¿Qué significa ser de izquierda hoy?

Uche Okeke Ana Mmuo 1961
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por LUIZ MARQUÉS*

Cambios en la agenda progresista y la definición de sus demandas

¿Cómo es ser de izquierda? A fines del siglo XIX, la pregunta fue respondida con un conjunto limitado de demandas: el fin de la jornada laboral agotadora (16 horas) para mujeres y niños; libertad de expresión y organización; y universalización del sufragio. Jurídicamente, la democracia mínima requiere sufragio libre, universal, secreto, adulto e igualitario; las clásicas libertades civiles de expresión, conciencia, reunión, asociación y prensa; y garantías contra la detención sin juicio. Según este parámetro, la democracia solo alcanzó cuatro naciones antes de 1914: Nueva Zelanda (1893), Australia (1903), Finlandia (1906) y Noruega (1913). La democracia no es un regalo del cielo. Cobra la pesada moneda de la dignidad en medio de los conflictos, desafío a la autoridad, asunción de gestos valerosos, calvario ético, confrontaciones violentas y crisis generales en las que se quiebra el orden político y social vigente.

Cien años después, la agenda progresista incluía demandas relativas a la preservación del medio ambiente y la biodiversidad; igualdad racial y de género; autonomía en la elección de la sexualidad (LGBTQIA+); políticas públicas estatales para combatir las desigualdades; y el mejoramiento de la democracia representativa a través de mecanismos de participación ciudadana directa. “El feminismo fue posiblemente el más importante de estos movimientos emergentes, lo que obligó a una reevaluación completa de todo lo que abarca la política. Pero también ecología radical, que vincula el activismo popular, la experimentación comunitaria y la movilización extraparlamentaria de formas inesperadas. Formas alternativas de vida han conquistado imaginaciones y signos de una nueva presencia política”, enfatiza Geoff Eley en Forjando la democracia: una historia de la izquierda en Europa, 1850-2000 (Fundación Perseu Abramo). Pasó el tiempo y la respuesta adquirió mayor complejidad y amplitud. La excrecencia colonialista, el racismo, se hizo inseparable de la convergencia democratizadora.

Esto no es poca cosa, bajo la luna menguante de la hegemonía del neoliberalismo, en la que el tema central de las noticias se refiere a “las privatizaciones, la austeridad fiscal y el techo de gasto”, según los intereses de las finanzas. Históricamente, el programa de la izquierda ha sido expansivo, lo que ha hecho de la democracia “un proceso acumulativo de valores civilizatorios”. La definición recupera la tesis de Claude Lefort, en La invención democrática (Autêntica), sobre un sistema con efecto democrático y participativo, que anticipa apoyo en un marco legal y es percibido como un movimiento que se retroalimenta de vectores igualitarios – no de meras idiosincrasias y conjeturas huecas. La izquierda va de la mano de la democracia.

Por otro lado, la concepción neoliberal-mediática restringe la democracia a la difusión de opiniones, independientemente del grado de prejuicios groseros que porten y transmitan. Tal visión alienta polémicas vanas y reactivas en la sociedad como un “derecho de cada uno”. Es decir, el derecho a ser abyecto en la pasarela sin sonrojarse. Confunde la libertad pública con una letrina privada para aumentar los ratings y los ingresos. Esta es una de las razones del crecimiento del populismo de extrema derecha, la propagación negacionista en la pandemia y el ambiente propicio para noticias falsas en las redes sociales. En los desgobiernos que atentan contra los derechos sociales y laborales adquiridos, lo que parecía tan sólido se desvanece en el aire. Una disputa silenciosa en los bastidores del escenario, tras las cortinas ideológicas que separan la izquierda de la derecha, se libra entre la Modernidad y el Tradicionalismo con un vallado de valores.

 

Las promesas inconclusas de la Modernidad

Charles Baudelaire describe lo moderno como el dominio de lo efímero. Ejemplifica con la moda que designa la imprevisibilidad (dandy, afectado). “La moda y lo moderno están ligados en el tiempo y en el instante, misteriosamente relegados a lo eterno”. Eureka. Con eso, lo mundano y lo efímero imprimieron a la vida cotidiana la importancia que antes no tenían. La “mística” y la liberación dejaron de ser inquilinos de la eternidad. Era imperativo apreciar las piezas inscritas en el histórico mosaico, aunque incompletas. La interrupción del sueño redentor no debe eclipsar los episodios fugaces e intensos de las barricadas. Quien quiera lamentar la disolución del aura en la era de la reproductibilidad técnica de la obra de arte, que lo haga. Sin embargo, habrá motivos para vibrar como en una meta con la irreductible democratización del Uno.

