El lugar de las experiencias humanas.

Imagen: Engin Akyurt
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por Gerson Almeida*

Consideraciones sobre la pedagogía de Paulo Freire

El filósofo Ernani Maria Fiori definió a Paulo Freire como “un pensador comprometido con la vida, que no piensa en ideas, piensa en la existencia”. Una manera sensible y astuta de tratar la obra de alguien que nunca ha pensado en la vida como disociada del mundo, lugar de las experiencias humanas.

Como pedagogo de la libertad y la autonomía, se opuso a la idea de que nuestra vida es algo previamente diseñado e independiente de cómo actuamos y pensamos. Para Freire, por el contrario, la vida es “algo que hay que hacer y cuya responsabilidad no puedo omitir”.

Esta es la razón por la que Paulo Freire considera que el proceso de aprendizaje no se restringe a las aulas, por más relevantes que sean, ya que es viviendo que aprendemos y tomamos conciencia del mundo. La vida, para él, es un “texto para ser constantemente “leído”, interpretado, “escrito” y “reescrito”, en un proceso de conocimiento que sólo puede realizarse plenamente actuando en el mundo. Así es como nos constituimos como seres humanos.

Si actuar en el mundo es la forma en que pensamos y tomamos conciencia de nosotros mismos y de la sociedad en la que vivimos, este mundo solo puede entenderse como la interacción de la sociedad y la naturaleza, en la que se lleva a cabo un proceso permanente de creación y recreación, de la naturaleza, la sociedad y los individuos.

Al pensar la vida como creación y recreación permanente, la pedagogía de Paulo Freire actúa como un verdadero ariete contra “la ideología fatalista e inmovilizadora que anima el discurso neoliberal”, que siempre trata de hacernos creer que “no hay nada que hacer”.

Este discurso de la “desesperanza”, contra el que se rebela su pedagogía de la libertad, es la ideología neoliberal, fatalista y acomodaticia, que quiere suprimir la “fuerza creadora de aprender” y, por tanto, de transformar.

Mientras la vida no se acabe, hay historia y, por tanto, hay un futuro por construir, un futuro que puede ser “problemático, pero no inexorable”, como nos enseña el santo patrón de la educación brasileña que “donde hay vida, hay una asignatura pendiente” y, por tanto, espacio para la construcción de lo nuevo, para las transformaciones.

Para Paulo Freire, es la naturaleza del ser humano ir más allá del condicionamiento, ya que estamos dotados de la “fuerza creativa de aprender” y, por lo tanto, de transformar, ya que el futuro nunca es algo dado, necesita ser construido. Frente a la desesperanza, por tanto, la pedagogía de Freire afirma la esperanza en las capacidades de libertad de la humanidad.

Si bien nuestra existencia está condicionada por factores culturales, la organización del poder y el entorno natural, esto no significa que estemos “determinados”. Somos capaces de percibir que “los obstáculos no duran para siempre” y, por tanto, pueden ser superados por la acción colectiva y consciente en el mundo.

Hoy, ni siquiera la historia natural es considerada el campo de las determinaciones. Se entiende sujeta a desviaciones, incertidumbres y bifurcaciones, lo que la convierte, en palabras del Premio Nobel de Química, Ilya Prigogine, “en una creación de posibilidades, que unas se cumplen, otras no”.

Por tanto, la verdadera conexión entre la historia natural y la historia humana es la incertidumbre y la vida misma es el espacio pedagógico en el que tomamos conciencia de lo que somos, sin vida no hay conciencia social y percepción del mundo natural. Por eso la conciencia se constituye como conciencia del mundo, según las palabras de Ernani Maria Fiori, y nadie se hace consciente separadamente de los demás, porque la conciencia es un acto social.

En uno de sus últimos escritos, Paulo Freire muestra la urgencia de retomar la lucha por principios éticos fundamentales como el respeto por la vida del ser humano, la vida de los demás animales, la vida de las aves, la vida de los ríos y de los bosques. Dice que no cree “en el amor entre mujeres y hombres, entre seres humanos, si no nos volvemos capaces de amar al mundo”. Para él, por tanto, la ecología adquiere una importancia fundamental a finales de este siglo.

No es por otra razón que su obra es uno de los principales blancos de este momento de intolerancia hacia el conocimiento, la ciencia y la protección del medio ambiente. Su vida y obra son una crítica radical al fatalismo que pretende imponer el mundo actual como el único posible.

El barco de la locura que sustenta la necropolítica en curso en el país combate con furia a Paulo Freire, porque su pedagogía es subversiva al orden vigente, que sólo admite una enseñanza que ayuda a perpetuar la obscena desigualdad social y la inmensa degradación ambiental. Así, es necesario amar la vida para comprender a Paulo Freire.

* Gerson Almeida tiene una maestría en sociología de la UFRGS.

 

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