Por Gabriel Cohn*
Comentario al libro que reúne los principales escritos breves de Siegfried Kracauer.
Siegfried Kracauer (imposible deletrear su nombre sin la sensación de que ya en sus términos contradictorios –germánico, puro y duro, y judío polaco– se deja entrever las tensiones y turbulencias que marcarían la vida y obra de esta figura de perenne “ extraterritorialidad”, como él mismo se definió), es conocido sobre todo por su libro sobre el cine alemán en la década de 1920 hasta la llegada del nazismo en 1933, De Caligari a Hitler.
la edición de el adorno de masas, reunir sus principales escritos breves –además de ofrecer excelentes ejemplos del alto nivel del gran periodismo cultural alemán de la década de 1920– nos permite tener una mejor idea de la amplitud de su contribución a la rica vertiente germano-judía pensamiento crítico entre los años 1920 y 1960. Los años XNUMX, en Alemania y en el exilio.
Una aportación, por cierto, que mereció el reconocimiento explícito de algunas de sus máximas figuras, especialmente las cercanas al círculo que se conoció como la Escuela de Frankfurt. Walter Benjamin, con quien estuvo en el fatídico intento de fuga a Francia vía España, le había rendido un homenaje del que se sentía muy orgulloso. Refiriéndose a su libro de 1930 sobre Los empleados, Benjamin resaltó su importancia en la “radicalización de la inteligencia” y calificó a Kracauer de “maestro de la madrugada, que coge los harapos del habla y los harapos de las palabras (…) la madrugada del día de la revolución”. Adorno –a quien está dedicado el libro– nunca ocultó cuánto le debía, y tiene sentido conjeturar que el título de un aforismo de Moralidad mínima (Azougue), el número 18, “Asilo para los sin techo”, es una referencia, críptica como todas las demás de esa obra, al capítulo así nombrado del libro de Kracauer.
Kracauer era, por formación, arquitecto. En realidad, su título era en ingeniería, lo que en la severa universidad alemana de su época significaba una fuerte formación técnica en todos los niveles de esta área del conocimiento. Lo recuerdo para subrayar que este humanista de vocación conocía desde dentro los campos alternativos del ejercicio de la inteligencia. Sin embargo, nunca apreció el ejercicio de su profesión, por mucho que estuviera dotado para ello en al menos un aspecto: la rica sensibilidad a la dimensión espacial, alimentada por un estilo de pensamiento totalmente centrado en el ejercicio de la visión. Es imposible no recordar aquí el contraste con su amigo Adorno, quien se caracterizó por ser alguien que “piensa con los oídos”, y que luego se distanciaría de él en el contexto de una relación difícil, en la que la condición “extraterritorial” , desplazado en el espacio de uno contrastado con la condición de “intemporal”, desplazado en el tiempo por el otro.
Más fuerte, en todos los aspectos, es la afinidad con otro amigo común, Walter Benjamin, también dado a escudriñar el mundo con ojo atento y melancólico. Algunos ya han advertido la construcción arquitectónica de esta colección, con sus seis partes distribuidas por el propio autor, que aún tuvo tiempo de organizarla, en “geometría natural”, “objetos externos e internos”, “construcciones”, “perspectivas” y un final a modo de “punto de fuga”, todo lo cual incluye todavía un apartado aparentemente anómalo y, sin embargo, muy significativo en su producción, titulado simplemente “cine”. Una composición con un fuerte carácter “ornamental”, como escribió el editor de sus obras completas, Karsten Witte, un estudioso del cine con fuertes afinidades personales e intelectuales con Kracauer.
Kracauer difícilmente habría elevado el título de uno de los textos de su colección a la condición de referencia del conjunto si la idea de “ornamento de las masas” no le pareciera especialmente significativa. La pregunta es: ¿cuál es, de hecho, su significado? La expresión está cargada de ambigüedad, algo que no sorprende en un maestro en el manejo de significados ambiguos, que apuntan en direcciones contradictorias y derivan su fuerza de esta tensión interna. La idea de ornamento hace referencia a la de algo accesorio, que se añade por capricho, o por convención, a lo que realmente importa. Por esa misma razón, era un anatema para los compañeros arquitectos de Kracauer que se adhirieron a las estrictas líneas de la funcionalidad.
