El racismo no es estructural

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por MARIO MAESTRI*

La tesis del racismo estructural disuelve el nexo central de la lucha contra la explotación, entre el mundo del capital y el mundo del trabajo

Hay conceptos que se presentan como síntesis de propuestas emancipatorias, a pesar de ser sutiles instrumentos de formación de conciencias. Son acogidos, consumidos, reproducidos, utilizados en múltiples ámbitos de la comunicación social. Y así como surgieron, acaban convirtiéndose en simples actores de reparto, cuando son superados por nuevos protagonistas de la misma calidad, que pasan a habitar los pisos superiores de la manipulación ideológica. Estos casos incluyen, entre muchos otros, los conceptos de “altermundismo”, “empoderamiento”, “emprendimiento”, “revolución ecológica”, “economía autosustentable”, “sociedad participativa”, “organizaciones no gubernamentales”. (CARBONI & MAESTRI, 2005.)

El “racismo estructural” ocupa hoy un lugar destacado en el carro sonoro de estos conceptos supuestamente autoexplicativos y emancipatorios, que tienen como denominador común la negación del capital y la gran propiedad como fundamento de las formas modernas de explotación y discriminación. Conceptos que niegan y oscurecen la verdad elemental de que la lucha contra el orden capitalista, en el aquí y ahora, con el fin último de su expropiación y control por la sociedad, es la única posibilidad de emancipación social, imprescindible para interrumpir el deslizamiento de la humanidad hacia barbarie y eventualmente hacia su extinción.

En 2019, Sílvio Almeida publicó racismo estructural, amplia defensa de las propuestas identitarias y la afirmación que da título al libro. “La tesis central es que el el racismo siempre es estructural, es decir, es un elemento que integra la organización económica y política de la sociedad”. “El racismo proporciona el significado, la lógica y la tecnología para reproducir las fuentes de desigualdad y violencia que dan forma a la vida social contemporánea”. (SILVIO: 2019, 15). Esta tesis y las relacionadas con ella constituyen propuestas que, bajo un aparente radicalismo, disuelven, como se ha señalado, el nexo central de la lucha contra la explotación, contribuyendo a su consolidación, al proponer, al margen de los huevos, una lucha racial, entre blancos y negros. negros, en el lugar de la lucha de clases, entre el mundo del capital y el mundo del trabajo. Hay "un mundo blanco y un mundo negro". La “relación entre negros y blancos” es violenta y los negros han sido explotados por los blancos, “desde hace quinientos años”. (CARNEIRO: 2000, 24-9.) Huelga decir que el gran capital está profundamente conmovido por tales propuestas.

El racismo es un fenómeno general.

El racismo es un fenómeno generalizado en varias sociedades contemporáneas, con terribles consecuencias individuales y sociales. En el caso de Brasil, se trata principalmente de racismo anti-negro, como en el caso de Chile, racismo antimapuche. (BENGOA, 1996.) Una realidad que no determina, en los dos casos citados —como en tantos otros—, que el racismo asuma un carácter “estructural”, en el pleno sentido del término. No existe controversia sobre el significado de la categoría “estructural”. Se refiere a un rasgo, un elemento o una determinación que pertenece a la esencia constitutiva y permanente de un fenómeno. Que no lo integra, por tanto, como un elemento superficial o episódico.

Por tanto, acotando el período de análisis, es necesario saber si el “racismo” fue y es parte de los recursos estructurales sobre los que se apoyó y descansa el capitalismo en su génesis, desarrollo y consolidación. Para ello, utilizaremos el método marxista de interpretación, como lo requiere el tema en discusión. El marxismo no es una construcción arbitraria. Nació y se desarrolló como un método de interpretación social, para orientar a los oprimidos en la lucha por la emancipación de la explotación capitalista y de las contradicciones sociales, nacionales, de género, raciales, urbanas y rurales, etc.

En el famoso prefacio de Contribución a la crítica de la economía política, 1859, Karl Marx definió sumariamente los mecanismos del movimiento de la historia. (MARX: 2008, 45-50.) A partir del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas materiales, es decir, los medios de producción (materias primas, herramientas, etc.) y la mano de obra, se establecen relaciones sociales de producción, tendientes a sea ​​necesario, que oponen, de manera contradictoria, los poseedores-dueños-controladores de los medios de producción a los productores directos, es decir, a los trabajadores.

