por ANTONINO INFRANCA*
La crítica de la modernidad y el eurocentrismo en enrique dussel
Como es propio de su forma de pensar, la crítica de Enrique Dussel al eurocentrismo parte del origen mismo del fenómeno o del problema que quiere analizar. Enrique Dussel provoca a quienes, mayoritariamente racistas, consideran a Europa un fenómeno típicamente occidental. Contrario a estos, Enrique Dussel sostiene, con rigor filológico, que Europa nació semita, es decir, oriental, al menos el mito fundacional de Europa debe ubicarse en la parte oriental de la cuenca mediterránea.
El análisis de Enrique Dussel se hace especialmente sobre las raíces culturales –diría con un término en desuso, pero, a mi modo de ver, todavía lleno de significado, espiritual– de Europa, demostrando que la Europa medieval era periférica en relación con el mundo musulmán que se extendía desde el norte de África hasta la India y estaba en contacto con China; ocupaba, pues, un enorme espacio geográfico, pero también desempeñaba el papel de centro del mundo. Sólo la conquista de América permitirá que Europa se convierta en el centro del mundo, explotando las enormes riquezas minerales de América Latina, a costa del aniquilamiento de culturas enteras en ese continente, además de empujar a la periferia la cultura árabe, que fue perdiendo su papel de enlace entre las culturas india y china, es decir, del Lejano Oriente, y la cultura europea.
Sólo reconociendo ese “fuera de sí” en Europa se puede entender esa primera globalización, ese fundamento de la Modernidad. Enrique Dussel, como latinoamericano, es particularmente sensible a esta reescritura de la historia mundial. Los siete puntos en los que desarrolla su concepción del nacimiento y estructura de la Modernidad recuerdan continuamente el uso de la violencia, en todas sus formas, desde la física a la espiritual, para cambiar la realidad subdesarrollada de la Europa medieval, borrando radicalmente las culturas subdesarrolladas de un punto de vista tecnológico, pero en perfecto equilibrio y armonía con la naturaleza en la que vivían. La modernidad nació con la destrucción de otras culturas, con su apocalipsis, con la producción de víctimas, es decir, con el aniquilamiento de los cimientos de la religión de los propios conquistadores, el cristianismo, religión que predica el amor y la paz.
Enrique Dussel sostiene que es necesario superar esta Modernidad, nacida de la violencia y creadora de víctimas. Hay que partir del reconocimiento de la inocencia de las víctimas, de la aceptación de su Otredad, que siguen siendo víctimas, pero esto sólo es posible desde la exterioridad del sistema dominante, es decir, desde una acción emancipadora desde la Periferia hacia la Centro. Esta superación es una subsunción, que pretende llevar a otro nivel y, de hecho, la define como Transmoderna, es decir, traspasando la Modernidad, abandonándola, negando el mito de la Modernidad inocente, reivindicando así la dignidad del pasado y víctimas presentes.
Enrique Dussel es perfectamente consciente de lo que dice Marx: la dignidad viene de dignidad, Quiero decir, valor. La transmodernidad es la devolución de valor al Otro, a la víctima. Enrique Dussel utiliza la dialéctica hegeliana de asunción e inversión, como en la tradición marxista, pero agregando una mejora a la situación original, precisamente por su inversión/superación, por tanto, es un acto de subsunción, de llevar a un nivel superior, porque la subsunción es el paso de lo particular a lo general, entonces, un paso de lo bajo a lo alto. Dussel se traduce literalmente del alemán abrogación con el término subsunción (en italiano susunzione),[i] porque Aufheben, de donde se deriva abrogación, significa "elevar", incluyendo, sin embargo, el subsunción como una suposición supra, que en italiano es sovrassunzione,[ii] es decir, una “suposición” a un nivel superior.
