¿Qué es el keynesianismo?

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por ELEUTÉRIO FS PRADO*

Consideraciones sobre el pensamiento y la práctica de la hebra abierta de John M. Keynes

De una manera muy sintética, el keynesianismo quizás pueda exponerse a través de una analogía descarada que emplea el circuito del capital en general. Al menos así es como se presenta en el libro de Geoff Mann,[i] A la larga estamos todos muertos (2017): “Así como la mercancía fue colocada por Marx, en el circuito del capital en general, es decir, en D – D – D', como término medio en la expansión del valor, la dialéctica keynesiana capta la dinámica central del liberalismo iliberal colocando al Estado como un término medio en el circuito L – E – L', que en realidad existe desde hace dos siglos” (Mann, 2017, p. 386).

Ahora bien, como la tesis contenida en esta analogía parece estar bien pensada incluso después de una segunda mirada, la nota que sigue pretende explicarla.

Cabe señalar de inmediato que Mann caracteriza a John M. Keynes como un liberal antiliberal, como alguien que actúa como defensor de la intervención estatal para modificar y preservar el liberalismo, es decir, la libertad forzada y la prosperidad restrictiva que el sistema económico realmente existente hace. existir Pero esto, según él, no es nuevo. Porque el capitalismo no ha subsistido únicamente gracias a la fuerza de los mercados, sino que, por el contrario, ha sido renovado y reconstituido por el Estado y por la economía política intervencionista durante mucho tiempo. Según este autor, así ha sido al menos desde el golpe de Estado de noviembre de 1799, cuando Napoleón Bonaparte tomó el poder en Francia tras la Revolución de 1789.

Keynes, por lo tanto, fue otro protagonista, aunque extremadamente importante, en un continuo de acción económica y de política estatal contraabrumadora que viene de muy lejos. Como otros antes y después de él, creía iliberalmente que las semillas de su propia destrucción siempre están germinando en el capitalismo. Y que no se desarrollen hasta el punto en que esto realmente suceda porque la acción del Estado protege, salva y, por lo tanto, restaura constantemente el liberalismo.

Así es como Mann explica el keynesianismo: “La contribución decisiva del keynesianismo al liberalismo consistió en legitimar su hegemonía generalizando continuamente, pragmática y científicamente, una visión del mundo en la que el bienestar proporcionado por el Estado y la prosperidad de la sociedad civil son presente, conceptualmente como inseparable. Y esta es realmente ella definición de “civilización” [desde la perspectiva de Keynes]. Este liberalismo iliberal ineludible resultó esencial para la supervivencia incluso del liberalismo clásico mucho más dogmático; porque le proporcionó una lógica política ansiosa, sin la cual no podría haber sobrevivido sin un uso constante de la fuerza bruta. La burguesía y la clase media son, pues, tanto el efecto como la causa de la “civilización” keynesiana. (Mann, 2017, pág. 386).

Pero, ¿por qué mencionar que la lógica política del keynesianismo está impregnada de ansiedad? Mann sugiere que una mezcla de esperanza y miedo subyace en el legado de este economista que no apoyó el liberalismo clásico. Y que ese compuesto contradictorio está implícito en la emblemática declaración de que “a la larga todos estaremos muertos” –expresión que, por eso mismo, eligió como título de su libro. Así es como el keynesianismo se instala entre la promesa del éxito económico y la amenaza constante de que sobrevendrán nuevos desastres, incluso eventualmente grandes como el de la Crisis de 1929. La vida de sus gestores no es fácil.

Esta expresión sugiere también –como señala Mann– que vivir en un cierto estado de inquietud por el devenir es el destino inexorable de toda “civilización” posible. Desde esta perspectiva, tampoco habría forma de construir otro futuro mejor que el que preserve de la mejor manera posible el núcleo del capitalismo. Habría otras alternativas, pero todas ellas, inevitablemente, traerían de alguna manera el espectro del autoritarismo e incluso de la barbarie. En otras palabras, para Keynes el capitalismo sería el fin hegeliano de la historia.

Desde un punto de vista económico, el keynesianismo es lo que hacen los economistas keynesianos en términos teóricos y prácticos o lo que se refiere a un conjunto bien definido de proposiciones sobre el funcionamiento del sistema económico, que están presentes y delimitan la herencia de Keynes, en particular en Teoría general del empleo, el interés y el dinero? Si bien la primera alternativa puede ser aceptable, es claro que el legado de Keynes tiene ciertas características bien definidas: la actividad del dinero, la inestabilidad de la inversión para mantener la demanda efectiva, la incertidumbre sistémica en torno a las decisiones empresariales, el papel compensatorio del Estado como arrestador, etc.

Hay, sin embargo, un punto fundamental. Es central observar que su teoría económica es estancista: “cuanto más rica sea la comunidad, más tenderá a ensanchar la brecha entre su producción real y potencial; y, por tanto, más evidentes y nocivos los defectos del sistema económico” (Keynes, 1983, p. 33). Así como también comprobar que su mirada crítica parte de un análisis centrado en la circulación – y no en la producción de bienes, tomándolos como formas de capital (Prado, 2016). Pues, como señaló irónicamente Marx, “la esfera de la circulación o del intercambio de mercancías (…) es en verdad un verdadero edén de los derechos naturales del hombre (…) la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham” (Marx, 1983, p. 145). ). ).

