por CLAUDIO KATZ*
La caracterización del estatus internacional de Rusia requiere el registro de que el poder renovado alberga alguna variedad potencial de imperialismo.
Algunos pensadores eximen al Kremlin de responsabilidades imperiales por sufrir hostilidades de Estados Unidos (Clarke; Annis, 2016). Pero esta agresión solo confirma la naturaleza de los acosadores sin aclarar el estado de los acosados. El hecho de que Rusia sea un objetivo prioritario de la OTAN no coloca automáticamente a esa potencia fuera de la dinámica imperial.
La pertenencia de los antiguos socios de la URSS a la Alianza Atlántica tampoco arroja luz sobre el perfil del gigante euroasiático. La exclusión o participación de Rusia en el círculo de gobernantes internacionales debe evaluarse analizando la política exterior de Moscú.
¿Un perfil semicolonial?
La caracterización del estatus internacional de Rusia requiere registrar que el poder renovado alberga alguna variedad potencial de imperialismo. Este punto de partida es rechazado categóricamente por los autores, quienes observan que el país está muy cerca de la dependencia semicolonial. Consideran a Rusia como una submetrópolis sujeta a la dominación extranjera (Razin, 2016).
Pero es muy difícil encontrar datos que respalden tal diagnóstico. Es evidente que Moscú actúa como un gran jugador internacional, compitiendo con Washington por el mayor arsenal atómico del planeta. Todas sus acciones ilustran un rol externo, no solo en sus fronteras, sino también en escenarios mundiales exaltados como el Medio Oriente.
Cómo una semicolonia pudo establecer tal presencia mundial es un misterio irresoluble. Tampoco se entiende cuál sería el aparato estatal extranjero que dominaría Moscú: ¿Washington, Berlín, París? Tiene poco sentido presentar a Putin, que está en pie de igualdad con Biden, Merkel o Macron, como un títere de estas metrópolis.
La calificación de Rusia como semicolonia se basa en unos datos perdidos de gran impacto económico exterior en determinadas ramas productivas o de servicios. Pero el concepto de semicolonia involucra la esfera política y presupone una falta de soberanía. Las principales decisiones de la administración rusa serían tomadas por un mandato extranjero, siguiendo la norma que imperaba en África, Asia o América Latina en el siglo XIX.
Lo absurdo de esta caracterización deriva de la recreación de un concepto obsoleto. Las colonias y semicolonias formaron un dispositivo de dominación del imperialismo clásico, que perdió importancia con la descolonización de posguerra. Las modalidades de dependencia explícita fueron sustituidas por otras formas de control extranjero, más adecuadas a los intereses de las nuevas burguesías locales de la periferia.
Rusia no encaja en ninguna de las situaciones obsoletas del siglo pasado. Tampoco encaja en el razonamiento guiado por la distinción excluyente entre gobernantes imperialistas y gobernados semicoloniales. No solo Rusia queda fuera de esta clasificación. La grosera y excluyente división entre estas dos polaridades conduce a numerosos errores, como ubicar a Turquía en el universo semicolonial oa Corea del Sur entre los estados imperialistas. La complejidad del siglo XXI no puede abordarse con tales simplificaciones.
argumentos inapropiados
Otros puntos de vista se oponen más razonablemente a las tendencias imperiales de Rusia. Señalan la distancia de Putin con los zares como un índice del distanciamiento ruso actual de las ambiciones territoriales pasadas. Esta brecha histórica es ciertamente sideral, pero solo confirma que el imperialismo del siglo XXI se parece poco a sus predecesores. Este divorcio no aclara el escenario actual, ni aclara el estatus de Rusia en la era contemporánea.
El alcance del poder militar del país es un aspecto más discutido del establecimiento del estatuto imperial (Williams, 2014). Algunos enfoques postulan que el enorme arsenal persiste como una simple herencia de la Unión Soviética. Pero omiten que este aparato no es tratado por Putin como un legado incómodo, para ser erradicado lo más rápido posible. Esta actitud fue adoptada por Yeltsin y revertida por su sucesor. Durante las últimas dos décadas, Moscú ha modernizado su estructura militar y tiende a transformarla en una importante herramienta de política exterior.
