Por Felipe Campello*
Finalmente, es ingenuo querer creer que la política se hace con razón y argumentos. No podemos seguir cayendo en esta trampa, subestimando lo que está germinando en Brasil
Hay un mantra en Brasil que dice que las instituciones están funcionando y que, por lo tanto, no hay riesgo de una escalada autoritaria. Este argumento de relación causal es, sin embargo, cuestionable.
Si bien se reconoce que, desde la asunción de Bolsonaro, el STF ha logrado con relativo éxito mitigar varias apuestas antiliberales realizadas por el ejecutivo, eso no es razón suficiente para estar tranquilo.
La opción por el marco metodológico en torno al funcionamiento de las instituciones tiene la ventaja de lo que puede llamarse eficacia normativa: puede p. ex. contribuir a argumentar a favor de determinados arreglos institucionales o analizar comparativamente las relaciones entre poderes. Por otro lado, esta opción corre el riesgo de subestimar el impacto de todo lo que ocurre más allá de las instituciones.
En el submundo de las redes sociales, pero no solo, lo que vemos es un tejido de movilización de afectos altamente inflamable. Una chispa podría catalizar un incendio de proporciones impredecibles. No es difícil pág. ex. imagine que una eventual acusación podría desencadenar reacciones muy diferentes a las de las personas que se reúnen para corear “Fora Temer”. El combustible que se respira no es el de los sentimientos de justicia, sino el del odio y el desprecio por la pluralidad democrática.
No por casualidad, el discurso adoptado por el presidente es estratégicamente ambiguo. La promesa cada vez más cínica de fidelidad a las instituciones se contrarresta continuamente con un discurso dirigido a su entorno. Es en este grupo donde crecen exponencialmente y sin más vergüenza los llamados al regreso del AI-5 y al cierre del Congreso y del STF. Añádase a esto los ecos típicos de cualquier retórica populista: “Somos nosotros, el pueblo, los que decidimos”.
Ante cualquier reacción que vaya en contra del presidente, la reacción bolsonarista es que ya no se puede tolerar que Brasil, imagínate, se haya convertido en una dictadura (léase: “cómo es posible seguir aceptando eso, en este régimen autoritario en el que vivimos?, ¿el presidente sigue defiriendo a la constitución y al congreso?”)
De nada sirve -de hecho, nunca lo fue- tratar de explicar cómo funciona la democracia. Tampoco tiene sentido querer mostrar que no hay nada como “el pueblo”, sino un conflicto permanente entre opiniones divergentes. Nada de esto tiene sentido cuando lo que está en juego es precisamente el desmantelamiento de las instituciones democráticas y el aborrecimiento de quienes piensan diferente.
Finalmente, es ingenuo querer creer que la política se hace con razón y argumentos. No podemos seguir cayendo en esta trampa, subestimando lo que está germinando en Brasil, o mejor dicho, lo que nunca fue enterrado.
Más que nunca, apostar por las instituciones requiere mano firme por parte de ellas: necesitan trabajar para acabar con quienes quieren destruirlas. Pero sólo es posible tener un diagnóstico más preciso de lo que está en juego hoy en Brasil si vamos más allá de las instituciones y la creencia en la racionalidad.
*Filipe Campello es profesor de filosofía en la Universidad Federal de Pernambuco. Fue investigador visitante en Nueva escuela de investigación social (Nueva York).