Con el término “Trans-modernidad”, Dussel define una nueva época en la historia mundial, en la que, finalmente, se deben superar las relaciones verticales entre centro y periferia y establecer las relaciones horizontales entre culturas. Precisamente porque la Modernidad es un fenómeno histórico-cultural, pero también espiritual, está en juego la espiritualidad del filósofo, entonces, Enrique Dussel parte del análisis de su propia identidad cultural y espiritual, a la manera de Descartes en su Discurso del método, en el que el filósofo francés describe al lector el descubrimiento de su propia subjetividad. Así, descubrimos que Enrique Dussel se formó como europeo, hasta que vivió en Argentina, durante sus estudios universitarios, y descubrió que era latinoamericano cuando aterrizó en Europa como becario de posgrado. Esta situación fue consecuencia de la imposición de la cultura y la filosofía europeas fuera de Europa, pero en Europa se le consideraba un “periférico”, un extraño que tocaba a las puertas de la verdadera y gran cultura europea. Realmente recuerda a una escena, parece casi verla y es una escena claramente eurocéntrica.
Está claro que los primeros pasos hacia una emancipación de esta visión eurocéntrica de la historia mundial se dieron desde el propio trasfondo eurocéntrico, escuchando las clases de Paul Ricoeur, pero habiendo ya buscado las raíces de la propia cultura eurocéntrica en Israel, donde Enrique Dussel descubre un mundo diferente: una convivencia, a la sazón pacífica, entre árabes y judíos y la gran cultura árabe, que había asimilado la cultura judeocristiana de Palestina. Cuando Enrique Dussel comenzó a asistir a las clases de Paul Ricoeur, un pensador abierto a estímulos y solicitudes incluso fuera de la cultura eurocéntrica, algunos patrones del eurocentrismo original comenzaron a desmoronarse.
También se empezó a construir una red de relaciones entre culturas, en la que primaba la horizontalidad de estas relaciones y no más la verticalidad del Centro-Periferia. Las raíces culturales manifestaron más similitudes que diferencias. Al regresar a América Latina, luego de diez años entre Europa e Israel, Enrique Dussel pudo llevar su aporte emancipador a la matriz. La respuesta de los interlocutores, lectores y oyentes fue entusiasta y estimulante: los latinoamericanos anhelaban ver reconocida su propia cultura, aunque sea en una posición periférica, pero con identidad propia y no como un apéndice secundario de la cultura europea.
Esta nueva visión de la historia mundial encontró adversarios tanto en el centro como, sobre todo, en la periferia. Las élites intelectuales de la periferia que, con dificultad, habían adquirido y asimilado las teorías y modelos teóricos del centro, ahora se veían interpeladas por una teoría que, aunque nacida en Europa, era de auténtico origen latinoamericano y que criticaba esas teorías y esos modelos, al mismo tiempo que se apropiaba de sus métodos críticos. Enrique Dussel derrocó el sistema de valores eurocéntrico, pero exploró el método crítico de la cultura europea. Fue una provocación muy desvergonzada y peligrosa, tanto que Enrique Dussel fue resistido por esas élites, combinado con una verdadera persecución militar: su casa fue bombardeada en los meses previos al golpe militar de 1976 y sus alumnos fueron exterminados por los Militares argentinos, una vez implementada la estafa. Esta es una historia que, afortunadamente, ninguno de los filósofos europeos contemporáneos tuvo que vivir, pero en la periferia puede suceder.
El objetivo de la “filosofía de la liberación” es la formación y desarrollo de una cultura popular alternativa a la dominante, emancipadora en relación al sistema capitalista globalizado. Una primera tarea fue diferenciar lo popular del populismo, cada vez más extendido en América Latina y especialmente en Argentina, bajo la forma del peronismo. Cuando el horizonte de la filosofía de la liberación se expandió a todo el mundo, entonces se presentó otro adversario: el fundamentalismo, no solo islámico, sino también cristiano, en la forma del evangelicalismo estadounidense. El populismo es sustancialmente una forma de integrar al pueblo al sistema dominante, lo popular es el bloque de los oprimidos, de los que están fuera y sólo su fuerza de trabajo es parte integrante del sistema capitalista dominante.
Desde este punto de vista, lo popular es la categoría que puede extenderse a todos los pueblos excluidos y oprimidos, por lo que la filosofía de la liberación es la primera filosofía que puede establecer un diálogo Sur-Sur sin pasar por el Norte del mundo, un diálogo internacional -periférico. Es una comparación basada en las propias culturas, sus propias formas de vivir, de trabajar, de sus propias subjetividades que se liberan en este diálogo, porque ninguna cultura quiere imponer modelos a otras, es un diálogo perfectamente simétrico. Es un diálogo que surge en las fronteras del centro dominante, a partir precisamente de ser frontera, de estar fuera del sistema dominante.
