por FIODOR LUKIANOV*
La idea de dar a los BRICS un claro sesgo antioccidental era incorrecta: con la excepción de Rusia, ningún miembro tiene la intención de mantener el antagonismo con Occidente.
En un discurso pronunciado al final de la cumbre de los BRICS en Johannesburgo el 24 de agosto, el Ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, tranquilizó a quienes se preguntaban cómo sonaría el acrónimo tras la adición de seis nuevas letras: “Todos deben mantener el mismo nombre, tiene Ya me he convertido en una marca”. Consciente o no de ello, el diplomático hizo una observación importante. La marca ha adquirido vida propia, aunque ya no existe como entidad.
Dio paso a una nueva forma. Siguiendo con el tema metafórico, podemos decir que los BRICS del modelo original transfirieron la franquicia a otra criatura.
Hasta este mes, los BRICS eran un grupo con posibilidades de transformarse en una organización más o menos estructurada o, más bien, en una comunidad de forma libre. Se eligió la segunda opción.
Hace tiempo que se habla de la expansión de los BRICS. Pero las discusiones parecían inútiles porque no había criterios para que esto sucediera. La estructura es deliberadamente informal, sin estatutos, procedimientos ni órganos de coordinación. Así, la diplomacia clásica ha trabajado –con negociaciones directas, sin la participación de instituciones internacionales– para reconciliar los intereses nacionales. La única plataforma para la toma de decisiones son las reuniones de los líderes de los Estados miembros y, si llegan a un acuerdo amistoso, todo funciona. Así se invitó a los nuevos estados, se discutió y se decidió.
Está claro que la selección causó confusión: ¿por qué, cuál es la lógica? Pero no hubo ninguno, simplemente se acordó.
Este es un evento importante. No se trata del número y la calidad de las potencias anfitrionas, sino de la elección del modelo de desarrollo. Hasta ahora, los BRICS han sido un grupo compacto cuyos miembros, a pesar de todas sus diferencias, se han mantenido unidos por su capacidad y voluntad de trazar un rumbo independiente, libre de limitaciones externas. Hay pocos Estados en el mundo que puedan presumir de ello: algunos no tienen suficiente potencial militar y económico y otros ya tienen compromisos con otros socios.
Pero los cinco encajan más o menos en este perfil. Por esta razón, los BRICS fueron vistos como un prototipo de una estructura que sería un contrapeso al G7 (detrás del cual se encuentra la rígida unidad atlántica). De ahí la expectativa de que los BRICS profundicen e institucionalicen la interacción mediante la creación de estructuras comunes y se conviertan gradualmente en una fuerza unificada en el escenario mundial.
Pero estos cálculos eran infundados. No tanto por las diferencias entre países, sino por su tamaño, lo que no implica autocontrol por el bien de nadie, incluidas las personas con ideas afines. La idea de dar a los BRICS un claro sesgo antioccidental también era incorrecta: con la excepción de Rusia, ningún miembro tiene ahora la intención de mantener el antagonismo con Occidente. En resumen, BRICS-5 habría seguido siendo un prototipo prometedor y muy simbólico sin perspectivas de convertirse en un modelo funcional.
El futuro BRICS-11 –y más allá– es un enfoque diferente. La expansión difícilmente es compatible con una institucionalización completa, ya que sería muy complicada. Pero no hay necesidad de eso; La ampliación de las fronteras de la comunidad ahora es evidente. Los criterios no son esenciales. Entonces, ¿qué pasa si Argentina o Etiopía están endeudadas y casi no tienen nada de lo que originalmente se consideró el sello distintivo de los BRICS? Pero estos, y probablemente algunos otros candidatos de la próxima ola, están ampliando la esfera de interacción no occidental.
Ésta, dicho sea de paso, es la única condición para una invitación: no participar en coaliciones militares y políticas occidentales. Los demás parámetros son condicionales.
China es el principal partidario de la expansión. La nueva configuración es conveniente para una potencia que promueve eslogan de “un destino común” que no se especifica ni se compromete. La franquicia BRICS está más alineada con las tendencias globales que el tipo anterior de BRICS. Una estructura rígida es impopular; la mayoría de los países del mundo quieren una relación flexible y de máximo alcance para no perder oportunidades.
Este nuevo enfoque es aceptable para Rusia. No es realista convertir a los BRICS en un ariete contra la hegemonía occidental. Pero a Rusia le conviene ampliar la esfera de interacción, evitando a Occidente y creando gradualmente herramientas y mecanismos apropiados. De hecho, redunda en interés de todos, porque la hegemonía ya no calienta el corazón de nadie, sólo limita las oportunidades.
El éxito no está garantizado; La ampliación podría conducir a la incorporación automática de nuevos países según un principio formal. Pero, en general, la suave separación entre Occidente y no Occidente es un proceso objetivo para los próximos años.
Así, la popularidad de la franquicia BRICS crecerá.
*Fiodor Lukyanov es periodista y analista político.
Traducción: Fernando Lima das Neves.
Publicado originalmente en el portal RT.
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