Neoextractivismo persistente

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por HENRI ACSELRAD*

El poder económico y la fuerza política se combinan para vincular al Estado con los mecanismos de acumulación agromineral y financiera.

Entre 2019 y 2022, el gobierno brasileño desmanteló las instituciones de seguimiento y control de la garantía de los derechos sociales, laborales y ambientales. En el ámbito territorial y territorial, hubo un estímulo para la invasión de tierras públicas, la intrusión de tierras indígenas y la propagación de un crimen multifacético, que afectó, en particular, los derechos de los pueblos indígenas y tradicionales.

Un estudio reciente del Inesc mostró que más de la mitad de los montos de exoneración de impuestos concedidos por Sudam en el Norte y Sudene en el Nordeste, en 2021, beneficiaron a empresas que operan en los sectores de minería, energía y aceite, sujeto en gran medida a multas impuestas por Ibama por irregularidades.[i]

Meses después de la retirada de las fuerzas golpistas y antidemocráticas del gobierno, varios frentes destinados a legalizar el acaparamiento de tierras públicas continúan en acción: el proyecto de marco temporal, por ejemplo, expresa la intención ruralista de promover una especie de revocación práctica de Membresía de Brasil al Convenio 169 de la OIT sobre autodeclaración de identidad de los pueblos tradicionales.

En defensa de esta tesis del marco temporal, un representante del Foro Agrícola de Mato Grosso reconoce que muchos territorios reclamados por los pueblos indígenas “están en áreas ya antropizadas por la agricultura, la ganadería o las ciudades”,[ii] por lo tanto, alegando la invasión real de esas tierras como justificación para no devolverlas a las personas cuyas áreas fueron invadidas. Por otro lado, la perspectiva de seguir ocupando el Amazonas y el Cerrado con grandes proyectos agrominerales de naturaleza extractiva sigue siendo fuerte; entre ellos, el petróleo en la desembocadura del Amazonas es el más visible. ¿Cómo entender esta persistencia?

La literatura sobre los grandes proyectos extractivos los caracteriza como una forma de ocupación de territorios con miras a integrarlos al mercado y al circuito de capitales. La persistencia de la ideología desarrollista que ha justificado estos proyectos en diferentes situaciones y gobiernos sugiere, sin embargo, que el gran proyecto extractivo es más que una simple apropiación de territorios por parte del mercado. También sería un instrumento a través del cual el capital se “apropia” del Estado e influye en la propia esfera política.

Las investigaciones muestran que las razones para implementar proyectos extractivos se encuentran tanto –si no más– en el ámbito de la política como en la economía y que el poder de las grandes corporaciones puede virtualmente, en ciertas áreas, reemplazar al Estado. Entre historiadores, como Marc Bloch entre otros, existe una vieja discusión sobre hasta qué punto la concentración del poder en unas pocas manos es un requisito para la realización de grandes infraestructuras de explotación de recursos, o si las fuerzas implicadas en estos proyectos son que, en cierto modo, configuran el propio Estado.

La misma pregunta surge para el capitalismo extractivo financiarizado de exportación primaria de hoy. Se sabe que el Estado desarrollista en América Latina jugó un papel mediador para las empresas dependientes de los recursos territoriales, energéticos e hídricos: el Estado ofreció insumos e infraestructura básicos, apoyó a las corporaciones con favores fiscales y crediticios y señaló nuevos horizontes territoriales para inversiones rentables. Subvencionados y de bajo riesgo. La acción del Estado también fue ayudar a estructurar el triángulo institucional formado por el empresario, el consorcio consultor y los contratistas.[iii]

Con el proceso de reprimarización de la economía brasileña, los grandes proyectos se reforzaron en su papel de mediación entre la “acumulación por desposesión” –basada en la expropiación de tierras a pequeños productores, pueblos indígenas y tradicionales– y la subordinación del Estado a las coaliciones desarrollistas. , ahora financiarizado[iv]. Estos bloques de intereses vinculan así el “triángulo institucional” antes mencionado con las fuerzas del sistema político cuyo éxito electoral depende en gran medida de los excedentes de ingresos extractivos mediados por grandes proyectos.