Es la misma situación en la que se encontraba Marx en Londres en la segunda mitad del siglo XIX. Vivía en el centro del mundo, pero mentalmente estaba fuera de este mundo, estaba al lado de las víctimas del sistema capitalista industrializado, es decir, los trabajadores de la industria inglesa. Marx fue un crítico de este sistema dominante, porque podía contemplarlo en su totalidad y en su funcionamiento. Dussel se encuentra en una posición análoga a la de Marx, vive en la periferia del sistema dominante, es decir, la Ciudad de México, pero está, al mismo tiempo, en la frontera del centro del mundo, es decir, los Estados Unidos. Em sua generalidade, toda a América Latina está na periferia/fronteira do centro do mundo, tendo sido também a primeira realidade geográfica, cuja exploração permitiu, outrora, que a Europa se tornasse o centro, e agora é um dos pontos da força hegemonizante dos Estados Unidos. Sin el dominio de América Latina, Estados Unidos no podría ejercer su hegemonía sobre todo el planeta y, por tanto, el control de América Latina es particularmente cerrado y duro.
Precisamente siguiendo el diálogo periferia-periferia, Enrique Dussel analiza la operación arqueológica de Mohamed Abed al-Yabri, filósofo marroquí que escribió obras fundamentales para la revalorización de la filosofía árabe. Yabri, como marroquí, está profundamente familiarizado tanto con los textos clásicos de la filosofía árabe como con la hermenéutica francesa, es decir, una de las corrientes más avanzadas de la filosofía eurocéntrica. Naturalmente, esta reconstrucción debe hacerse con espíritu crítico, es decir, sabiendo valorar la propia cultura con las herramientas críticas que ofrece la cultura eurocéntrica; herramientas críticas, no valores teóricos, ni éticos, ni estéticos; esta distinción debe estar siempre presente para no caer en la situación errónea que se quiere superar, es decir, la dependencia cultural de la cultura del Centro, y mantener y reproducir las diferencias culturales y espirituales de cada cultura periférica.
En efecto, se debe hacer una crítica, es decir, una negación de la negación, como enseñó Hegel, pero hacia una afirmación, no un mero acto, un fin en sí mismo, de la negación. Así, antes de la reconstrucción, Yabri realiza una deconstrucción, al estilo de Foucault, y a partir de esta deconstrucción recupera las raíces racionalistas e ilustradas de la cultura árabe, negándose a cuestionar si la cultura árabe puede/debe pasar de la fase de una cultura filosófica. liberalismo. Paralelamente al análisis de las obras de Yabri, Enrique Dussel tiene en mente el mismo trabajo de deconstrucción y reconstrucción de la propia cultura operado por Rigoberta Menchú en relación con la propia cultura maya. Rigoberta Menchù también recupera las raíces más avanzadas y libertarias de la cultura maya junto con toda su tradición simbólica.
Enrique Dussel reconstruye el nacimiento de la Modernidad desde un paradigma diferente al dominante en la cultura eurocéntrica. Para el filósofo latinoamericano, sólo con la Conquista de América Europa abandonó su posición periférica en relación con el mundo musulmán, verdadero centro del mundo y, al mismo tiempo, elemento de la relación entre China, India y Europa. De hecho, Marco Polo inició su andadura precisamente para sortear la intermediación mercantil árabe y llegar directamente a los orígenes de la producción de la seda. Los portugueses hicieron lo mismo, tratando de circunnavegar África, para aterrizar directamente en la India.
La cultura islámica influyó profundamente en la cultura europea, comenzando por España, donde continuó influyendo en la cultura española. La vulgata noreuropea pretende imponer que la cultura española fue periférica a la modernidad europea, contrariamente a la influencia de Suárez sobre Descartes y, a través de él, sobre toda la cultura europea, muestra que la cultura ibérica fue fundamental en la construcción de la cultura europea moderna y, posteriormente, absolutamente decisivo para hacer de esta cultura europea el fundamento de la Modernidad. En la era premoderna hubo una verdadera hegemonía cultural árabe sobre Europa, hasta que los turcos pusieron fin a su proliferación y marcaron su crisis, que se prolonga hasta nuestros días.
