Proust de Walter Benjamín

Imagen: João Nitsche.
Whatsapp
Facebook
Twitter
Instagram
Telegram

por RONALDO TADEU DE SOUZA*

Comentario a la interpretación de Benjamin de Marcel Proust

Una forma de homenajear a determinadas figuras del universo intelectual, filosófico y cultural es comentar sus gustos estéticos, su lealtad política, sus escritores favoritos y los autores que más les influyeron a lo largo de su trayectoria. Abordar las preferencias de los grandes pensadores puede decir más sobre el significado de su trabajo que el análisis mismo de los ideales y visiones del mundo que expresaron. Los hombros sobre los que se apoyaron dicen mucho de mirar las cosas en la vida de algunas personalidades intelectuales – esto (los hombros sobre los que nos apoyamos nosotros mismos), es cierto que no siempre lo admitimos, revela también algo de nuestros amores. No es casualidad que tres de los más grandes críticos literarios del siglo XX hayan encontrado en Marcel Proust el gran amor de sus vidas. Preparando una novela I e II, uno de los últimos cursos de Roland Barthes en Colegio de Francia – y que hacía explícito el confeso deseo de escritura de ficción, la verdadera ambición del crítico francés – era una especie de elegía para el autor de la En busca del tiempo perdido y la forma en que escribe una novela (larga, de toda una experiencia, esencialmente dispuesta para una presencia extensa) en contraste con el mínimo entusiasmo del haiku japonés –la leve pero efectivamente necesaria anotación en la elaboración del texto novelado, diría Barthes–; y en palabras de Walnice Nogueira Galvão, para quien Antonio Cándido había sido un lector inagotable, además de haber puesto su lente crítica en los clásicos de la literatura universal (Shakespeare, Goethe, Vitor Hugo), Marcel Proust fue su magnánimo escritor[i]. Nuestro mayor crítico se dedicó a la En busca del tiempo perdido para toda tu vida. Él era su amor eterno.

No fue diferente con Walter Benjamin. Proust constituía su eterno interlocutor ausente; en tu confidente protector; en su espacio de belleza y alegoría crítica. El Proust de Benjamin: es el Proust que susurra a nuestros oídos aquello que la densa niebla de la vida cotidiana (la semejanza) se empeña, con perniciosa eficacia, en disimular.

La imagen de Proust; Walter Benjamin como nunca dejó de ser. Radical, materialista singular, aversión a la socialdemocracia, filóloga erudita, crítica intransigente de la burguesía, ensayista dialéctica, sensible, culta, amiga de Hannah Arendt, revolucionaria (y comunista mesiánica). Un Benjamin que tomó a Marcel Proust no como el (aburrido) escritor de la memoria –incluso el involuntario. Pero, ¿quién interpretó la En busca del tiempo perdido como una carta leída y susurrada (una advertencia poéticamente ansiosa) sobre la violencia del esnobismo. Es por esto que Benjamin comentó que Proust no meditó exhaustivamente para crear su novela; era más bien una trama “opuesta a la obra de Penélope” [ii], porque lo que realizó se instituyó como la puerta de entrada a un mundo imbricado en los hábitos del engaño, la fuerza estetizada de la mirada condenatoria: un sistema de convivencia que ni siquiera permitía la participación de Marcel. Sin embargo, Benjamin nos hizo darnos cuenta de que Marcel nunca quiso compartir los Guermantes. Proust se detuvo en el frontispicio queriendo clavar el arreglo narrativo de la “urdimbre” [iii] crítica, para que sólo así pudiera proyectar la “luz [a] […] arabescos entrelazados” [iv] de los palacios que escondían (con descaro) a todo un grupo social. Y en cada uno de esos momentos -de pie en los pórticos, en los frontispicios- repasaba las impresiones previamente tejidas.