Es la contradicción entre clases opuestas, recuerda Marx, lo que hace avanzar la historia, cuando avanza, por supuesto. “Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, señor y siervo, maestro de gremio y oficial, en una palabra, opresor y oprimido, se oponían constantemente entre sí, habían estado librando una guerra ininterrumpida, ahora abierta, ahora encubierta; una guerra que siempre terminaba, ya sea en una transformación revolucionaria de la sociedad en su conjunto, o en la destrucción de las dos clases contendientes”. (MARX Y ENGELS, 2001.)

Estructura o modo de producción

Las fuerzas productivas materiales y las relaciones sociales de producción constituyen el estructura de una sociedad Es decir, nuestro objeto de discusión, en general y en particular. Y es la estructura-modo de producción la que determina el proceso de producción, distribución, circulación y consumo de los bienes producidos por los productores directos, dando lugar, en ese proceso, a formaciones superestructurales tendenciosamente necesarias: formas de propiedad; instituciones jurídicas y políticas, a las que corresponden “específicas formas sociales de conciencia”: ideología, cultura, religión, arte, etc. Es en este último ámbito donde se materializan y habitan las concepciones racistas del mundo, ya sean conscientes, semiconscientes o inconscientes.

Una formación social, es decir, la sociedad (método de producción + instituciones + formas de conciencia social), en su proceso de desarrollo histórico, es tendencialmente determinada-coherente por un modo de producción dominante, que subordina a los secundarios, cuando existen. (GORENDER: 2010, 52-64.) Karl Marx recordó que, en “cierta etapa de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes”, abriéndose “entonces, una época de revolución”, que da paso al nuevo modo de producción. (MARX: 2008, 45-50.) Por si la revolución social no se va al carajo, y la sociedad con ella, claro.

Es la forma de apropiación de parte del producto del trabajo del productor directo —pueblerino, esclavo, sirviente, oficial, campesino, proletario, etc. — por los controladores-poseedores-dueños de los medios de producción que caracterizan el modo de producción. Es, en cierto modo, su recibir. En el modo de producción esclavista, el esclavista devuelve al cautivo una pequeña parte de lo que produjo, en forma de alimento, vivienda, etc. El capitalista se apropia de la “plusvalía”, es decir, parte del valor de los bienes producidos por el asalariado, pagándole un salario. (MANDEL: 1969, 123 y siguientes.)

El látigo y el desempleo

Sobre todo, la violencia física mantenía al cautivo sujeto a la producción esclava, ya que éste, libre, podía constituirse de algún modo como productor independiente. La esclavitud clásica y colonial no funcionaría sin el látigo del capataz y las milicias esclavistas. En el capitalismo, la coerción física es el recurso limitante de la cohesión social, ya que, para sobrevivir, el trabajador no tiene otra alternativa que vender su fuerza de trabajo al capitalista. Bajo el capitalismo, es el desempleo el que funciona como un látigo y un leño. Una realidad magistralmente sintetizada respecto al campo por la formulación de José de Sousa Martins que: “En un régimen de tierras libres, el trabajo tenía que ser cautivo; en un régimen de trabajo libre, la tierra tenía que ser cautiva”. (MARTINS, 1998.)

En general, la producción capitalista persigue la extracción creciente de plusvalía de los trabajadores, a través de la reducción de salarios y horas de trabajo de intensidad y duración crecientes. Los trabajadores hacen un esfuerzo por resistir esta tendencia, en el contexto general de la acción del Estado que siempre interpreta a las clases dominantes, aun con grados desiguales de violencia explícita e implícita. Para aumentar la tasa de plusvalía, el capitalista también hace uso de varios recursos extraordinarios, empleando más trabajadores. flexible a la superexplotación: niños, mujeres, indocumentados; extranjeros; trabajadores de regiones atrasadas del país, discriminados por motivos de racismo, nacionalidad, religión, etc. (MARX: 2010, 168-229.)

Ernest Mandel se refiere al uso de trabajadores extranjeros para superexplotarlos y bajar los salarios de la clase trabajadora en su conjunto. “Sin embargo, es notorio que una gran proporción de los trabajadores inmigrantes son mano de obra no calificada, confinados a los trabajos más sucios, duros y peor pagados en las economías metropolitanas. Así, el capital crea deliberadamente una nueva estratificación en las filas del proletariado entre trabajadores 'nativos' y 'extranjeros'. Esto proporciona simultáneamente a los empleadores los medios para mantener bajos los salarios de la mano de obra no calificada, detener el desarrollo de la conciencia de clase del proletariado fomentando los particularismos étnicos y regionales y explotar estos antagonismos artificiales para propagar la xenofobia y el racismo en la clase trabajadora. .” (MANDEL: 1985, 127.)

