por Gerson Almeida*
La transición ecológica necesita nuevos sujetos sociales y más imaginación democrática
La ciudad como promesa del buen vivir
La ciudad es una promesa de una vida mejor. Los hombres se reúnen para vivir en la ciudad y se quedan allí para “vivir la buena vida”, dijo Aristóteles,[i] que entendía la ciudad como una asociación formada para el buen vivir.
A su vez, Mumford afirma que el impacto del ejercicio de experiencias compartidas que brindaba la vida en las ciudades, recompuso la vida aldeana de los campesinos en un patrón más complejo e inestable, que resultó del aporte de los diferentes tipos que llegaron a vivir en las ciudades, como el minero, el leñador, el pescador, el comerciante, el soldado, el sacerdote, el ingeniero, etc. Cada uno “llevando consigo las herramientas, habilidades y hábitos de vida formados en diferentes circunstancias”.[ii]
Para él, fue esta complejidad la que hizo posible una “enorme expansión de las capacidades humanas en todas direcciones” y movilizó el potencial humano hasta el punto de producir una “explosión de inventiva”.
Es decir, más que cualquier otro factor, es la interacción sin precedentes entre personas con diferentes experiencias de vida, culturas, vivencias y clases sociales lo que hizo de la ciudad una novedad transformadora. Una experiencia humana tan significativa que no puede entenderse sólo en su dimensión económica y material, pues produjo condiciones inéditas para la “invención de derechos e innovaciones sociales”[iii] que elevó los deseos y las posibilidades humanas.
Es muy importante que no perdamos de vista estas maravillosas potencialidades y logros de la vida en las ciudades para que podamos enfrentar los inmensos desafíos actuales, entre los que se destacan el crecimiento de las desigualdades y el calentamiento global. Ambos con consecuencias civilizatorias regresivas ya sobradamente demostradas.
Son situaciones tan graves que están alejando la vida en la mayoría de las ciudades del sueño de la “buena vida”, estimulando un sentimiento de impotencia y fomentando posturas sociales conformistas. Un ambiente propicio para ser apresado por alternativas no democráticas y salvacionistas, que históricamente nunca han dado buenos resultados.
Esto plantea el desafío al campo democrático y humanista de encontrar caminos para que el espacio público recupere la vitalidad creativa necesaria para acercar la vida de la ciudad a la promesa del buen vivir, que siempre la ha caracterizado.
Entre muchas cosas, esto requiere que las estructuras institucionales de los gobiernos tengan una configuración institucional más permeable para recibir la inteligencia de los ciudadanos, incorporándolos a los procesos de deliberación y dando mayor legitimidad política y social a las decisiones.
Un desajuste preocupante
Esta permeabilidad de las estructuras de gobierno es necesaria para que podamos superar la enorme brecha entre la velocidad con la que ocurren los eventos climáticos extremos y la lenta implementación de los acuerdos para mitigar los efectos del calentamiento global, así como para enfrentar las desigualdades. Tanto el calentamiento global como la obscena desigualdad actual se aceleraron en este período de ultraliberalismo y son desafíos cuya relevancia trasciende las coyunturas y adquiere una dimensión civilizatoria. Si bien hay muchas iniciativas de resistencia notables en marcha, ninguna ha alcanzado la escala y el ritmo necesarios para proporcionar un contrapunto efectivo y evitar que sucedan los peores escenarios previstos.
Las cumbres internacionales, como las Conferencias Climáticas (COP) de las Naciones Unidas, han sido capaces de producir documentos con excelentes diagnósticos, pero la extraordinaria dificultad para llegar a acuerdos solo es superada por la dificultad para cumplirlos. Esto genera una creciente desconfianza en cuanto al compromiso efectivo de los gobiernos para cambiar el rumbo actual. Esto se debe a que no carecen de instrumentos legales, ni de conocimiento sobre las causas del calentamiento global y las desigualdades, ni de apoyo social para ello. Todo lo que falta es determinación política y compromiso para cambiar de rumbo.
La preocupación por la falta de acción quedó expresada en el discurso del presidente de la COP26, Alok Sharma, cuando advirtió a las autoridades que, “ni durante la pandemia el cambio climático se tomó vacaciones y todas las luces del panel climático están rojas. ”.
