necesidades, vengan, como dice Marx, del estómago o de la fantasía. Es, por tanto, la práctica social efectiva, material, concreta, la que hace que las cosas se conviertan en valores de uso, y no meros relatos o narraciones.

Mazzucato, además, también se aparta de la tradición de la economía política en otro sentido. Contradice a Adam Smith, ya que este autor diferencia entre “bien” y “mercancía”, porque la mercancía es un bien económico producido para el mercado – y no para consumo propio. Por eso dice de la mercancía que es valor de uso y valor de cambio y procede a investigar qué determina el valor de cambio de las mercancías en general –algo que sucede en los mercados, pero que obedece a una ley oculta que busca descubrir a través de un teoría del valor. Smith, por tanto, se sitúa en el campo del conocimiento científico al tratar el tema del valor económico. Investiga la objetividad social sin mirar sólo cómo aparece.

En todo caso, este autor sí quiere volver a la cuestión del valor en la economía política. Para ella, no solo es problemático, sino inmoral confundir la producción de valor con la extracción de valor. “Su finalidad” –afirma– “es cambiar el estado de las cosas”, comenzando enseguida –como se ve– por afirmar que es necesario hacer una gran revolución en la comprensión de una palabra. Porque, “la forma en que se usa la palabra 'valor' en la economía moderna ha hecho cada vez más fácil que las actividades de extracción de valor se enmascaren como actividades de creación de valor”.

Ahora bien, el desplazamiento de esta cuestión del duro terreno de la objetividad social al campo fluido de la filosofía moral, pero aún dentro del imaginario socialmente compartido, tiene profundas consecuencias. Porque, como sabemos, ésta tampoco está libre de la apariencia de las cosas, sino que, por el contrario, trabaja subjetivamente. En todo caso, así es como ella puede distinguir “ingresos” de “ganancias” a través de juicios morales: los ingresos, para ella, son ingresos no ganados y los beneficios son ingresos ganados. Es claro que esta distinción -incluso en su perspectiva- no puede basarse únicamente en un corte arbitrario, sino que, además, debe basarse en una comprensión del valor que sea independiente de la mera opinión y que tenga algún fundamento en el propio capitalismo.

En cualquier caso, de su forma de pensar, se debe concluir que las ganancias recibidas por los capitalistas industriales son ganancias legítimas, pero ciertas ganancias recibidas por los capitalistas financieros no lo son. Ahora bien, ¿qué contenido debe tener una concepción del valor para sustentar esta afirmación? Simplemente decir que los primeros producen valor, pero los segundos no, no parece ser suficiente, incluso si parece apuntar a algo relevante. Hay, además, otras dimensiones de este problema que se quiere afrontar, que conviene explicitar antes de aclarar mejor cómo se busca solucionarlo.

He aquí, Mazzucato considera al Estado como el principal inductor y hasta el gran productor de innovaciones tecnológicas en las naciones capitalistas. Como son fuentes de progreso en la producción de bienes, el Estado debe participar en su comprensión del mundo como productor de valor. En consecuencia, frente a los impenitentes defensores del mercado, el poder central figura en su estudio como guía de los mercados, compensador de las desigualdades y guardián del progreso. Como la cuestión del valor fue planteada por ella dentro del discurso que se genera en la sociedad –y no en el campo de la investigación científica de una realidad históricamente planteada–, concluirá, explícitamente contra los economistas clásicos y Marx que descubren el valor sólo en la producción de bienes, que “el Estado puede aportar a la idea de valor”.

Pero también está para ella el problema de producir daño social – lo que en inglés se llama “bads”. ¿Qué pasa, por ejemplo, con la generación de contaminación que a menudo ocurre junto con la producción de bienes? Para los economistas clásicos, la contaminación es una carga social que se genera porque, al depredar a la naturaleza, el capitalismo ahorra trabajo socialmente necesario para la producción de bienes. Es una ventaja que los capitalistas obtienen gratuitamente y que les permite mantener más bajo el valor y el valor de cambio corriente de las mercancías. He aquí, su objetivo primordial es el lucro que proviene de la propiedad privada de los medios de producción y no el bienestar de la sociedad.

Para los economistas neoclásicos, dado que la contaminación no se aprehende como tal en el cálculo del costo privado de producción, no parece afectar directamente el valor de mercado de los bienes y servicios. Esto, según ella, se determina a través de la interacción entre la oferta y la demanda. Sin embargo, para ellos, este es un daño social que indirectamente puede afectar los precios. Se trata, por lo tanto, como una externalidad: un gravamen sin precio, pero que distorsiona los costos privados y afecta los costos sociales de producción, si no a corto plazo, al menos a largo plazo. En cualquier caso, Mazzucato critica y descalifica esta teoría: “en lugar de ser una teoría del valor que determina el precio, hay una teoría del precio que determina el valor”.

