La Costa de los Syrtas

Paulo Pasta, Sin título, 2005 Frente Monotipo, 54 x 78,5 cm
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por FÁBIO HORÁCIO-CASTRO*

Consideraciones sobre la novela de Julien Gracq

El romance Le Rivage des Syrthes (La costa de los Syrtas), de Julien Gracq, publicado en 1951, me permitió darme cuenta de que la geografía puede convertirse en ficción y que la ficción puede convertirse en geografía. Este fue un descubrimiento de suma importancia, impactando tanto mi comprensión de la ciencia como mi comprensión de la literatura. Cuando lo leí, hace más de veinte años, ya sabía que la historia y la antropología se pueden convertir en ficción, pero no tenía ni idea de que esta fórmula también podía extenderse a la geografía. Entonces, me gustaría hablar un poco sobre este libro, uno de los libros más extraños y, al mismo tiempo, más hermosos que he leído.

Julien Gracq, escritor francés nacido en el Valle del Loira en 1910 y muerto en 2007 en la misma región, recibió el Premio Goncourt, el premio literario más importante de Francia, en 1951, precisamente por esta novela -premio que, por cierto, rechazó , causando un gran escándalo, también porque era la primera vez, y única, hasta hoy, que Goncourt fue rechazado.

Fue la tercera novela de Julien Gracq, quien fue muy influenciado y reconocido por el movimiento surrealista (Grossman, 1980). Desde Au château d'Argol, su primer libro, de 1938, fue acompañado por ciertos sectores de la crítica literaria, que reconocían la influencia de este movimiento estético en él y, también, cierta distancia crítica que su obra guardaba en relación con los surrealistas (Cf. Berthier, 1990 ; Carrière, 1986; Cahier de l'Herne, 1972; Revue 303, 2006).

Pero vayamos al romance. De qué se trata Le Rivage des Syrthes? ¿De la monotonía de la vida? ¿Del miedo en relación a la alteridad? ¿De un suicidio colectivo? Tal vez un poco de todo eso, junto con una teoría sobre el espacio y el tiempo.

Comencemos por la trama de la novela. Que, por cierto, es muy fácil de contar, porque prácticamente no pasa nada en las casi 400 páginas del libro. Esto sucede porque Le Rivage des Syrthes es un libro de paisajes, una descripción de lugares, personas e incluso silencios, no tramas ni hechos. Es un libro que trata sobre el silencio. Un elemento fundamental de esta novela es el silencio. Un silencio que no significa ausencia de ruido, ya que los sonidos de la naturaleza, la civilización y la incivilización se describen cuidadosa y extensamente.

Es un silencio de palabras, de diálogos, de lenguaje. El mundo donde va Le Rivage des Syrtes aún no ha sido domesticado o colonizado por el lenguaje. Y, por tanto, es un silencio que alegoriza cosas como la inercia, el hastío, la historia, el rumor y el miedo, que son cosas que se resisten a someterse al lenguaje, al menos a lo que más comúnmente entendemos por lenguaje.

El silencio de Julien Gracq es un silencio paradójico: no pasa nada y eso lleva a ver que todo pasa. Gracq, en el fondo, está tematizando el lenguaje como instrumento de conocimiento del mundo. Está mostrando que el lenguaje media la relación con el mundo, pero también que el mundo es mucho más grande que el lenguaje y no siempre puede estar sujeto, reducido a él.

Pero sí, vayamos a la trama, por así decirlo, de esta novela, aunque hablar de trama, respecto a este libro, es casi absurdo. Todo gira en torno a este casi, en torno a la palabra casi, que en realidad es el verdadero tema del libro.

La historia comienza con la llegada de un joven aristócrata, Aldo, a una provincia de ultramar perteneciente al antiguo señorío de Orsena, su país. Esta es la provincia de Syrtas, que está separada por un mar interior, el Mar de Syrtas, de un país salvaje y misterioso, Farghestan. El señorío de Orsena estuvo en guerra con Farghestan hace trescientos años, y desde entonces no ha tenido contacto con ese bárbaro país. En teoría esta guerra no ha terminado, ya que las dos naciones nunca firmaron un armisticio, pero desde hace 300 años la lucha está paralizada. No hay intercambio entre los dos países. Nadie puede navegar ni pescar en ese mar y Orsena vive en una eterna espera a que se reanuden los conflictos.

Todo el mundo en Orsena está siempre al acecho de la costa, de las costas, de la costa de la provincia de Syrtas, vigilantes y atentos a cualquier movimiento que venga de allí, pero no se ve nada.