Los diversos medios extraordinarios de superexplotación del trabajo pueden ser utilizados de forma amplia o limitada, significativa o moderada, intermitente, periódica o permanente. O incluso puede que no se utilicen en absoluto. Lo esencial en la reproducción capitalista es la explotación de la fuerza de trabajo, y sus características únicas no son esenciales. Por eso, aunque importantes, las peculiaridades de la fuerza de trabajo no son elementos estructurales, necesarios, al proceso de producción capitalista. Son elementos coyunturales, aun cuando permanezcan por mucho tiempo y adquieran gran importancia.

Aristocracia y plebe

Los países y ramas productivas iniciaron y consolidaron su producción capitalista explotando a los trabajadores nacionales, aunque pudieron mediar diferencias de lenguaje, costumbres, etc., entre la aristocracia del capital y la plebe proletaria. En estos casos, el capital no hizo uso del racismo, en la esfera de la producción, como instrumento de superexplotación, aun cuando eventualmente hizo uso del trabajo femenino e infantil. El inicio de la industrialización de la Región Colonial de Rio Grande do Sul se dio esencialmente con el trabajo excedente de la economía campesina de origen ítalo-alemán. (LAZZAROTTO, 1981; HEREDIA, 1997.)

En algunas actividades productivas del capitalismo maduro, como la minería, no se utilizó trabajo femenino e infantil, principalmente por la lucha de los mineros. Regiones de Europa, principalmente después de la Segunda Guerra Mundial, incorporaron extranjeros en las mismas condiciones que los trabajadores nacionales, en cuanto a salarios, condiciones de trabajo y, en algunos casos, derechos sociales, cuando la mano de obra local era insuficiente para suplir la expansión productiva. El hecho de poder usar menos o más y simplemente no necesitar ayudarse, registra el carácter subordinado, y no estructural, de los recursos extraordinarios de superexplotación del trabajo, entre ellos, el racismo, tal como se propone. Sin embargo, estos recursos extraordinarios pueden ser de gran importancia por largos periodos de tiempo para la explotación capitalista.

“Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella” – recordó Marx. (MARX: 2008, 45-50.) En las transiciones intermodales, de la esclavitud clásica al feudalismo, del feudalismo al capitalismo, etc., las formas de propiedad; instituciones legales y administrativas; los complejos ideológicos, culturales, religiosos, etc., propios de los órdenes socioeconómicos superados, dan lugar a nuevas determinaciones superestructurales, correspondientes al nuevo modo de producción dominante.

La nueva superestructura, en sus más diversas expresiones, suele ser alimentada con material del complejo superestructural obsoleto, metamorfoseado según sus necesidades. Sin embargo, cuando se trata de realidades que chocan de frente con el nuevo orden, éstas son superadas, conservando como mucho restos culturales fantasmagóricos de las mismas. Un ejemplo extremo: en los modos primitivos de producción, la antropofagia se apoyaba en elaboraciones cultural-ideológicas consolidadas. Estas concepciones y tradiciones han permanecido, hasta hoy, en forma simbólica, en la comunión de la Eucaristía. (MAESTRI, 2013.)

racismo y racismo

No fue la “Ilustración”, sino la Grecia esclavista, la que creó la dicotomía “civilizado y bárbaro”, que se desdobló en “civilizado y salvaje”, en “civilizado y primitivo”, etc. (ALMEIDA: 2019, 19.) En la antigüedad, con la consolidación del modo de producción esclavista, la explotación sistemática del trabajador esclavizado por el esclavista produjo instituciones y propuestas de diferencia de naturaleza entre el hombre libre y el esclavo, que normalizaron, justificó y consolidó esa forma de relación social de producción. Platón y, sobre todo, Aristóteles racionalizaron y refinaron las visiones prácticas de los esclavistas de su época, creando lecturas esencialistas del mundo que mantendrían su carácter performativo, adaptado a los nuevos tiempos, hasta mediados del siglo XIX (ARISTÓTELES, 19; SCHIROLLO: 1957, 1979.)

En el contexto de la construcción de representaciones ideológicas acordes con la sociedad esclavista, se generó un relato sobre la inferioridad de los esclavizados que se expresaría en su falta de civilización y, desde siempre, en sus características físicas, aun cuando prácticamente no existió. Para el teólogo y filósofo católico italiano Aegidius Romanus (c.1247-1316), la naturaleza del hombre semibestial, destinado por nacimiento a la esclavitud, se expresaba en su incapacidad para distinguirse completamente de los animales “por la comida, el vestido, el habla y los medios de defensa”. El hecho de que no tuviera leyes ni gobierno era también prueba de su limitación esencial. (SAUNDERS: 1994, 75 y 67).

