por LUIZ MARQUÉS*
La importancia de la confianza en la era de la posverdad y los efectos de Internet en la política y la vida cotidiana
1989 es el año en que nació Internet, volviéndose comercial y accesible al público en la década siguiente. Veinte años antes, la investigación se centraba en cuestiones militares y de seguridad nacional. Ante la amenaza de un ataque nuclear, existía el deseo de una tecnología que no sufriera un posible corte en las comunicaciones. Los pioneros también son aclamados por la expansión del invento revolucionario.
De allí llegamos al protocolo de transferencia de hipertexto HTTP – textos de computadora enlazados con otros a través de hipervínculos, con acceso a la web y navegación para intercambiar datos en computadoras interconectadas. El hipertexto potencia el compartir. La Universidad de California inaugura las conexiones y procedimientos que dan como resultado la transmisión de información a través de redes digitales.
En 2019, Tim Berners-Lee, el creador de Internet y director de Fundación de la World Wide Web Escribe un artículo para el New York Times donde, nostálgico, asegura haber soñado siempre con los impactos positivos de la web para la humanidad. Al mismo tiempo, sin embargo, acusa la difusión de prejuicios, la violencia, la desinformación, la desregulación de contenidos, la plataformización de la vida, la formación de megacorporaciones y el empoderamiento de Big Tech Sobre los usuarios libres de Internet sólo en la imaginación.
El desencanto se justifica porque Internet forma parte de la vida cotidiana, de la educación, del trabajo, del mercado, de la vida social y también de las villanías que involucran robots contra la reputación de los adversarios. EL Diccionario de negacionismos en Brasil, organizado por José Szwako y José Luiz Ratton, coloca la palabra emancipadora – “Internet” – en una entrada encajada entre la “prensa negacionista” y la “La guerra de leyes". En tiempos pasados, esto se habría atribuido al azar. Hoy el lugar nos parece adecuado.
Una búsqueda de me gusta
George Orwell tuvo una premonición sobre la “posverdad” adoptada por los que estaban en el poder. En un ensayo sobre la Guerra Civil Española, señala: “Lo peculiar de nuestro tiempo es el abandono de la idea de que la historia puede escribirse con veracidad”. El problema no es la mentira, sino su aceptación como algo natural. La sana indignación de antaño ha dado paso a la indiferencia y la connivencia. Donald Trump (Estados Unidos), Recep Erdogan (Turquía), Viktor Orbán (Hungría), Javier Milei (Argentina), Jair Bolsonaro (Brasil) no son la causa del mal; pero el efecto de la erosión de la democracia.
Entre nosotros, el Poder Judicial, formado por una casta con dos meses de vacaciones al año y un séquito de prebendas en sus salarios, demora la denuncia de los delitos del miliciano inelegible y, al igual que el Legislativo con las “enmiendas secretas”, erosiona la escasa confianza en la República. La coalición fisiológica para asegurar la gobernabilidad del Ejecutivo contribuye al aumento del descrédito y al desmoronamiento de lo que era sólido. Lo que queda es odio y resentimiento hacia la gente común.
Falsas notificaciones promovidas por la producción de noticias falsas hazlos sonrojar aún más vestíbulo corporativa, con la difusión sistemática de absurdos. El campeón en extravagancia es la creación de Olavo de Carvalho, la “botella de pene”. Inspiró la campaña electoral en la que Fernando Haddad se enfrentó al ogro que representa la tríada neofascista, neoconservadora y neoliberal. "Es una elección difícil", afirma el periódico El Estado de S. Pablo.
Quienes niegan las vacunas y la catástrofe climática son herederos de maniobras que retrasaron la lucha contra la pandemia y el deshielo. El truco consiste en ofrecer entretenimiento disruptivo para distraer de lo que es esencial. Los medios de comunicación, al cubrir los enfrentamientos, legitiman lo indecible en la búsqueda de audiencia. Internet mejora la Me gusta y el beneficio de la monetización del espectáculo, que pone en escena el terror.