Aldo, el narrador de la historia, pertenece a una de las familias más antiguas e importantes del señorío de Orsena. Al comienzo de la trama, recibe una misión pública de alta dignidad, pero que delata la evidente decadencia de Orsena, una república donde no pasa nada y que vive atrapada en su glorioso pasado. Aldo es enviado como “observador” de la situación militar en la provincia. Imagínese qué función tan extraña: observar un estado de paz, una situación de no beligerancia que ha durado 300 años.

Bueno, Aldo es un chico disfórico, es decir, un chico insatisfecho, reflexivo, que no cree que las cosas realmente puedan cambiar. En su disforia, Aldo encarna uno de los arcanos de la literatura mundial, que es precisamente la imagen del niño disfórico, que viene, que procede, que nace, de un letargo social y que se enfrenta a un mundo efervescente que puede o no no podrá retirarlo de su condición (Enthoven, 2014). Este arcano literario está presente en Marcel, el personaje de Proust; en Hans Castorp, el personaje de La montaña mágica, de Thomas Mann; en Floriano Cambará, de O Tempo e o Vento, de Érico Veríssimo, y también en Alfredo, de Ciclo do Extremo Norte, de Dalcídio Jurandir. Por cierto, no sólo la imagen del narrador disfórico es una de las grandes figuras de la historia literaria, sino que también la disforia -que, precisamente, consiste en dudar de la civilización- constituye una de las artimañas centrales que tiene la literatura para renovar el pacto civilizatorio.

Disfórico, en este caso, se dice que es lo contrario de eufórico -estar el sujeto excesivamente excitado por algo- teniendo en cuenta que, en psiquiatría, la disforia generalmente tiene como síntomas la depresión y la ansiedad, pero que en la literatura se manifiesta, sobre todo, , como un estorbo, una perplejidad y una inacción ante el mundo.

Aldo llega a la provincia costera de Syrtas y se instala en la principal fortaleza que mantiene en pie la República de Orsena, comandada por el general Merino, con quien entabla amistad. También se hace amigo de otros personajes, como Fabricio, Giovani, Roberto, todos ellos soldados de la fortaleza. También está Belzenza, el representante del señorío, el gobernador de la provincia de Syrtas, que simboliza perfectamente el letargo y la decadencia de Orsena.

Y también hay un personaje femenino, Vanessa Aldobrandi, una noble de Orsena que vive en la provincia, en un palacio, en el pueblo de la Marema. El tatarabuelo de Vanessa fue un general, un héroe de la antigua guerra contra Farghestan.

El nombre Vanessa Aldobrandi tiene interesantes referencias. Su apellido contiene el nombre de pila Aldo (Aldobrandi) y el propio nombre de Vanessa hace referencia a elementos de su personalidad: la misteriosa evanescencia que la caracteriza, y también la mariposa Vanessa, género perteneciente al grupo nymphalini, considerado por su belleza pero también como un símbolo demoníaco, en la tradición simbólica europea. Por cierto, es esta mariposa la que está pintada en el cuadro. La caída de los ángeles rebeldes, de Breughel, vagando entre los demonios.

Además de estos personajes, es necesario describir la geografía de la novela, su verdadero carácter, atravesado por una reflexión sobre la temporalidad que, como tal, se constituye como el personaje complementario. Así podemos hablar del señorío de Orsena, la provincia de Syrtas, su mar y el territorio inmediato y enemigo de Farghestan. Vayamos, pues, a la geografía imaginaria de la novela.

Orsena es una ciudad antigua y moribunda, donde no pasa nada, pero donde se vive de las glorias del pasado. En la descripción que se hace de ella la percibimos como una ciudad-estado y es casi evidente que su modelo es Venecia. Este antiguo señorío aún cuenta con varias colonias, territorios generalmente improductivos, básicamente puntos militarizados que sirven para garantizar la subsistencia de su antigua nobleza.

La provincia de Syrtas, por su parte, parece arenas movedizas, tantas culturas han intervenido sobre ella a través de sucesivas invasiones y civilizaciones. Un mosaico bárbaro, dominado por el nomadismo de las poblaciones locales y la incomunicación.

La república de Orsena es fija, duradera, histórica, pero Farghestan es móvil, viva, cambiante. El primero es disfórico y el segundo eufórico. La provincia de Syrtas, a su vez, situada entre estos dos mundos, es un territorio ambivalente: gobernado por el poder racionalizador, moderno, europeo de Orsena pero vulnerable a una historia bárbara, naturaleza misteriosa y modos de lenguaje que no son entendidos por los poder dominante.

Esta convivencia cuidadosa y vigilante produce una cultura del silencio. Mucho se escucha y casi nada se dice. Y en esa expectativa, todo puede cambiar en cualquier momento. Un detalle, un pequeño movimiento sospechoso, es suficiente para cambiar el mundo. La vida se convierte en eterna espera, vigilia, vigilancia.

