por PEDRO DE ALCÁNTARA FIGUEIRA*
Lo que tenemos en este período de más de un siglo es un proceso de transformaciones revolucionarias de nuevo tipo acompañadas de una feroz contrarrevolución.
No hagamos de los hechos una barrera que nos impida llegar a la raíz de la realidad actual. Lo que importa, sobre todo, cuando nos enfrentamos a una realidad explosiva como la que enfrentamos ahora es buscar conocer el origen de los hechos y sus causas más profundas, lo que nos permitirá comprender que se trata de una situación que resulta de el desarrollo de un determinado asunto. Esta es una condición para que intervengamos en su solución.
Por tanto, partiendo de esta pregunta, esto es lo que la realidad nos obliga a hacer. 1914 puede considerarse el punto de partida de un nuevo mundo en el que las fuerzas productivas capitalistas confirman el análisis de Marx según el cual el capital entró en una fase destructiva de sus propias fuerzas. El término contradicción, utilizado repetidamente en La capital, resume el contenido de esta trayectoria de fuerza revolucionaria que se convierte en su opuesto, es decir, en una fuerza contrarrevolucionaria. La primera guerra mundial tuvo sus razones.
Desde entonces, de un modo de producción que revolucionó el mundo, su trayectoria se ha invertido sustancialmente, convirtiéndose en un “modo de destrucción”. Por esta razón especial, podemos decir que desde entonces el mundo ha estado experimentando convulsiones que en última instancia resultan en la aceleración de un proceso de transformación social.
Pido especial atención a lo que llamamos el modo de destrucción, en clara oposición al modo de producción, que desde los tiempos de la ciencia económica burguesa, la economía política, se ha consagrado como la expresión propia de una época revolucionaria.
No necesitamos recordar aquí lo que significaron las dos guerras mundiales en términos de devastación en Europa. Desde entonces, es decir, desde 1914 hasta la actualidad, hemos tenido algo parecido a las guerras que dominaron el siglo XVIII, cuando absurdos como la Guerra de los Treinta Años y la Guerra de los Cien Años consumieron a poblaciones enteras.
En la etapa actual, el capital se ha vuelto autofágico y se puede decir que la cantidad que queda comprometida con las actividades productivas se ha vuelto incapaz de reproducir la sociedad que le correspondía. De sus escombros lo que quedó, en términos sociales y políticos, fue algo indefinido cuyo nombre más apropiado sería “horda”.
Lo que tenemos en este período de más de un siglo es un proceso de transformaciones revolucionarias de nuevo tipo acompañadas de una contrarrevolución feroz. Este enfrentamiento, como es exactamente en este punto en el que nos encontramos, explica la totalidad de las manifestaciones políticas en todo el mundo. Tanto la confrontación entre Rusia y Ucrania, o mejor dicho, entre Rusia y la OTAN, como el holocausto que Israel ha estado llevando a cabo sistemáticamente durante décadas en tierras palestinas, encajan perfectamente en este contexto de revolución-contrarrevolución.
Las transformaciones irresistibles e irreversibles están en el centro de todas las cuestiones.
No sorprende que, en respuesta a esta tormenta revolucionaria, el imperio estadounidense, arquitecto de la contrarrevolución, emprenda las acciones más criminales en todo el mundo. Se diferencia poco de lo que hicieron todos los imperios en su fase de extinción.
Este momento de crisis que afecta a gran parte del mundo cobra una dimensión muy especial en aquel país que alguna vez fue una superpotencia capitalista. Su trayectoria descendente la ha llevado a probar soluciones que empeoran su situación en lugar de recuperarse de un final que se anuncia a cada paso que da. El resultado –que es inherente a su naturaleza capitalista– es el recurso a la violencia que intenta justificarse recurriendo al anticomunismo. Recurso fallido, por tanto, al igual que la tendencia irresistible hacia la dominación del capital en el siglo XVIII, ahora las tendencias irresistibles van en una nueva dirección, precisamente aquellas que apuntan al fin de los antagonismos basados en clases sociales.
En una carta de 1964 a la escritora Coretta Scott, Luther King, entre ricas consideraciones sobre el socialismo y el capitalismo, se expresaba de la siguiente manera: “El capitalismo ha pasado su fecha de caducidad”.
* Pedro de Alcántara Figueira es doctor en historia por la Unesp. Autor, entre otros libros, de ensayos de historia (UFMS).
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