El próximo paso de Hezbolá

Imagen: Jo Kassis
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Desde el ataque de Hamás el 7 de octubre, las represalias israelíes han desatado niveles asombrosos de destrucción: el número de palestinos asesinados supera ahora los 10. EE.UU. envió a la región dos portaaviones y varios destructores, junto con personal militar especial, para reforzar a su aliado y alejar cualquier posible intervención de Irán o Hezbolá.

Este último ha estado involucrado en hostilidades con Israel en su frontera norte, que se extiende a lo largo de cien kilómetros desde Naqura en el oeste hasta las granjas de Shebaa en el este. Esto obligó al ejército israelí a mantener un elevado número de unidades profesionales estacionadas en la zona, además de mantener la preparación de la fuerza aérea y las defensas antimisiles. Si este conflicto localizado se intensificará es ahora una cuestión importante para la región y el mundo en general.

Lejos de ser un títere de Teherán, Hezbollah debe entenderse como un partido político poderoso, con una milicia fuerte y una influencia significativa en varios países más allá de su Líbano natal: Siria, Irak, Palestina, Yemen. Su liderazgo y la mayoría de sus bases se consideran parte de la constelación transnacional que debe obediencia religiosa al Líder Supremo iraní. Pero Hezbollah no opera según órdenes y decretos. Él mismo es quien toma las decisiones en la estrategia iraní en Medio Oriente. La última palabra sobre sus políticas la tienen el Secretario General Hasan Nasrallah y sus cuadros. Su relación con Irán es de socios, no de asistentes.

Hamás también tiene un alto grado de autonomía y lanzó su ataque basándose en sus propios cálculos políticos, no en los de Irán o Hezbolá. Decidió que las políticas seguidas por el gobierno israelí y su población de colonos (ocupación indefinida y anexión gradual) habían llegado a un punto de inflexión en el que la inacción resultaría fatal. Esta decisión se basó en una evaluación más amplia de las transformaciones geopolíticas que están teniendo lugar en todo Oriente Medio.

La normalización entre Arabia Saudita e Israel estaba prevista para finales de año. En los planes estaba un acuerdo entre Irán y los estadounidenses. El propuesto corredor económico India-Oriente Medio-Europa, que promete reforzar la centralidad de los Estados del Golfo en la economía global, se estaba convirtiendo rápidamente en una realidad. A la luz de todo esto, la “comunidad internacional” estaba dispuesta a marginar aún más la causa palestina y revivir a la Autoridad Palestina como una alternativa flexible a Hamás. La dinámica interna y externa convenció a la organización de que debía actuar o aceptar una muerte lenta.

Es casi seguro que Hezbollah no tenía conocimiento previo del ataque resultante. El partido libanés está de acuerdo con Hamás en muchos temas y lleva años ayudándolo con dinero, armas y asesoramiento táctico. Sin embargo, sus posiciones geopolíticas no siempre están alineadas (estuvieron en lados opuestos de la guerra civil siria, por ejemplo).

Parece que el acto desesperado de Hamas –diseñar un conflicto con el objetivo de reactivar la lucha anticolonial palestina y mantener su relevancia política– no tendrá un efecto dominó directo sobre Hezbolá. Al menos no por ahora. Al lanzar ataques transfronterizos limitados, Hezbollah está indicando su voluntad de abrir un segundo frente si la pulverización de Gaza llega a un punto que el partido ya no puede tolerar. Sin embargo, esta forma restringida de compromiso también le brinda espacio para reevaluar continuamente la situación, considerar sus opciones y determinar sus próximos pasos.

Éstos son los problemas que enfrentan hoy las fuerzas de Hasan Nasrallah. Si entraran en una guerra total con Israel (y posiblemente con Estados Unidos), ¿podrían detener la invasión israelí de Gaza y la masacre de decenas de miles de palestinos? ¿Se arriesgarían a diezmar el Líbano e infligir un daño enorme a la base de apoyo de Hezbollah? ¿Perderían miles de combatientes y la mayoría de sus armas? ¿Pondrían en riesgo los logros del eje de resistencia en Siria, Irak y Yemen? ¿Qué ganarían con este peligroso curso de acción? Las respuestas pueden cambiar en cualquier momento. La estrategia ideal de hoy puede estar extinguida mañana. Pero por ahora, parece que ésta es la guerra de Hamás, no de Hezbolá.

