por VITOR PIAZAROLLO LOUREIRO*
La colonización de las Américas y el Mito de la Modernidad hizo culpable al nativo e inocente al colonizador.
Fueron siete meses de presencia española en la capital azteca Tenochtitlán[i], cuando en mayo de 1520 los mensajeros del cautivo emperador Moctezuma anunciaron la llegada de una nueva armada hispana a la costa, compuesta por unos 1.200 soldados. La noticia no agradó a Hernán Cortés, líder de la empresa conquistadora, quien sabía que lo perseguían por insubordinación (su expedición al Imperio Azteca había sido revocada días después de su partida), y precisamente por eso llamó la atención de Moctezuma, que vio en esa ventana una oportunidad de salvar su ciudad.
Los últimos seis meses antes de este evento habían estado marcados por una atmósfera de creciente tensión entre los nativos y los invasores. Inicialmente curiosos, se desconcertaron cada vez más el uno por el otro.
Los aztecas, antes de la llegada de Hernán Cortés, creían vivir al final del llamado “Quinto Sol”, una de sus eras, cada una marcada por su propio sol. En ese contexto, enfrentaron un choque entre (i) el mito sacrificial, caracterizado por una dominación militarista y expansionista que los posicionó como la civilización urbana más grande de América al norte del Ecuador; y (ii) la protofilosofía de los intelectuales tlamantini, quienes dieron grandes pasos hacia una racionalización de la realidad altamente conceptual y abstracta.[ii] Junto a este último, el emperador Moctezuma, notablemente un hombre espiritual, se alineó con mayor fuerza.
Para los aztecas existía la creencia de que el fin de Quinto Sol vendría con la llegada del dios Quetzalcóatl, entidad representada por una serpiente con plumas o un hombre con barba. Desde este punto de vista, la llegada de Hernán Cortés a las puertas de la ciudad causó una verdadera conmoción en el imperio, lo que fue visto por muchos como una señal de mal agüero, siendo él mismo un hombre con barba.
Moctezuma, en un principio, creyó que Hernán Cortés sería el dios Quetzalcóatl y le ofreció al recién llegado nada menos que su trono, su gobierno y su ciudad. Cortés no entendió y no aceptó nada de esto, por lo que el emperador sintió una gran angustia.[iii]. Si le ofrecían comida con sangre, Cortés se negaba. Si le ofrecían piezas adornadas en oro, destruía los adornos, dejando sólo el metal precioso.
Esto llevó a Moctezuma a creer que Cortés no era el dios. Pero, ¿podría ser algún tipo de representante? ¿Qué significaría eso? Si fueran humanos, ¿estaba su vida en peligro? Había muchas opciones que tomar y poco espacio para maniobrar. Cuando fue llevado cautivo a su palacio, Moctezuma dirigió sus esfuerzos a la preservación de su ciudad.[iv].
A la luz de esto, cuando se corrió la voz de que había una nueva armada anclada frente a la costa, el jefe azteca se dio cuenta de que los españoles eran humanos.[V]. Fue consciente por primera vez de que había otros como Cortés y vio en esa brecha una oportunidad para salvar a su pueblo. Si Hernán se iba con sus compañeros, todo terminaría bien, y esta invitación le fue extendida.
Cuando Moctezuma le sugirió cortésmente a Hernán Cortés que abandonara su palacio y su ciudad, se dio cuenta ante la negativa del español que la situación estaba a punto de convertirse en una pesadilla.
No sólo dejó Cortés al frente de la ciudad al teniente Pedro de Alvarado, quien llevó a cabo una masacre contra la élite azteca más desesperada, sino que un mes después el conquistador volvió triunfante contra sus perseguidores y con su ejército reforzado.
Estos eventos demostraron que Moctezuma estaba equivocado e inclinaron la balanza azteca hacia el lado militar: debían resistir la invasión con todas las armas disponibles. Pero ya era tarde, la resistencia no funcionó y poco más de un año después la ciudad cayó ante el asedio de Hernán Cortés. El choque entre los mundos selló el destino de todo el continente americano, iniciándose así la pesadilla modernizadora marcada por un Mito de la Racionalidad, en palabras del filósofo argentino Enrique Dussel: sanguinario, irracional, violento y encubridor de todo lo que no fuera europeo. , incluidos los descendientes de europeos nacidos en América.