Estas formas peculiares de interacción entre el Estado y el sector empresarial han llevado a la reducción del proyecto democrático a una especie de “capitalismo parlamentario”, impulsado por bancadas y lobbys de agronegocios. Su articulación en la promoción de proyectos extractivos ha significado que el hecho de invertir a gran escala signifique también gobernar en varias escalas. Al condicionar la ubicación de sus inversiones a la oferta de ventajas regulatorias, incentivos fiscales y flexibilización de leyes y regulaciones por parte de los estados nacionales y las autoridades locales, las corporaciones se convierten en cuasi sujetos de ciertas políticas gubernamentales.

Con el crecimiento de las áreas ocupadas con la producción de mercancías, Los crecientes flujos de divisas se originan en procesos de expropiación campesina y presión sobre tierras tradicionalmente ocupadas. El ciclo de aumento de los precios de mercancías, verificado en la segunda década de este siglo, estimuló tales procesos, al mismo tiempo que favoreció, en el ámbito del sistema político formal, una creciente mercantilización de los procesos electorales.

Nunca antes la figura abstracta del “mercado político”, frecuentemente evocada en los debates de ciencia política, adquirió un significado más literal, configurando, esta vez, un mercado regulado por negociaciones caso por caso, que involucran posiciones y la definición de códigos y normas basadas en la fuerza relativa de cada grupo de interés.

Por lo tanto, la acumulación por desposesión está lógicamente ligada a un debilitamiento de la esfera pública democrática –dado que está fuertemente monopolizada por algunos grupos empresariales–, lo que resulta en desposesión no sólo de los recursos ambientales y territoriales, sino también de los espacios de expresión, en particular de las posibilidades. para que los grupos afectados se hagan escuchar en los espacios de toma de decisiones. Esta “democracia restringida” implica, al mismo tiempo, una asignación no transparente del excedente extractivo y el poder excepcional de las grandes corporaciones para gestionar sus “políticas sociales” privadas con el propósito de esterilizar, desde su inicio, cualquier discusión más sustantiva. sobre las implicaciones sociales y los aspectos ambientales de los proyectos en las zonas donde se implementan sus inversiones.

Así, mientras la retórica neoliberal insiste en las virtudes del libre mercado, las grandes corporaciones se han preocupado más que nunca por lo que llaman estrategias “no de mercado”, particularmente en el campo de la política –ya sea en las esferas de toma de decisiones, ya sea en las esferas de la toma de decisiones, en el ámbito de la implantación empresarial. Este es el caso del interés de las corporaciones en los estudios de los llamados “riesgos sociales” –es decir, aquellos que la sociedad puede plantear para las empresas– y su creciente referencia a lo que llaman “gobernanza territorial”.

Para controlar territorios de interés para sus inversiones, las corporaciones buscan mapear y monitorear los grados de organización de la sociedad en territorios donde creen que hay mayores posibilidades de movilización comunitaria por parte de sujetos colectivos organizados.

Además de acciones que apuntan a anticipar y neutralizar posibles conflictos, las empresas también adoptan estrategias para situaciones que surgen después del desencadenamiento de conflictos, buscando gestionar reacciones críticas a los impactos ambientales y sociales de sus proyectos. Cuando dichas críticas provienen directamente de los grupos afectados, las investigaciones encuentran la adopción de “tácticas de desmantelamiento” a través de acciones como:[V] (i) “desmoralización” de los afectados, sugiriendo que están engañando al sistema para obtener beneficios, en lugar de percibirlos como exigiendo sus derechos; (ii) la “metamorfosis institucional”, en la que los cambios institucionales de los negociadores y la diversidad de niveles de toma de decisiones terminan permitiendo un discurso de desvinculación de promesas previas bajo la alegación de haber sido hechas por otros; (iii) “abandono planificado”, en el que la empresa alega incompetencia en determinada cuestión atenuante, transfiriendo competencia a otros; (iv) “incorporación burocrática” de determinadas organizaciones de grupos afectados que, dada la diversidad de los grupos sociales afectados, termina privándolos de legitimidad.

