¿Qué es y qué quiere la nueva izquierda chilena?

Gabriela Pinilla, Hambre, Acrílico sobre papel, ilustración para Periódico, 40 X 50 centímetros, Bogotá 2020
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por NOAM TITELMAN*

El Frente Ampla y la nueva izquierda chilena aún están muy lejos de haber logrado generar mayorías nacionales consistentes que puedan gobernar el país.

En 2016, una coalición incipiente sacudió la política chilena con una inesperada victoria en el municipio de Valparaíso. Al año siguiente, a pesar de los desfavorables pronósticos electorales, la nueva coalición logró consolidarse con un sorprendente resultado en las elecciones presidenciales y parlamentarias (en las que obtuvo 20 diputados y un senador).

El Frente Ampla (FA), cuyo joven liderazgo había surgido al calor de las movilizaciones estudiantiles de 2011, incluía una diversidad de colectivos y partidos de un amplio espectro político e ideológico. Después de su éxito inicial, abundaron las especulaciones sobre su capacidad para seguir creciendo e incluso convertirse en una fuerza gobernante. Los primeros dos años de la FA estuvieron marcados por rupturas y disputas internas que erosionaron gradualmente su imagen.

En medio de estas rencillas, a fines de 2019, Chile vivió una agitación social sin precedentes, que sacó a la calle a millones de personas y provocó que la aprobación del gobierno de Sebastián Piñera cayera estrepitosamente y produjo un fuerte desgaste de las instituciones políticas construidas en la transición post-dictadura. Muchas cosas explicaron esta irrupción, pero un elemento fundamental fue sin duda una crítica despiadada a todos los partidos del sistema político y una denuncia de los puntos ciegos de la transición democrática. Al principio parecía que las críticas a los partidos tradicionales podrían traducirse en apoyo a las nuevas organizaciones del FA, pero no fue así. Los que habían rechazado el orden político anterior eran, a su vez, designados por los ciudadanos.

El golpe más duro para la nueva coalición se produjo luego de que varios de sus principales líderes pusieran sus firmas y las de sus partidos en un acuerdo político transversal que permitió el inicio de un proceso constituyente que canalizaría institucionalmente las demandas sociales. Para lograr este acuerdo se hicieron concesiones, como aceptar que los artículos de la nueva Carta Magna sean aprobados por las dos terceras partes de la Convención Constituyente, lo que daría más poder de veto a los sectores conservadores.

Algunas personas en la FA vieron este fichaje como una traición. Una serie de escisiones redujeron significativamente la presencia parlamentaria de la coalición. El último golpe llegó cuando, tras confirmarse una nueva alianza con el Partido Comunista (PC), cuatro diputados abandonaron la organización. Diversos medios se apresuró a declarar muerta a la FA, asegurando que lo que quedaba de ella sería absorbido por la identidad de la PC. Entre la propia militancia del FA empezó a surgir la duda de si su destino sería convertirse en la primera coalición del nuevo orden político, que comenzaba a nacer con la convulsión social, o en la última de un orden en decadencia.

Este fue el escenario de las elecciones del 15 y 16 de mayo, en las que se eligieron los miembros de la Convención Constituyente, alcaldes y gobernadores. Varios los analistas predijeron (basado en algunas encuestas, elecciones anteriores y proyecciones) una elección tranquila, marcada por el voto de los mismos votantes de siempre, que habían dado victorias a los dos principales bloques de la política chilena en los últimos 30 años. Por un lado, la coalición de centroizquierda, heredera del concertacion de Partidos por la Democracia quien lideró el proceso de transición para terminar con la dictadura de Augusto Pinochet. Por otro lado, la coalición de derecha que se construyó originalmente como una defensa del legado de la dictadura pero que, a lo largo de los años, ha intentado (con cierto éxito) exorcizar esa marca de nacimiento. Los analistas no podrían haber estado más equivocados.

Esta elección representó un verdadero terremoto para la política nacional. En la Convención Constituyente se produjo un derrumbe del voto de derecha, articulado en el bloque chile vamos, que obtuvo cerca del 20% de los votos (en 2017, el actual presidente de derecha, Sebastián Piñera, ganó la segunda vuelta electoral con el 54%), y una derrota en la votación de la tradicional lista de centroizquierda (la lista del aprehender), que incluye al Partido Socialista, la Democracia Cristiana y otras fuerzas de centroizquierda.