¿Y qué debemos entender los estadounidenses, medio milenio después de este evento histórico, sobre esta reunión?
Antes de adentrarnos en la pregunta planteada, es necesario considerar la dialéctica y la fenomenología de Hegel, imprescindibles como instrumento teórico para responderla en este ensayo.
Por tanto, en primer lugar, en oposición a la noción trascendental de crítica de Kant, que la veía como una reflexión sobre los límites y condiciones de posibilidad de cualquier experiencia, Hegel formuló un conjunto diferente de ideas. Para él, la crítica significa comprender la génesis de lo que parece estar dotado de validez. Es decir: lo que se nos aparece como algo establecido, una forma de conocer, actuar o juzgar, debe ser analizado en su génesis.
Hegel se opuso al pensamiento trascendental de que habría condiciones primarias para toda experiencia, en la medida en que quien habla de una condición trascendental, habla de una condición “ahistórica”, es decir, algo que siempre será lo mismo, en la que no existirá el tiempo. , no habrá historicidad.
El pensamiento hegeliano, a su vez, tiene como aporte más notable la insistencia en que toda normatividad que se nos presenta como “necesaria” tiene una “génesis”, que no sólo justifica la necesidad de esa validez, sino una génesis que explicita lo que la normatividad busca implicar. Al enfatizar esta insistencia y presentar la búsqueda de la génesis, se hace una crítica a lo que se nos presenta como absolutamente evidente, necesario y, en definitiva, “natural”. Además, es imposible sustraerse a la historicidad que marca la sucesión de los acontecimientos.
Sumado a esto, para operacionalizar esta investigación de la génesis y evolución significativa, Hegel recuperó el concepto griego de dialéctica, modificándolo de manera decisiva. Su filosofía puede entenderse como la realización del concepto de dialéctica en su tránsito desde el “concepto” hasta culminar en la “idea”, recuperando la historicidad de los hechos. Este desarrollo incluso tiene una dirección geográfica específica, va de Este a Oeste.[VI]
Se explica solo.
Históricamente, la dialéctica se asocia con la historia de la filosofía en Grecia. Proviene del término griego que habla del arte de dialogar con la razón. Está presente en la mayéutica socrática, como una forma de entrar en el pensamiento del otro y hacerlo entrar en contradicción dentro de su propio razonamiento, reduciéndolo al absurdo, y también es definido por Platón como: “Éste que sabe interrogar y respuesta incluso lograr la clarificación de los principios generales.
Platón señala que la dialéctica como proceso sirve para destruir hipótesis hasta llegar a un principio. Por todo ello, la dialéctica se asoció, incluso en la experiencia medieval, mucho más a la idea de retórica que a la de lógica, ligada al arte de razonar. Capaz de llegar a conclusiones aparentemente correctas, aunque no verdaderamente conectadas con la lógica.
Hegel recupera el concepto de dialéctica de manera sugerente y peculiar. No sólo de los principios medievales de “tesis, antítesis y síntesis”, sino como espíritu de contradicción. Así, la dialéctica hegeliana es el espíritu de la contradicción organizada, es decir, una forma de pensar en la que la contradicción es el motor del pensamiento.
Esto es contraintuitivo para nosotros, porque en el sentido común la contradicción es precisamente lo que detiene e interrumpe el pensamiento. Hegel, a su vez, llevó la contradicción al nivel de “pensamiento en movimiento”. Este movimiento se basa en el siguiente proceso: primero, produce algo que destruye el concepto mismo de lo que se piensa; entonces la destrucción, entonces, provoca un segundo movimiento que es el “retorno a sí mismo”, integrando así el concepto a otro meseta.
El movimiento, por tanto, es horizontal, yendo a los extremos, pero también ascendente, en la formación de un nuevo concepto marcado por un aumento del grado de complejidad tras la abnegación. En un modelo: puedes imaginar una espiral ascendente.