Algunos analistas también destacan la limitada efectividad práctica del dispositivo atómico de Rusia. También consideran que el poder de las fuerzas convencionales del país es muy limitado en relación a los rivales de la OTAN (Clarke: Annis, 2016). Pero esta valoración no tiene en cuenta otros planes de acción bélica. Rusia es el segundo mayor exportador de armas del mundo, está presente en varias zonas calientes y hace uso de su enorme capacidad para suministrar instrumentos letales.
Basta observar el fuerte regreso del país al continente africano para notar esta influencia. En Malí, la empresa de seguridad privada rusa Wagner sustituyó recientemente a los soldados franceses en la protección del territorio frente a dos poderosas organizaciones vinculadas a Al-Qaeda y Daesh (Calvo, 2021). En República Centroafricana, la misma empresa realizó una sustitución similar, tras haber probado esta operación en Mozambique.
El regreso de Rusia al continente africano tiene poca importancia económica, pero la venta de armas es asombrosa. Casi un tercio de los nuevos equipos adquiridos por ese continente se negocian con Moscú, y la mitad de los gobiernos africanos han firmado acuerdos militares con este proveedor (Martial, 2021). La intervención en Siria proporciona otra indicación visible de la importancia de la guerra en la política exterior rusa.
tendencias opresivas
El protagonismo de Rusia en el mercado mundial de armas se complementa con estrategias defensivas (ante la presión estadounidense) y acciones de control directo en zonas fronterizas. En estas incursiones, Moscú no ayuda a sus vecinos, sino que refuerza sus propios intereses. La sugerencia de conducta solidaria embellece el sentido real de estas operaciones.
Así como China comercia e invierte en la periferia para beneficiar a sus empresas, Rusia emplea tropas, proporciona asesores y vende armas para aumentar su influencia geopolítica. La estrategia económica del gigante oriental y la diplomacia militar de la naciente potencia moscovita no están guiadas por normas de cooperación.
Los últimos vestigios de estos principios fueron enterrados con la desaparición de la Unión Soviética. Vladimir Putin ni siquiera ha articulado ninguna justificación para su reciente despliegue de tropas en Kazajstán. Simplemente aplicó las disposiciones del Tratado de Seguridad Recíproca (OTSC) para sostener un régimen relacionado.
Los autores que evitan criticar esta política de dominación suelen destacar la presencia conspirativa del imperialismo occidental. Pero subrayan esta interferencia sin mencionar los abusos de los gobiernos respaldados por Moscú. Presentan, por ejemplo, la reciente rebelión en Kazajstán como un golpe planeado por agencias estadounidenses (USAID, ONG), que fue aplastado sensiblemente por soldados rusos (Ramírez, 2022).
Esta interpretación omite la existencia de protestas masivas contra un gobierno neoliberal, que eliminó todas las redes de seguridad social para enriquecer a la oligarquía de Nazarbayev. Esta élite compartió las enormes ganancias de los ingresos del petróleo con las empresas occidentales (Kurmanov, 2022).
Los trabajadores petroleros lucharon contra este despojo en una larga sucesión de huelgas (2011, 2016), que fueron respondidas con garrotes por el oficialismo. La ilegalidad del Partido Comunista y otras fuerzas de izquierda aclara cualquier duda sobre el perfil regresivo de este gobierno (Karpatsky, 2022).
La intervención militar rusa para sostener este régimen es muy ilustrativa de las tendencias opresivas de Moscú. Las opiniones que ignoran este rumbo tienden a reproducir la imagen edulcorada que transmite la propaganda oficial. Presentan las acciones de Rusia fuera de sus fronteras como datos actuales de la realidad militar contemporánea. A lo sumo presentan descripciones que no aclaran el significado de estas incursiones.
Es cierto que el estatus imperial de Rusia no ha sido resuelto, está en pleno desarrollo y no puede ser aclarado por definiciones sumarias. El país es hostil a Estados Unidos y comparte cierta asociación con China en un bloque no hegemónico. Pero al mismo tiempo, recoge crecientes evidencias de comportamientos externos opresivos, que son ignorados por ojos indulgentes.
Moscú aún no ha cruzado la línea entre la gestación y la consumación de un estatuto imperial, pero estas tendencias están presentes en muchos planos. Rusia no actúa en pie de igualdad con Estados Unidos, sino que emplea comportamientos propios de un dominador. La ignorancia de este curso es prisionera del razonamiento binario, que reduce la división del mundo en dos campos. Esta simplificación idealiza a Rusia, olvidando el carácter capitalista del sistema sociopolítico que impera en ese territorio. Esta base otorga un importante potencial imperial a un país con una larga tradición de liderazgo en los asuntos mundiales.
