el populismo reaccionario

Imagen: Kartick Chandra Pyne
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por ARNALDO SAMPAIO DE MORAES GODOY*

Comentario al libro de Christian Lynch y Paulo Henrique Cassimiro

el populismo reaccionario, de Christian Lynch y Paulo Henrique Cassimiro, es uno de los libros nacionales más importantes para intentar comprender la situación política actual. Los autores son profesores e investigadores en Río de Janeiro. En casi 200 páginas, presentan una radiografía del populismo reaccionario que se llevó casi la mitad de los votos en las últimas elecciones (el libro es anterior a las elecciones). No se trata de una aventura política transitoria y pasajera. Se ocupan de un asunto serio que exige confrontación.

Partiendo de la crisis de la Nueva República, y centrándose en el poder judicial del lavado de autos, los autores exploran nuestro tiempo político, buscando a tientas una estupidez que desdeñamos (y hoy la pagamos) y señalamos una aporía insalvable: la paradoja del parásito. El parásito necesita el cuerpo invadido para sobrevivir, no puede destruirlo. La destrucción del cuerpo invadido presupone y tiene como resultado la muerte del parásito. Esta metáfora implica la relación ambigua entre el líder populista reaccionario y la democracia. El 8 de enero, esta tensión llegó a su límite.

Los autores identifican esta nueva ola populista (especialmente brasileña) en el contexto de la crisis del liberalismo democrático, que se despliega a partir de la resaca de la euforia de la globalización, los ataques a las torres gemelas y la crisis económica de 2008. destino de la agenda democrática , es decir, si habría una revitalización de este proyecto o si la amenaza era realmente real. ¿Qué opina el lector?

Me parece que ganó este último postulado. La amenaza trascendió el espacio digital y se fue a la plaza con palos en la mano (literalmente). Todo ello aderezado por peligros potenciados por un universo de información paralela, en el que un comunismo idealizado, la inmigración extranjera, un sentido recurrente de la injusticia y los cambios sociales fueron fomentados por la puesta en común de valores identitarios.

Para los autores, al populista reaccionario no le interesan los asuntos de gobierno y administración. Comanda un partido digital disperso ya la vez unido en torno a una cuenta digital. Este valiente libro dice que la cuenta digital del populista reaccionario no es un lugar democrático con un espacio abierto para la crítica ciudadana. La cuenta digital del populista reaccionario “es un altar, cuyo acceso es privado para los fieles con el propósito de rendir culto a su ídolo”. Cuando se materializa, y ahora esta es mi opinión, este espacio de culto es concomitante con el entorno topográfico oficial: es el corralito.

El populista radical, según los autores, se presenta como el héroe antisistema. La administración es incompetente. Utiliza esta incompetencia como sello de autenticidad. Entre la competencia y la autenticidad (aunque fingida, si cabe) el mediocre insatisfecho con la mediocridad de su vida no se lo piensa dos veces: quiere lo auténtico.

¿Qué camino histórico abrió el populista reaccionario, vocero de una utopía regresiva de restauración a tiempos imaginados? ¿Estaba latente esta utopía? En un intento de explicar estas dos cuestiones, los autores exploran primero una revolución judicial, de la que se decía que era un instrumento de una supuesta capacidad regeneradora de la Nación. El Poder Judicial lo resolvería todo. Aplicaría la ley.

Es el lavajatismo, en su versión más completa, el que ha asumido la pauta de un tenentismo togado. El exjuez de Curitiba y el exprocurador de la República que trabajaban allí intentaron ser versiones contemporáneas de Juárez Távora y Eduardo Gomes. No creo que lo consiguieran, aunque alabados en la prensa y en las redes, aplaudidos en aviones y restaurantes, escuchados en grabaciones sospechosas.

En la tesis de los autores de el populismo reaccionario El judicialismo se basaba en la legitimidad derivada del acceso meritocrático al servicio público. También agregaron el tema del neoconstitucionalismo, que resultó en la valorización de las corporaciones jurídicas y, paradójicamente, en la masificación de la enseñanza del derecho. Había una multitud de graduados que hablaban todo el tiempo sobre reglas y principios, citaban a autores alemanes traducidos (Hesse, Häberle, Müller y Alexy) y cavilaban sobre el aspartamo legal anglosajón (Dworkin y Rawls). Defendían una mayor participación del Poder Judicial en detrimento de los demás poderes. La restauración tuvo lugar en el curul, sede de los altos dignatarios romanos que dictaban la jurisprudencia.

