por LEONARDO BOFF*
Estaríamos en un escenario de crisis de paradigma civilizatorio y no de tragedia. Pero, ¿habrá tiempo para un poco de aprendizaje para salvar el Planeta?
Un hecho que ha provocado que muchos científicos, especialmente biólogos y astrofísicos, hablen del eventual colapso de la especie humana es el carácter exponencial de la población. La humanidad necesitó un millón de años para alcanzar los mil millones de personas en 1850. Los intervalos de tiempo entre un crecimiento y otro son cada vez más pequeños. De 75 años – de 1850 a 1925 – se convirtió en cada cinco años en la actualidad. Se prevé que para 2050 habrá diez mil millones de personas. Es el triunfo innegable de nuestra especie.
Lynn Margulis y Dorian Sagan en el conocido libro Microcosmos (1990) afirman con datos de registros fósiles y de la propia biología evolutiva que uno de los signos del próximo colapso de una especie es su rápida superpoblación. Esto se puede ver con microorganismos colocados en el placa de Petri (placas redondas de vidrio con colonias de bacterias y nutrientes). Justo antes de llegar a los bordes del plato y quedarse sin nutrientes, se multiplican exponencialmente. Y de repente todos mueren.
Para la humanidad, comentan, la Tierra puede parecer idéntica a un placa de Petri. De hecho, ocupamos casi toda la superficie terrestre, dejando solo un 17% libre, ya que es inhóspito como los desiertos y las altas montañas nevadas o rocosas. Lamentablemente, de homicidios, genocidios y ecocidios hemos pasado a biocidas.
El eminente biólogo Edward Wilson testifica en su estimulante libro el futuro de la vida (2002, 121): “El hombre hasta hoy ha jugado el papel de asesino planetario… la ética de la conservación, en forma de tabú, totemismo o ciencia, casi siempre ha llegado demasiado tarde; tal vez todavía haya tiempo para actuar”..
También vale la pena mencionar dos nombres en la ciencia que tienen una gran respetabilidad: James Lovelock quien elaboró la teoría de la Tierra como un Superorganismo vivo, Gaia, con un fuerte título La venganza de Gaia (2006) Es contundente: “a finales de siglo desaparecerá el 80% de la población humana. El 20% restante vivirá en el Ártico y en algunos oasis de otros continentes, donde las temperaturas son más bajas y llueve un poco… casi todo Brasil será demasiado caluroso y seco para ser habitado” (Mirar, 25 de octubre de 2006). El otro notable es el astrofísico inglés Martin Rees, que ocupa la silla de Newton (hora de finalización, 2005), que predice el fin de la especie antes de que finalice el siglo XXI.
Carl Sagan, ya fallecido, vio en el intento humano de ir a la Luna y enviar naves espaciales como la Voyager fuera del sistema solar como una manifestación del inconsciente colectivo que siente el riesgo de nuestra próxima extinción. La voluntad de vivir nos lleva a considerar formas de supervivencia más allá de la Tierra.
El astrofísico Stephen Hawking habla de una posible colonización extrasolar con naves, una especie de veleros espaciales, propulsados por rayos láser que les darían una velocidad de treinta mil kilómetros por segundo. Pero para llegar a otros sistemas planetarios tendríamos que viajar miles y miles de millones de kilómetros, necesitando muchos, muchos años. Sucede que somos prisioneros de la luz, cuya velocidad de trescientos mil kilómetros por segundo aún es insuperable. Aun así, solo para alcanzar la estrella más cercana, Alpha Centauri, necesitaríamos cuarenta y tres años, sin siquiera saber cómo detener esta nave a esta altísima velocidad.
Naturalmente, debemos ser pacientes con los humanos. Aún no está listo. Hay mucho que aprender. En relación con el tiempo cósmico, tiene menos de un minuto de vida. Pero con él, la evolución dio un salto, del inconsciente al consciente. Y con conciencia puedes decidir qué destino quieres para ti. En esta perspectiva, la situación actual representa un desafío más que un desastre inevitable, el cruce a un nivel superior y no una zambullida fatal en la autodestrucción. Estaríamos por tanto en un escenario de crisis de paradigma civilizatorio y no de tragedia.
Pero, ¿habrá tiempo para tal aprendizaje? Todo parece indicar que el reloj corre en nuestra contra. ¿No estaríamos llegando demasiado tarde, habiendo pasado ya el punto de no retorno? Pero como la evolución no es lineal y sufre frecuentes rupturas y saltos hacia arriba como expresión de mayor complejidad y como hay un carácter indeterminado y fluctuante de todas las energías y de toda evolución, según la física cuántica de W. Heisenberg y N. Bohr, nada impide el surgimiento de otro nivel de conciencia y vida humana que salvaguarde la biosfera y el planeta Tierra.
Esta transmutación sería, según San Agustín en su confesiones, fruto de dos grandes fuerzas: un gran amor y un gran dolor. Es el amor y el dolor los que tienen la capacidad de transformarnos por completo. Esta vez cambiaremos por un inmenso amor a la Tierra, nuestra Madre, y por un gran dolor por el dolor que ella está sufriendo y en el que participa toda la humanidad.
*Leonardo Boff es ecologista, filósofo y escritor. Autor, entre otros libros, de Cuidando la Tierra – Protegiendo la Vida: Cómo Escapar del Fin del Mundo (Registro).
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