Las ciudades son parte del problema y parte de su solución
Si bien los gobiernos nacionales siguen siendo los principales protagonistas de los acuerdos globales y juegan un papel fundamental en el logro de sus objetivos, las ciudades tienen un papel notoriamente relevante en la producción de alternativas y es en ellas donde podemos encontrar las mejores iniciativas, tanto para combatir como para el calentamiento global y las desigualdades.
Además de consumir cerca del 70% de los recursos disponibles y la mayor parte de la energía generada, emiten gran parte de los gases responsables del efecto invernadero y están cada vez más estratificados por las desigualdades, algo que la propia Agenda 2030 de Naciones Unidas reconoce al afirmar que “ el desarrollo y la gestión urbana sostenible son cruciales para la calidad de vida de nuestra gente” y enfatizando que la sostenibilidad ambiental y la desigualdad social son facetas de un mismo desafío.
Pues bien. Esta lentitud en la implementación de las acciones previstas en los acuerdos internacionales plantea una pregunta fundamental: qué actores deben aumentar su protagonismo en el proceso de toma de decisiones para que podamos acelerar la transformación de los objetivos y metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas ( ODS) en programas y políticas públicas hacia la transición ecológica?
Esta respuesta, en gran medida, se está construyendo en miles de prácticas de democracia participativa que tienen lugar en todo el mundo, en particular en las prácticas de Presupuesto Participativo.
Así lo indica el reciente estudio realizado por el OIDP,[iv] que, luego de analizar 4400 proyectos financiados por Presupuesto Participativo en diez ciudades, en diferentes contextos, identificó más de 900 proyectos con impacto en la mitigación y/o adaptación al cambio climático, mostrando que “la participación ciudadana puede y debe ser una herramienta transformadora en la lucha contra el cambio climático”.
Algo muy interesante, ya que el Presupuesto Participativo fue concebido precisamente para ser una alternativa al déficit de participación en los arreglos democráticos tradicionales. Esta capacidad de renovarse y expandirse a los más diversos lugares del mundo y su eficacia para producir alternativas efectivas para combatir el cambio climático, desafía las reiteradas afirmaciones sobre el desinterés de los ciudadanos por participar en la vida pública.
Tanto es así que las diferentes prácticas de Presupuesto Participativo en curso involucran ya a millones de personas en todos los continentes y grandes sumas de recursos financieros,[V] llegando a ciudades del tamaño de París, Madrid, Lisboa, Bolonia, Nueva York, Seúl, Chengdu y muchas otras.
Otra novedad es el hecho de que el Presupuesto Participativo ha dejado de ser una práctica de gestión exclusiva de las ciudades y ha alcanzado el ámbito nacional, como en Portugal y Mozambique, así como la interesante experiencia que se produjo en Perú, a partir de una ley nacional.
Otra de las novedades desarrolladas en los últimos años son las prácticas de Presupuestos Participativos dirigidas a mujeres, jóvenes, mayores, medio ambiente e instituciones docentes y sanitarias, etc. Esto le dio al Presupuesto Participativo una dimensión y escala imposibles de imaginar cuando apareció por primera vez y confirma su versatilidad y capacidad de adaptación a diferentes realidades.
Este interés por la participación ciudadana, especialmente en relación con las cuestiones ambientales, la desigualdad y la lucha contra la crisis climática, se identifica en todas las investigaciones sobre el tema.
Por ejemplo, una encuesta encargada por el Instituto de Tecnologia e Sociedade do Brasil, en asociación con el programa de Comunicación sobre Cambio Climático de la Universidad de Yale, realizada en 2021,[VI] señaló que el 77% de los brasileños piensa que es importante proteger el medio ambiente, aunque eso signifique un menor crecimiento económico; además, el 92% piensa que el calentamiento global está ocurriendo y el 72% cree que puede dañar -y mucho- a la generación actual.
Otro ejemplo es la investigación realizada por el Economist Intelligence Unit (EIU) a pedido de WWF, que midió el activismo digital en temas ambientales durante cuatro años (2016-2020) en 54 países (80% de la población mundial). En este período, hubo un crecimiento continuo en las búsquedas en Internet de productos sostenibles (71%), un aumento de los tuits relacionados con la causa (82%) y el volumen de noticias que abordan el tema y las protestas contra la destrucción de la naturaleza. , creció (60%). Este estudio llama la atención sobre el crecimiento registrado en Asia, principalmente en India (190%), Pakistán (88%) e Indonesia (53%).[Vii].