Arbitrajes y tensiones
El acoso occidental a Rusia ha despertado cierta simpatía por Vladimir Putin en los círculos progresistas. Hay opiniones favorables e incluso presentaciones del líder ruso como una figura heroica que se enfrenta al imperialismo.
Este elogio se intensificó al calor de un fuerte enfrentamiento dentro de Rusia con la derecha liberal, auspiciado por el Departamento de Estado. Putin contradice a los ahijados del grupo que enterró a la URSS, y particularmente a Navalny, el personaje idolatrado por Washington y apoyado por sectores medios prooccidentales en Moscú y San Petersburgo.
Estos sectores consideran que Vladimir Putin gobierna un país habitado por personas culturalmente inmaduras y estructuralmente incapaces de actuar democráticamente. Con esta mirada desdeñosa hacia sus propios conciudadanos, redoblan las campañas contra el “populismo”, que los grandes medios de comunicación propagan por todo el planeta (Kagarlitsky, 2016).
Vladimir Putin ha criticado duramente a esta oposición de derecha, prohibiendo sus manifestaciones y encarcelando a sus líderes. Con esta respuesta contundente, neutralizó a los sucesores de Yeltsin y unió el frente interno. Se apoya en sectores que favorecen la estabilidad y fundamentan un entramado burocrático basado en la población desfavorecida. El jefe del Kremlin también demostró una gran capacidad para incorporar oponentes y distribuir partes del poder.
El éxito de esta política reforzó su imagen de líder que desmantela conspiraciones. Pero esta eficacia no lo convierte en un exponente del progresismo. Las denuncias de su comportamiento represivo no son meras fabricaciones de la CIA. Fue acusado de eliminar a opositores con polonio en Londres y de ordenar el derribo del avión que causó la muerte de 300 civiles en 2014. Recientemente prohibió la organización. Memorial, que investiga los crímenes del estalinismo (Poch, 2022).
Vladimir Putin preside un régimen que ha restaurado el capitalismo en beneficio de los oligarcas, a expensas de la mayoría popular. Su prolongada continuidad al frente del Estado asegura los privilegios de los millonarios, que controlan los sectores más rentables de la economía. El presidente ruso prioriza mantener su autoridad entre diferentes segmentos de la élite. Trabaja para mantener el equilibrio entre estas facciones y periódicamente renueva acuerdos con partidos cercanos o alejados de la oficialidad (Rusia Justa, Pueblo Nuevo, Rusia Unida) (Kagarlisky, 2021). Con este liderazgo sostiene una política exterior de resistencia a la OTAN y recuperación del control del espacio postsoviético.
Hasta la incursión en Ucrania, Vladimir Putin operó con mucha astucia en el ámbito internacional. Aseguró el bloque defensivo con China, pero intensificó las relaciones con los rivales de Pekín (Corea del Sur, Japón, India, Vietnam) para contrarrestar la brecha económica adversa con su socio. Estos movimientos a nivel mundial permiten sostener la prolongada supremacía interna del líder moscovita.
la izquierda delante de Vladimir Putin
Vladimir Putin construyó su liderazgo durante su mandato inicial de 1999 a 2008. Luego aseguró otro mandato en 2012 y luego enmendó la Constitución para extender su presidencia, con enmiendas que le permitirían gobernar hasta 2036. Esta durabilidad se ve reforzada por mecanismos de fraude institucionalizado, que garantiza resultados favorables en todas las encuestas. Algunos analistas estiman que en las últimas elecciones mantuvo la mayoría en la Duma falsificando el sistema de voto electrónico (Krieger, 2021).
Estas anomalías no solo son denunciadas por observadores occidentales sesgados. También están expuestos por las corrientes de izquierda que operan dentro de Rusia. Señalan la existencia de numerosos obstáculos para la formalización de candidaturas opositoras y mencionan la existencia de sofisticados dispositivos para sumar o restar votos.
Pero, contrariamente al pasado, Vladimir Putin está comenzando a enfrentar serios callejones sin salida. Ganó las recientes elecciones con el peor resultado desde 2003 y su gestión de la pandemia fue muy criticada por el reducido apoyo del Gobierno a la población. En un escenario de cierre de empresas, pérdida de empleos y dificultades entre los migrantes del interior, favoreció los beneficios fiscales para las grandes empresas.