En efecto, dirá Walter Benjamin, el siempre exhausto Proust llevó a sus “[editores] y tipógrafos a la desesperación” [V] con cada corrección que elaboró ​​desde esos palacios cínicos. Además; tal estilo de escritura protegió a Proust del paradigma del esnobismo. era como el En busca del tiempo perdido ejercer la magia del autovaciamiento para poder rastrear los males de una sociedad que rechazó, con viles intenciones, “el impulso de la felicidad”[VI]. Así, el Proust de Benjamin -el reverso del Proust de Gilles Deleuze, que conservaba los diversos signos de la existencia, el Proust de Georges Poulet, para quien llenar el espacio de la memoria era una obligación del novelista, y el Proust de Samuel Beckett, para quien la profusión de hábitos adquirió un carácter primordial-. aspecto en la experiencia de los individuos – es el “niño [que] nunca se cansa […] de vaciar con [el] gesto”[Vii] del lenguaje la sociedad de la ropa glamurosa, los quevedos imprescindibles para la conversación noble, el bolso fino, la apariencia frágil, la distinción violenta porque exige semejanza. Idéntico a una abeja que salta de flor en flor en busca de una dulce “dialéctica de la felicidad”[Viii], el Proust de Benjamin, su Proust singular, como el constructor del Yo que reinicia incansablemente el susurro rebelde sobre "nuestro mundo deformado por la semejanza"[Ex] de clase, es el escritor que entendió el sentido mismo del siglo XX. Sin embargo, antes de “hacer el siglo XIX” [X] su lugar de recuerdo- y nos está enseñando en esta época de esnobismo intransigente (el siglo XXI) a ver los “campos de fuerza” que oculta el lenguaje de la similitud del gusto. Por eso el Proust de Benjamin es subversivo; la voluminosa trama que narra no nos ofrece un simple espacio de crítica cultural frente a las estructuras sociales opresivas: su novela nos arroja a la “metralla”[Xi] aspectos espirituales de un mundo representado en cada grupo (Guermantes, Verdurin), en cada mirada condenatoria estatal (la desconfianza del señor De Charlus hacia la masculinidad), en cada cinismo sexual (la obsesión de Marcel por Albertina) y en cada “unidad familiar””[Xii] (sintetizado en la sociedad nacionalista francesa en el caso Dreyfus). Un mundo en el que Proust, con sus largos párrafos, no permitía la respiración organizada del aire snob de clase de las “pretensiones de la burguesía” [Xiii], y que así, sin aquél, fue “derribado por tierra”[Xiv] por la implacable sintaxis de En busca del tiempo perdido.

Pero había algo en la lectura de Proust de Walter Benjamin que encantaba singularmente a quienes frecuentaban ambos. Fue (y es) el surgimiento de una filología del mimetismo (crítico). Proust no transitó por la sociedad francesa (y europea) con la intención de construir el cosmos real y concreto de las relaciones de intereses que componían la vida (restaurada) de aquel tiempo; no hay en los susurros proustianos un Luciano Rubempré (de Balzac), un Julian Sorel (de Stendhal) y una Ema Bovary (de Flaubert). Su mimesis, además de hacer explícita la realidad, tenía el aspecto de “curiosidad” [Xv] apasionado en la búsqueda de la trascendencia. Benjamin vio con astucia materialista-filológica-curiosa, las que Adorno encontró también en Kracauer, para quien no hay humano sin interior y exterior, es decir, el lenguaje tenso de la no-identidad, y que le hizo, con esta antisistemática rasgo, un enemigo de la filosofía (fue el propio Benjamin quien la llamó así[Xvi]), que Proust soplaba a través del mimetismo: el “follaje de la sociedad”[Xvii] al que las “siervas, […] el mundo de las sirvientas”[Xviii], eran la contraposición metafórica de los sinceros gestos “graciosos” en busca de la felicidad – “la dialéctica de la felicidad”[Xix]. Así, como maestro de la hermenéutica a contrapelo, Walter Benjamin leyó en la textura íntima de la En busca del tiempo perdido que la articulación entre la disposición mimética y el éxtasis de la metáfora era un recurso novelístico capaz de derribar “la máscara de la gran burguesía, [la máscara] de las diez mil personas de la clase alta [que para Proust] eran […] un clan de delincuentes”[Xx].

