El panorama electoral ecuatoriano

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por PABLO OSPINA PERALTA*

¿Dispersión, polarización o repolarización?

El 07 de febrero Ecuador elegirá al sucesor de Lenín Moreno, un gobierno marcado por la incompetencia y la corrupción. Las encuestas muestran que tres opciones pueden pasar a la segunda vuelta: el coreísmo, representado por el joven Andrés Arauz, que promete un futuro ya vivido en el pasado; el empresario Guillermo Lasso, de discurso neoliberal; y el líder indígena Yaku Pérez, sorprendentemente tercero entre los otros dos con discurso ambientalista y referencias ancestrales.

Las elecciones locales de marzo de 2019 en Ecuador batieron un récord en el número de candidatos: los más de 80.000 candidatos fueron casi el triple de los que disputaron las elecciones locales cinco años antes. Las elecciones presidenciales previstas para el 7 de febrero de 2021 ya tienen su propio récord: 16 candidaturas, la cifra más alta desde la formación de la república en 1830. La dispersión ha sido la característica dominante del sistema político legado por la implosión del partido Alianza Pais, desde que la destacada figura de Rafael Correa salió del país y dejó tras de sí una estela de acusaciones, juicios y condenas por corrupción.

La razón es fácil de entender. La ruptura del partido que ha dominado el panorama electoral de Ecuador durante una década alienta el cálculo de que casi cualquiera puede ganar las elecciones en medio de la confusión. Entre 2007 y 2017, el predominio del partido dirigido con puño de hierro por Correa presionó la unidad de sus opositores, ya que, en lugares donde se multiplicaban los candidatos, el partido dominante podía ganar fácilmente con una mayoría simple. Incluso cuando las coaliciones eran imposibles, los votantes tendían a alinearse ampliamente a favor o en contra del gobierno. Era el escenario familiar de la polarización: las terceras opciones fueron marginadas, ya sea por los políticos o por sus partidarios.

Un ejemplo. La coalición de opositores de izquierda al gobierno de Correa, que presentó dos candidaturas unitarias en 2013 y 2017, se encuentra ahora dispersa en cinco candidaturas distintas: Gustavo Larrea, por Democracia si; Pablo Carrasco, por juntos podemos; Xavier Hervás, por izquierda democrática; Yaku Pérez, en Movimiento Unidad Plurinacional Pachakutik; y César Montúfar, apoyado por Partido Socialista Ecuatoriano (PSE). El mismo panorama disperso se puede ver entre las piezas aún en movimiento de la antigua Alianza Pais: al menos cuatro candidaturas encabezadas o promovidas por exfuncionarios del correísmo.

En este marco de dispersión política, es claro que hay una fuerte tendencia que apuesta por la recuperación de la vieja polarización. Quienes la promueven son precisamente quienes se beneficiaron de ella, presentándose como los “polos” de la oposición binaria dominante. Es decir, los dos candidatos que encabezan las encuestas: el exministro Andrés Araúz, por unión por la esperanza, y el banquero Guillermo Lasso, por la fiesta Creando oportunidades, en alianza con el Partido Social Cristiano (PSC). La fuerza social que subyace a esta tendencia a revitalizar la vieja polarización es un entorno económico y social crítico. La crisis económica y fiscal, las políticas de ajuste y austeridad, el colapso económico y sanitario agudizado por la pandemia del Covid-19 y profundizado por la incompetencia y corrupción del gobierno de Lenín Moreno son factores que despiertan una intensa indignación social. La tormenta perfecta en la que se utilizan con mayor éxito los discursos y las esperanzas radicales, o los que pretenden serlo.

Lasso se presenta como el abanderado de un modelo de negocio alternativo al “estatismo correísta”. Nada nuevo bajo el sol. Iniciativa privada, rebajas de impuestos, inversiones extranjeras que serán ejecutadas abundantemente por la confianza en un gobierno serio y un Estado mínimo. El petróleo y la minería se presentan esta vez como el corazón de la recuperación prometida, adornada con créditos subsidiados para pequeñas empresas agrícolas al 1% de interés y a 30 años de plazo. El resultado anunciado de tales ingresos es de dos millones de nuevos puestos de trabajo en lugar del millón anunciado en las últimas elecciones con las mismas medidas.