La izquierda dentro de Rusia debe lidiar con un presidente en conflicto con el agresor estadounidense, quien al mismo tiempo consolida un régimen capitalista basado en la desigualdad. La erosión de la cohesión social y la profunda desmoralización política han obstruido hasta ahora las protestas masivas. Las negativas consecuencias de la implosión de la URSS siguen pesando sobre una sociedad plagada de frustración y apatía.
Pero los prometedores resultados de la izquierda en las últimas elecciones introducen un poco de esperanza para salir de este túnel. El Partido Comunista (KPRF) logró su mejor resultado desde 1999 y se consolidó como la segunda fuerza en la Cámara de Diputados. Esta organización ha oscilado entre apoyar y criticar al gobierno, pero ha introducido una apertura hacia corrientes radicales insertas en la lucha social. Estos aspectos integrados en sus listas de candidatos cambiaron el tono de la última campaña electoral (Budraitskis, 2021).
El antiimperialismo y el sujeto popular
Vladimir Putin también simpatiza en sectores progresistas por su promoción de la multipolaridad como una alternativa geopolítica a la preeminencia estadounidense. Pero hay poca certeza sobre el contexto que genera esta configuración. Hasta ahora, la multipolaridad es el hogar de una variopinta variedad de regímenes que no comparten un patrón común.
Este rumbo facilita un escenario mundial más favorable a los proyectos populares que el marco anterior de dominación unilateral estadounidense. Pero la nueva dispersión del poder (o su disposición en torno a un bloque no hegemónico) está lejos de consolidar la resistencia al imperialismo. La multipolaridad tampoco allana un camino alternativo para la dinámica destructiva del capitalismo. Este diagnóstico debe tenerse en cuenta al evaluar la situación internacional.
Una perspectiva socialista exige el abandono de caracterizaciones centradas exclusivamente en hechos geopolíticos, que demarcan la primacía de uno u otro poder. Los enfoques de izquierda deben centrar la atención en los intereses populares y las batallas contra las clases dominantes de cada país.
El frecuente descuido de las luchas socialdemócratas es un corolario del reemplazo del análisis político por su equivalente geopolítico. El primer enfoque enfatiza el papel de las fuerzas sociales en el conflicto, y el segundo destaca la disputa entre los poderes por la dominación global. De la atención exclusiva a estos choques, surge la expectativa de conquistas progresivas por el mero avance de la multipolaridad. Esta esperanza se centra en los pulsos internacionales favorables a ciertos gobiernos, sin tomar en cuenta los hechos que impactan a las organizaciones populares.
Debido a este desinterés por los acontecimientos desde abajo, se malinterpretan muchas rebeliones que surgen contra los gobiernos del bloque no hegemónico. Tales revueltas son automáticamente descartadas o identificadas con conspiraciones externas. Hay una gran sensibilidad para detectar complots de la CIA y una completa indiferencia para registrar la legitimidad de las protestas contra el autoritarismo y la desigualdad. Esto suele prevalecer entre los autores que alaban a Putin, escudriñando el escenario mundial con el filtro exclusivo de su enfrentamiento con Washington. Suponen que el destino de las personas se decide en el Kremlin y no en las calles.
La acción popular por sí sola no abre caminos a la emancipación y en ocasiones es instrumentalizada por el imperialismo o las élites locales. Pero es imposible construir otro futuro sin actuar en este campo y sin disputar la primacía de un proyecto socialista en el universo de los desposeídos. La clarificación del estatus imperial de Rusia contribuye a esta construcción alternativa.
*Claudio Katz. es profesor de economía en la Universidad de Buenos Aires. Autor, entre otros libros, de Neoliberalismo, neodesarrollismo, socialismo (Expresión popular).
Traducción: Fernando Lima das Neves
Referencias
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Kagarlitsky, Boris. (2016) Ucrania y Rusia: dos estados, una crisis, Pensamiento Crítico Internacional, 6: 4, 513-533
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Karpatsky. Kolya (2022) Los disturbios de Kazajstán, 23-1-2022, https://www.sinpermiso.info/autores/kolya-karpatsky
Krieger, Leonid (2021). Elecciones: resultados y perspectivas, Inprecor N° 689/690, septiembre-octubre de 2021
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