La pedagogía social de presupuesto participativo
Un aspecto que no se puede descuidar es el carácter pedagógico del Presupuesto Participativo. Aprender a reunir, discutir y organizar un orden de prioridades comunes, por insuficiencia de recursos para atender todas las demandas al mismo tiempo, es un proceso efectivo de pedagogía social y política. Al participar de estas experiencias, las personas necesitan realizar un sofisticado proceso de acuerdos, saber establecer criterios para jerarquizar prioridades y proyectar la secuencia de inversiones para los próximos años.
Este aprendizaje es una de las mayores fortalezas del Presupuesto Participativo, ya que todos los sectores sociales involucrados en los procesos de discusión y deliberación traen consigo su conocimiento acumulado y, sobre todo, acceden al poder de incidir en la aplicación de la porción de recursos puesta en discusión, algo que se les niega sistemáticamente y alimenta la idea conservadora de que hay temas demasiado complejos para ser objeto de deliberación de todos. Este es uno de los pilares que sostienen la ideología de la segregación social, cultural y económica que produce y reproduce desigualdades.
El reconocimiento de las comunidades activas en los Presupuestos Participativos como poseedoras de un conocimiento valioso, que ya existía, pero no era reconocido, hace que el espacio público sea más confiable y atractivo para la participación y más cercano a la vida concreta de las personas, mostrando la importancia de la noción de ecología del conocimiento. ,[Viii] desarrollado por Boaventura de Sousa Santos.
La participación necesita instituciones más permeables
Los 17 Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODS) y sus 169 metas, de las cuales más de la mitad están relacionadas con políticas urbanas, sirven como una verdadera guía para nuestra reflexión y acción. Estos objetivos y metas nos conducen a un modelo de ciudad que reduce las desigualdades sociales, regionales y económicas, que valora nuestra diversidad cultural, incorpora a la ciudadanía en los procesos de toma de decisiones y hace de las ciudades lugares para promover la calidad de vida de todos.
Hay algunos criterios que la experiencia ha demostrado que son determinantes para ganar la confianza de la gente en estos procesos: la existencia de reglas claras, recursos previamente definidos, espacios de discusión y recepción de opiniones diferentes, ejecución de los acuerdos alcanzados y compromiso de los gobiernos de respetar Las decisiones.
Otro indicador importante es la permeabilidad de las estructuras institucionales a la participación de la población, ya que, en gran medida, ayuda a definir las reglas que influirán en la “configuración de los procesos participativos. Preguntas como: (a) quién participa (inclusividad), (b) en qué condiciones (igualdad), (c) cuál es el poder real (eficacia), (d) qué temas se discuten (distributivismo), (e) qué nivel de control del proceso (rendición de cuentas), se analizan los elementos”.[Ex]
Si bien los presupuestos participativos no agotan el concepto de democracia participativa, existe una interacción virtuosa entre ambos. Es en la democratización del poder de decisión sobre los recursos que la democracia participativa innova y gana las condiciones necesarias para cambiar la concentración de ingresos y poder cada vez más sustraído a las mayorías.
Presupuestos participativos y la transición socioambiental
El diseño institucional por sí solo, sin embargo, no es capaz de ponernos en el camino de la transición ecológica, ya que este avance requiere que entendamos la ciudad como un compuesto social, político, cultural y ambiental, lo que quiere decir que la gestión urbana es un desafío social y ambiental a la vez, un desafío socioambiental.
Esto requiere la integración de políticas públicas y el conocimiento de los flujos naturales y construidos que configuran el territorio de la ciudad y aseguran el abastecimiento de bienes esenciales para la vida, como agua, alimentos, energía, calidad del aire, así como empleo, salud, educación, vivienda, cultura, movilidad, etc.
En la realidad de las ciudades, los bienes naturales y construidos se entrelazan de tal manera que, incluso metodológicamente, es difícil distinguirlos. Este conjunto de sistemas de ingeniería que el hombre superpone a la naturaleza es lo que da a las ciudades su configuración territorial, según Milton Santos.[X]
Estas redes construidas se vuelven tan básicas para el ciudadano urbano como los demás elementos “naturales”, constituyendo una realidad que vincula sociedad y naturaleza de manera inseparable. Creo que este entendimiento es el punto de partida para pensar políticas y acciones comprometidas con una transición ecológica.