Así, la "experiencia" de Hegel es el proceso por el cual algo se enajena, se coloca en lo que sería su negativo y luego vuelve de esa enajenación con un nuevo significado. Sin una temporalidad definida, no existe un criterio histórico para la duración de este proceso.
Y este es el verdadero movimiento que determina la invasión de América en los siglos XV y XVI, que aún no comprende la génesis que en realidad es absorbida por las sociedades actuales, más allá de lo aparente.
Así como Hegel iluminó su propio entendimiento cuando presenció la invasión de las tropas de Napoleón al Sacro Imperio Romano Germánico en 1806, trayendo consigo la Ilustración, trescientos años antes, en 1492, otra invasión determinó para siempre el destino de América y Europa. así como desencadenar la construcción del ego europeo y la mentalidad estadounidense. Y es sobre eso que todavía necesitamos reflexionar dialécticamente.
En este punto, el filósofo argentino Enrique Dussel[Vii] es una de las voces más importantes del movimiento para entender lo que significó este encuentro.
Lo que Dussel buscó demostrar en su libro “1492: del ocultamiento del otro al origen del mito de la modernidad” es que, si bien los europeos teorizaron en gran escala que el origen de la modernidad se dio con la (i) Reforma protestante, (ii) la Ilustración y (iii) la Revolución Francesa; de hecho hubo otro acontecimiento mucho más decisivo para esta creación: la conquista de América.
De esta manera, parte de un intenso diálogo con el historiador mexicano O'Gorman[Viii], para explorar las diferentes experiencias existenciales de la praxis de la invasión europea a América y la consiguiente colonización física de los cuerpos y espiritual de las mentes. En resumen, ambos coinciden en que la comprensión de que se había descubierto un nuevo continente en 1507 proyectó el ego europeo hacia esta enorme y nueva porción de tierra con una fuerza envolvente y eurocéntrica.
A partir de este análisis, Dussel fijó lo que llamó el Mito de la Modernidad, que se caracteriza por una inversión gigantesca, a saber: la víctima inocente de la conquista (los indígenas) y la colonización se transforma en culpable, mientras que el victimario se transforma en inocente.
A partir de la justificación de que la modernidad sería emancipadora, se fundaron dos fundamentos que sustentaron la acción[Ex] de los conquistadores en América, a saber: (i) la cultura europea está más desarrollada que otras culturas; (ii) otras culturas que emergen de su subdesarrollo es algo bueno para ellos, y deben ser promovidos por aquellos que están más desarrollados.
A partir de este entendimiento, se extrajo la base de tres realizaciones: la dominación europea como acción pedagógica, con violencia necesaria (guerra justa) y justificable; la conquista es un acto inocente que merece laureles; y siendo las víctimas conquistadas y colonizadas las culpables de su conquista y de la violencia ejercida contra ellas, ya que podrían haber “salido de la barbarie” por sí mismas, pero no lo hicieron.
En esta idea, la modernidad, que en su núcleo racional es la emancipación de la humanidad de su estado de inmadurez cultural y civilizatoria, fue reemplazada por un Mito que, en un horizonte global, aniquiló a los hombres y mujeres del mundo periférico y colonial. La victimización se encubrió con el argumento de que el sacrificio sería el costo de la modernización.
El Mito de la Modernidad, en definitiva, está marcado por la extrema irracionalidad y justificación de todo tipo de delitos. Por lo tanto, nos corresponde a nosotros, descendientes de estas tierras, hacer la interpretación dialéctica del acontecimiento original de lo que hoy existe aquí para delimitar el horizonte que debe servirnos para trascender en acto de liberación y ejemplo al resto de las sociedades.
Cuando hay un encuentro de mundos, el resultado ya no puede ser uno u otro. Somos otra cosa, un nuevo nivel de complejidad construido dialécticamente por la historia. Nosotros, descendientes de esta tierra, de diferentes lugares, de los hechos que aquí sucedieron, de este proceso histórico, somos, luego de comprender la villanía del Mito de la Modernidad, la posibilidad de reconfiguración del sentido del desarrollo humano como máxima congregación. entre los pueblos
No somos Europa, y tampoco somos la América de los indígenas, por lo que la búsqueda de respuestas centrada exclusivamente en uno de estos antiguos extremos de contradicción no dará buenos resultados. Somos la posibilidad, ahora, de negar todo lo que representa la génesis del mito de la modernidad en sus significados implícitos.