Con el fracaso de la ola de revoluciones de 1848 en el Viejo Continente, la cuestión ya no era reducir la distancia entre la naturaleza y la humanidad, lo privado y lo público, lo particular y lo general, la vida cotidiana y el Estado. Pero en la profundización de las contradicciones para hacer implosionar las normas de la burguesía en la filosofía, en las artes, en las costumbres, en la moral. Hasta el amanecer de una insurgencia en toda regla. El surrealismo escuchó el llamado al levantamiento del espíritu contra la realidad. La frustrada (posible) transformación en lo real dio paso a lo imaginario sobre la (imposible) transformación ideal. “Imaginación al poder”, celebraron los rebeldes de 1968.

El signo de “maldito” marcó al autor de Las flores del mal, dando origen al adjetivo que estigmatiza a los grupos sociales, las esquinas, los cuadernos de poesía. La coreografía y discografía de las bandas de música rock psicodélico (Os Mutantes, São Paulo) y en las (Kiss, Nueva York) son ecos conmovedores de la rebelión baudeleriana. Para los brutos, el maquillaje es un artificio superfluo. Para los sensibles, acentúa la similitud de lo humano con lo bello en una estatua. Si el colorido caleidoscopio de la subversión no cambia el mundo, vuelve a encantar la vida.

La modernidad no se limita a los valores de la Ilustración y la supremacía del conocimiento y la ciencia sobre el oscurantismo y el curandorismo. Igualmente, no termina con destellos de creatividad. La modernidad contiene el legado de lo que está por venir, en la práctica, de la emblemática e inconclusa tríada prometeica: libertad, igualdad, solidaridad. Para algunos pensadores (Habermas, Touraine), esto hace prematuro el signo “posmoderno”, que deberá esperar el cumplimiento de las tres promesas modernizadoras para presentarse. Aún quedan muchos conflictos por estallar para la plena realización de los compromisos establecidos.

El Modernismo se entiende mejor desde la perspectiva de las tensiones dialécticas que el Tradicionalismo político-filosófico busca sofocar con el retorno al conservadurismo premoderno. Es decir, a las épicas cruzadas cristianas para retomar Tierra Santa y Jerusalén, militarmente. Una ruta reconfigurada por el atraso que se expande en Europa Occidental y América Latina, para bloquear los avances de la civilización. El tren de la historia avanza, románticamente, hacia el futuro como quieren los socialistas, o hacia el pasado como quieren los reaccionarios, racistas, misóginos, lgbtóbicos y despistados. Todos eligen su lugar en el tren de salida. Hay lugar para “todos”. Próxima estación: Fora Bolsonaro.

 

La voluntad de poder de la extrema derecha

La extrema derecha no tolera la “corrección política” para frenar actos de lenguaje destinados a humillar, donde los débiles no tienen cabida. A veces prefiere el Silencio (del portero de la villa), a veces el Grito (de las milicias) a aquello que reequilibra la disidencia: la Palabra. Sin la cual, la democracia basada en contraseñas institucionalizar los conflictos es inviable. Vuelve el hilo de la demagogia. La política es guerra por diferentes métodos, si los polos en conflicto encajan en el argumento. La institucionalización ocurre cuando se legalizan las huelgas de los trabajadores y se les brinda a los sindicatos y empleadores la oportunidad de sentarse en una mesa para negociar y mejorar las relaciones laborales. O cuando los partidos con un programa de superación capitalista acuerdan participar en las elecciones, acatar las reglas del juego y el equilibrio de las urnas.