Pero, para Mazzucato, estas dos formas de pensar los precios son deficientes. La evaluación económica se da en el ámbito del mundo de la vida y debe tener como atributo esencial ser moralmente justo. Como resultado, su juicio sobre la contabilidad social que se hace actualmente en los países capitalistas es más severo.

Esto es lo que escribe: “una nueva fábrica que es valiosa desde el punto de vista económico, pero contaminante, puede ser vista como no valiosa”. Es decir, aunque el sistema de valoración extraído del propio sistema en funcionamiento a través de los mercados trate a esta fábrica como valiosa, una norma de valoración decente debería afirmarla como no valiosa. Todo sucede como si fuera, pues, señalando un déficit de racionalidad en el modo de evaluación que respeta lo que presentan los propios mercados. He aquí, toman los precios como meros espejos del valor de las cosas, cuando, en realidad, ellos mismos deberían reflejar una valoración más justa.

Es indudable que este autor no quiere pensar a través del concepto, a través de la exposición del pensamiento concreto. Otro, pues, es su camino. Obsérvese, sin embargo, lo siguiente: si la realidad ya es siempre simbólica como parece pensarse, fue puesta a través de una praxis material y, por tanto, contiene en sí misma no sólo su verdad objetiva sino también su propia ideología. Y es esta realidad, con su esencia y apariencia, la que debe ser investigada y expuesta con el máximo rigor conceptual. Bueno, ella no lo cree así. Rechaza el pensamiento positivo para caer en una supuesta autonomía constructivista del lenguaje.

Después de presentar con cierto detalle las teorías del valor objetivo de la economía política clásica y las teorías del valor subjetivo de las ciencias económicas, Mazzucato necesita y quiere abordar la cuestión de otra manera. Pero también se basa en la antigua distinción entre actividades de valor productivas e improductivas. Dicho esto, debe enfrentarse al problema de decir qué poner en el primero y qué poner en el segundo. Hay que crear un proceso de evaluación, ya que los que aportan las teorías económicas clásicas y neoclásicas, aunque pretendan basarse en la realidad, parecen insuficientes.

La crítica de la economía política también fracasó, según ella, porque consideraba que las actividades estatales carecían de valor. En su concepción, el valor no puede ser pensado como algo que se crea en el ámbito de la empresa privada, sino como resultado de un proceso colectivo que involucra a múltiples actores del sector público y privado.

En términos generales, esto es todo de lo que trata la parte principal del libro; está precedido por una presentación resumida de “historias de creación de valor”. En los dos primeros capítulos, expone las dos grandes corrientes de la teoría del valor mencionadas. En el tercero, analiza críticamente cómo el sistema de contabilidad nacional define las actividades económicas productivas. En los capítulos cuatro, cinco y seis, examina el fenómeno de la financiarización, lo que supone una solución al problema de separar las actividades productivas de las improductivas. En el capítulo siete, trata sobre el valor supuestamente creado por la generación de innovaciones. En el capítulo ocho, pregunta “por qué siempre se describe al sector público como lento, aburrido, burocrático e improductivo”. Finalmente, en el capítulo noveno, se ocupa de la “economía de la esperanza”, en la que “llama a la economía a una misión”, que es construir “un futuro mejor para todos”.

Ahora es necesario examinar algo que ella misma dice al comienzo de la obra y que en un principio parece asombroso: “este libro no pretende defender una correcta teoría del valor”. Bueno, si no presenta una teoría del valor, ¿cómo puede criticar el capitalismo contemporáneo, diciendo que actualmente privilegia actividades que no producen valor? Pero eso tiene una explicación y ya se esbozó al principio de esta reseña, que no está exenta de ser crítica. Véase, en primer lugar, lo que dice en secuencia: “en cambio, [el libro] busca hacer [de la cuestión del valor] una vez más un área de intenso debate, relevante para los tiempos de turbulencia económica en los que vivimos. . El valor no es algo determinado, inequívocamente dentro o fuera de la frontera de producción: es algo moldeado y creado”.

¿“Creado y moldeado”? Sí, implícitamente, significa que el valor se crea y moldea en una práctica social que antes estaba estructurada a través de instituciones. Y sólo después de haber sido creado puede distribuirse y apropiarse a través de los mecanismos del sistema económico. Apoyándose en Karl Polanyi, Mazzucato escribe, entonces, que “los mercados son entidades profundamente arraigadas en las instituciones sociales y políticas”.