La esclavitud moderna solo extendió y generalizó, pero no creó, la descalificación racial de los negros africanos. No tiene sentido proponerlo como producto de la construcción del “proyecto liberal-ilustrado”. (ALMEIDA: 2019, 20.) El 8 de agosto de 1444, a las puertas de la villa de Lagos, en el sur de Portugal, el cronista real Gomes Eanes de Zurara describía la primera gran distribución de hombres y mujeres capturados en la costa atlántica de África. para servir como cautivos. En ese momento, en Portugal, la esclavitud de moros era hegemónico y no había relación entre el color de la piel y el cautiverio. “[…] fue una cosa maravillosa [extraordinaria] de ver […] había algunos de razonable blancura, fremoses [hermosos] y cercanos; otros menos blancos, que querían parecer pardos; otros tan negros como etíopes [tiopiáceos], tan desafectos en sus rostros como en sus cuerpos, que casi parecía, a los hombres que los esperaban, que estaban viendo las imágenes del hemisferio inferior.” (destacamos) (ZURARA: 1973, 122.) El color negro se convertiría en una excelente justificación de la esclavitud, sirviendo como signo de inferioridad. Es en este proceso que emerge el racismo anti-negro.

En su aparente permanencia, e incluso en el contexto de su resiliencia a la transformación, propia de las religiones, el catolicismo se constituyó como el credo dominante en la esclavitud romana, en el feudalismo, en el capitalismo. Es decir, en tres modos de producción que dieron lugar a formaciones sociales estructuralmente diversas. El catolicismo aseguró una aparente continuidad mientras se transformaba sustancialmente a medida que se adaptaba bajo la presión de las nuevas organizaciones socioeconómicas dominantes. Apoyó resueltamente las formas de explotación esclavistas, feudales y capitalistas. Sin esta plasticidad, no habría seguido siendo la religión dominante del mundo occidental, aunque se hubiera fragmentado en varios aspectos. Podemos presenciar el mismo proceso en relación con el Derecho, la Literatura, las Artes Visuales, etc. El racismo contra los negros experimentó un proceso similar.

Quién explota a los negros en Brasil

La esclavitud colonial dio origen y consolidó el racismo antinegro, un momento singular en la historia milenaria de la explotación esclavista. Durante este largo período, no hubo ninguna etnia que fuera monopolizada o semimonopolizada como semillero de cautivos. Sin embargo, el racismo no fue el mecanismo central de la explotación laboral, ni siquiera en la esclavitud colonial, ya que la cohesión social, tal como se proponía, venía impuesta por la violencia ejercida sobre quienes poseían la mano de obra. estado legal de esclavo. Tanto es así que la existencia de esclavistas afrodescendientes y africanos fue un fenómeno relativamente común en la esclavitud brasileña. (LUNA, 1981.) Con la Abolición, en 1888, por el contrario, el racismo se convirtió en un elemento importante para el mantenimiento de la disciplina social y para la sobreexplotación del trabajo, ya que todos los trabajadores se convirtieron en hombres libres, capaces de negociar la venta de su fuerza de trabajo, bajo la acción permanente de duras y variadas coacciones, incluido el racismo.

Comprender el papel del racismo en el contexto del capitalismo, en general, y de la sociedad brasileña contemporánea, en particular, es fundamental para la lucha social. Por falta de espacio, este no es el momento de discutir, en detalle, el papel y quién sufre el racismo contra los negros en Brasil. Sin embargo, es indiscutible que se ven particularmente afectados por el racismo, especialmente mujeres y hombres con una fuerte afrodescendencia, sobre todo cuando pertenecen a las clases populares. No tuvimos en Brasil la discriminación estadounidense basada en el principio de la “gota de sangre”. También es cierto que es indefendible el disparate sobre la explotación de la población negra por la población blanca en Brasil, teoría igualmente aplaudida por el gran capital y sus representantes. (MAESTRI: 2021, 19-27.) Hemos visto que el mecanismo estructural de la reproducción capitalista es la explotación de la fuerza de trabajo en general, sirviendo el racismo para producir eventualmente una explotación marginal, aunque, en muchos casos, significativa.