El hecho es que, desde los años 1990, paralelamente a la existencia de un modelo de desarrollo neoextractivista, asistimos a una suerte de cambio en la división del trabajo de disciplinamiento social entre el Estado y las corporaciones involucradas en grandes proyectos, siendo estas últimas las que invertir de antemano en la estabilización sociopolítica del “alrededor” de los establecimientos agrominerales a través de prácticas autoritarias de vigilancia y control. Estos son los procesos a través de los cuales el neoextractivismo y el autoritarismo se apoyan mutuamente; El poder económico y la fuerza política se combinan para vincular al Estado con los mecanismos de acumulación agromineral y financiera.

Tales reajustes entre las esferas política y económica reflejan reordenamientos más o menos duraderos a través de los cuales el capitalismo extractivo ha tratado de escapar de las críticas a las que es objeto y asegurar la continuidad de los mecanismos para obtener sus ganancias. Estos cambios ciertamente deben ser seguidos y comprendidos por quienes trabajan para defender los derechos de los trabajadores rurales, los pequeños productores, los pueblos y comunidades tradicionales, los grupos sociales, en su mayoría no blancos, amenazados por regímenes de desposesión basados ​​en el acaparamiento de tierras, en la inversión en tierras como activo financiero y en las acciones del Estado a favor de la concentración territorial vía financiamiento, infraestructura, desregulación y reregulación de leyes y normas.

Pero vale la pena señalar que las coyunturas también importan, como lo demuestran las declaraciones actuales de los ruralistas de que los tiempos de “tranquilidad” bajo Jair Bolsonaro dieron paso a la política de “contención de daños” bajo Lula.[VI] Como sabemos, lo que afecta la tranquilidad de quienes violan sus derechos es la resistencia de los pequeños productores, pueblos y comunidades rurales en su lucha por garantizar la tierra a quienes la trabajan y proteger la integridad de los territorios tradicionalmente ocupados. Lo que los poderosos entienden por daño son, a su vez, las señales de autonomía que campesinos, indígenas y quilombolas reclaman para –en el ámbito político– definir y defender sus propios modos de vida.

* Henri Acselrado es profesor titular jubilado del Instituto de Investigación y Planificación Urbana y Regional de la Universidad Federal de Río de Janeiro (IPPUR/UFRJ).

Notas


[i] INESC, Incentivos fiscales en la Amazonía, Nota Técnica, Brasilia, junio de 2023, https://www.inesc.org.br/wp-content/uploads/2023/06/NT-Incentivos-fiscais-Amazonia_0626.pdf

[ii] https://www1.folha.uol.com.br/colunas/painelsa/2023/09/agro-projeta-prejuizo-bilionario-com-fim-do-marco-temporal.shtml

[iii] G. Lins Ribeiro, Empresas transnacionales: un gran proyecto desde dentro, São Paulo, ANPOCS/Marco Zero, 1991.

[iv] Entendemos aquí el neoextractivismo como resultado de este proceso de articulación entre reprimarización y financiarización de la economía. El neoextractista sería, por tanto, el modo subordinado de inserción internacional de las economías de la periferia del capitalismo global, basado en la especialización exportadora de bienes intensivos en recursos naturales, la apropiación de ingresos extraordinarios por parte de las grandes corporaciones extractivas y financieras y el sometimiento ecológico de sociedades periféricas al capitalismo globalizado; H. Acselrad, Capitalismo extractivo, la tierra es redonda, 3/6/2023: https://dpp.cce.myftpupload.com/capitalismo-extrativo/

[V] Parry Scott, “Negligencia planificada: una interpretación de proyectos de represas basada en la experiencia de la UHE Itaparica en el río São Francisco”. En: A. Zhouri. Desarrollo, Reconocimiento de Derechos y Conflictos Territoriales. Brasilia: ABA, 2012.

[VI] Ranier Bragón, El agro se mueve entre el bolsonarismo, la orfandad en la centroderecha y la desconfianza con Lula, Folha de S. Pablo, 16 / 9 / 2023.


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