Benjamin también comentará sobre el significado de “asma nerviosa” [xxi] de Proust transfigurado en lenguaje. Transformado en una estructura alegórica. Aquí, el ensayista a excepción de los siguientes, comprendió mejor que nadie la circunstancia en que la atimia de la respiración de Proust, explicitada en la elaboración torrencial de palabras, frases, oraciones, párrafos –y más párrafos, “[una] eternidad ” [xxii] de párrafos que sofocan el yo – que dejan al narrador (Marcel) y al lector sin los cimientos del aire como condición del discurso era, en efecto, el deseo latente de hacer las reminiscencias del “tiempo entrecruzado” [xxiii] irrumpir en la “existencia vivida” como una “fuerza rejuvenecedora capaz de enfrentarse a lo implacable”[xxiv] guante de hierro (Conceição Evaristo) de semejanza de clase: “[poner] al servicio de [la] clase [de los Guermantes-Verdurin]” y su “velo” moral y cultural violentamente exigido a todos. De hecho, como una especie de Ponciá Vicencio, Marcel vuelve a sus momentos originales, para proyectarlos de manera transliterada en el rostro de un grupo social que convertía su cotidianidad de obligado parecido en un largo párrafo para “tapar lo único y misterio decisivo de su clase: la economía”[xxv]. De ahí que Walter Benjamin pueda decir que “el pasado se refleja en el instante, [en] […] [instante] que el paisaje”[xxvi], la experiencia de uno mismo en la alteridad del mundo, “sacude como un viento”[xxvii], sino un viento histórico que se convierte en denso “relámpago” al alcanzar a aquellos que el Proust de Benjamin se empeñaba en susurrar, tenazmente, a nuestros oídos que revelarían la violencia del esnobismo en la “lucha final”[xxviii]. En busca del tiempo perdido fue el andamiaje sobre el que Walter Benjamin construyó sus avisos de incendio. Y en este nuevo tiempo del mundo, en acedia, estaremos siempre en una situación de sufrimiento y muerte.

*Ronaldo Tadeu de Souza es investigadora posdoctoral en el Departamento de Ciencias Políticas de la USP.

 

Notas


[i] La “cita” aquí es de memoria, o de cabeza como dice el lenguaje popular, de una intervención de Walnice con motivo de la Seminario 100 años de Antonio Candido realizado en la USP en 2018. Por el momento perdí las notas del discurso y el video de la mesa desapareció de youtube.  

[ii] Walter Benjamin - La imagen de Proust. En: Trabajos seleccionados. brasilense, vol. 1, 2010, pág. 37.

[iii] Ibid.

[iv] Ibid.

[V] Ibid.

[VI] Ibidem, p. 39.

[Vii] Ibid.

[Viii] Ibid.

[Ex] Ibidem, p. 40.

[X] Ibid.

[Xi] Ibidem, p. 41.

[Xii] Ibid.

[Xiii] Ibid.

[Xiv] Ibid.

[Xv] Ibidem, p. 43

[Xvi] Sobre este pasaje, véase Theodor W. Adorno – The Curious Realist: Three Times Siegfried Kracauer. Nuevos Estudios Cebrap, Nº 85, 2009.

[Xvii] Walter Benjamin - La imagen de Proust. En: Trabajos seleccionados. brasilense, vol. 1, 2010, pág. 43.

[Xviii] Ibid.

[Xix] Ibíd. pág. 39.

[Xx] Ibidem, p. 44.

[xxi] Ibidem, p. 48.

[xxii] Ibidem, p. 45.

[xxiii] Ibid.

[xxiv] Ibid.

[xxv] Ibid.

[xxvi] Ibidem, p. 46.

[xxvii] Ibid.

[xxviii] Ibidem, p. 45.

Ver todos los artículos de

10 LO MÁS LEÍDO EN LOS ÚLTIMOS 7 DÍAS

Ver todos los artículos de

BUSQUEDA

Buscar

Temas

NUEVAS PUBLICACIONES

Suscríbete a nuestro boletín de noticias!
Recibe un resumen de artículos

directo a tu correo electrónico!