El modo de vida democrático

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por ANTÔNIO VENTAS RIOS NETO*

La frágil forma democrática de vivir dentro del predominio patriarcal

“La disyunción hombre/animal está tan arraigada en nuestra cultura que olvidamos que somos al mismo tiempo e indisolublemente animales y humanos” (Edgar Morin).

Humberto Maturana sostiene que “sólo el surgimiento de la democracia fue en realidad una amenaza para el patriarcado”. La democracia representa, según él, una nostalgia por la forma de vida matrística que irrumpió dentro de la vida patriarcal. En sus palabras, la democracia es “una ruptura en nuestra cultura patriarcal europea. Emerge de nuestra nostalgia matrística por la vida en el respeto mutuo y la dignidad que es negada por una vida centrada en la apropiación, la autoridad y el control”. De ahí su imposibilidad de realización a lo largo de la historia.

En otras palabras, la sociabilidad imperial que se sustenta en la cultura patriarcal limita e impide la realización de la sociabilidad democrática que es manifestación de la cultura matrística, aún presente en el modo de vida humano. Así, el surgimiento de la democracia, aunque siempre fue negada por el patriarcado, representa un rescate de la cultura matrística, un intento de hacer prevalecer nuevamente el modo de vida de la antigua cultura europea prepatriarcal.

Las primeras experiencias de democracia en las ágoras griegas (espacios públicos donde se debatían y resolvían temas de interés para la sociedad) surgidas dentro de la dinámica patriarcal representaron, según Humberto Maturana, “una cuña que abrió una grieta en nuestra cultura patriarcal”. La democracia emerge, así, en oposición a la cultura patriarcal, que pasa a aceptarla, pero dentro de su lógica de apropiación y dominación, es decir, limitándola y negándola.

Esta misma dinámica también ocurre en la ciencia y la filosofía, como observa Maturana: “tanto la democracia como la ciencia son rupturas matrísticas en la red de conversaciones patriarcales, ambas enfrentan una oposición patriarcal continua. Esto los destruye totalmente, o los distorsiona, sumergiéndolos en una especie de formalismo filosófico jerárquico”.

Hay muchos ejemplos a lo largo de la historia que muestran cuán frágil es el modo de vida democrático dentro del predominio patriarcal. La primera experiencia de democracia que se conoce, la ateniense, la puso fin el emperador Alejandro Magno de Macedonia (338 a. C.). Ya en la República romana, la democracia fue interrumpida por Augusto (27 a. C.), el poderoso patriarca que se hizo famoso con el nombre de Emperador César Divi Filius (Emperador César, Hijo del Divino).

Ahora, en la contemporaneidad, tanto la democracia como el Estado-nación -este último surgido del “Estado de Razón” de la Ilustración eurocéntrica- se ven amenazados por las sofisticadas formas imperiales del nuevo mundo. de alta tecnología que emana de Silicon Valley. Así ha sido suprimida la democracia en varios momentos de la historia. Un fenómeno que se manifiesta hoy de manera muy preocupante, pues, con el Estado debilitado por el interés de las megacorporaciones, una creciente ola de militarización y violencia tiende a convulsionar cada vez a más sociedades y países.

El declive creciente de los regímenes democráticos en todo el mundo es quizás una indicación de que la democracia representativa ha llegado a su etapa de agotamiento. En esta perspectiva, lo que probablemente estemos viviendo en el actual momento de cambio de época histórica es la destrucción paulatina de aquella democracia inaugurada en la República romana, una democracia impuesta “desde arriba”, de baja intensidad, como dice el sociólogo Boaventura de Sousa Santos. dice. Así, observamos, por un lado, el desarraigo de un modo de vida democrático desde la base que lo sustentaba, la cultura patriarcal, y, por otro, el intento difícil, paulatino e imperceptible de arraigar una democracia basada en el bien común. , la vida cotidiana, la convivencia, la sociedad red, que caracteriza los tiempos actuales.

Como dice el escritor y psicoterapeuta Humberto Mariotti, uno de los autores que se ha dedicado a este enfoque aquí en Brasil, “la energía indispensable para el desarrollo de la democracia no puede venir 'de arriba'. Tiene que nacer en horizontal, en el plano donde las personas se encuentran, hablan y se entienden de forma natural”.

El exprofesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), Peter Senge, quien también intuyó de manera muy sencilla esta necesidad de una democracia de la vida cotidiana, fue uno de los pocos pensadores en el campo de la administración que se dedicó al estudio de los sistemas sociales y vio la necesidad de que nuestras organizaciones jerárquicas patriarcales se reinventaran como "Organización de aprendizaje", convirtiéndose en una expresión de comunidades que aprenden a lidiar con su realidad a medida que construyen visiones de futuro de manera compartida, a través del diálogo permanente entre sus miembros. Para Senge, “la democracia es un proceso colectivo continuo en el que aprendemos a vivir unos con otros, mucho más que un conjunto de valores nutritivos o mecanismos simples como elecciones y votaciones. Es algo que haces y no algo que heredas. Y hasta que este proceso de aprendizaje penetre en las principales instituciones de la sociedad, es prematuro llamar democrática a nuestra sociedad”.

El patriarcado representa, por tanto, la expresión de una cosmovisión que se fundamenta en un sistema de creencias y valores que privilegia la noción de jerarquía, apropiación, competencia, dominación y control. Entre sus diversas implicaciones negativas en nuestra forma de vida, quizás la más dañina es la forma en que forja la idea que tenemos de nosotros mismos, llevando a las personas al terrible condicionamiento de que son inmaduras y, por lo tanto, incapaces de autogestionarse. Con esta alienación de sí mismos, son “naturalmente” propensos a buscar autoridades “más capaces” de conducir sus vidas y, así, elegir a los mitos y salvadores de la patria. Como dice Spinoza, “el pueblo sólo transfiere libremente al rey el poder que no domina por completo”.

El hecho es que la cultura patriarcal sólo tolera la convivencia con la democracia hasta el punto de que empieza a amenazarla. Es decir, la democracia que experimentamos en la práctica es, ante todo, una forma de vida democrática acorde a la cosmovisión hegemónica, por tanto, una forma de convivencia social apropiada y manipulada por la cultura patriarcal que sustenta la cosmovisión tecno-economista, que hoy es está representado por el neoliberalismo, en simbiosis con la tiranía de la tecnología.

Esta apropiación de la democracia se da a través de lo que Humberto Maturana llama “conversaciones recurrentes que niegan la democracia”. El libro Las pasiones del Yo: complejidad, política y solidaridad (Palas Atenea), de Mariotti, cuya lectura recomiendo a todo aquel que quiera profundizar en las implicaciones de la cultura patriarcal en los más diversos ámbitos de la vida individual y social, refuerza estos discursos negadores de la democracia identificados por Maturana.

A continuación presento, con una breve descripción, una lista de tales conversaciones, algunas agregadas por Mariotti, que engloba las diversas formas de apropiación del proceso democrático con el fin de delimitar el espacio de la política al gusto del patriarcado y manteniendo así un sistema de dominación y control bajo el manto de una sociedad que se dice democrática.

La democracia vista como un medio para conquistar el poder, en el que el poder político constituye un fin en sí mismo y no un medio para aportar mejoras a la comunidad y, por tanto, la democracia sólo representa una forma de legitimar la autoridad y, en muchos casos, el autoritarismo;

La democracia vista como un medio para restringir la libertad de información y opinión, en las que se buscan formas de dificultar que la gente común tenga acceso a la información y al conocimiento, impidiéndoles pensar por sí mismos y, en consecuencia, gestionar mejor su vida y también la vida de sus comunidades;

La democracia vista como justificadora de la exclusión social, en el que se intenta justificar que los propios excluidos son los culpables de su situación de exclusión por su imposibilidad de acceder al mercado, visto como “democráticamente” accesible a todos;

La democracia vista como un medio para oponer los derechos del individuo a los de la sociedad, en la que la democracia consiste en un mero instrumento para regular los conflictos de intereses, alimentando una dinámica de oposiciones, y no como una forma de convivencia sustentada en el respeto propio y la dignidad, que se da a través de la confianza y el respeto mutuos;

