por LUIZ MENNA BARRETO & JUAN ARAÚJO*
Vivimos la pandemia una oportunidad única para pensar y proponer nuevas normalidades para la vida social
¿Extrañas la normalidad de antes de la cuarentena? No pierdas el tiempo, el esfuerzo de esta recuperación puede no valer la pena. También porque el pasado nunca se repite, excepto como una farsa. Pregunto: ¿Era buena esa normalidad? ¿La creciente exclusión social te hace extrañarlo? ¿La muerte de miles (hoy más de 100.000) te hace sentir aliviado de que aún no te toca a ti?
El desgaste asociado al aislamiento social, por supuesto, para quienes pudieron alejarse de las multitudes, trae consigo la necesidad de reflexionar sobre la vida social. Nos referimos a la convivencia en casa, en el barrio, en los entornos virtuales de trabajo local, nacional o incluso internacional. Estas socializaciones nos involucran de otras maneras, diferentes a las que estábamos acostumbrados. Las tertulias revelan aspectos de nuestras relaciones de los que antes no éramos conscientes, afloran vicios y virtudes, no siempre agradables, pero siempre reveladores. Reveladoras en cuanto brotan de la realidad, que hoy aparece como desplegada en nuevos espacios y tiempos. Nuevos espacios que exigen una atenta observación, detalles que antes pasaban desapercibidos adquieren presencia. En cuanto a los nuevos tiempos, nuestra percepción es menos evidente, en nuestra vida anterior a la pandemia cultivábamos la ilusión de que el tiempo discurría independientemente de nuestra conciencia, de nuestra voluntad, sería una dimensión de la naturaleza misma, un tiempo en sí mismo. La operación implicada en esto desplaza el tiempo fuera de nosotros, alimentando esta ilusión de la existencia del tiempo “en sí mismo”. En mis clases escucho el argumento de que el tiempo existe mucho antes de nuestra presencia sobre la faz de la Tierra y por lo tanto existe en sí mismo. Lo que nos parece revelador en este argumento es precisamente este proceso de expulsión del tiempo de nuestra conciencia y, por tanto, de nuestra responsabilidad. Terminamos comprendiéndonos como “víctimas” de este tiempo, dificultando así la percepción de nuestro papel en la construcción de estos tiempos que vivimos. Aprendemos a atribuir a este tiempo el papel de sujeto, los acontecimientos se vuelven “obras del tiempo”, incluso nuestra vida es pensada como determinada por el tiempo. Alternativamente, podemos pensar en nosotros mismos como creadores de tiempo, tanto colectiva como individualmente.
Las rutinas de la vieja normalidad te ponían enfermo, agobiado por las angustias de las tareas siempre inconclusas, ilusionado por consumir información, sin tiempo para reflexionar. Esta patología viene acompañada de las ilusiones de las drogas milagrosas, con o sin el respaldo de la ciencia (o las brujas), y, por supuesto, te enferman cada vez más, tanto por la enfermedad original como por las directamente causadas por dichas drogas. Entre las diversas patologías emergentes en la actualidad, existe posiblemente un núcleo común, la fragmentación de los tiempos. Como constructores de nuestro propio tiempo, somos únicos, con nuestra propia organización temporal porque se construye a lo largo de la vida de cada uno, de ahí las muchas diferencias individuales que oscurecen la presencia de un proceso común; proceso común a los tiempos construidos y fragmentados vividos en la pandemia.En la vieja normalidad, nuestras temporalidades permanecían más o menos estables, la cuarentena vino a quebrar esta estabilidad, promoviendo rupturas en nuestras rutinas.
Una de las rupturas más evidentes es la que se está produciendo en todos los niveles educativos con la implantación de los intentos de enseñanza a distancia, ahora conocidos por las siglas EAD. Admirable esfuerzo de los educadores en la creación y mantenimiento de aplicaciones, no tan admirable es el escenario de incertidumbres que emanan de los órganos de gobierno a nivel federal, estatal y municipal. Considero que a estas autoridades les falta vergüenza en confesar ignorancia ante los hechos de la masiva (y creciente) contaminación del covid-19; Llegamos a casi 100 muertos y la mejor respuesta que hemos escuchado son los intentos de fijar y cancelar fechas para el regreso a clases. La efectividad de la educación a distancia es muy discutible, pero puede y debe verse en las dificultades de acceso real a las plataformas de educación a distancia de los estudiantes involucrados, en la calidad pedagógica del material en las clases y en la pobreza de las propuestas. interacciones, entre muchos otros puntos críticos. Las desigualdades acaban aflorando y se agravan mientras dura la pandemia. Momentos críticos como el que estamos viviendo exigen medidas radicales, y eso es lo que propongo hacer en lo que sigue.