Al mismo tiempo, el ornamento, elemento superficial del conjunto, es lo que más llama la atención, precisamente por estar en la superficie. Esto ya sugiere que Kracauer está atento a lo que está en la superficie, se niega a descartarlo en nombre de lo que cubre; sin embargo, se niega a permanecer en él sin descubrir su significado. En este sentido, el término ornamento tiene un carácter crítico en el vocabulario de Kracauer. ¿Deberíamos entonces entender por ornamento de la misa aquello con lo que se adorna la misa? ¿O es más adecuada la solución que se encuentra en la traducción al italiano de la obra, que alude a la “pasta como adorno”? El texto en el que Kracauer trata directamente el tema sugiere ambas cosas: el ornamento pertenece a las masas y ellas aparecen como ornamento. ¿Aparecer a quién? Este es el punto: se aparecen a sí mismos.
El ornamento constituye la forma en que las masas miran y la forma en que son llevadas a verse a sí mismas. A lo largo de este texto, y de los demás, se multiplica el uso de un estilo alusivo, en el que se teje una red de interpretación en los intersticios de los fenómenos para encontrar su significado. El análisis no busca tanto la profundidad como llenar los vacíos de la superficie. Por eso, este “trapero” no desdeña lo que Freud llamó “el desperdicio del mundo fenoménico”.
El texto más denso del volumen, un clásico hasta el día de hoy, trata de Georg Simmel, el padre de todos, una figura extraordinaria que, además de Kracauer, dejó su huella en Lukács, Benjamin, Adorno, Elias y tantos otros. Simmel es, en cierto modo, el mecenas de esta singular mezcla de filósofo, sociólogo, psicólogo, escritor y figura pública de la cultura que dio una densidad incomparable al pensamiento en lengua alemana de su época y que sigue viviendo, mucho más allá de su territorio de origen ( sobre todo porque se vio privado de ella y supo sacar el máximo partido de esa condición) en el mundo contemporáneo.
Un pasaje de este notable texto nos permite caracterizar el perfil intelectual del propio Kracauer, en cuanto a lo que tenía y lo que le gustaría superar. (En este espíritu, dicho sea de paso, existe un notable paralelismo entre el tributo de Kracauer a Simmel y el tributo de Adorno a Kracauer). Simmel, escribe, no es el tipo de pensador que se limita a concatenar hechos, ni, por el contrario, busca un “sentido absoluto del mundo”. Es “un mediador entre el fenómeno y la idea. Partiendo de la superficie de las cosas, con la ayuda de una red de relaciones analógicas y afinidades sustantivas, penetra en sus fundamentos espirituales; evidencia así el carácter simbólico en cada superficie (…). El acontecimiento más insignificante señala el camino hacia lo más profundo del alma (…). En Simmel, una luz que viene de dentro hace brillar los fenómenos, como la tela y el adorno en ciertos cuadros de Rembrandt” (p. 273).
En esto, tanto Kracauer como Simmel se encuentran en su mejor momento y dentro de sus límites, que Kracauer busca superar a su manera (empezando por su inquebrantable adhesión a la primacía de la razón, frente a tendencias como la “filosofía de la vida” de Simmel ). Este libro da testimonio de esa búsqueda, realizada por una mente inquieta y consciente, como Simmel, de que “pensar duele”.
*Gabriel Cohn Es Profesor Emérito de la FFLCH de la USP. Autor, entre otros libros, de Weber, Frankfurt – teoría y pensamiento social (Azogue).
Artículo publicado originalmente en Revista de reseñas.
referencia
Sigfrido Kracauer. El ornamento de masas. São Paulo, Cosacnaify, 2009 (https://amzn.to/3KOvWVf).