El capital, lo sabemos, no tiene color, aunque, hasta hoy, sus poseedores han sido mujeres y hombres blancos y, actualmente, cada vez más, amarillos, con el innegable desplazamiento del corazón de la economía mundial hacia el Este: Japón, China, India, etc Y, en su carrera frenética, el capital ha explotado y sigue explotando a multitudes de trabajadores blancos y, ahora, como acaba de proponer, cada vez más a trabajadores orientales. La población de China e India juntas supera la población de África y las tres Américas. Y en China, hogar de la clase trabajadora más grande del mundo, existe una fuerte homogeneidad étnica, con más del 90% de chinos han. La explotación étnica, en el inmenso país, subsiste como un fenómeno real, pero muy secundario. (DINUCCI, 1975, 27. )

Los orígenes de la desigualdad racial

En Brasil, con una población negra posiblemente en torno al 10%, superior a la propuesta por el Censo de 2010, hay, en números absolutos, más trabajadores blancos explotados por el capital que trabajadores negros, ya que la población considerada blanca superaría el 47% de los habitantes del país. país ese año. Sin embargo, los trabajadores y trabajadoras negros están relativamente sujetos a una mayor explotación, ya que constituyen desproporcionadamente las facciones más explotadas en el mundo del trabajo. Esta situación ciertamente nace de razones históricas, ancladas en la esclavitud, reforzadas y perpetuadas por la acción deletérea del racismo utilizado, como hemos visto, como una herramienta marginal pero significativa para la sobreexplotación capitalista.

          La esclavitud es indiscutiblemente el origen determinante de la situación actual de las comunidades populares negras en Brasil. Un año antes de la Abolición, todavía había 720 cautivos, hombres y mujeres. Tú liberado, el 13 de mayo de 1888, se incorporaron a las comunidades de esclavos libertos, negros libres, etc., en general también muy desprovistos de bienes materiales e inmateriales. Era un grupo social casi unánimemente analfabeto, con poco dominio de la llamada lengua culta, con pocas habilidades profesionales, con lazos familiares extremadamente frágiles. Una comunidad severamente carente de casi todo y bajo la presión permanente de prejuicios y prácticas racistas. (CONRAD: 1975.) Los negros de esas décadas y posteriores que alcanzaron una verdadera progresión social tendieron a confundirse incluso étnicamente con la llamada comunidad blanca.

A grandes rasgos, la comunidad negra se fusionó con la clase obrera, blanca, parda, cabocla, etc., sufriendo sus victorias y derrotas, teniendo siempre como hándicap negativo el racismo. La explotación general era ejercida por la clase propietaria de los medios de producción (propiedad), generalmente blanca o percibida como tal, que tendía a reproducirse como clase dominante, principalmente a través de la transmisión de la propiedad, el alfa y el omega de la estructura social de dominación y explotación social.

La comunidad negra participó en todas las luchas obreras y populares en el Brasil posterior a la Abolición, en las que los líderes negros a menudo se destacaron, a veces como grandes protagonistas, como en el caso de la revuelta de los marineros de 1910. Los trabajadores negros son componentes estructurales e indisolubles. del mundo del trabajo en Brasil, permeado por múltiples diversidades — de género, color, región, etc. Por eso, comparten indisolublemente las grandes demandas del conjunto de la clase obrera por los derechos inalienables a la vivienda, la educación, la salud, el ocio, la seguridad.

Racismo y Fragilidad

La integración socioeconómica de la comunidad negra en el período posterior a la Abolición se produjo bajo el peso de su marcada fragilidad material e inmaterial, sumada al racismo. Había —hay— actividades productivas en las que el color de la piel tenía, en general, poco impacto en términos de contratación y salario, como la agricultura, el pastoreo, la construcción civil, la industria manufacturera, etc. Especialmente en las llamadas actividades no productivas, persistió una histórica discriminación que alienó fuertemente a la población negra, con énfasis en el comercio y otros servicios públicos.

Hace algunas décadas, los anuncios de trabajo, especialmente para el comercio y actividades relacionadas, exigían “buena apariencia”, un eufemismo para sugerir esencialmente que los negros no eran aceptados. Incluso hoy en día, tal requisito puede pesar en la contratación, asumiendo una gama más amplia de exclusiones: candidatos gordos, demasiado delgados, demasiado altos, demasiado bajos, demasiado feos, tatuados, etc. Ser guapo y bello puede ser un factor diferenciador positivo cuando se realiza este tipo de contrataciones. No es raro que la selección sea hecha de manera invisible o poco clara por el Departamento de Personal o por el empleador.