Quizás el ejemplo más notorio de esta crisis ha sido el de la Democracia Cristiana, que sólo logró elegir a un militante de sus filas para la Convención Constitucional (el presidente del partido). La principal sorpresa fueron los cientos de candidatos independientes que terminaron siendo elegidos. De los 155 miembros de la Convención, 103 no son políticamente activos. A diferencia de los dos bloques tradicionales, el bloque de izquierda del PC con el FA, recién lanzado, logró mantener e incluso crecer en presencia, superando a la lista de centroizquierda (articulada en el bloque del aprehender) en número de constituyentes. Sin embargo, la mayor sorpresa vino en las elecciones municipales que se realizaron al mismo tiempo.

En ellos, el PC, y sobre todo el FA, lograron arrebatarle a la derecha municipios populosos e icónicos. Desde comunas populares hasta algunas de clase media alta, la propuesta de esta coalición ha logrado un apoyo sorprendente. En comunas que contaron con posiciones emblemáticas de la derecha en las alcaldías, como la comuna del centro de Santiago, donde se encuentra el Palacio de La Moneda, y Maipú, la segunda comuna más poblada de la Región Metropolitana, el triunfo fue innegable. En estas comunas resultaron electos Irací Hassler, de 30 años, del PC, y Tomás Vodanovic, también de 30 años, del FA, así como Javiera Reyes en Lo Espejo. A estos resultados se suman victorias en Viña del Mar, Valdivia y otras localidades.

Varias de estas victorias sorprenden porque se produjeron precisamente en el espacio municipal. Estas elecciones históricamente han estado marcadas por redes clientelistas y maquinarias partidarias consolidadas, que han dificultado la entrada de terceros. Además, una de las cosas más llamativas de las victorias del pacto de izquierda es su transversalidad en términos socioeconómicos. Desde comunas populares dominadas por las clases trabajadoras, como Lo Espejo, hasta comunas de clase media-alta, como Ñuñoa, donde Emilia Ríos (32 años, del FA) ganó la alcaldía, se cubre prácticamente toda la escala social de la capital, y ambos estaban en manos de alcaldes de la coalición de nueva izquierda. Incluso en la comuna de Las Condes, el hogar icónico de las clases altas del país y un bastión de los votos de la derecha, una candidata del FA, Isidora Alcalde, fue elegida para el concejo municipal.

Las razones de esta participación masiva en las elecciones municipales son diversas. Sin duda, una parte central radica en la crisis política desatada desde la convulsión social de 2019, que se materializó en una demanda de renovación de la política, junto a una profunda desconfianza hacia la política tradicional. Pero también parece haber algo en la oferta política de la coalición de izquierda que la hizo particularmente atractiva en este escenario.

El primer elemento que tienen en común los candidatos municipales exitosos es el trabajo territorial y una trayectoria vinculada a las comunas por las que compitieron. Activistas locales, asesores, funcionarios territoriales a cargo de mandatos legislativos: estas son las experiencias que caracterizaron los años anteriores de todos ellos. Mientras los medios y el debate público estaban marcados por las intrigas, rupturas y renuncias de la habladuría nacional en el Parlamento, estos jóvenes estaban “haciendo su trabajo” con las juntas vecinales, organizaciones vecinales, medios de comunicación locales y distintas expresiones sociales organizadas en estos. comunas Además, son candidaturas que han tenido especial cuidado en generar programas participativos en las comunidades que las vieron trabajar en años anteriores. Esto explica, en gran medida, por qué pudieron contrarrestar el clientelismo de las elecciones municipales, dominadas por los partidos mayoritarios, que solían actuar como barreras.

Otro elemento que marca a los nuevos líderes comunitarios es su juventud. En general, como ya se mencionó, rondan los 30 años. Políticamente, es la primera vez que varios de ellos asumen un rol de liderazgo institucional, aunque muchos de ellos han tenido experiencias en el movimiento estudiantil. En este sentido, la experiencia de la movilización estudiantil de 2011 fue fundamental. Esto es relativamente obvio en el caso de FA, pero se repite en PC. Las dos nuevas alcaldesas del PC de la Región Metropolitana (Lo Espejo y Santiago Centro) fueron líderes estudiantiles de la Universidad de Chile. Así, las actuales elecciones reflejan, a nivel municipal, un fenómeno ya observado en el Parlamento. Se trata de la llegada de una nueva generación de dirigentes, ya sea en el FA o en el PC (el caso más conocido es el de Camila Vallejo, también ex dirigente estudiantil de la Universidad de Chile).