Territorios imaginarios, hechos de lagunas, ciudades milenarias, densos bosques, cuevas misteriosas y palacios abandonados. Todo ello produce la imagen de una situación fronteriza, entre el pasado y el presente y, sobre todo, entre el deseo y el hastío. Por cierto, esta polarización entre el deseo y el aburrimiento es una de las ruedas que mueven el libro. El estilo divagante del narrador -el propio Aldo- sugiere ese aburrimiento: frases lentas y muy largas, casi nada de acción, la descripción reflexiva de los detalles del paisaje, los silencios, la ausencia de comunicación. Está inmensamente cerca del estilo y el aburrimiento de clase de Marcel Proust, el autor más influyente de la obra de Julien Gracq. Un estilo que sin duda traduce un habitus de clase, refiriéndose a la forma de ver el mundo, y sobre todo la historia, de la aristocracia a la que pertenece el narrador.

Y es precisamente por esta tediosa monotonía que se hace la alteridad. Ver Farguestan, conocer este lugar, es siempre una tentación mal disimulada por los personajes. El mar de Syrtas ha estado prohibido a la navegación durante 300 años y lo que queda es el horizonte lejano. En un paseo aventurero por los bosques cerca de la frontera, Aldo y Vanessa ven el volcán Tengri. Saben que detrás de él está Rage, la capital de Farguestan, pero esta aproximación también es paradójica, porque ven que nunca ven la capital, que aún está escondida por el volcán, solo saben que está ahí, si es que todavía existe. , si es que existe, sigue siendo la capital.

Prácticamente nada se sabe de Farguestan, lo que la convierte en la experiencia misma de la alteridad, de la diferencia, incluida la diferencia existencial. Aparentemente, el país se mueve, produce historia, está vivo, a diferencia del casero de Orsena, que vive en el pasado.

Farghestan se presenta prostianamente lejano, un lugar del que nada se sabe, una especie de hay –utilizando una expresión querida por Julien Gracq– pero, paradójicamente, esta nada hace de él una presencia viva e inmediata, como tal es la animosidad, la predisposición negativa hacia él, hacia su condición de diferente, de extranjero, que lo convierte en un obsesivo presencia. Un enemigo imaginario, hecho imaginario por un silencio centenario, que, como el silencio, hace cada vez más ruido.

Farghestan es la alteridad, los otros. No queremos verlos ni entenderlos. Orsena es la mismidad, la mismidad, la iteración. Toda la novela trata sobre esta lucha entre el imperio de lo conocido y el imperio de lo desconocido.

Por supuesto, podemos imaginar que estos territorios imaginarios tienen referencias inmediatas. Orsena recuerda a Venecia, la república más serena, con su pasado glorioso y sus conquistas ultramarinas. Lo recuerda por dos razones: la tradición de la ciudad de colonias costeras militarizadas y su persistente confrontación con el “Este”, especialmente con el Imperio Otomano – referencias interleídas en el texto de Julien Gracq.

Farghestan, a su vez, sugiere un mundo musulmán, más cercano al Imperio Otomano. La guerra entre estos dos mundos recuerda increíblemente a la batalla naval de Lepanto. Es una novela geopolítica, como observa Yves Lacoste (1990, p. 183).

También me gustaría mencionar algunos elementos estilísticos de la novela. Primero, el hecho de que hay muchas palabras escritas en cursiva. Este recurso resulta ser una característica de la novela y permite a Julien Gracq sobredeterminar el sentido, colocar un escollo de equívoco, de indecidibilidad que resuena, eficaz y fecundamente, en el texto.

Otra función importante del texto de la novela es el movimiento permanente de la descripción, que se vuelve paradójico en una trama donde casi nada sucede. ¿Qué se describe? Los paisajes y pueblos de la provincia, el entorno en estado de suspensión, siempre a la espera de un acontecimiento.

También podemos referirnos a la inmensa influencia de dos autores en la obra de Julien Gracq: Marcel Proust y André Breton, algo ya mencionado por Enthoven. Proust está presente en la estructura frástica, en el impulso descriptivo ya través de ciertos temas, como la arquitectura y el aburrimiento. André Breton, por su parte, se hace presente a través del surrealismo, discreto en la obra de Julien Garcq, pero presente y también a través del tema de la espera. De la espera que sopla, infla, gorgotea, cambia la densidad y la coagulación del deseo. La espera que alimenta el deseo.