Donde hubo masacre hay que sembrar tolerancia. Cuando se ha permitido la carnicería, se debe incorporar el diálogo. Porque cuando el aniquilamiento y la esclavitud estaban justificados, es necesario responder con dignidad y libertad. Mientras esto no suceda en su totalidad, seguiremos viviendo dentro de la pesadilla americana que comenzó con Moctezuma y Cortés.
*Vitor Piazzarollo Lorenzo es estudiante de maestría en el Departamento de Filosofía y Teoría General del Derecho de la FD-USP.
Referencias
HEGEL, Georg Wilhelm Friedrich. Fenomenología del Espíritu. Traducido por AV Miller. Oxford: Oxford University Press, 1977. (Parte BB. Spirit, págs. 266-409).
HEGEL, Georg Wilhelm Friedrich. Filosofía del derecho. Traducción de Paulo Meneses et. Alabama. São Leopoldo: Editora Unisinos, 2010 (Segunda Parte, pp. 129-166; y Tercera Parte, Tercera Sección, pp. 229-314).
DUSEL, Enrique. 1492: El Encubrimiento del Otro: hacia el origen del “mito de la Modernidad”. La Paz: Plural, 1994.
LEVINAS, Emmanuel. Entre nosotros: ensayos sobre la alteridad. Traducción de Pergentino Stefano Pivitto et. Alabama. Petrópolis: Editora Vozes, 1997 (Ensayos Filosofía, justicia y amor; Conciencia no intencional; Del uno al otro, trascendencia y tiempo; Derechos humanos y buena voluntad; Diálogo sobre el pensar-en-el-otro; Sobre la idea del infinito en nosotros; El otro, utopía y justicia).
Imágenes

Notas
[i] Tenochtitlan fue la capital del Imperio Azteca donde hoy se encuentra la Ciudad de México. Fue una de las ciudades más impresionantes de ese período, con un estimado de 200 a 300 habitantes, solo superada por Constantinopla en Europa.
[ii] Por ejemplo, para los tlamantini el origen absoluto y eterno de la humanidad no era “uno”, sino “dual”. En el origen, había dualidad divina. Para ellos, el origen estaba codeterminado metafóricamente por una entidad “hombre-mujer”. Algo que no fue creado por nada, sino que se inventó a sí mismo. Había, además, un pensamiento trágico de la historia, con poca libertad para el azar. En su pensamiento, todos los acontecimientos humanos estarían predeterminados de antemano. La consecuencia de esto fue la programación y organización de un ritmo de vida, pero también la posibilidad de asegurar el fundamento de su existencia.
[iii] El historiador mexicano O'Gorman incluso menciona que según fuentes históricas Hernán Cortés consideraba demasiado afeminados a los emisarios aztecas.
[iv] Hernán Cortés llegó a gobernar la ciudad utilizando a Moctezuma como su títere. Esto irritó profundamente a la élite azteca, que fue reprimida por el emperador en sus deseos militaristas y promovió fricciones en las relaciones.
[V] La flota aquí mencionada fue comandada por Pánfilo de Narváez, a instancias del gobernador de Cuba Diego Velázquez de Cuéllar con el objetivo de interrumpir la invasión de Cortés. Aunque superó en número a Cortés 3 a 1, Pánfilo fue derrotado y hecho prisionero.
[VI] Aunque no es realmente el alcance de este ensayo, es importante mencionar que diferentes autores importantes no están de acuerdo con esta visión formulada por Hegel de que necesariamente habría un camino de la historia. Incluido este autor.
[Vii] Enrique Dussel es un filósofo argentino radicado en México cuyo aporte es la reflexión en torno a la creación de una filosofía de la alteridad, es decir, una filosofía basada en entender verdaderamente al prójimo como un ser diferente a nosotros, de manera que interactúa e incluye a los demás. respetando su subjetividad.
[Viii] Esto, a su vez, de intensa inclinación heideggeriana.
[Ex] que más tarde invadió la mayoría de las principales escuelas de pensamiento europeas.