por LEONARDO BOFF*
El sentido de la vida en el tiempo es vivir, simplemente vivir, incluso en las condiciones más humildes. Vivir es una especie de celebración de existir y de haber escapado de la nada.
En cada Nochevieja hablamos del tiempo que ha pasado y del nuevo que comienza. ¿Pero qué es el tiempo? Nadie lo sabe. Ni siquiera San Agustín supo dar respuesta en su confesiones en el que hizo una de las reflexiones más profundas. Tampoco Martin Heidegger, el filósofo más eminente del siglo XX. Escribió su famoso libro. Ser y Tiempo. Dedicó un voluminoso libro al Ser. Hasta el final de su vida estuvimos esperando un tratado sobre el tiempo. Y no llegó, porque tampoco sabía qué hora era. Además, es curioso: el tiempo es el presupuesto para hablar de tiempo. Necesitamos tiempo para reflexionar sobre el tiempo. Es un círculo vicioso.
Creo que el enfoque más apropiado es conectar el tiempo con la vida humana. Consideramos la vida como el valor supremo por encima del cual sólo está el Ser que hace existir a todos los seres.
El sentido de la vida en el tiempo es vivir, simplemente vivir, incluso en las condiciones más humildes. Vivir es una especie de celebración de existir y de haber escapado de la nada. Puede que no existamos. Y sin embargo, aquí estamos. Vivir es un regalo. Nadie pidió existir.
La vida es siempre un con y un para. La vida con otras vidas en la naturaleza, con vidas humanas y la vida con otras vidas que existen en el universo. Y la vida es expandirse y entregarse a otras vidas sin las cuales la vida no puede perpetuarse.
La vida, sin embargo, está habitada por un impulso interior que no se puede detener. La vida quiere encontrarse con otras vidas porque para eso hay un con y un para. Sin esto, la vida dejaría de existir.
El impulso imparable de la vida significa que no quiere sólo esto y aquello. Quiere todo. Quiere perpetuarse tanto como pueda, en el fondo, no quiere acabar nunca, quiere eternizarse.
Lleva dentro de sí un proyecto infinito. Este proyecto infinito la hace feliz e infeliz. Feliz porque encuentra, ama y celebra el encuentro con otras vidas y con todo lo que tiene que ver con la vida que le rodea. Pero es infeliz porque todo lo que encuentra y ama es finito, se desgasta lentamente y cae bajo el poder de la entropía, en definitiva, bajo el imperio de la muerte.
A pesar de esta finitud, no debilita en modo alguno el impulso hacia el Infinito. Cuando encuentras este Infinito, descansas. Experimenta una plenitud que nadie te puede dar ni quitar. Sólo él puede construirlo, disfrutarlo y celebrarlo.
La vida es completa, pero incompleta. Es un todo porque en él lo real y lo potencial están juntos. Pero está incompleto porque el potencial aún no se ha hecho realidad. Como el potencial no conoce límites, la vida siente un vacío que nunca podrá llenarlo por completo. Por eso nunca está completo para siempre. Permaneced en la antesala de vuestra propia realización.
Es en este contexto que surge el tiempo. El tiempo es el retraso del potencial que quiere estallar desde dentro y dejar de ser potencial para ser real. Podríamos llamar a esto tiempo de retraso. Sería nuestra apertura esperanzadora, capaz de acoger lo que pueda venir. El potencial realizado nos permite pasar de lo incompleto al completo sin, sin embargo, llegar a ser plenamente completos. El vacío continúa. Es nuestra condición de finitos habitados por un Infinito. ¿Quién lo llenará?
No puede ser el pasado porque ya no existe y ha pasado. No puede ser el futuro porque aún no existe, como aún no ha llegado. Sólo queda el presente. Pero el presente no puede ser captado, encarcelado y apropiado. Tan pronto como intentamos arrestarlo, ya es cosa del pasado.
Pero se puede vivir. Cuando es intenso, ni siquiera nos damos cuenta de que ha desaparecido. Parece que el tiempo no existiera. Es el tiempo denso e intenso de dos apasionadamente enamorados. es el momento llamado kairós, diferente de Kronos, siempre la misma que la hora del reloj.
¿Es posible hacer una representación del presente? Sí, es con la eternidad, porque sólo es uno. Todo presente tiene algo de eterno, porque sólo él es. Un día fue y un día será. Pero sólo él es un es. Por eso el “es” del tiempo representa la posible presencia de la eternidad. Depende de nosotros vivirlo lo más intensamente posible, ya que pronto se desvanece en el pasado.
En cualquier caso, vemos que estamos inmersos en la eternidad del ser. Esta no es una cantidad de tiempo congelada. Es una cualidad nueva, que nunca se detiene, siempre va y viene: viene del futuro y luego nos pasa hacia el pasado. Es la pura presencia inasible del es.
A nosotros que estamos en el tiempo nos corresponde vivir este “es” como si fuera el primero y el último. De esta manera participamos, fugazmente, de la eternidad del ser. Y al eternizarnos, participamos de Aquel que siempre es sin pasado ni futuro.
Este tiene mil nombres: Tao, Shiva, Allah, Olorum, Yahweh. Éste, Yahvé, se reveló como “Yo soy el que soy”, mejor dicho: “Yo soy el que siempre soy”.
¿Quién sabe si uno de los significados, entre otros, de nuestra existencia en el tiempo es no participar de él? Y en palabras del místico San Juan de la Cruz, por un momento, “ser Dios, por participación”. Y aquí vale la pena el noble silencio porque no hay más palabras.
leonardo boff Es filósofo, teólogo y escritor. Autor, entre otros libros, de Experimentando a Dios hoy: La transparencia de todas las cosas (Voces).
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