Proponemos que el año 2020 no se pierda en medidas paliativas que pretendan minimizar los efectos negativos del aislamiento social, como el de la EAD. Propongo que se suspendan las clases a distancia y se sustituyan por propuestas alternativas. Esta sustitución en ningún momento debe entenderse como una propuesta de vuelta a las clases presenciales, una temeridad irresponsable.
Detallando nuestra propuesta. Para docentes y estudiantes existe una excelente oportunidad de crear actividades pedagógicas inspiradas en los escenarios de las comunidades donde enseñan y viven, problematizando, investigando causas y soluciones a los problemas. Una relación pedagógica que debe involucrar también a las familias, llamadas a participar de las propuestas pedagógicas. En esta escuela ideal, el papel del docente dejaría de ser un vigilante, un disciplinario, para convertirse en un liberador, promotor del crecimiento intelectual de los alumnos y de la comunidad. Educador, en definitiva, en el sentido más ciudadano que esta palabra puede tener en el mundo actual. La educación vista como una inversión en la formación individual choca frontalmente con el papel emancipador y de lucha contra las desigualdades, por lo que la educación debe ser primordialmente y, por qué no, exclusivamente pública. Preparar técnicos para presionar botones puede ser bueno para las empresas que destruyen el medio ambiente y fabrican armas, pero cuando amenazan la vida en el planeta, se vuelve dañino. Un ejemplo de ello es lo que en un editorial de la revista científica Naturaleza, en la edición del 4 de agosto, que informa sobre el estado actual de un posible tratado global sobre la proliferación de armas nucleares y que llama a los científicos a abandonar los proyectos de armas nucleares, respaldado ahora por la probable aprobación del tratado por parte de la ONU. Estos investigadores de armas nucleares deben haber sido educados en escuelas de élite con énfasis en tecnologías, pero poco en humanidades. Desde el punto de vista de tus intereses individuales, genial, pero ¿y la responsabilidad social, dónde se quedó? Otro escenario ejemplar es la devastación del medio ambiente a través de la deforestación y el uso intensivo de pesticidas, involucrando también a técnicos altamente calificados al servicio de las grandes corporaciones. Está claro que los máximos responsables son los dueños de empresas, muchas veces disueltas en empresas controladoras activas en el mercado de capitales, pero esto no exime a los investigadores y técnicos al servicio de estas empresas, al menos en una sociedad más justa.
Los educadores no podemos omitirnos, sí tenemos el papel de transformar la educación, poniéndola al servicio de los intereses de la mayoría de la población, combatiendo las desigualdades.
Hay un dilema muy claro en los efectos de la pandemia sobre las empresas privadas en el ámbito de la educación. ¿Mantener las actividades presenciales o a distancia, siempre y cuando se conserven las tasas de matrícula, u honrar sus compromisos con las familias de una educación de calidad? Lo que se ha observado son medidas de reducción de costos, despidos masivos de docentes al final de la fila, soluciones coyunturales que solo posponen las crisis inminentes. Una situación similar percibo en la sanidad privada, planes de salud en primera línea, que están pasando por crisis similares y donde termina prevaleciendo el interés de los dueños de hospitales y planes. Pero la crisis financiera agota el poder de pago de estos servicios por parte de la población empobrecida, lo que requiere reforzar el sistema público. El éxito fugaz del espíritu empresarial irónicamente crea las condiciones para su caída de la crisis financiera.
Concluimos retomando la propuesta de suspender de inmediato las clases a distancia y sustituirlas por actividades a distancia propuestas por los docentes de cada escuela/curso en acuerdo con sus alumnos y familias. Estas actividades deben estar respaldadas por las experiencias concretas de cada lugar y respaldadas por la evaluación del acceso de los estudiantes a esta construcción. La evaluación de desempeño (y control de frecuencia) se hará a partir de los trabajos propuestos, pueden ser ensayos, videos, historietas, en fin, con amplia libertad de formato. Sin duda, nuestra propuesta será considerada utópica, pero pregunto, ¿hay mejor momento para avanzar que durante una crisis?
*Luiz Menna-Barreto Es profesor de la Facultad de Artes, Ciencias y Humanidades de la USP.
*Juan Araújo es profesor de la Universidad Federal de Rio Grande do Norte.