por WALNICE NOGUEIRA GALVÃO*
El regreso del manto por parte de Dinamarca nos recuerda el alto estándar estético del arte plumario de los pueblos indígenas brasileños.
¿Quién dijo que un buen ejemplo no da frutos? La descolonización avanza: después el regreso del dinosaurio ubirajara Dinamarca devolvió un manto ceremonial tupinambá con plumas rojas de guará, el mismo que deslumbró en la Exposición 500 Años, en Ibirapuera. La comunidad Tupinambá de Olivença, en Bahía, donde perdura el recuerdo de la obra, se regocijó. Pero no pierdas el tiempo compadeciéndote de los daneses: todavía tienen cuatro de esas capas.
En su Museo Nacional hay otras piezas que nos preocupan y con las que ellos mismos no tienen relación. Pero resulta que ni sus autores ni sus comandantes son brasileños, lo que dificulta reclamar legitimidad, ya sea por propiedad o posesión. Las dimensiones del tesoro son asombrosas. Y acabaron en Dinamarca prácticamente por casualidad. Los artículos provienen de la ocupación holandesa en Pernambuco, en el siglo XVI. XVII.
Como aprendimos en la escuela, su gobernador, el príncipe Mauricio de Nassau, pretendía crear un centro civilizado en la colonia, y para ello atrajo a estudiosos y artistas. Entre ellos, Frans Post y Albert Eckhout, los dos más grandes pintores de Brasil en ese momento, ambos de los Países Bajos y pertenecientes al Siglo de Oro de la pintura holandesa y flamenca.
Desde Frans Post apreciamos sus múltiples paisajes y panoramas, no sólo rurales sino urbanos, sobre todo cuando presentan huellas del trabajo humano, como los ingenios azucareros de Pernambuco. Albert Eckhout, por su parte, encargó al príncipe que pintara una serie de lienzos para decorar su residencia en Recife, pero eran gigantescos, de casi tres metros de ancho, y no encajaban entre sí. El príncipe se las llevó a Holanda, pero acabó regalándolas al rey Federico III de Dinamarca, su primo.
Albert Eckhout presta servicios a la antropología y la etnología, retratando pueblos originarios, así como negros esclavizados y otras figuras humanas. No rehuyó mostrar signos de canibalismo, como es el caso de una mujer indígena que lleva una pierna en un canasto en la cabeza y una mano en un canasto en la cintura… La más impresionante, por su dinamismo y coreografía, es la monumental “Dança de indínos”. Solo de Albert Eckhout, Dinamarca tiene 24 lienzos y dibujos. D. Pedro II, sensible a su relevancia estética y documental, tuvo la buena idea de hacerlas copiar en menor tamaño, para depositarlas en el Instituto Histórico y Geográfico de Río de Janeiro.
En cuanto a nuestro emperador, el manto tupinambá resuena en la mimbre de su “Traje Majestuoso”, adornado con plumas amarillas de tucán, simbolizando los orígenes indígenas del país y reemplazando una pieza similar de armiño en las vestiduras imperiales europeas. La murça forma una especie de capa corta, que llega hasta la mitad de la espalda, se lleva sobre todo, como el tupinambá, que es más un manto que un manto propiamente dicho, y llega hasta la cintura. El “Traje Majestuoso”, o las vestiduras completas de D. Pedro II, incluida la murça, se pueden ver en el Museo Imperial de Petrópolis.
La abundante iconografía existente nos da acceso a la suntuosa omnipresencia de los adornos de plumas en la vestimenta de los aztecas, mayas e incas, así como en la concepción de uno de sus dioses supremos, Quetzalcóatl, la serpiente emplumada. Y culmina con la coronación de Moctezuma, el último emperador azteca, quien, para nuestra consternación, también podría estar en la lista de descolonizadores. La corona de oro y plumas azul verdosas del ave quetzal, de un metro de diámetro, de inigualable belleza y grandeza, expuesta en el Museo Arqueológico de México, no es más que una copia.
La corona original pertenece a Austria y se encuentra en Viena, ya que fue depositada por los conquistadores españoles a los pies del emperador Carlos V, en homenaje. Y ni siquiera es necesario recordar el alto estándar estético del arte de las plumas de los indígenas brasileños, que no se limita a los museos sino que se puede apreciar en la práctica constante que los pueblos todavía le dedican hoy.
*Walnice Nogueira Galvão Profesor Emérito de la FFLCH de la USP. Autor, entre otros libros, de Leer y releer (Sesc\Ouro sobre azul).
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