La democracia vista como una justificación de la ley y el orden draconianos, en el que éstos cumplen el papel no de instrumentos para prevenir los desencuentros sociales, sino de reprimir los reclamos contra la cultura opresiva instituida, asegurando así la ideología liberal basada en el progreso material, la acumulación y la competencia depredadora;

– La democracia vista como justificante del control y el conflicto, en la que el diálogo, el consenso y el entendimiento son reemplazados por el poder, el control y la confrontación, como herramientas estándar de la democracia para resolver las diferencias;

– La democracia vista como justificadora de la jerarquía, la autoridad y la obediencia, en donde tales atributos son considerados virtudes del proceso democrático, ya que sólo ellos tienen la capacidad de garantizar el orden en las relaciones sociales;

– El desacuerdo democrático visto como una forma invariable de lucha por el poder, que lleva a pensar linealmente en términos de aliado/adversario, situación/oposición, alimentando la idea de que la democracia se reduce a una lucha por el poder y no como una forma cooperativa de la convivencia con los que piensan diferente;

– La democracia vista como justificadora de la “competitividad” y la idea de progreso, en la que se refuerza el progreso material, el control de la naturaleza y la acumulación y retención de bienes como valores esenciales para la vida humana, siendo la democracia el espacio de competencia por ya sea para lograr tales fines;

– La democracia vista como justificación de la inmediatez, lo que se refleja en la necesidad de imponer puntos de vista antes de que sean sometidos, evaluados y cambiados por la comunidad, o sea, la democracia se basa en la desconfianza y apropiación de la verdad;

– La democracia vista como justificante de la repetición, en la que se impide que la democracia se perfeccione, aunque haya una retórica que diga lo contrario y, por tanto, se la vea como un producto acabado destinado a un público homogeneizado, como una cadena de montaje industrial;

– La democracia vista como el menor de los males, sustentada en la idea atribuida al político conservador y estadista británico Winston Churchill de que la democracia es el menos imperfecto de los sistemas políticos, lo que la debilita y la hace manipulable, muchas veces con fines autoritarios;

– La democracia vista como una “ventaja competitiva”, muy común en las campañas electorales, escenario en el que se busca justificar mediante estadísticas qué candidato es el “más democrático”, práctica que reduce la democracia a números.

Esta es la lista de conductas que representan la forma patriarcal de conquista de la democracia, adoptada a lo largo de su historia, y que sustentan las estructuras de poder y dominación, siendo la principal el propio Estado. Por lo tanto, la asociación del Estado con el Leviatán (1651) de Thomas Hobbes, el garante soberano absoluto del contrato y el orden social a toda costa. Este Estado patriarcal parece haber chocado con el contexto histórico actual y con buena parte de las nuevas generaciones de la actual era de internet, cuya experiencia del mundo tuvo poco contacto con las carencias, los límites y la opresión en su niñez y juventud, razón por la cual se identifican poco con la naturaleza patriarcal del Estado. Quizás esta sea una de las razones por las que hoy ya no se toleran manipulaciones que niegan la democracia, lo que se refleja en el actual desencanto y descrédito con la política, la democracia y las instituciones del Estado.

He aquí la contradicción que siempre ha enfrentado la democracia a lo largo de la historia y que fue muy bien expresada por Maturana: “como forma de convivencia matrística en medio de una cultura patriarcal que se le opone y constitutivamente la niega, la democracia no se puede estabilizar ni defender: es solo se puede vivir. La defensa de la democracia –de hecho, la defensa de cualquier sistema político– conduce necesariamente a la tiranía”.

Por eso, seguimos encadenados a las fuerzas negadoras de la democracia, esta vez por la tiranía del capital en interacción con los algoritmos, que degradan la política y derrumban nuestras instituciones, en un Estado que ya se ha transmutado en forma de un Estado Corporativo. Y lo que es más grave es que este fenómeno global tiende, cada vez más, a conducirnos hacia una civilización de la vigilancia que probablemente sólo se satisfará cuando pueda prescindir por completo de la presencia del Estado-nación tal como lo conocemos hoy.

*Antonio Sales Ríos Neto, funcionario federal, es escritor y activista político y cultural.

 

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