Otro elemento importante del libro es el motor de la acción, efectivamente una gran alegoría de los temas de la espera y la búsqueda. El intento, a través de la espera, de entender lo que está pasando. Ese motor es el rumor. Podría decir aquí, evocando el término heideggeriano de Gerede la “charla” (Heidegger, 2012). De repente, en cualquier momento, hay un rumor, un chisme, de que se están produciendo cambios políticos en Farghestan. Este rumor, asociado al aburrimiento, juega un papel fundamental en la vida social y política. Orsena todo se mueve de rumores. De este u otros rumores. No pasa nada en la historia, pero Orsena permanece obsesivamente vigilante. Es del rumor que nacen las leyendas y es de las leyendas que nace la historia.

Como, por cierto, observa Depotte (2020), tenemos aquí el mecanismo de Jean de La Fontaine, en su teoría de las fábulas: todos esperan, esperan, lo que temen. Y de tanto esperar, acaba cultivando una morbosa atracción por este objeto de miedo. Y luego de creada esta atracción, las personas terminan envueltas por la certeza de que sucederá y están esperando, permanentemente, que suceda. Por lo tanto, cuando cambia el más mínimo detalle, o sucede cualquier evento aleatorio, hay una tendencia a creer que este pequeño cambio confirma la creencia previa. Así se producen las realidades imaginarias. La vida de Orsena transcurre dentro de este sistema: toda la política del país gira en torno a realidades imaginarias, una de las cuales es precisamente la amenaza de ese enemigo imaginario que es Farguestan.

Cualquier similitud con la realidad contemporánea, particularmente con la realidad política brasileña, no es mera coincidencia.

Y así, después de tantos giros y vueltas, como en el colofón de todos los rumores, llegamos al clímax de la novela. El general Merino está ausente y Aldo, junto con Vanessa, deciden lanzar una fragata al mar prohibido, que se acerca a la costa de Farguestan y acaba relanzando, en verdad, ya no como un rumor, a los dos países en guerra. El error fue creer que los rumores no producen realidades…

Paradójicamente, esta guerra se celebra. Nadie hace nada para impedirlo. Paradójicamente, la guerra libera a Orsena. Libera a Orsena de su aburrimiento, de su espera, de su historia, lanzándola a una euforia anestesiante.

Si pensamos que Orsena representa a Europa, la idea de civilización o incluso la nobleza o la burguesía, podemos entender que el estado de guerra, frente al extranjero, al desconocido, al bárbaro, represente un intento de cambio, para algunos. necesario y dialéctico. Tal vez este sea el tema central de Le Rivage des Syrtes.

Concluyo diciendo que, para mí, este largo poema en prosa constituye una intensa emoción literaria. Una novela que hace eco no sólo de mis expectativas simbólicas sino también de mis expectativas reflexivas y teóricas en torno a temas que me son muy queridos y que subyacen en mi comprensión de los fenómenos que observo, como la espera, el silencio, el aburrimiento, el rumor del chisme, el chisme como el rumor, la ineficacia del lenguaje para comunicar y la trascendencia de la comunicación sin lenguaje, tanto en la banalidad del lenguaje como en la banalidad del mundo.

*Fabio Horacio Castro es escritor, autor de la novela El reptil melancólico (Record). Con el nombre de Fábio Fonseca de Castro, firma su trabajo científico, como profesor de la Universidad Federal de Pará (UFPA).

referencia


Julien Graq. Le Rivage des Syrtes. París, José Corti, 1989, 322 páginas.

Bibliografía


BERTHIER, Felipe. Reseña de Julien Gracq. Lyon: Press Universitaires de Lyon, 1990.

CAHIER DE L'HERNE (revista). julien gracq. No. 20 (especial), 1972 (reeditado por Le Livre de Poche, col. « Biblioessais », 1997).

CARRIÈRE, Jean. Julien Gracq, ¿qui êtes-vous? Lyon: La Manufactura, 1986.

DEPOTTE, JP “Le Rivage des Syrtes”, de Julien Gracq. Alchimie d'un roman, n°65. Disponible https://www.youtube.com/watch?v=FM-DWqjf9ic.

ENTHOVEN, Rafael. Le Gai Savoir: Le Rivage des Syrtes, de Julien Gracq. Transmisión de radio transmitida en 2014. Disponible en https://www.radiofrance.fr/franceculture/podcasts/le-gai-savoir/le-rivage-des-syrtes-julien-gracq-7285745

GROSSMAN, Simone. Julien Gracq y el surrealismo. París: José Corti, 1980.

HEIDEGGER, Martín. Ser y tiempo. Río de Janeiro: Voces, 2012.

LACOSTE, Yves. Paysages politiques, Braudel, Gracq, Reclus… París: Librairie Générale Française, 1990.

REVUE 303 (revista). ¿Quien vive? Autour de Julien Gracq. No. 93 (especial), 2006. Disponible en: https://www.editions303.com/le-catalogue/numero-93-hors-serie-2006-consacre-a-julien-gracq.


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