La modernidad europea nació, para Enrique Dussel, antes de que Europa se convirtiera en el centro del mundo. Europa alcanzará la centralidad del mundo sólo cuando sus mercancías se vendan en todos los rincones del planeta, es decir, después de la Revolución Industrial, primero en Inglaterra y luego en el resto del continente. La Revolución Industrial producirá la revolución cultural de la Ilustración, por tanto, concluye Enrique Dussel, la dominación europea efectiva del planeta tiene sólo dos siglos y está íntimamente ligada a la dominación económica, tecnológica y militar de otras naciones.
De estas naciones periféricas, la cultura occidental del centro despreció las culturas, pero no pudo aniquilarlas, porque estaban muy arraigadas y muy difundidas. Imposible erradicar, por ejemplo, la cultura hindú o la china o la japonesa, como se hizo en gran medida, pero no del todo, con las culturas mesoamericana o incaica. Enrique Dussel sostiene que estas culturas fueron excluidas, escondidas y, ahora, están dispuestas a reaparecer en la paradójica condición de ser más fuertes en relación al momento original de su ocultación, porque supieron resistir a la cultura occidental, la conocen y pueden compararse con ella en posiciones de paridad, mientras que la cultura eurocéntrica permanecía encerrada en su supuesta superioridad. Esta situación se ve confirmada precisamente por la arrogancia y la presunción con que la cultura eurocéntrica pretende buscar el diálogo, cuando en realidad busca una ulterior, pero cada vez más atrofiada, confirmación de su superioridad. La propia fortuna de la filosofía de la liberación en los círculos académicos italianos, por ejemplo, refleja este sentimiento de supuesta superioridad sobre una filosofía que viene de la periferia.
La reconstrucción de la historia mundial es una invitación que Enrique Dussel dirige a los filósofos de la periferia para romper las relaciones de subordinación respecto de los filósofos del Centro, quienes están convencidos de la superioridad de su cultura académica sobre cualquier otra filosofía que venga de la periferia. . Enrique Dussel, por el contrario, asistió primero a las clases de filosofía de Zubiri en Madrid, luego a las clases de teología de Ratzinger en Münster, finalmente a las clases de filosofía de Levinas y Ricoeur en París, empezó a tejer un diálogo con Apel, Taylor, Rorty, Vattimo y Heller que hablaban con él. , quien defendió el valor de su propia identidad cultural, invitando a sus interlocutores a aceptar una relación horizontal y simétrica.
Mayoritariamente Apel aceptó este diálogo, partiendo de posiciones eurocéntricas, pero que paulatinamente se fue abriendo a la comprensión de la cultura de la periferia. Enrique Dussel advierte, sin embargo, que ciertas filosofías de centro, que practican el llamado multiculturalismo, como la de Rawls, aceptan el diálogo, pero imponen reglas al enfrentamiento, reglas sustancialmente occidentales, es decir, en el fondo, la relación se mantiene. univectorial, por lo que es una asunción del otro en sí mismo, y no una subsunción, es decir, equiparar al Otro con el propio, no abriéndose efectivamente al Otro, sino subordinándolo de formas sutilmente occidentales y eurocéntricas , que son la negación del diálogo horizontal .
El diálogo con la cultura eurocéntrica es difícil, porque está atrapada en la Modernidad, a lo sumo en la Posmodernidad, pero, en realidad, las culturas de la periferia nunca fueron modernas, por lo tanto, no pueden ser posmodernas. Enrique Dussel define la condición de estas culturas como Transmodernidad, en el sentido de estar más allá de la modernidad en una condición de superación en relación a la modernidad, porque se hizo una inversión y una subsunción de ella, es decir, una superación a un nivel superior. El primer paso para la superación de la cultura eurocéntrica viene desde fuera del Centro, es decir, desde la Periferia. El reconocimiento interno es complementario a este movimiento externo, o mejor dicho, la revalorización de los propios fundamentos culturales.