“El mundo está trastornado”, comentaban con aprensión los extremistas de derecha a principios del siglo XX. A nivel teórico, este desaliento condujo a un nihilismo que reacciona a la depresión con el impulso nietzscheano de la “voluntad de poder”. Culmina en el libro de Oswald Spengler, La decadencia de Occidente (Zahar), que Joseph Goebbels consideraba el precursor de Nacionalsocialista Alemana. Spengler fue condenado al ostracismo al rechazar el mito de la superioridad racial. Sin embargo, sigue siendo una fuerte referencia para los intelectuales conservadores/tradicionalistas. El pesimismo sobre el futuro mantiene encendida la llama de la nostalgia por una Era fantaseada con una armonía ficticia, un progreso lineal, una religiosidad teocrática, un arrianismo de sangre y una sociabilidad incontestable.

El espectro del nihilismo continúa atemorizando y pagando dividendos. El psicolingüista Steven Pinker, en La Nueva Ilustración: en defensa de la razón y el humanismo (Companhia das Letras), estuvo en la batalla para demostrar a los escépticos que la vida, la salud, la prosperidad, la seguridad, la paz, el conocimiento y la felicidad van en aumento. La edición del volumen en portugués es de 2018. Ni que decir tiene que el texto –con el optimismo de Pangloss, el ingenuo personaje de Voltaire– fue escrito cuando aún no había entrado el brote del virus, que acabó con más de 600 esperanzas en Brasil. póster. Aunque el espectro neofascista rondaba de cerca ambos hemisferios, guarnecido por una Toma de corriente y Post-Verdad.

La primera clase social que “creó maravillas mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos, las catedrales góticas; realizaron expediciones que empañaron hasta las más antiguas invasiones y cruzadas”, así se refiere Marx a la burguesía en el famoso Cartel. Desde entonces, el elogio se ha transmutado en epitafio gracias a la perversión de la naturaleza a través de la devastación de los bosques y la invasión de las tierras de los pueblos originarios. La humanidad, triste, veneraba millones de muertos en el bienio de la pandemia. Lo privado volatilizaba lo público. El individuo se sentaba en las gradas generales de la falsa conciencia. Lo cotidiano se consumía en el centros comerciales. La idolatría del dinero instaló y manipuló el falso “poder por el poder”.

La discontinuidad derechista eligió a Trump y Bolsonaro. La desgracia acompañó. Condujo a una mayor concentración de riqueza y poder. Por otro lado, la discontinuidad de la izquierda empodera al pueblo como sujeto político con participación en instancias de deliberación sobre los rumbos de la sociedad y el Estado. Sin una auténtica democratización de la democracia, la politización de la política no puede sobrevivir. Ni la ética en la política. No República.

 

Un republicanismo popular-democrático

No es prudente buscar la continuidad que se ha perdido. La tercera vía es una quimera, no la magia para volver sobre las huellas que el viento ha borrado, en el desierto de la empatía de la acumulación de capital y del poder autoritario y/o totalitario. Además, su factible viabilidad política dependería del compromiso de la propia izquierda, a la que tiene como antípoda. Como en los versos del poeta español Antonio Machado: “En la bajada / y en la vuelta / ves el camino que nunca / hay que volver a pisar”. Sigamos avanzando, viajero.

Hoy, ser de izquierda implica oponerse al neoliberalismo y al neofascismo, y luchar contra los valores retrógrados del Tradicionalismo a lo largo de la historia. En la efímera coyuntura nacional, es una invitación a construir la unidad de la izquierda (PT, PSOL, PCdoB, PSB, PDT) en una Federación de Partidos con el objetivo de potenciar un enfrentamiento común contra la barbarie, aprovechando la oportunidad que surgió con la reciente y sorprendente Reforma Política, en el Congreso. En el contexto internacional, es un impulso para implementar la integración latinoamericana, intensificar los acuerdos con África y fortalecer la agrupación de países (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que recibió la nomenclatura creada por el economista jefe de Goldman Sachs, Jim O. 'Neil, en el estudio Construyendo una Mejor Economía Global BRICOS. La multipolaridad de poderes junto con las relaciones multilaterales, con el fin del bloqueo económico estadounidense a Cuba y Venezuela, son fundamentales para plantear una democratización de carácter globalista.

