por LEONARDO BOFF*
¿Qué ciencia es buena para la transformación del mundo?
Los países que forman el G20, desde 2017, han creado un vínculo entre las academias de ciencias de los países miembros para preparar subsidios científicos y tecnológicos para sus reuniones anuales. El país sede del G20 es el responsable de la reunión de este grupo, en este caso Brasil, donde se realizará la Cumbre en Río de Janeiro en 2024. El grupo creó el nombre Ciencia20. Los estudios y debates concluyeron el 2 de julio de este año.
El tema es “Ciencia para la transformación global”. Se detalla en cinco ejes temáticos: inteligencia artificial, bioeconomía, proceso de transición energética, desafíos de salud y justicia social.
Como esto es algo muy importante, es necesario un análisis cuidadoso de las propuestas hechas a los Jefes de Estado y de Gobierno reunidos en esta Cumbre.
Al tratarse de un tema específico en las áreas de ciencia y tecnología, es natural que el resumen presentado en los cinco temas se centre en estas ramas del conocimiento.
Sin embargo, inmediatamente resulta evidente que estamos ante un discurso intrasistémico, sin cuestionar los supuestos subyacentes a este sistema. En él funciona el paradigma de la ciencia moderna, que atomiza el conocimiento y es antropocéntrica, ya que ve al ser humano como separado de la naturaleza, cuyo eje estructurante de su práctica es el deseo de poder/dominación sobre todo y sobre todos. Encaja, sin ninguna observación crítica, dentro del sistema de capital, creado por este paradigma, con todos sus conocidos mantras.
En este sentido, en el resumen publicado no hay ninguna apropiación del nuevo paradigma holístico y relacional basado en la física cuántica (Bohr/Heisenberg), cuyo entendimiento fundamental es sostener que todo está relacionado con todo y nada existe fuera de la relación; en la ciencia introducida por Albert Einstein de la equivalencia entre materia y energía; ni en la nueva biología y cosmología, vistas en proceso, por tanto, como cosmogénesis y biogénesis.
Ni siquiera en el discurso ecológico, desde su fundador Ernst Haekel (1834-1919), quien acuñó la palabra ecología (1866), se ha considerado a la ecología como la ciencia de las relaciones, porque todos los seres están interconectados y todos están en diálogo permanente con el medio ambiente. . Esto expresaba claramente la Carta de la Tierra, adoptado por la ONU (2003), como uno de los documentos oficiales más importantes de la ecología actual: “Nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interconectados y juntos podemos forjar soluciones inclusivas” (Preámbulo, 4). El Papa Francisco escribe lo mismo en su encíclica Sobre el cuidado de nuestra casa común (2015).
En vano encontramos esa “interconexión” y la búsqueda de “soluciones inclusivas” en el citado resumen. Los temas corren paralelos sin darse cuenta de la interconexión sistémica entre ellos.
Sin embargo; que quede claramente establecido que la ciencia y la tecnología son fundamentales para el funcionamiento de nuestras sociedades complejas. Pero también somos conscientes a través de la epistemología contemporánea de que detrás de todo conocimiento hay intereses de todo tipo, incluidos los geopolíticos. Basta recordar el libro clásico de Jürgen Habermas, conocimiento e interés (Unesp), filósofo y sociólogo de la escuela de Frankfurt.
¿Cuáles serían esos intereses? El aspecto más importante es el mantenimiento del sistema socioeconómico actual, el capitalismo, como modo de producción y su expresión política, el neoliberalismo con su mercado. A continuación, la preocupación de la potencia dominante, Estados Unidos, por la seguridad para garantizar un mundo unipolar, basado en la tecnociencia y la producción de armas cada vez más sofisticadas, muchas de ellas tan poderosas que pueden matar vidas humanas. Para ello se están invirtiendo billones de dólares que, de aplicarse, resolverían el grave problema del hambre, la salud y la vivienda de los millones de personas marginadas por el actual sistema dominante.
Al margen de estas reflexiones teóricas, cabe destacar los efectos concretos de este tipo de ciencia y técnica desarrollada desde la modernidad y aún vigente en la actualidad. En el afán de dominarlo todo se creó el principio de autodestrucción con todo tipo de armas letales, lo que demuestra que la racionalidad técnico-científica se ha vuelto completamente irracional.
La furia por la acumulación ha devastado prácticamente todos los ecosistemas terrestres y marinos. El consumo de los países opulentos requiere más de una Tierra y media de bienes y servicios, algo que no puede cubrir: la conocida “Sobrecarga Terrestre”. La extracción extremadamente intensiva de recursos naturales, algunos bienes comunes colectivos (como el agua, los bosques y las semillas), ha llevado a la actual crisis ecológico-social.
Esta crisis queda demostrada por un calentamiento global sin precedentes desde el último período interglacial hace 125 mil años. Las temperaturas globales alcanzaron un máximo histórico en 2023 y 2024, situándose 1,5ºC por encima del período preindustrial (1850-1900). Inundaciones e incendios devastaron varias regiones, como Rio Grande do Sul y Pantanal.
La desigualdad social es una de las realidades más perversas: el 1% más rico posee más de la mitad de la riqueza mundial. La contaminación del aire por minipartículas es responsable de muchas enfermedades y de siete millones de muertes prematuras al año. Y podríamos seguir con muchos otros efectos nocivos derivados de este paradigma.
Lo importante es decir que esta degradación del planeta Tierra y de la vida tiene como principales agentes precisamente a quienes se reúnen en la Cumbre del G20 (con algunas excepciones): los Gobiernos donde están los poderosos y ricos de este mundo. Es sintomático que en el ítem “Justicia Social” no haya una palabra sobre la brutal desigualdad social global. Se centran en ampliar el acceso universal a Internet.
En el ítem “Bioeconomía” esperábamos que se refiriera a la superación del tipo de economía actual, altamente excluyente y centrada en la producción de bienes materiales. En lugar de situar, como sugiere el título, la vida en el centro y la ciencia y la tecnología, la política y la economía al servicio de la vida. Pero se hace un llamado a “formular un marco político conjunto que permita a los países implementar programas de bioeconomía... mejorar la calidad de vida y proteger los recursos naturales”.
Sin tocar el sistema acumulativo y excluyente, es un hermoso propósito como el Acuerdo de París de 2015 que no se puso en práctica. Semejante propósito idealista va en contra de la lógica del sistema dominante. Ciertamente no se implementará.
Estas son algunas consideraciones críticas a las propuestas de técnicos y científicos que se presentarán en la Cumbre del G20 en Río de Janeiro.
Destaco la propuesta del Presidente Lula de formar una Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza. Pero hay que decir la verdad: este tipo de tecnociencia, sin conciencia, no es suficiente para la transformación del mundo. Si simplemente nos centramos en los medios sin definir otros fines humanitarios y ecológicos, bajo otro paradigma, nos encaminaremos hacia una catástrofe inconmensurable.
¿Cuánta verdad y cuánto cambio de dirección puede soportar el espíritu del capital? Ésta es una pregunta que difícilmente encontrará respuesta.
*Leonardo Boff Es teólogo, filósofo y escritor. Autor, entre otros libros, de Sostenibilidad: Qué es – Qué no es (Vozes). Elhttps://amzn.to/4cOvulH]
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