El acceso a la función pública por oposición o alistamiento ha sido un espacio de inserción social tradicional para la comunidad negra, con énfasis en las fuerzas policiales, el Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea, etc. A pesar del fuerte componente negro en las fuerzas armadas y la policía, los oficiales superiores negros son raros. La red de educación pública acoge a docentes y maestras negros, sin barreras a las promociones, que son principalmente —todavía— por formación y antigüedad. No ocurre lo mismo en las escuelas privadas, no sólo en las destinadas a la élite.

Acción deletérea

Aunque no sea estructural al orden capitalista, en la sociedad brasileña, el racismo ejerce una fuerte acción deletérea, en términos de inclusión social, en diferentes niveles, en importantes sectores de la comunidad negra. No incluimos en este análisis sintético a la llamada población “parda”, ya que su adición a la población “negra”, que se ha hecho con fines político-ideológicos, oculta la población que realmente sufre el racismo en Brasil. Teníamos un gran número de generales marrones y los tenemos en la actualidad. Como el célebre Floriano Peixoto, en la Antigua República, o el general H. Mourão, más allá de caboclo, el “malandragem” del “negro”.

La lucha contra el racismo brasileño exige, de manera ineludible, un programa específico y general, que no hay forma de discutir aquí. Sin embargo, es un tema que necesita un enfoque amplio y estrecho, complejo y objetivo, debido a las características multifacéticas del país. En esta agenda, por ejemplo, se ha dejado totalmente de lado la defensa incondicional de las empresas públicas nacionales, regionales y municipales, que se encuentran en acelerada destrucción, y la lucha por su expansión y democratización, por las razones mencionadas.

Es de gran interés para la gran comunidad negra retirarse del espacio económico privado, y no la inserción de los individuos en él, como se suele proponer hoy en día, el llamado emprendimiento negro. Pasar a formar parte, aunque sea ocasionalmente y de forma subordinada, de las clases dominantes, es convertirse en explotador. Hemos visto que, en la esclavitud brasileña, teníamos un número no despreciable de negros propietarios de esclavos, la forma de propiedad de la que dependía la progresión social en ese momento.

Generales y Privados

Los líderes de la identidad negra comúnmente verbalizan la propuesta de que es imposible reducir las demandas de la población negra a una agenda económica. Lo cual es relativamente cierto. Sin embargo, nadie puede negar la determinación esencial de las pretensiones económicas. Un salario mínimo digno permitiría un gran salto cualitativo en las condiciones generales de existencia de las comunidades negras, que no se limitaría a los aspectos económicos de la vida, extendiéndose a prácticamente todos los demás, de forma desigual. Más aún porque los trabajadores negros son los que proporcionalmente reciben en mayor número ese salario de opresión, el mayor mecanismo de superexplotación del trabajo en Brasil, cuando lo reciben íntegramente.

Por eso es imperativo que los trabajadores, todos unidos y por lo tanto fortalecidos, levantemos y adelantemos reivindicaciones de carácter universal, para todos los explotados, sin excepción, que lleguen así a la totalidad de la población negra explotada y marginada, y no sólo a una pocos privilegiados. El éxito de algunos no es un remedio para la miseria de muchos otros. Un programa general que debe estar asociado a demandas particulares, de todo tipo, con énfasis en la lucha permanente e intransigente contra múltiples expresiones, conceptos, prácticas, etc. racista y sexista, profundamente arraigada en la sociedad brasileña.

El racismo afecta también a los segmentos sociales negros medios, lo que debe ser interpretado, en su relatividad, por los programas del mundo del trabajo, en la imprescindible marcha hacia la emancipación social, en el aquí, en el ahora y en el futuro. Es imperativo, por tanto, que se defiendan las justas reivindicaciones de los segmentos medios negros, así como las de los segmentos medios blancos. Sin embargo, no pueden presentarse como programas de emancipación de una parte sustancial o de la totalidad de la comunidad nacional. Las reivindicaciones que proponen mejoras coyunturales para pequeñas comunidades e individuos singulares, a través de modificaciones puntuales ya menudo utópicas de la sociedad despótica actual, contribuyen, de manera ineludible, a la consolidación de un orden capitalista ya en su etapa senil. Y eso es precisamente lo que quieren y apoyan las grandes empresas.

* Mario Maestro es historiador. Autor, entre otros libros, de Revolución y contrarrevolución en Brasil: 1500-2019.

Agradecemos las lecturas de la lingüista Florence Carboni y del historiador Luciano Pimentel

Referencias


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