por JOÃO CARLOS SALLES*
Nísia Trindade nos deja, en el lamentable episodio de su despido de la MS, una lección ejemplar de dignidad pública y educación
1.
"Hay que endurecerse, pero nunca perder la ternura.". Esta es quizás la frase más reproducida en carteles y camisetas, siempre acompañada de la icónica foto del Che, la imagen de un revolucionario. Aunque el Che Guevara nunca lo dijo exactamente así, la frase sigue expresando el mejor espíritu de militancia y nos ofrece una clave humana única, para inspirarnos en medio de una dura lucha de resistencia contra el oscurantismo y las dictaduras.
Hoy, sin embargo, este tipo de sensibilidad parece alejada de la política, de cualquier línea política. En el duro terreno de las luchas directivas y partidarias, el alma delicada puede incluso ser acusada de falta de preparación y debilidad. La política sería para los fuertes y, en general, se llevaría a cabo sin dejar testigos. En este campo, pues, se aboliría cualquier sensibilidad excesiva, como aquella que, con el debido respeto, se decía en el pasado que era femenina.
La sensibilidad, por el contrario, debería ser la medida misma de lo humano. Desgraciadamente, tendemos a endurecernos sacrificando cualquier ternura. Mucha gente olvida que, con esta crudeza total, sobre todo en los detalles, puede dejar marcas terribles. A menudo logramos sobrevivir a ataques importantes, pero toda nuestra sangre puede drenar desde un pequeño corte, casi hasta la piel.
Por supuesto, cierto salvajismo es parte de la interacción humana, como si fuera un rasgo perenne de toda sociedad. Aquí no hay lugar para ninguna ilusión. Sin embargo, esta actitud de “no es nada personal, son sólo negocios” puede ser la regla en un contexto distinto al político, ya que la política siempre requiere justificaciones, y éstas son irreductibles a meros resultados.
2.
Es necesario formular una prueba de dureza política que indique quién tiene más posibilidades de sobrevivir y ganar en política y quién, por el contrario, puede representar una visión humana y progresista. Arriesguemos un posible cuestionario –y nos queda la curiosidad de conocer la opinión del eventual lector, en caso de que quiera asociar las características abstractas que a continuación se describen con nombres de nuestra política, aunque esta especulación nuestra es sólo, como se dice, una mera obra de ficción.
Los políticos no se distinguen por tener más o menos inteligencia, vale la pena recordarlo. La inteligencia es un dato del destino y, además, está bien distribuida entre todas las categorías, de modo que no implica en sí misma rasgos virtuosos de carácter. Teniendo esto en cuenta, podemos preguntarnos quién suele ganar la pelea política: ¿quienes atropellan a sus adversarios e irrespetan los intereses ajenos o quienes dudan en cruzar un semáforo? ¿Una agenda progresista o valores tradicionales y reaccionarios? ¿Gestión democrática o gestión autoritaria? ¿Quién representa valores o quién lucha por intereses? ¿Prevalecen los realistas o los tocados por la utopía? ¿Quién se mide por la evidente superioridad de la fuerza o quién se inclina por los argumentos, los detalles y, quién sabe, el galimatías?
La lista de preguntas puede ampliarse mucho, a grandes rasgos o respecto de decisiones inmediatas, intentando revelar aspectos ideológicos, psicológicos, políticos e intelectuales. Si no nos equivocamos en nuestro diagnóstico, a menudo se afirma la crueldad del pragmatismo político.
Las divisiones de infantería siempre tienden a prevalecer sobre las preocupaciones de la banda. Y quien pueda trazar una clasificación de personalidades actualmente en el poder o fuera de él, en este momento o en otros momentos, ganará un premio, proporcionando el poder efectivo de los gobernantes de acuerdo con la cadena de características de esta prueba –o de alguna otra más sagaz y apropiada.
Por nuestra parte, nos arriesgamos en privado a hacer una simulación, sin discriminar nombres, pues algunos son demasiado obvios para merecer ser mencionados. No había nada improbable en la aterradora conclusión a la que llegamos de que aquellos que eran capaces de combinar las características de, digamos, ser ideológicamente reaccionarios, políticamente autoritarios y personalmente groseros podrían parecer más aptos para la política y tener más poder.