El valor de la confianza
“La confianza es un mecanismo fundamental de supervivencia humana, la base de la coexistencia que permite que cualquier relación –desde un matrimonio hasta una sociedad compleja– funcione con cierto grado de éxito. “Una comunidad sin confianza termina convirtiéndose en nada más que una colección atomizada de individuos temblando en sus empalizadas”, observa Matthew D'Ancona, en Posverdad: La nueva guerra contra los hechos en tiempos de noticias falsas. Cuando los vigilantes garantes de la honestidad flaquean, también flaquean la verdad y la democracia. Sin la brújula, se pierden.
Las antiguas oposiciones ideológicas respetaban el valor epistemológico de la “verdad” en las discusiones públicas. Ahora bien, esto se equilibra con la hipocresía y el cinismo. Las emociones ganan primacía sobre la racionalidad discursiva. El estigma de ser mentiroso se desvanece junto con la mentira que, hace cinco décadas, llevó a Richard Nixon a renunciar a la presidencia de Estados Unidos. La complacencia de la moralidad líquida es producto del colapso de la confianza en las instituciones. La inseguridad es la regla.
El ataque a la verdad y a la ciencia comenzó en 1954, por iniciativa de la Comisión de Investigación de la Industria Tabacalera Estadounidense, con la sutil respuesta de las compañías tabacaleras a la ansiedad pública sobre la conexión entre el tabaquismo y las enfermedades pulmonares. La Comisión evita entrar en conflicto con la evidencia; busca socavar el consenso científico y sabotear la realidad con una falsa equivalencia entre “narrativas”. Luego comenzó la llamada posmodernidad.
El objetivo no es la victoria académica; es fomentar la confusión en la conciencia de la población. Mientras tanto, la industria continúa matando adictos. Cuando la libertad de expresión empieza a proteger la discriminación y a relativizar los parámetros de la civilidad, todo vale. Una definición responsable de “democracia” debe clasificarla por el proceso acumulativo de valores civilizatorios, con énfasis en la valoración de la igualdad de género, racial y social. Detener los retrocesos, ése es el imperativo categórico.
Un país maltratado
Contardo Calligaris cuenta que cuando echó raíces en Brasil escuchó de amigos nativos que “este país no sirve”. A un europeo le parece extraño que alguien menosprecie a su país. El gobierno o el pueblo, lo que sea; Pero la nacionalidad es un apellido: no se puede borrar. El enigma está en la subjetividad de los brasileños, dividida entre el “colonizador” y el “colono”. Ambos plantean el desafío de vivir en un mundo nuevo. El primero comete extractivismo sin límites y sin vergüenza; El segundo desea obtener la ciudadanía y obtener el reconocimiento de su condición de súbdito, ganada con esfuerzo, en su patria.
La extrema derecha encarna al colonizador que habita nuestra identidad brasileña y la larga tradición de mando y obediencia. De ahí la patada en el poste de la tienda; la opción de agotar la tierra, el agua y el aire; el recurso al trabajo esclavo; la precariedad de los trabajadores; el impulso para demostrar la tesis del país inútil. Las acciones institucionales revelan la continuidad depredadora incorporada al proceso de colonización, con ventajas para los privilegiados. El camino de Internet se confunde con el del capital financiero, para quien ningún país es bueno si no le aporta ingresos mientras dura la orgía.
Por el contrario, las fuerzas progresistas resisten al deseo de destrucción con los ideales de los colonos que se encuentran en los campamentos del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), ocupaciones del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST), entidades comunitarias, estudiantes, sindicatos y partidos políticos en la lucha por una nación acogedora. Prevalece el sentimiento de integración colectiva, que se enfrenta a la lógica de exclusión del patriarcado (sexismo) y del colonialismo (racismo). La identidad de clase se forja en las luchas populares en el campo y la ciudad, con críticas a statu quo.
Hay varias maneras de pensar los cambios que se presentan, con la urgencia del punto de inflexión: (i) en la infraestructura económica; (ii) en la superestructura ideológica; (iii) en la socialización del consumo y; (iv) en relación con el tiempo y el espacio. Internet tiene un impacto en cada momento, especialmente en la aventura del tiempo con la inmediatez y, en el espacio, con el derribo simbólico de los muros de los Estados nacionales para garantizar la circulación de las finanzas, sin obstáculos legales. Fue capturado por monopolios tecnocráticos. Es necesario, pues, democratizar la propiedad de la ciberesfera. ¿Capisce?
* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul durante el gobierno de Olívio Dutra.
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