por PAULO SILVEIRA*
Consideraciones sobre las expresiones faciales de Jair M. Bolsonaro
Desde muy pequeños aprendemos, más por interés propio que por interés, a lidiar con las señales emitidas por las expresiones faciales; un aprendizaje lento, por ensayo y error, y de forma práctica. Estas expresiones se usan para reemplazar palabras, pero a veces solo para reforzarlas, para agregar énfasis: "eso es exactamente lo que quería decir". Otras veces, sin embargo, contradicen las palabras, como si fueran incluso lo contrario de ellas.
Estos son más interesantes, mucho más, como si ofrecieran un enigma -como en la sonrisa de Gioconda-, como si aparecieran así, “en el hueco de las palabras”, como canta Carolina, o para intentar llenar ese hueco. Un momento de sorpresa, el lugar por excelencia para la aparición del sujeto. Ciertamente como una de sus casas, mejor aún, como una de sus manifestaciones.
El rostro, por supuesto, es el asiento de las expresiones faciales. En él encontramos distintas posibilidades: fruncir el ceño; el levantamiento de las cejas; el abultamiento de la nariz; y las sonrisas, pues, cuánto pueden significar; y miradas, campeones del sentido de los deseos.
Quién no ha notado el puchero hosco e infantil de Donald Trump y Gilmar Mendes dirigido a sus respectivas madres cuando son contradichos, como si quisieran significar el peso casi insoportable de la frustración. Momento notable de una regresión subjetiva, cuando el gesto infantil invade el rostro del adulto mayor.
A primera vista, la sonrisa del Mito que aquí nos ocupa, en este mismo momento mitificante, ya da señales de significación. Se dirige lateralmente como si su destinatario fuera un "nadie". Además, su parecido más evidente es la sonrisa, la mueca, la sonrisa falsa de una hiena. Un “me da igual”, como a él mismo le gusta decir, pero preñado de una agresividad que la sonrisa se esfuerza por contener. Momento lleno de ambigüedad.
Pero su sonrisa también revela un malestar, un sentimiento fuera de lugar: estás seguro de que se trata de mí. ¿No podríamos resolver esto de otra manera? Simplemente me garantizaría su voto futuro, para que no tuviéramos que estar en este "fregado".
Hay todavía otro destinatario en esa sonrisa, una sonrisa para uno mismo, una sonrisa “hacia adentro”. Este aspecto es quizás el más profundo, un momento “interior”, que debe darse como un momento de verdad, sin engaños, o en este caso con un mínimo de engaños.
Quién no hubiera notado en el momento de aquel infame voto en honor a uno de los torturadores más conocidos, que uno de sus hijos estaba parado justo detrás de su padre para soplarle, sílaba por sílaba, el nombre de dicho cuyo.
Además de la sordidez de este voto, destaca la desconfianza de que en ese momento “solemne”, el futuro Mito no recordaría el nombre y apellido del torturador.
Ciertamente, padre e hijo habían combinado esta maniobra en la que el hijo le “daba” al padre las palabras adecuadas, en una inversión de lo que el psicoanálisis llama “el nombre del padre”. ¿Psicopatología a la vista?
En momentos como este, revelando una fragilidad estructural, el “Mito” replegándose en sí mismo (que no es un examen de conciencia) se descubre como “víctima” de una emulación. Que hay un error fundamental, simplemente un error sobre la persona. Conoce bien su pequeñez.
La sonrisa que podría ser de alegría y de celebración queda expuesta en la ambigüedad y pequeñez de este sujeto que se revela como tal precisamente en este encogimiento, diría yo, in-superable.
*Paulo Silveira é psicoanalista y profesor jubilado del departamento de sociología de la USP. Autor, entre otros libros, de Del lado de la historia: una lectura crítica de la obra de Althusser(Policía).