por ANDRÉA PIMENTA CLASIFICACIÓN DE MATOS*
Sufrimos el malestar de la civilización, hay esperanza, pero no para nosotros, porque, desde el punto de vista del psicoanálisis, no estamos programados para la felicidad.
El fenómeno del mal puede abordarse desde diferentes perspectivas; a través del sentido común, los mitos, la religión, las ciencias diversas, etc. Me interesa abordarlo a la luz del psicoanálisis para que revele el surgimiento de nuevas formas de presentar el malestar en la cultura y, como cultura, ayer y hoy.
Em Los descontentos de la civilizaciónFreud dice: “He aquí, en mi opinión, la cuestión decisiva para el destino de la especie humana: si su desarrollo cultural podrá, y en caso afirmativo en qué medida, dominar la perturbación de la convivencia que proviene del impulso humano de agresión y de autoaniquilación. Quizás nuestro tiempo merezca un interés particular precisamente en esta cuestión. Hoy en día, el hombre ha asumido el control de las fuerzas de la naturaleza hasta tal punto que con su ayuda será fácil exterminarse unos a otros, hasta el último hombre. Lo saben, de ahí gran parte del malestar contemporáneo, su felicidad, su espíritu angustiado. Y ahora podemos esperar que el otro de los dos poderes celestiales, el eterno Eros, haga un esfuerzo por consolidarse en la lucha contra su igualmente mortífero enemigo.
¿Pero quién puede predecir el resultado?”
¿Es suficiente la noción de banalidad del mal, forjada por Hannah Arendt en los años 1960, para comprender las contradicciones de nuestra sociedad? Freud nos ayuda a desarrollar esta noción en el concepto de sociopatología de la vida cotidiana, en el texto citado.
¿Qué está en juego en el malestar de Freud? ¿Cómo interpreta Freud el proceso civilizador? Por tanto, la concepción de que el hombre no es un ser pacificado está en constante conflicto. Atribuye la génesis del conflicto a la oposición entre las pulsiones; Eros, pulsión de vida y Thanatos, pulsión de muerte; lucha ininterrumpida en nuestro mundo interno.
La agresividad humana, como disposición, como representante del mal, no es algo que sólo se presenta de forma espectacular sino, en el día a día, de forma banal. No sólo se dirige al mundo exterior, sino a uno mismo, como actos autodestructivos y no proviene sólo de pulsiones sino también de procesos sociales (inquisición, esclavitud, terrorismo).
La concepción de que estamos insertos en un entorno hostil, inhóspito, lo que se traduce en una lucha continua entre nuestra naturaleza y nuestra cultura, nuestra civilización. La concepción de que la sociedad se crea a costa de la represión de las pulsiones u otra dirección posible y aceptable para su satisfacción.
Hemos llegado a un paradigma del psicoanálisis: somos personas sin hogar, vivimos en el malestar y llevamos dentro a un extraño. Aquí surge el problema crucial de la relación entre el ser humano y la ley, la ley primordial, que marca el paso, el salto, de la naturaleza a la cultura.
Se trata del modelo edípico, donde las relaciones entre el niño y sus padres representan la etapa final de un progresivo y doloroso proceso de alienación y separación. Edipo nos lleva a superar la infancia, es decir, nuestra dependencia de la madre y su deseo, y la introyección de la ley, la ley de la cultura, representada por el padre.
Edipo es la piedra angular de la estructura intrapsíquica y del proceso civilizador. Las vicisitudes edípicas, es decir, toda renuncia a las pulsiones, a la omnipotencia del deseo, al principio del placer en favor del principio de realidad, se producen bajo los auspicios de un pacto de doble vía, un pacto edípico, un pacto social.
Perdemos y ganamos. A cambio de la renuncia requerida, tenemos derecho a recibir un nombre, una filiación, un lugar en la estructura de parentesco, el acceso al orden simbólico, además de todo lo que nos permita desarrollarnos y vivir. Así, nos identificamos con los valores de la cultura, entramos en el círculo del intercambio social y nos convertimos, de hecho y de derecho, en socios de la sociedad humana.
El pacto primario prepara y sostiene el segundo pacto y viceversa. La mala integración de uno u otro puede generar problemas, confirmando o desconfirmando uno u otro, hasta llegar al punto de ruptura.
Ésta es la clave psicoanalítica para comprender la violencia que desgarra el tejido social. El malestar se presenta a través de la violencia, de la guerra civil crónica: violencia urbana y doméstica, la lucha individual de cada uno. Se presenta mediante una guerra militar armada: Rusia contra Ucrania, Israel contra Palestina, por nombrar sólo aquellas que están actualmente en la agenda.
Aquí vale la pena hacer una digresión. Esta ley también está consagrada por la sociedad. Las sociedades modernas se basan en estructuras de poder. Todo poder es violento. Se percibe, precisamente, el elemento mítico que existe en la estructura jurídica. El sistema legal es un pilar de esta violencia. El poder judicial debe tener un brazo fuerte para hacer cumplir las leyes, inevitable y lamentablemente. Vemos la ambigüedad de la ley: hay quienes están por encima de la ley, son precisamente quienes determinan qué es la ley y, a esta posición, corresponde otra, opuesta, los que están excluidos de la ley, no cubiertos por ella, susceptibles de ser asesinados: indígenas, negros, pobres. Definitivamente son personas sin hogar.
¿Qué podemos hacer ante el malestar? Apropiarse de él, dominarlo, desplazarlo es fundamental. Transformar el malestar a través de un dispositivo que nos permita reflexionar críticamente sobre él; lograr una mirada irónica y crítica para revelar nuestra posición sobre nuestro ser en el mundo, en la posmodernidad.
Transformarlo a través de una creación nueva y sublime: el trabajo, la literatura, las artes, una solución subjetiva, particular de cada persona.
Se trata de reunir un sistema de fragmentos en una buena obra.
Esta es una forma de resistir la violencia que nos rodea en el siglo XXI y en todos los siglos pasados.
Termino con una “profecía” del escritor checo Franz Kafka: “Hay suficiente esperanza, para Dios, esperanza infinita, pero no para nosotros; sentencia el escritor. Si el universo trae la agonía de situaciones que nos oprimen y no podemos controlar; trae consigo el choque inútil con leyes y posibilidades que se nos escapan por completo”.
Sufrimos el malestar de la civilización, hay esperanza, pero no para nosotros, porque, desde el punto de vista del psicoanálisis, no estamos programados para la felicidad. Son muy pocos los momentos de felicidad en los que pasamos de un mal estado a uno mejor. Nuestro estado normal es el de sentirnos incómodos. Pero vivimos proyectando esperanza, es la última en morir.
*Andréa Pimenta Sizenando Matos es psicoanalista.
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