Un absurdo, sin lugar a dudas; pero tales atributos pueden leerse como una aptitud para la política y más propicia para la obtención de resultados, de manera similar a cómo la competencia parece preferible a muchos porque es capaz de hacernos alcanzar los “mejores resultados”, incluso al precio de extraer lo peor de las personas. Por otra parte, aplicando el mismo test, los espíritus sensibles, corteses, dispuestos a aceptar múltiples “consideraciones” estarían condenados al fracaso y a la obsolescencia.
Dada esta taxonomía, con la proyección de escenarios infernales, quién sabe hasta dónde pueden llegar estos maleducados en el ejercicio del poder. Tampoco podemos prever cuán serviles a sus excesos puedan ser aquellos que, sin el debido orgullo, les atribuyen méritos que están lejos de tener o derechos que deberíamos negarles.
3.
Los líderes capaces de añadir un toque personal al ejercicio de sus funciones públicas son grandes y raros. Cualquier figura pública sabe que el juego es difícil. Sin embargo, en medio del conflicto de intereses, el gran líder establece un vínculo único y personal con sus seguidores: un vínculo tan fuerte que parece independiente de las circunstancias más insignificantes y de cualquier otra nimiedad mortal. Después de todo, no sólo queremos comida; Queremos comida, diversión y arte.
Trabajamos el doble para corresponder a una simple caricia, a una atención que nos parece sincera. Como decía un buen predicador: la bondad engendra bondad; y la pura aridez se convierte en el terreno natural sólo para aquellos capaces de sacrificar los principios por los intereses.
En su capacidad de crear un vínculo especial con la gente, nuestro presidente Lula es inigualable. Su abrazo parece sincero y acogedor, capaz de romper cualquier resistencia y fascinar incluso a los más escépticos. Considere esto como una afirmación hecha sin la más mínima evidencia. Estos vínculos intransferibles sólo pueden ser atestiguados por aquellos que ya han tenido la experiencia de alguna prosa, de algún ritual, incluso fugaz, de cercanía y de acogida. En otras palabras, no pueden ser probadas a nadie que no las conozca y no requieren demostración para los conversos.
Ahora, sin embargo, tenemos múltiples testimonios de que, supuestamente, parte de ese encanto se ha desvanecido, lo que quizás se refleje en la reciente caída del índice de aprobación del gobierno. ¿Pero cómo es posible que se disuelva un vínculo completamente indemostrable? ¿Cómo podría el liderazgo más acogedor carecer de su poder de encantamiento? Permítame plantear aquí una hipótesis que también resiste la mera prueba.
Ahora bien, es realmente difícil comprender el cambio, si es que realmente existe. Al fin y al cabo, la cárcel no le amargó, pero quizá, es parte de nuestra hipótesis, le quitó gran parte de la paciencia. Regresó a escena valorando a quienes le traen más “entregas” y las más inmediatas, aunque para ello puedan mezclar agresividad personal y astucia política. El tiempo se ha acortado.
Sin embargo, el daño que puede resultar de vivir con personas que ostentan un gran poder, pero cuya inteligencia (generalmente grande) puede coexistir con una falta de cortesía y, a veces, con visiones reaccionarias de la vida en común o con métodos agresivos y autoritarios para obtener algún resultado, es incalculable. No puede ser sólo, ni siquiera principalmente, eso, por supuesto; Pero eso es todo también. Nuestro presidente debería darse un baño de hojas y alejarse de la gente dañina, recuperando su sensibilidad característica y su singular amabilidad.
4.
En resumen, el mayor líder de Brasil necesita empezar a dedicar más tiempo a cuidar de los demás, una virtud en la que no tiene igual. Sin embargo, episodios recientes lo muestran lejos de eso. Muestran una impaciencia creciente, algo que ningún método de comunicación puede curar.
Y no nos engañemos, los adversarios que son un peligro para nuestra democracia exigirán cualquier error y magnificarán cualquier falta. La derecha, sobre todo, que es inherentemente violenta, espera ansiosamente demostrar que, por pleno derecho, la agenda de agresión y exclusión es toda suya, incluso cuando está amparada por títulos académicos y discursos técnicos de competencia.
Además del baño de hojas, que es la ley, propongo que nuestro presidente se deje invadir por algún lirismo. Al fin y al cabo, ante un contexto que se ha vuelto árido y hecho a medida para hacer parecer más fuertes a quienes, hombres o mujeres, son simplemente más rudos, hay que contraatacar con algo de poesía.
