La hora de soñar: lo más pequeño y el infinito

Imagen: Tuur Tisseghem
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por JOÃO PAULO AYUB FONSECA*

Recuperar el tiempo calificado que alimenta el sueño de una vida mejor, liberada de los anhelos autoritarios de unos

Subestimar la acción del tiempo sobre el plan de negocios del espíritu es un error irreparable. Es cierto que este rasgo de carácter que descuida la temporalidad única de la vida se destaca dentro de nuestra actual configuración subjetiva; y que el valor de la inmediatez y el consiguiente desprecio por todo aquello cuya duración supere la duración máxima de un vídeo en TikTok nos define mucho más que los cimientos más profundos de la cultura cristiana occidental.

También es cierto que la apelación a la duración infinitesimal es el resultado de un proceso económico marcado por la urgente necesidad de renovar el consumo de bienes cuyo valor es mayor cuanto más efímera es su duración. El mercado nos dice todo el tiempo: ¡disfruta (y rápido)! Todo en la vida reducido a la velocidad e intensidad del descarte. Los modernos no tenemos tiempo para dejar vivir el éxtasis de cualquier duración.

El tiempo apremia, lo sé, pero aún quisiera pensar que la acción reflejada del tiempo es fundamental y que también nos debe enseñar a elegir mejor nuestro destino colectivo, el futuro del país. Si vamos a aprender con el tiempo es otra historia, espacio para otra crónica.

El gobierno electo en 2018 ha apostado por soluciones inmediatas y de última hora, ayudas instantáneas a los más pobres, una especie de festín de fideos con bolsita de sazón en vísperas de las elecciones. Una apuesta que no funcionó. No porque ante el estómago vacío, un fideo no sea casi nada. No debe funcionar porque la oferta de recursos instantáneos con el único objetivo de silenciar las carencias reales de las personas subestima su inteligencia.

Debemos creer que esta vez el votante tuvo tiempo de evaluar justamente el carácter infame del autor de esta oferta. Cuatro años de destrucción desenfrenada e intensa del país tampoco se olvidarán en vista de la reducción de unas decenas de centavos en la bomba de combustible. La imagen que vende el presidente de que ascenderá -hasta en las encuestas- no vale para nada.

La experiencia del tiempo, o mejor dicho, todo ese arte que resume la corta/larga duración de la vida humana, debe aprender del estómago que la satisfacción que proporciona el alivio instantáneo -y limitado- del hambre no cierra la boca a nadie. Él, el Estómago, siempre quiere más. Cuando tiene el hueso, quiere la carne, cuando tiene la carne, diversión y ballet.

Doña Vitória, Fabiano, los niños sin nombre y el perro Baleia, los famosos refugiados de la sequía del escritor Graciliano Ramos, nos enseñan que lo que nos hace soñar con los edificios más bellos es una cierta disposición del espíritu, una fuerza capaz de lanzar el presente. el tiempo en otra temporalidad. La perra Baleia, en sus últimos segundos de vida, soñó con un paraíso lleno de cobayas… Y los sueños, a pesar de nuestra profunda limitación existencial –modernos domesticados por la fase actual del capitalismo–, no envejecen. No solo resisten el poder que los subyuga, sino que también son capaces de rebelarse contra sus ataduras.

Si todo va bien, este (mal)gobierno no ganará las elecciones promoviendo la satisfacción inmediata basada en lógicas de mercado (pixes, vales, vales) que reducen todo a un mezquino disfrute. La corta duración de la “ayuda electoral” revela que todo no es más que un señuelo.

Recuperar el tiempo calificado que alimenta el sueño de una vida mejor, liberada de los anhelos autoritarios de algunos, es una tarea incesante que lucha contra la baja condición del tiempo presente. El tiempo de soñar siempre debe recordarnos –con Caetano– que las personas están para brillar, no para morirse de hambre.

*Joao Paulo Ayub Fonseca es psicoanalista y doctora en ciencias sociales por la Unicamp.

autor de Introducción a la analítica del poder de Michel Foucault (intermedio).

 

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