Según los autores, basta consultar los libros de Derecho Constitucional para comprobar que el espacio dedicado al Poder Legislativo es insignificante en relación con el dedicado al Poder Judicial y las corporaciones legales. El poder judicial que ya estaba presente en Rui Barbosa y Pedro Lessa volvió al primer plano. El moralismo recurrente de la UDN, en la voz de Afonso Arinos, Bilac Pinto y Aliomar Balleeiro, estuvo en la columna vertebral de esta revolución en el poder judicial, que también, lo que es más paradójico, se basó en interpretaciones estandarizadas de Brasil, como leemos en Sérgio Buarque de Holanda, Raymundo Faroo y Roberto DaMatta. Tal diálogo sería imposible. Los autores nos recuerdan que los udenistas de Carlos Lacerda abandonaron el barco en 1965, al igual que Sergio Moro y la MBL en un futuro próximo.

En el argumento de el populismo reaccionario el núcleo de la nueva expresión del poder orbitaba en torno al culturalismo reaccionario de Olavo de Carvalho y al neoliberalismo de Paulo Guedes. Desde el principio se aprehende una concepción petrificada de la cultura, centrada en la obsesión por el marxismo cultural, al que se contrapone el decadentismo, crítica a la globalización y ancla de la metapolítica, para la cual la cultura viene después de la política. De la segunda, según los autores, se sabe que la debilidad de los neoliberales siempre ha sido la impopularidad del programa.

El populismo reaccionario está muy alejado de la referencia y reverencia que tiene por la tecnocracia militar. El conservadurismo estatista de Golbery do Couto e Silva subordinó y dominó el culturalismo de Gilberto Freyre y Miguel Reale, así como el neoliberalismo de Roberto Campos y Octávio Bulhões. Los autores ni siquiera conjeturan sobre una explicación para esta disfunción. Quizás, la adhesión del populismo reaccionario al negacionismo estructural pueda ser una clave interpretativa del enigma.

Los autores dan pistas. La negación del calentamiento global, el holocausto, la fe en el terraplanismo, la creencia en la hipótesis de que el nazismo y el fascismo serían de izquierda, el racismo al revés, el conspiracionismo, la pandemia, la eficacia de la vacuna, la ortodoxia de las urnas y la En este marco explicativo transitaría el tema de la ideología de género. En la pregunta de Fernando Gabeira, “¿por qué se alejan tanto de la realidad y cuando se dan cuenta se enojan tanto?”.

El populista reaccionario se rodea de cuadros mediocres y serviles, fomentando un macartismo administrativo. Los disidentes son perseguidos. En la construcción del camino al populismo reaccionario se formuló una teoría constitucional de apoyo, servida siempre por juristas gozosos (expresión de los autores) que volvían al tema de la razón de Estado, ahora justificación de secretos casi perpetuos (100 años).

Agrego al argumento de los autores el papel de cierta teología de la prosperidad. Para Carl Schmitt (el príncipe de los juristas divertidos) el milagro sería a la fe lo que la jurisprudencia sería al derecho. Para su versión casi brasileña (Francisco Campos) el Estado totalitario sería una técnica al servicio de la democracia. Es la unión entre el templo y el palacio de justicia.

Creo que el gran mensaje de Christian Lynch y Paulo Henrique Cassimiro en este hermoso libro es la constatación de que se ha abandonado la búsqueda racional de la verdad como fundamento de la vida colectiva. Los autores instigan más por la búsqueda racional de la verdad que por la verdad misma. Después de todo, sobre esto último, y la pregunta es bíblica (Juan 18:38), ni siquiera Pilato sabía de qué se trataba.

*Arnaldo Sampaio de Moraes Godoy es profesor de Teoría General del Estado en la Facultad de Derecho de la Universidad de São Paulo (USP).

referencia


Christian Lynch y Paulo Henrique Cassimiro. el populismo reaccionario. São Paulo, Concurrente, 196 páginas (https://amzn.to/3YAjSfY).

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