Es, por tanto, en la esfera de la sociabilidad de mercado donde se encuentran las reservas de Keynes sobre el capitalismo. La explotación, la alienación y el conflicto entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción no son problemas para él. Por el contrario, destaca sobre todo que la naturaleza misma de las interacciones del mercado dificulta la conciliación del interés individual con el bienestar colectivo. Y, en ese sentido, como señala Mann, no comparte el optimismo cínico de Bernard Mandeville expuesto en su fábula de las abejas. Para él, la búsqueda del interés propio no siempre resultaría en el bienestar común, sino en un malestar latente y permanente. Además, la mala distribución del ingreso y el desempleo resultantes, en última instancia, de interacciones impulsadas por el interés propio, tienden a alimentar una profunda ira en la sociedad mercantil que puede socavar, según él, su potencial civilizador.

Según Geoff Mann, tres características distinguen la larga tradición a la que pertenece John M. Keynes. El primero de ellos es la ausencia de un humanismo universalista capaz de proyectar un futuro civilizado para todos los seres humanos. Por el contrario, toda su preocupación civilizadora sólo concierne al mundo euroamericano; he aquí, sólo le interesa el bienestar de esta fracción de la humanidad: el “keynesianismo” – dice – “casi siempre ha sido no sólo una crítica elaborada dentro del capitalismo liberal de los estados-nación 'industriales' de Europa Occidental y América del Norte – pero ha sido sobre todo una crítica que ignora todo lo demás”. En este sentido, es –como también dice– una crítica social moderadora que “refleja perfectamente el mundo burgués, colonialista, masculino y blanco en el que y para el que habla” (Mann, 2017, p. 47).

La doctrina liberal del keynesianismo generalmente se llama "liberalismo incrustado" para enfatizar que contempla la realización de la libertad burguesa solo dentro de un orden social que establece una cierta unidad, una cierta armonía. Keynes, en particular, es crítico con lo que también suele llamarse “liberalismo desarraigado”, que había apuntalado la cosmovisión de la economía política clásica y el imperialismo de libre comercio. Como resultado de su sesgo euroamericano, esta doctrina, como la que busca superar, es plenamente consistente con la aceptación activa o pasiva de la grave falta de liberalismo en la periferia del sistema global. Más que eso, es consistente con la tesis de que el orden internacional puede y debe ser establecido solo por el grupo de países ricos que se ven a sí mismos como más desarrollados, incluso si los países pobres y acomodados lo rechazan.

La segunda característica es la falta de adhesión al dogma liberal que siempre prioriza la libertad individual sobre la igualdad y la justicia social. Diferentemente, esta tradición suele acoger un individualismo mitigado, tomando la libertad de la persona como condición necesaria, pero no exclusiva en sí misma y, por tanto, no suficiente, para realizar una sociedad civilizada. Si es un fin, también es un medio para negociar la realización de un estado social en el que él mismo pueda existir junto con el bienestar colectivo. Según Mann, el proyecto keynesiano contiene básicamente una ambición de crear algo nuevo, un lugar, por lo tanto, que aún no existe. Aquí, cree que “la libertad, la solidaridad y la seguridad pueden alcanzarse plenamente en un orden social racional”, es decir, en un orden construido por la voluntad y la razón humanas (Mann, 2017, p. 49).

En este sentido, es bien sabido que Keynes consideraba el lamentable estado de la sociedad de su época como un colosal revoltijo (confusión colosal), que quería ver superado. También se sabe que él mismo se esforzaba en la década de 1930 por contribuir en lo posible a que esto sucediera. Su teoría general nunca fue una empresa puramente académica, por el contrario, pretendía intervenir en la dirección de la sociedad, es decir, la sociedad que le interesaba.

La tercera característica del keynesianismo es cierto optimismo práctico, una fuerte creencia en la capacidad de resolver los problemas de la sociedad a través de intervenciones públicas adecuadas. Así es como Mann explica la falsa conciencia que opera dentro de esta corriente de pensamiento:

Frente a las fuerzas autodestructivas producidas por la propia sociedad civil, quiere mostrar que tales tendencias desastrosas no deben conducir necesariamente a un final trágico o incluso a una ruptura temporal o incluso a una severa penitencia. Más bien, sostiene que a través de una supervisión paciente y pragmática, las instituciones, ideas y relaciones sociales existentes tienen el potencial de producir, sin interrupción, una transformación radical del orden social.

Si los conservadores argumentan que es posible llegar al 'mejor de todos los mundos posibles' protegiendo celosamente el statu quo, si los liberales dicen que es posible lograrlo a través del compromiso con un conjunto de ideales abstractos, si los radicales dicen que esto es posible a través de una reconstrucción en la raíz de la vida social, los keynesianos dicen que está surgiendo un mundo radicalmente diferente que encuentra pacíficamente el poder en el orden social existente, en el orden euroamericano, liberal y capitalista, obviamente. (Mann, 1917, pág. 50).