El republicanismo popular-democrático asegura el “derecho a tener derechos”, en el contexto del Estado laico bajo el cerco del partidismo de las religiones, en el que el neopentecostalismo tiene diferentes plataformas (TV, radio, diarios, revistas, portales, etc. ). Juárez Guimarães, en el artículo La izquierda brasileña y el republicanismo (Democracia Socialista), identifica en “republicanismo actualizado para el período del capitalismo y el orden (neo)liberal” las huellas dactilares del “socialismo democrático”. la manera de esperanza emancipación en la República utópica, con los pies en la tierra. Algo que sugiere grandes cambios a tres niveles (económico, político y cultural)”versus la revolución cultural permanente”, apunta Henri Lefebvre con audacia militante, en La vida cotidiana en el mundo moderno (Ideas).

La ampliación del abanico de banderas propio de la izquierda, contemporáneamente, no es sólo la suma de la conciencia frente a postulados de reconocimiento previamente reprimidos. Tiene que ver con el aumento de las desigualdades, empeorado por la erupción volcánica del conservadurismo. Lo que convencionalmente se llama la “década perdida” sirvió para la lenta incubación de tensiones subterráneas, en el huevo de la serpiente – neoliberal y neofascista.

“La desigualdad genera, en casi todas partes, crecientes tensiones sociales. Sin resultados políticos constructivos y una perspectiva igualitaria y universal, tales frustraciones alimentan el crecimiento de las divisiones identitarias y nacionalistas que se observan hoy en casi todas las regiones del mundo, en Estados Unidos y Europa, en India y Brasil, en China y Medio Oriente”. señala Thomas Piketty, en Capital e ideología (Intrínseco), en el capítulo de cierre al abordar los “Elementos para un socialismo participativo en el siglo XXI”.

 

El tiempo y el lugar del socialismo participativo

“Desde el momento en que se afirma que no existe una alternativa plausible a la actual organización socioeconómica y la desigualdad entre clases, no es de extrañar que la esperanza de cambio se vuelque hacia la exaltación de las fronteras y la identidad”. Una gran derrota habría madurado victorias relevantes, en el llamado “identitarismo”. La historia no es una fatalidad movida por la teleología, inmune a las luchas políticas y al azar del indeterminismo.

“La nueva narrativa hiperdesigual impuesta desde los años 1980-1990 no es fatal. Si en parte es producto de la historia y del descalabro comunista, también resulta de una insuficiente difusión del conocimiento, de barreras disciplinarias demasiado rígidas y de una limitada apropiación colectiva de las cuestiones económicas y financieras, generalmente dejadas a terceros”, reitera. Piketty. La situación es insostenible. El hambre se propaga. Las desigualdades rozan el absurdo en el país: 43,4 millones de personas (20,5% de la población) padecen inseguridad alimentaria moderada y 19,1 millones (9%) inseguridad alimentaria severa. El paisaje urbano se asemeja a un campo de refugiados, tal es la miseria a la vista.

“Toda la historia de los regímenes desiguales muestra que, sobre todo, las movilizaciones sociales y políticas y las experiencias concretas permiten cambios en la historia. La historia es producto de las crisis y nunca se escribe de la forma prevista en los libros”, concluye el economista francés. Los libros brindan ideas que se pueden utilizar en las crisis, para salir de ellas o para entrar en ellas.

La crisis ambiental y climática se encamina hacia el punto de la irreversibilidad, poniendo en riesgo la existencia de vida en el planeta. Esta es la mayor prueba de la debacle sistémica del capitalismo. Proyecciones optimistas estiman un siglo de soledad por venir, no más. La urgencia aquí no es una imagen retórica. Es la cruda e innegable verdad. La burguesía a escala mundial demuestra que no tiene capacidad para frenar la destrucción, que se encuentra entonces en marcha acelerada.

A raíz del republicanismo y el socialismo democrático, el concepto de “socialismo participativo”" elogia la participación y descentralización que marca “la diferencia entre este proyecto y el socialismo de estado hipercentralizado implementado en países pertenecientes al comunismo en versión soviética (presente, en gran medida, en el sector público chino)”. Este es el desafío estratégico de ángeles torcidos. El desafío táctico es armar una alianza partidaria que se amplíe sin desfigurar el proyecto Lula-lá. La elección es un medio entrelazado con fines. ¿Hasta dónde llega la antropofagia oswaldiana en la política brasileña, en estos tiempos oscuros?

* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.

 

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