por LORENZO Vitral*
Apoyar políticamente a quienes defienden la muerte y la tortura no es compatible con la doctrina cristiana
Es una perogrullada admitir que el fascismo adora la muerte. Desde el grito del general franquista Millán-Astray (“¡Abajo la inteligencia, viva la muerte!”), hasta el papel jugado por el nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial, nos intriga la aparente evasión del ámbito de la razón de esta fundamental característica del fascismo.
En nuestro país nunca hubo dudas sobre la compatibilidad de este fenómeno con las “ideas” del actual gobierno. Desde el “disparo de armas” en 2018, el desprecio por la mortalidad provocada por la epidemia de Covid-19, el armamento de la población civil hasta la realización de magnicidios políticos, nos encontramos en un registro sociopolítico que podemos catalogar como fascista; Además del rasgo comentado, el “espíritu” actual del país encaja bastante bien en los 14 (catorce) criterios propuestos por Umberto Eco para clasificar este tipo de régimen político.[ 1 ]
Por otra parte, nos invade una sensación de extrañeza cuando comprobamos que muchas personas que comparten la fe cristiana, ya sea protestante, neopentecostal o católica, consienten en este estado de cosas o, al menos, su desaprobación no es visto de manera inequívoca. La primera explicación que se nos ocurre es admitir que existen intereses ocultos o inconfesables en apoyar al actual gobierno por parte de la cristiandad, como pudo haber sido el caso de la aparente corrupción en el MEC durante la administración de Milton Ribeiro. Al fin y al cabo, apoyar políticamente a quienes abogan por la muerte y la tortura no es compatible con la doctrina cristiana, lo que lleva a pensar que el apoyo cristiano a lo que acaeció a nuestro país sólo encuentra razones en circunstancias excepcionales, con justificaciones de otra índole.
Sin embargo, la razón alegada no nos parece suficiente. Pensemos, pues, en cómo la muerte y el asesinato son realmente concebidos en la doctrina cristiana, tomando el Sagrada Biblia como referencia.
Está, por supuesto, el mandamiento “No matarás” y la condenación del primer asesinato que fue la muerte de Abel por Caín (Génesis:4:3-8); Caín recibe una marca o señal ("owth") por su crimen, pero no se le da muerte. Sin embargo, en otras partes del Antiguo Testamento, especialmente en los campos de batalla, el asesinato no es repudiado. Hay, entre otros, pasajes como el siguiente: “Con la aprobación divina, Josué destruye a todo el pueblo de Hai, matando a 12.000 hombres y mujeres, sin que escape ninguno (Joshua 8: 22-25); “De las ciudades de estas naciones que Jehová vuestro Dios os da por heredad, no dejaréis vivir nada que respire” (Deuteronomio 20:16). ¿Cómo entender el aparente antagonismo de estos pasajes bíblicos? Como todo indica, el asesinato se constituía en pecado sólo cuando se mataba a miembros del propio pueblo, sus iguales, pero no si el objetivo eran enemigos del propio pueblo, incluidas mujeres y niños en esa lista.[ 2 ]
La relativización del valor de la vida en todas sus manifestaciones y la apología del asesinato, que nos ha echado su manto, parece refugiarse así en el rechazo de la legitimidad de la alteridad que, lejos de poder participar en un proceso de la inclusión a través de la republicana, puede y debe ser eliminada; después de todo, dado que son diferentes, son enemigos. En otras palabras, como no puede manifestarse la razón –como en el grito del general fascista– que impide el pensamiento dialéctico, no hay inclusión del antagonismo; el diferente es el enemigo ya que, en este enfrentamiento, éste debe ser concebido como débil, castrado, lo que hace inteligible el porqué de la misoginia fascista, la homofobia y el racismo.
Los cristianos nacionales que omiten o condonan este estado de cosas no han podido llegar a la versión síntesis del Nuevo Testamento de los mandamientos, es decir, “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, de la epístola paulina (Romanos 13:9). Para estas agrupaciones religiosas, sin embargo, que no por casualidad se acercan, con más énfasis, a la palabra veterotestamentaria, mimetizando elementos del judaísmo, en cambio, se refuerza un bien considerado supremo, que no admite relativizaciones, y parece, así, jerárquicamente superior al valor de la vida: es la propiedad privada la que viene acompañada de su transmisión hereditaria.
Recordemos que la primera conceptualización cultural colectiva que justificó la adhesión al armamento civil fue la defensa de la propiedad privada. El loco miedo al “comunismo” en un mundo sin comunismo gana, en este contexto, su justificación: ahora, como muestra el clásico de Friedrich Engels sobre la propiedad privada, la formación de la familia monógama tiene entre sus bases la conservación y transmisión de la propiedad privada. propiedad, que suprime una configuración de “comunismo primitivo”. Con el advenimiento de la historia, para garantizarla u obtenerla, todo está permitido, dependiendo, por supuesto, del origen étnico-social y de la compacidad entre iguales.
Tampoco es casualidad que, entre las muchas muertes y asesinatos recientes, la muerte de Dom Luiz de Orleans e Bragança, descendiente de la familia real brasileña, vinculada a la TFP (Tradición, Familia, Propiedad), haya merecido luto oficial.
*Vitral de Lorenzo Es profesor titular de la Facultad de Letras de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG).
Notas
[ 1 ] https://homoliteratus.com/14-caracteristicas-do-fascismo-segundo-eco/
[2] (http://www.justificando.com/2015/07/27/o-homicidio-e-suas-razoes-numa-perspectiva-historica-social/