De hecho, estas culturas pudieron continuar discretamente su propio desarrollo, continuar evolucionando sus propios valores, sus propias categorías, su propia concepción del mundo, y ahora pueden establecer un diálogo con la cultura del centro, brindando respuestas importantes a las cuestiones dramáticas del mundo actual, como, por ejemplo, la cuestión de la destrucción ecológica de la Tierra. En efecto, estas culturas de la periferia mantuvieron internamente esa relación equilibrada y armónica con la naturaleza, que es un rasgo característico de su concepción del mundo, mientras que el centro ha perdido su anterior relación de equilibrio y armonía con el entorno natural y va exportando sus formas de destrucción ambiental también para la periferia, como, por ejemplo, la exportación, a la periferia, de residuos de la propia tecnología, ya utilizada y desgastada.
Una de las formas de dominación cultural es la inmediata, que se desarrolla en la vida cotidiana: el sistema dominante impone su concepción del mundo a través de la imposición de sus costumbres, sean éstas la comida, el arte –especialmente cinematográfico y musical–, la moda, junto con los bienes que vende son complementarios a esta forma de dominación. La hegemonía cultural sustenta la conquista mercantil, y no es necesario recorrer la Periferia para ver cómo hegemonía y dominación van de la mano. Podemos ver que estas formas de dominación también están presentes dentro del Centro: usamos jeans, escuchamos música en inglés, vemos películas americanas, comemos hamburguesas. De esta forma, somos también los reproductores de formas de hegemonía y dominación.
Por ello es necesario superar la cultura colonial, el poscolonialismo es la esencia misma de la Transmodernidad. Pero el poscolonialismo también está presente en áreas geográficas, no es solo un hecho cultural y espiritual. El colonialismo nació en Europa, es intrínseco a la cultura eurocéntrica. Recuerdo que los grandes imperios no europeos estaban formados por naciones europeas que ya eran imperios en Europa, así Inglaterra dominaba Escocia, Irlanda y Gales, y, a su vez, la Île de France dominaba Normandía, Bretaña, Occitania, el Loira., Franco Condado, Provenza, Auvernia, Aquitania, etc., además de Castilla, junto con Cataluña y Aragón, dominaban Andalucía, el País Vasco, Extremadura, Navarra, Galicia, etc., además de todo el sur de Italia.
La misma unificación nacional italiana fue, de hecho, un logro del Reino de Cerdeña de las otras regiones italianas, con el consentimiento de una parte muy pequeña de la sociedad civil de esas regiones. El modelo italiano fue seguido por Prusia en Alemania. Ni hablar del proceso de expansión de las doce colonias norteamericanas que, tras el nacimiento de los Estados Unidos, se expandieron hacia territorios considerados “libres”, ya que no estaban habitados por europeos, sino, de hecho, por indígenas que fueron masacrados en de la misma manera que los indios de América Latina.
Esta historia de formación de las naciones europeas pasa por el nacimiento de la Modernidad, pero, en realidad, es la historia de la extensión del dominio de una parte sobre el todo, de una región sobre la nación entera. Complementario a este proceso de dominación, se desarrolló un proceso de hegemonía cultural, a través de la imposición de una lengua central a las lenguas regionales. Es ahora un proceso irreversible, negarlo y pedir el restablecimiento de la situación anterior a la Modernidad sería volver a una etapa histórica, en la que las mejoras que, en todo caso y de forma dramática, este proceso de la unificación lograda se perdería. Ser consciente de esto, sin embargo, permite una mejor y más profunda comprensión del proceso histórico.
Esta relectura de la historia de la Modernidad es posible si tratamos de ubicarnos en la situación de las víctimas del sistema de dominación, la misma posición que asumió Enrique Dussel al reconocerse en la situación del latinoamericano que vive momentáneamente en la centro. Se trata, por tanto, de una deconstrucción y reconstrucción de la propia cultura, que también puede llevarse a cabo en el centro del mundo, a condición de que se elimine la mentalidad eurocéntrica, que es, al fin y al cabo, una mentalidad de dominación.
*Antonino Infranca Tiene un doctorado en filosofía de la Academia Húngara de Ciencias. Autor, entre otros libros, de Trabajo, individuo, historia – el concepto de trabajo en Lukács (Boitempo).
Traducción: juliana hass.
notas del traductor
[i] En portugués subsunción
[ii] En portugués Sustitución
El sitio web de A Terra é Redonda existe gracias a nuestros lectores y simpatizantes.
Ayúdanos a mantener esta idea en marcha.
Haga clic aquí para ver cómo