Los mercados son, para ella, procesos socialmente complejos, que surgen de la interacción de muchos actores, entre los que se incluye al propio gobierno. Pero, ¿qué hay detrás de la creación de instituciones? Un mundo de vida que se forma y reforma continuamente a través de interacciones lingüísticas, que las personas producen y comparten a través de su subjetividad. Por tanto, si se quiere cambiar el mundo económico, según ella, hay que empezar por cambiar la comprensión del valor.

Para ella, por tanto, es necesario repensar este tema. Juzga, entonces, que el valor no es ni objetivo, es decir, creado en la práctica material de los seres humanos en la actividad productiva, ni subjetivo, es decir, algo que ocurre en la cabeza psicológica de los individuos como tales. Sucede como una creación de la práctica lingüística en la que todos los humanos están enredados desde temprana edad, cuando aprenden a hablar, cuando ingresan al orden simbólico. En consecuencia, el valor, para ella, es lo que se pone en el mundo de la vida social como valor.

En consecuencia, concede una enorme importancia a la “performatividad” del discurso del valor. Es necesario ver que “la forma en que hablamos de las cosas afecta los comportamientos y, en consecuencia, la forma en que teorizamos”. Para cambiar el mundo, porque -se sigue lógicamente- sólo es necesario cambiar la forma de hablar de él, basta con hacer una revolución en el mundo de los sentidos, de tal manera que esta revolución se convierta en una “profecía autocumplida”. ”. Por respeto a la democracia -meritorio, pero equivocado- simplemente quiere colocar la cuestión del valor económico en el campo de la discusión y la comunicación entre las personas. Porque, para ella, así es como cambia el mundo.

Esto es lo que dice: “una vez que se corrige la narrativa sobre la creación de valor, pueden venir cambios…”. Pues, “en este nuevo discurso (…), tanto el sector público como el privado, y todas las instituciones intermedias, se nutren y refuerzan mutuamente en pos del objetivo común de creación de valor económico”. Dice, pero hay que dudar: ¿es realmente así como cambia el mundo?

En este punto, es necesario ver que los valores de uso –es decir, valores, para ella– no pueden ser valores de uso en general, es decir, para todos los que viven en una determinada sociedad. Por su propia naturaleza, los valores de uso no pueden ser universales; por el contrario, siempre dependen de la evaluación de la utilidad de las cosas, que es siempre privada e individual. Así, lo que es valor de uso efectivo para unos, ciertamente no será valor de uso para otros. Por lo tanto, no es lógicamente posible encontrar lo que busca, no sólo en una sociedad tan dividida como la capitalista, sino en cualquier otra sociedad. Lo que cuenta como un valor en este sentido seguirá siendo para siempre un tema controvertido exento de cualquier criterio de demarcación.

Además, una mera separación entre lo valioso y lo dañino no va muy lejos. Valor y daño, en esta perspectiva, ordenan el mundo económico bajo los criterios del bien y del mal, juzgan lo que produce bienestar y lo que genera malestar. Puede permitir expresiones de insatisfacción, exaltaciones y condenas, pero no produce una crítica radical del modo de producción existente. Hablando como lacaniana, el concepto de valor que considera necesario para cambiar la sociedad debe ser de orden simbólico, pero el concepto de valor que ella utiliza –y que identifica con el de valor de uso– es de orden imaginario, incluso si no es individualista. Su proyecto, por lo tanto, es un callejón sin salida.

Como puede verse, estamos ante una teorización que no quiere ser una ciencia de lo social tal como existe y se ha planteado históricamente. Por tanto, no merece, por tanto, gran atención por parte de la crítica del capitalismo, a pesar de estar guiada por un humanismo del que no se puede prescindir en última instancia. “El valor de todo”, es decir, el libro de Mazzucato –en la tesis aquí esbozada– no vale casi nada como aporte para comprender o criticar el capitalismo. Sin embargo, no es una protesta más contra la austeridad y la financiarización.

Carece de una perspectiva científica que pueda ocuparse de este objeto complejo, que favorezca una praxis crítica que no sólo reproduzca lo existente, sino que verdaderamente lo transforme. Sin una teoría del valor explícita e internamente consistente que se remonte al capitalismo realmente existente –aunque pueda ser errónea en principio como cualquier teoría científica– no se puede distinguir entre actividades productivas e improductivas y, por lo tanto, producción a partir de la mera apropiación, no se puede criticar capitalismo contemporáneo. Y ni siquiera ser capaz de transformarlo.

* Eleutério FS Prado es profesor titular y titular del Departamento de Economía de la USP. Autor, entre otros libros, de Complejidad y praxis (Pléyade)

Publicado originalmente en el sitio web Otras palabras.

referencia


Mariana Mazzucato. El valor de todo: producción y apropiación en la economía global. Traducción: Camilo Adorno y Odorico Leal. São Paulo, Portafolio Peguin, 2020, 416 páginas.

 

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