Junto a la juventud, es notoria la presencia de lideresas y feministas. Varias de las alcaldesas recién electas protagonizaron la marea feminista que surgió en Chile en 2018 y lograron calar profundamente en el debate público (la Convención Constituyente fue elegida con estrictas reglas de paridad, lo que aseguró la participación igualitaria de hombres y mujeres). Así, no es de extrañar que, por ejemplo, el lema de campaña de la candidata a alcaldesa de Ñuñoa, Emilia Ríos, se centrara en “llevar el feminismo a la ciudad.

Finalmente, un aspecto llamativo de varias de estas exitosas postulaciones es que se trata de jóvenes profesionales, varios de ellos egresados ​​de las mejores universidades del país. Por un lado, estas candidaturas encarnan el surgimiento de la nueva clase media chilena, marcada por el acceso masivo a la universidad. Por otro lado, las candidaturas de izquierda, tradicionalmente atacadas en los espacios locales por su supuesta falta de capacidad de gestión, también les permitieron presentarse como una alternativa de excelencia administrativa, ante casos de ineficiencia, ineficacia o corrupción descarada de los comunales. gobiernos. .

¿Por qué votó por la coalición entre FA y PC? En concreto, uno de los interrogantes que surgieron tras el resultado electoral fue sobre la identidad del FA que, contra todo pronóstico, estuvo lejos de ser absorbido por la reciente coalición con el CP. Parece que los votantes percibieron la identidad propia del FA que, en lugar de diluirse en la identidad comunista, se vio como complementaria. Es una identidad claramente diferente a la de 2017, que era políticamente más difusa y definida en oposición a los bloques tradicionales. En este sentido, la “nueva” FA tiene menos amplitud política, pero mayor profundidad social. Además, la firma del acuerdo que dio inicio al proceso constituyente quedó inevitablemente asociada a su marca. Lo que algunos vieron como un lastre terminó por consolidar una imagen de una FA más madura.

Si el PC asumió el papel contestatario que tuvo en el pasado el FA, ahora consolida su posición crítica, de renovación desde la sociedad organizada, claramente posicionada a la izquierda, pero anclada en un sentido republicano de democracia y diálogo. Tanto es así que uno de los protagonistas en la firma del acuerdo político que dio origen a la Convención Constituyente, el diputado y exdirigente estudiantil Gabriel Boric, se perfiló como su candidato presidencial en las elecciones de noviembre de este año.

Algunos de los que pensaban que la FA estaba muerta y desaparecida ahora le atribuyen un papel crucial como puente entre “lo nuevo” y “lo viejo” en la política nacional. Por otra parte, aunque esta nueva FA parece ideológicamente más consistente y sus principales dirigentes parecen haber madurado al calor de las crisis y derrotas de los últimos años, aún no está claro cómo afrontará este nuevo ciclo político, ahora que ha consolidado su posición. Si bien ha comenzado a emerger un sentimiento incipiente de militancia en todo el frente, antes ausente, las tendencias centrífugas y la propensión a romper las frágiles instituciones del partido que lo componen todavía están presentes.

Será un gran desafío para el conglomerado superar estas tendencias, en medio de la convulsión que ha traído el nuevo escenario político chileno. Además, aunque los resultados recientes reflejan una mejor posición relativa en la valoración de esta coalición por parte de la población, el FA no escapa a buena parte de las críticas y denuncias dirigidas a los partidos y al sistema político. En este sentido, una cuestión urgente es cómo afianzar e integrar las nuevas fuerzas que están naciendo desde la irrupción en forma de candidaturas independientes y que han sido las grandes ganadoras de las elecciones.

El FA y la nueva izquierda chilena aún están lejos de haber logrado generar mayorías nacionales consistentes que puedan gobernar el país. En todo caso, parece que la FA se ha ganado la oportunidad de ser parte del nuevo capítulo de la política chilena. Ahora deberá demostrar que, además de trabajo territorial y movilización electoral, es capaz de gestionar con éxito los nuevos municipios que gobierna. Los votantes han decidido darte la oportunidad de demostrarlo, pero no dudarán en abandonarlos si fallas. Además, las elecciones parlamentarias y presidenciales, que se realizarán dentro de unos meses, serán un importante termómetro de cuán consolidada está la apreciación del FA en la opinión popular. No hay certeza sobre esto. Un conglomerado que ha demostrado convicciones firmes y acertadas perfectamente puede errar. “La duda debe seguir a la convicción como una sombra”, es la cita de Albert Camus que Boric suele parafrasear como un mantra. Un buen resumen del desafío que enfrenta la renovada nueva izquierda chilena.

*Noam Titelman es candidato a doctorado en la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres. Fue presidente de la Federación de Estudiantes de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Traducción: Fernando Lima das Neves.

Publicado originalmente en la revista nueva sociedad.

 

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