Para comprender la gravedad de un gesto banal, recurramos aquí a uno de nuestros poetas más sensibles, Mario Quintana, capaz de extraer poesía elevada incluso de pequeños anuncios periodísticos. Quintana aborrece la indiferencia, la prisa y el desprecio, incluso hacia aquellos que, inertes, han dejado de funcionar, sustraídos al tiempo. En otras palabras, incluso en presencia de alguien que ha fallecido, sería necesaria una delicadeza simbólica. Por eso enseña en su poema en prosa “Del tiempo”: “Nunca se debe consultar el reloj cerca de una persona muerta. “Es una falta de tacto, mi querido señor… cruel… imperdonablemente grosero…”.
Imaginemos entonces cuán grave es la indelicadeza cuando uno tiene prisa delante de los que quedan, de los que continuarán su servicio público y deben ser alentados y elogiados en su lucha. Como si fuera un adolescente pegado al celular, Lula fue sorprendido mirando el reloj con impaciencia durante la ceremonia que tuvo el claro y conocido significado de ser la despedida del cargo de una figura pública extraordinaria, la ministra Nísia Trindade –quien, además, es su correcta y competente aliada.
Un Lula en plena forma, con su raro talento político, podría haber transformado el momento en un simple homenaje, una caricia, pero estuvo lejos de eso. También podría destacar que alguien de la talla de Nísia, habiendo prestado ya un gran servicio, sigue viva y bien y, por eso mismo, más allá de cualquier cortesía ceremonial, merecería aún más todos los elogios.
La vergüenza se hizo visible cuando Nísia Trindade no perdió la compostura ni expresó ningún resentimiento. Su agenda, incluso al frente del ministerio, ha sido más amplia; y no ha abandonado, ni abandonará, su compromiso con un proyecto que, al fin y al cabo, aun dejando víctimas por el camino, nos une a una sociedad democrática, con salud y, esperemos, con generosas dosis de delicadeza.
Algunos quieren olvidar este episodio rápidamente. Otros insisten en la imagen de la “entrega”, un término terrible, por cierto, que debería ser abolido entre nosotros, ya que reduce la interacción política a una medida de comercio y no a la realización de principios. La cultura política de la rendición nivela a todos los partidos, los subordina a todos a la misma medida. Por eso, voces aterciopeladas de diferentes ámbitos dicen con supuesta sabiduría: Nísia Trindade no habría hecho la “entrega” adecuada.
En esta crítica hay dos errores: La primera es esta desviación genérica que rechazamos más arriba, porque está cargada de la vieja retórica del “progreso”, que ignora las circunstancias y no perdona nada ni a nadie. La segunda es la aplicación de una medida de gestión que ignora la especificidad de las políticas de salud, cuya práctica Nísia Trindade respetó cuando empezó a implementar el programa Más Acceso a Especialistas en los estados, es decir, seguir lo que es necesario para el SUS y sin hacer que la velocidad de implementación prevalezca sobre la atención integral de las personas – y esa es una buena política, hecha en el momento adecuado, al ritmo adecuado y de acuerdo con las mejores y más exitosas prácticas.
Frente a esta doble lectura contaminada de las “entregas”, es hora de reiterar nuestras felicitaciones a Nísia Trindade, con la certeza de que continuará su notable servicio público, con todo su brillantez y vivacidad. Con su elegante postura, también nos recuerda lo mejor que podemos tener y que seguimos creyendo que debe estar bien representado por el propio Presidente Lula.
Si bien supuestamente no “entregó” al Ministerio de Salud en la forma en que le solicitaron, sus resultados son expresivos y estratégicos, que pueden ser mejor valorados por la gente del sector salud. Finalmente, en este lamentable episodio, también nos deja una lección ejemplar de dignidad pública y educación. Nos recuerda que, por muy correcta que sea una decisión, nunca puede envolverse en mala política. La sensibilidad es revolucionaria, no la grosería.
*Joao Carlos Salles Es profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Federal de Bahía. Ex rector de la UFBA y ex presidente de ANDIFES. Autor, entre otros libros, de Universidad pública y democracia (boitempo). Elhttps://amzn.to/4cRaTwT]
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