Está claro que los Presupuestos Participativos no son una panacea. Pero el invaluable y ya muy robusto trabajo de colaboración, estudios, incentivos y financiamiento de las prácticas de Presupuesto Participativo que están realizando los gobiernos comprometidos con los procesos de democratización de las decisiones. El trabajo de redes como el Observatorio Internacional para la Democracia Participativa (OIDP), Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (UCGL), el Foro de Autoridades Locales para la Inclusión Social y la Democracia Participativa (FAL) y la Red Mercocidades, muestran que la La transición ambiental es dar pasos concretos en cada una de estas miles de experiencias.
No hay diversidad ambiental sin diversidad social
Son tantos los ejemplos de buenas prácticas y respuestas efectivas que se producen a partir de los procesos democráticos que incorporan nuevos temas en los procesos de discusión y deliberación, que podemos decir sin temor que las alternativas para cambiar de rumbo ya están en marcha.
El esfuerzo por incrementar la integración y colaboración entre estas experiencias es fundamental para que los procesos democráticos adquieran la escala narrativa de una alternativa eficaz para superar el desfase en el cumplimiento de los acuerdos internacionales y sus fines. Los resultados de las prácticas de democracia participativa son muy relevantes, pero aún no han ganado el espacio que merecen en las discusiones que buscan afirmar alternativas.
La diversidad, tanto ambiental como social, debe entenderse como orgánica entre sí. Así, podremos llevar al pie de la letra la directriz de las Naciones Unidas, de “no dejar a nadie atrás”. Esta debe ser nuestra principal guía en este camino hacia la transición ecológica, siempre que tengamos dudas sobre qué decisión tomar, ya que sólo ese “conjunto de prácticas, portadoras de sostenibilidad en el futuro”, puede considerarse sostenible.[Xi] lo que reafirma la indisoluble relación entre las acciones realizadas en el presente y la construcción del mundo deseado.
Basta observar el camino distópico al que la degeneración autoritaria del ultraliberalismo está llevando a la humanidad para darse cuenta de que el mundo deseado sólo puede construirse si se rompe el control de la renta y del poder que produce la desigualdad. Y esto sólo será posible con la radicalización de los procesos democráticos para que de esta dinámica emerja la fuerza creadora de transformación de la que, según Paulo Freire, está dotado todo ser humano.
*gerson almeida, maestro en sociología de la UFRGS, fue secretario del medio ambiente de Porto Alegre y secretario nacional de participación social en el gobierno de Lula.
Notas
[i] Aristóteles. Política. São Paulo, SP: Martín Claret, 2007.
[ii] Mumford, Lewis. La ciudad en la historia: sus orígenes, transformaciones y perspectivas. SP: Martins Fontes, 1998.
[iii] Acselrad, Henry (org.). La duración de las ciudades: sostenibilidad y riesgo en las políticas urbanas. Río de Janeiro: DP&A, 2001
[iv] Cabannes, Yves (org.), 2020: Contribuciones del presupuesto participativo a la adaptación y mitigación del cambio climático: prácticas locales actuales en todo el mundo y lecciones del campo. Disponible: https://www.oidp.net/pt/content.php?id=1716
[V] Cabannes, Yves: Otra ciudad es posible con presupuestos participativos / Yves Cabannes (ed); prólogo, Anne Hidalgo, alcaldesa de París
[VI] Disponible : https://www.percepcaoclimatica.com.br/
[Vii] “An Eco-Awakening: Midiendo la conciencia global, el compromiso y la acción por la naturaleza”, disponible en: https://wwfbr.awsassets.panda.org/downloads/wwf_eco045_report_on_nature_pt.pdf
[Viii] Santos, Boaventura de Sousa. La gramática del tiempo: hacia una nueva cultura política. São Paulo: Cortez, 2008.
[Ex] Fedozzi, Luciano, Ramos, Marilia Patta and Gonçalves, Fernando Gonçalves de. Presupuestos Participativos: variables explicativas y nuevos escenarios que desafían su implementación. Disponible en: archivo:///C:/Users/Gerson/Downloads/78505-309789-1-PB.pdf
[X] Santos, Miltón. urbanización brasileña. São Paulo: EDUSP, 2005
[Xi] Acselrad, Henry (org.). La duración de las ciudades: sostenibilidad y riesgo en las políticas urbanas. Río de Janeiro: DP&A, 2001.
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