Por lo tanto, el keynesianismo es seguro de sí mismo. Aboga por un capitalismo sin capitalismo a lograr mediante una revolución sin revolución, afirmando perentoriamente que sabe muy bien cómo llegar. En consecuencia, se afirma en la teoría -y más aún en la práctica-política- con cierta arrogancia. Cuando lo llama una fuerza política ganadora, toma medidas para crear el orden social bueno y próspero que considera posible. Esto -cree- puede realizarse históricamente mediante el uso constante de una inteligencia práctica de administradores competentes, es decir, de un constructivismo social capaz de poner en práctica buenas correcciones y reformas en respuesta a los problemas que se presenten.

Está muy claro que Keynes, el padre fundador de esta corriente de pensamiento práctico-político en su versión contemporánea, no creía ni en la capacidad de autorregulación de la sociedad ni en el buen funcionamiento espontáneo de los mercados. Por el contrario, pensaba que la sociedad y los mercados, abandonados a su suerte, tendientes al desorden, a los impasses y a las crisis, se prolongarían en la creación de deshilachamientos y rupturas que siempre podrían crecer y amenazar su misma existencia. Según Mann, con Hobbes, Keynes intuyó que el “estado de naturaleza” estaba oculto bajo el “contrato social” vigente y que, por tanto, sólo quedaría ileso mediante la acción del Estado.

Es decir, en resumen, L – E – L'. O incluso "no L - L", es decir, el keynesianismo es una negación decidida, no radical, del liberalismo clásico.

Por lo tanto, el keynesianismo tiene fe en el Estado, y no en el mercado, como una fuerza que restaura constantemente la “civilización”. Cree, por tanto, que solo el Estado se constituye como un poder capaz de integrar a la sociedad, de “armonizar lo particular y lo universal, material e ideológicamente, sin sacrificar ninguno de ellos” (Mann, 2017, p. 54). Es él y sólo él quien puede hacer existir el “estado de bienestar”.

Sin embargo, es necesario ver que esta “civilización” deseada por el imaginario keynesiano no puede provenir de una “democracia popular” o de una “democracia populista” todavía en el ámbito del capitalismo y mucho menos podría resultar de la democracia radical que, según para Marx, se ubicaría históricamente, en su momento, por “trabajadores libremente organizados”. Por el contrario, el keynesianismo conserva un cierto desprecio por el potencial civilizador de la democracia, ya que, para creer en ella, es necesario tener una fuerte confianza en la capacidad de la sociedad para resolver sus propios problemas. Ahora, como los marxistas secretamente hobbesianos,[ii] nunca lo creyó. En este sentido, el keynesianismo -al igual que el neoliberalismo- quiere proteger del voto popular un espacio crucial para ciertas decisiones tecnocráticas, ese espacio donde, por ejemplo, se toman decisiones que afectan los fundamentos de la economía y la seguridad nacional.

En consecuencia, ambas corrientes tienen algo en común.

Finalmente, es necesario enfatizar que el neoliberalismo también puede explicarse sintéticamente por la lógica L – E – L', con la diferencia de que, para él, la tarea central del Estado no es llevar a cabo el “estado de bienestar social”, sino que, por el contrario, es imponer la competencia y la competencia como norma de vida en todos los ámbitos de la sociedad (Dardot y Laval, 2016).

Mientras el keynesianismo propone una metamorfosis plástica del liberalismo a través de la mediación del Estado, el neoliberalismo propone una metamorfosis cínica. Confiesa que la “justicia social” no conviene al “orden liberal”; postula que los humanos sólo deben ser sujetos del dinero; y, para lograr sus objetivos, quiere dividir la sociedad tanto como sea posible para reforzar el dominio de la burguesía. La diferencia en relación con el keynesianismo, por tanto, no es pequeña –y puede incluso considerarse inmensa–, pero se sitúa en un trasfondo común de identidad. Ahora bien, es esto último, el privilegio del Estado en el cambio social, lo que actualmente necesita ser superado.

Eleutério FS Prado es profesor titular y titular del Departamento de Economía de la USP. Autor, entre otros libros, de Complejidad y praxis (Pléyade).

Referencias


Dardot, Pierre y Laval, Christian. La nueva razón del mundo: Ensayo sobre la sociedad neoliberal. São Paulo: Boitempo, 2016.

Keynes, Juan M. Teoría general del empleo, el interés y el dinero. São Paulo: Abril Cultural, 1983.

Mann, Geoff. A la larga todos estaremos muertos: keynesianismo, economía política y revolución. Londres: verso, 2017.

Marx, Carlos. La capital. Crítica de la economía política. Libro I, tomo 1. São Paulo: Abril Cultural, 1983.

Prado, Eleutério FS “Cómo definen Marx y Keynes el campo de la macroeconomía”. Revista de la Sociedad Brasileña de Economía Política, nº 45, octubre-diciembre 2016.

Notas


[i] Profesor de Geografía en la Universidad Simon Fraser, Canadá.

[ii] La mediación estatal, en este caso, no pretende restaurar el liberalismo, sino instalar un “socialismo realmente existente”, es decir, L – E – SOREX.

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