Las opciones de Hezbollah –mantener las hostilidades con Israel en su nivel actual, intensificarlas o reducirlas– se rigen por tres variables importantes. El primero es la situación en Gaza. Israel quiere destruir el Hamás y recibió luz verde de Estados Unidos para cometer genocidio en pos de este objetivo, aunque sus posibilidades de cumplimiento son muy inciertas.

Si Hamás es capaz de prolongar los combates, infligir un daño significativo al enemigo e impedir una victoria total de Israel, entonces Hezbollah obtendrá puntos políticos importantes con sacrificios mínimos, simplemente manteniendo a Israel distraído en su frente norte. De esta manera, el partido podría evitar los peligros de una escalada y vivir para librar otra guerra en un momento más propicio.

La segunda variable es la base de poder de Hezbollah en el Líbano, que, junto con la mayoría de la sociedad libanesa, apoya a los palestinos pero duda sobre la guerra con Israel. Saben muy bien que, además de haber perdido sus ahorros en la crisis bancaria libanesa de 2019-20, un ataque israelí amenazaría sus hogares y lo que queda de su vital infraestructura nacional. Es comprensible que Hezbollah sea reacio a poner en peligro y alienar a este electorado.

La última variable es Irán y sus intereses, incluido el acercamiento diplomático con Arabia Saudita y las delicadas negociaciones con el gobierno de Joe Biden sobre su tecnología nuclear y la extensión de las sanciones estadounidenses. Los dirigentes iraníes saben que ambos se verían perturbados por un conflicto regional importante; de ​​ahí la postura cautelosa del presidente Raisi y sus continuas líneas de contacto con el príncipe heredero saudí.

Sin embargo, a medida que la máquina asesina de Israel masacra a miles de palestinos, cada uno de estos factores podría cambiar. Si Hamás parece estar en peligro existencial, el cálculo para Hezbolá puede ser diferente, ya que la pérdida de ese aliado podría envalentonar a Israel para atacar a su adversario libanés a continuación. En cuanto al pueblo libanés, no está claro si seguirá dando prioridad a sus hogares y posesiones en medio de la proliferación de imágenes de bolsas para cadáveres palestinos.

¿Podrían, en cambio, estar dispuestos a sufrir junto a los palestinos? Es posible que los iraníes también tengan que examinar nuevamente el equilibrio entre sus intereses materiales inmediatos y sus compromisos nominales con la liberación palestina. ¿Podrán sentarse cara a cara con las autoridades estadounidenses mientras aplauden la inmolación de Gaza? ¿No enviaría eso una señal equivocada a sus otros aliados en toda la región: que el apoyo iraní es voluble y poco confiable?

Si la situación en Gaza se deteriora hasta el punto en que Irán suspenda sus negociaciones con Estados Unidos, los Estados del Golfo amargan a Israel y la base de Hezbolá se convence de que el partido no está haciendo lo suficiente, esto podría ser un detonante para el ascenso de Hezbolá. Del mismo modo, si Israel decide atacar a civiles en el Líbano y causar numerosas bajas, no se puede esperar que Hasan Nasrallah se quede de brazos cruzados. Para Hezbollah, la intervención militar es siempre una estrategia política arraigada en la aritmética de ganancias y pérdidas y en el complejo campo de aliados e intereses. Su próximo paso no lo decidirá la influencia iraní o la ideología islámica, sino las exigencias del pragmatismo.

*Suleiman Mourad Es profesor en el Smith College (EE.UU.). Autor, entre otros libros, de Mosaico del Islam: una conversación con Perry Anderson (Verso). Elhttps://amzn.to/479oe1g]

Traducción: Eleutério FS Prado.

Publicado originalmente en el blog. Sidecar da Nueva revisión a la izquierda.


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