por JULIÁN RODRIGUES*
No basta elegir a Lula: se necesitan reformas estructurales.
Bolsonaro está en su peor momento, pero sigue a la ofensiva, incluso sangrando en el CPI. No deja de movilizar a diario su base neofascista. Evita la tentación de ilusiones. Nada indica que Bolsonaro sufrirá el proceso de destituciónt, y mucho menos que no estará en segunda vuelta en las elecciones de 2022. Por otro lado, cada vez está más claro que no hay lugar para terceras vías. Se da la polarización entre la extrema derecha y la izquierda.
Los que subestiman el bolsonarismo están equivocados. Es un movimiento político. Oscura alianza entre el “partido militar”, milicianos, fundamentalistas religiosos, derechistas de todo tipo. Vinculados al mercado financiero, ruralistas, neoliberales de distintas estirpes.
Sucede que la candidatura de Lula –en este contexto de destrucción– tiende a convertirse, en la práctica, en una plataforma de unidad nacional contra el fascismo. Esto puede sonar positivo, pero conlleva numerosos riesgos.
En primer lugar: un tercer gobierno de Lula habría sido el resultado de movilizaciones sociales, de una inmensa frustración popular con el liberalismo y el neofascismo. 2022 no será 2002. El propio Bolsonaro ya advirtió que el regreso de Lula es la ruina de lo que él promovió. No hay lugar para guiños al gran capital.
Fin del techo de gasto, reversión de privatizaciones, reformas laborales y de seguridad social. Supuestos del programa Lula. Será necesario reensamblar toda la estructura del gobierno federal, cambiar la política económica ampliando la base monetaria, inyectando recursos para generar empleos e ingresos. Anunciar un nuevo país. Y un nuevo modelo.
Estado, Estado, Estado. Gobierno, gobierno, gobierno. Política social. SUS. Renta básica. Gira todo.
Los 100 días: un plan audaz para la reconstrucción y reconfiguración del Estado y las políticas públicas. Avanza en todas las áreas a la vez. Un gobierno radicalmente feminista y antirracista. Que hace la disputa ideológica y cultural: humanista, democrática, a favor de la diversidad, el medio ambiente, la pluralidad, la educación y la ciencia.
Será necesario volver a Petrobrás, sí, así como retomar el papel brasileño en la política exterior. Y habrá que hacer frente al conservadurismo en su conjunto. Cambiar la política de drogas y reorganizar la policía. Cesar la matanza y el encarcelamiento de la juventud negra-periférica. Como canta Chico Buarque: “la marihuana sólo se podía comprar en los estancos; drogas en la farmacia”. La agricultura familiar financiada con fondos federales puede producir marihuana orgánica, no solo para el consumo interno, sino también para la exportación.
Gravar a los ricos. Disminuir la fuerza de los bancos, banqueros y rentistas. Hacer una bonita reforma fiscal. Ponga a los tiburones a pagar impuestos sobre sus fortunas, sus ganancias y dividendos, sus tierras baldías.
Reorganizar, democratizar y regular los medios de comunicación. De Globo a Google. Ninguna democracia es posible sin una legislación fuerte que ponga límites estrictos a los monopolios capitalistas en el área de la comunicación.
Reindustrialización y transición ecológica. No tenemos una “vocación natural” de ser una gran hacienda, exportadora de productos primarios. La reconstrucción de la industria brasileña implica invertir en ciencia y tecnología, en el proceso de descarbonización.
Las nuevas cadenas de producción industrial deben estar conectadas con el futuro verde. Menos coches y más transporte sobre raíles, por ejemplo. Invertir en el complejo industrial de la salud es un buen comienzo.
No bastará con deshacer la maldad de Temer y Bolsonaro. No solo repetir lo que hemos hecho antes. Será necesario colocar la reforma agraria y el fortalecimiento de la agricultura familiar en el centro de nuestras políticas. Hacer del SUS el mayor programa de salud del mundo, retomando el énfasis en la prevención, convocando de nuevo a los médicos cubanos, invirtiendo en la calificación y valorización de los profesionales.
Rescatar del desmantelamiento a nuestras universidades y a toda la red pública de ciencia y tecnología. Reconstruyendo el Ministerio de Cultura – apostando a esta explosión de manifestaciones periféricas y jóvenes y negras, retomando puntos culturales, como ya nos enseñó Gilberto Gil allá por 2003.
Nada de ilusiones “republicanas” esta vez.
Nuestra democracia enrarecida proviene de un país de la periferia capitalista. No tiene un “estado neutral”, ni instituciones democráticas. El sistema de justicia y las Fuerzas Armadas son parte del aparato de poder de las clases dominantes. Quien gane las elecciones tiene legitimidad popular para dirigir y reconfigurar las instituciones del Estado.
Justicia transicional. Los genocidios deben ser investigados, juzgados, condenados. Los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles. En este nuevo gobierno de Lula, se garantizarán las condiciones para la constitución de la “Corte de Manaus”. El Estado brasileño tendrá que enjuiciar a los genocidas y reparar a las familias que fueron víctimas de la estrategia institucional de propagación del virus llevada a cabo por Bolsonaro.
En resumen: Bolsonaro no se está derritiendo y el bolsonarismo es una plaga que se enfrentará durante mucho tiempo. La campaña Lula 2022 necesita ser un movimiento político-cultural amplio. Tomará mucha lucha. Crear las condiciones para un gobierno de izquierda. Lula tiene la fuerza para atraer al centroderecha sin negociar el programa.
Necesitamos un nuevo gobierno de Lula que, además de reconstruir el país, avance en la democratización radical, en las reformas estructurales. Sin ilusión ni expectativas sobre la gran burguesía.
¡Presidente Lula!
Volvamos a la democracia y avancemos en la lucha socialista.
* Julián Rodrigues es profesor y periodista, LGBTI y activista de derechos humanos.