por LEONARDO BOFF*
Seguiremos volando juntos, el Águila del Norte con el Cóndor del Sur bajo la luz benévola del Sol que nos indicará el mejor camino
El planeta Tierra, debido a las agresiones sistemáticas de los últimos siglos, se encuentra en franco y peligroso declive. La irrupción del Covid-19 afectando directamente a todo el planeta y exclusivamente a la especie humana es una de las severas señales que nos está enviando la Tierra viva: nuestra forma de vida es demasiado destructiva llevando a la muerte a millones de seres humanos y seres de la naturaleza. . Tenemos que cambiar nuestra forma de producir, consumir y vivir en la única Casa Común, de lo contrario podemos saber un Armagedon ecológico-social.
Curiosamente, a contrapelo de este proceso que algunos ven como la inauguración de una nueva era geológica –el Antropoceno y el Necroceno–, es decir, la destrucción sistemática de vidas perpetrada por los seres humanos, irrumpen los pueblos originarios, portadores de una nueva conciencia y de una vitalidad, reprimida durante siglos. Se están rehaciendo biológicamente y emergiendo como sujetos históricos. Su manera amable de relacionarse con la naturaleza y la Madre Tierra los convierte en nuestros maestros y médicos. Se sienten tan unidos a estas realidades que al defenderlas se están defendiendo a sí mismos.
Los invasores europeos cometieron un gran error al llamarlos “indios” como si fueran habitantes de una región de la India que todos buscaban, en realidad se autodenominaron con varios nombres: Tawantinsuyo, Anauhuac, Pindorama, entre otros. El nombre prevaleció Abya Yala dado por la gente Kuna del norte de Colombia y Panamá que significaba “tierra madura, tierra viva, tierra que florece”. Eran pueblos con sus nombres como taínos, tikunas, zapotecas, aztecas, mayas, olmecas, toltecas, mexicas, aymaras, quechua incas, tapajós, tupis, guaraníes, mapuches y cientos de otros. Adopción de nombre común Abya Yala es parte de la construcción de una identidad común, en la diversidad de sus culturas y expresión de las articulaciones que los unen en un inmenso movimiento que va del norte al sur del continente americano. En 2007 crearon la Cumbre de los Pueblos de Abya Yala.
Pero sobre ellos yace una gran sombra que fue el exterminio infligido por los invasores europeos. Se produjo uno de los mayores genocidios de la historia. Unos 70 millones de representantes de estos pueblos fueron asesinados por guerras de exterminio o por enfermedades traídas por los blancos contra las que no tenían inmunidad, por trabajos forzados y mestizajes forzados. Los datos más seguros fueron recopilados por la socióloga y educadora Moema Viezzer y por el sociólogo e historiador canadiense radicado en Brasil Marcelo Grondin. El impresionante libro, con un prefacio de Ailton Krenak, lleva el título Abya Yala: Genocidio, Resistencia y Supervivencia de los Pueblos Originarios de las Américas (Editora Bambual, Río de Janeiro 2021). Recogen datos sobre el genocidio de las dos Américas.
Hacemos un breve resumen: “En el Caribe en 1492 cuando llegaron los colonizadores había cuatro millones de indígenas. Años después no quedó ninguno. Todos fueron asesinados especialmente en Haití. En México en 1500 había 25 millones de indígenas (aztecas, toltecas y otros) después de 70 años solo quedaron dos millones. En los Andes había 1532 millones de indígenas en 15, en pocos años quedó solo un millón. En Centroamérica en 1492 en Guatemala, Honduras, Belice, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica y Panamá había entre 5,6-13 millones de indígenas, de los cuales el 90% fueron asesinados”.
“En Argentina, Chile, Colombia y Paraguay, en promedio, en unos países más, en otros menos, murieron alrededor de un millón de indígenas. En las Antillas menores como Bahamas, Barbados, Curazao, Granada, Guadalupe, Trinidad-Tobago e Islas Vírgenes, vivieron el mismo exterminio casi total”.
“En Brasil, cuando los portugueses desembarcaron en estas tierras, había cerca de 6 millones de personas de decenas de etnias con sus lenguas. El desajuste violento los redujo a menos de un millón. Hoy, lamentablemente, por descuido de las autoridades, continúa este proceso de muerte, víctimas del coronavirus. Un sabio de la nación Yanomami, el chamán Davi Kopenawa Yanomamy informa en el libro la caída del cielo lo que ven los chamanes de tu pueblo: la carrera de la humanidad se dirige hacia su fin”.
“En los Estados Unidos de América vivían en 1607 unos 18 millones de pueblos originarios y después sólo sobrevivieron dos millones.
En Canadá en 1492 había dos millones de habitantes originales y en 1933 había sólo 120 mil”.
El libro no solo narra la inconmensurable tragedia, sino especialmente la resistencia y, en tiempos modernos, las diversas cumbres organizadas entre estos pueblos originarios, del sur y del norte de América. Con este refuerzo mutuo, rescatan la sabiduría ancestral de los chamanes, las tradiciones y los recuerdos.
Una leyenda-profecía expresa el reencuentro de estos pueblos: el del Águila, que representa a América del Norte y el Cóndor, que representa a América del Sur. Ambos fueron generados por el Sol y la Luna. Vivían felices volando juntos. Pero el destino los separó. El Águila dominó los espacios y casi provocó el exterminio del Cóndor.
Sin embargo, quise la misma suerte que a partir de la década de 1990, cuando comenzaron las grandes cumbres entre los diferentes pueblos indígenas, del sur y del norte, el Cóndor y el Águila se reencontraron y comenzaron a volar juntos. De su amor, el Quetzal de Centroamérica, una de las aves más hermosas de la naturaleza, un ave de la cosmovisión maya que expresa la unión del corazón con la mente, del arte con la ciencia, de lo masculino con lo femenino. Es el comienzo de una nueva era, de la gran reconciliación de los seres humanos entre sí, como hermanos y hermanas, cuidadores en la naturaleza, unidos por un mismo corazón palpitante y morando en la misma Pachamama generosa, la Madre Tierra.
Quién sabe, en medio de las tribulaciones del presente en que nuestra cultura ha encontrado sus límites infranqueables y se siente obligada a cambiar de rumbo, esta profecía puede ser la anticipación de un buen fin para todos nosotros. Seguiremos volando juntos, el Águila del Norte con el Cóndor del Sur bajo la benévola luz del Sol que nos indicará el mejor camino.
*Leonardo Boff es ecologista y filósofo. Autor, entre otros libros, de O Casamento entre o Céu e a Terra: cuentos de los pueblos indígenas de Brasil (Mar de Ideas).