Andrés Aráuz es un joven empleado de segundo grado, con un perfil técnico, del Correismo, casi desconocido hasta ahora. Precisamente por eso fue elegido: puede presentarse como “nuevo” y “fresco”, al mismo tiempo que reivindica, sin atenuantes ni sombras de autocrítica, la Revolución Ciudadana. El discurso de Aráuz destaca que sus promesas son viables porque ya fueron vividas en el gobierno de su mentor, que aparece, desde Bruselas, como la figura omnipresente de su material de campaña. “Recuperar el futuro”, el eslogan electoral, representa bien su mensaje: un futuro ya vivido en el pasado. Ha prometido que en la primera semana de su gestión entregará $2006 a un millón de familias y repatriará el capital transferido al exterior, mientras su estrategia electoral lo presenta como enemigo de todos los partidos, prensa y banqueros unidos en su contra. Una clara repetición de la fórmula ganadora de 20. Todos son atacados como cómplices de un gobierno despiadado e inútil, cuya quiebra parece ser la mejor prueba de la bondad del pasado. El correísmo tiene un importante piso de votos que oscila entre el 30 y el XNUMX% del electorado. Suficiente para llegar a la segunda ronda.

La novedad del momento es que, por primera vez desde 2006, una tercera candidatura se disputa este escenario polarizado. La candidatura de Yaku Pérez, por el Pachakutik, es una suerte de alternativa de “repolarización” por la agenda económica, social y ambiental que promueve. Repolarización porque reordena las polaridades en torno a otro polo, el movimiento indígena y sus aliados, en lugar de los dos polos tradicionales, el caudillismo correísta y el proyecto empresarial. La base de su agenda económica se sustenta en el programa elaborado en asambleas desordenadas y multitudinarias tras la masiva rebelión popular de octubre de 2019, que propone aumentar los impuestos directos a las grandes fortunas y grupos económicos. El papel indiscutible de Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) en ese levantamiento, que Pérez lideró hasta marzo de 2019, cuando fue electo gobernador de la provincia de Azuay, en el sur andino, es lo que explica esta inédita oportunidad de que un candidato indígena gane unas elecciones nacionales. Pérez insistió en una estrategia de campaña basada en un discurso ambientalista, con énfasis en las emociones, que insiste en la armonía y los valores ancestrales. Es un discurso nuevo, que en sus formas escapa a lo que normalmente entendemos como “polarización”. Sin embargo, su programa de gobierno, de implementarse, reorganizaría la polarización, pero no la eliminaría.

Solo estos tres candidatos tienen posibilidades de ganar. Si alguno de los otros 13 candidatos ganara, sería una sorpresa monumental. Si Lasso gana, su programa económico y su absoluta falta de carisma personal hacen que sea poco probable que construya una hegemonía electoral estable durante un período prolongado. Es más probable que el liderazgo de la oposición a su agenda conservadora sea muy disputado entre los indígenas y el correísmo. Si gana Aráuz, se podría reavivar la vieja polarización, pero su gobierno no tendrá una base social organizada, ni el escenario de bonanza económica que presidió sus éxitos pasados, ni mayoría parlamentaria alguna. Con todos los partidos y movimientos sociales en su contra, es probable un escenario político de una nueva Asamblea Constituyente, en un intento de reconstruir su hegemonía electoral y algún tipo de acuerdo con los sectores empresariales. Un gobierno de Yaku Pérez es quizás el más incierto de los tres. Su única fuente inicial de poder sería el poderoso movimiento indígena, el movimiento social más organizado (en rigor, el único) del país. No es suficiente, pero es un cimiento menos maleable que la voluntad y el carisma personal de Correa, que es el principal activo político que tiene el partido de Andrés Aráuz.

Sin Pérez, Conaie seguiría siendo más o menos lo que siempre ha sido; si Correa desapareciera mañana, todo su movimiento quedaría huérfano, sin liderazgo y sin una oportunidad creíble de reinventarse. Dispersión, polarización, repolarización. Una agenda neoliberal, reedición del caudillismo personalista, un movimiento social auténtico, heterogéneo y vital, urgido a inventar una hegemonía política difícil e incierta. En las elecciones de febrero de 2021, las alternativas son auténticas. Y no son dos, sino tres.

*Pablo Ospina Peralta. Es profesor de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador).

Traducción: Fernando Lima das Neves

Publicado originalmente en la revista nueva sociedad.

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