El laberinto político europeo

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por GILBERTO LOPES*

No hay más derecha en Europa (ni de extrema ni de centro) que la derecha liberal, “extrema” cuando es necesaria, “democrática” cuando es suficiente

1.

Empecemos por el principio: el Tratado de Roma, que creó la Comunidad Económica Europea en 1957, inspirado en las ideas de uno de sus arquitectos, Jean Monnet. Un personaje controvertido, como veremos, novelístico, procedente del mundo financiero, afirma el profesor José A. Estévez Araújo, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona, ​​al comentar el libro del historiador británico Perry Anderson, “The New Old World”, un estudio histórico sobre el origen, evolución y perspectivas de la Unión Europea. Este elegante hombrecito de Charente, Monnet “fue un aventurero internacional de primer orden, que hizo malabarismos financieros y políticos a través de una serie de apuestas espectaculares”, afirma José A. Estévez.

En ese momento, afirma, había un consenso en torno a las políticas keynesianas de pleno empleo y una mayor preocupación por las cuestiones sociales. Era la época de la Guerra Fría. Monnet debía su poder e influencia al apoyo de Estados Unidos, que en ese momento estaba interesado en una Europa Occidental fuerte que pudiera hacer frente a la Unión Soviética.

Para Perry Anderson, sin embargo, el escenario fue un poco diferente. Para él, Monnet estaba “notablemente libre de fijaciones de la Guerra Fría”. "Quería una Europa unida que sirviera de equilibrio entre Estados Unidos y Rusia".

2.

En cualquier caso, las políticas keynesianas de la época de la Guerra Fría dieron paso a otras, especialmente tras la firma de la llamada “Acta Única” en 1986. Este documento implementó, a nivel europeo, las políticas de desregulación de mercados que había impulsado Margaret Thatcher. aplicado años antes en Inglaterra.

En 1986, el mundo socialista de Europa del Este ya estaba colapsado, incapaz de pagar sus deudas con los bancos occidentales. El flujo de petrodólares, que alimentaba las economías de los países de Europa del Este, se había interrumpido, lo que desencadenó una crisis que resultaría, en unos pocos años, en el colapso de su sistema y el fin de la Guerra Fría.

El colapso de los acuerdos bosque Bretton, con la desvinculación del valor del dólar norteamericano del oro en 1973, obligó a la Comunidad Europea a buscar mecanismos que garantizaran una cierta estabilidad en el valor de sus monedas. En 1979 entró en vigor el Sistema Monetario Europeo. En 1988, el Consejo Europeo decidió impulsar estudios para la creación de una moneda única: el euro.

Se estaba creando el laberinto en el que se encontraría atrapado el Occidente europeo. La creación de la moneda única proporcionó la independencia de los bancos centrales de los gobiernos. El objetivo era impedir que pudieran financiar el déficit público, alterar los tipos de cambio o los tipos de interés. El fin del flujo de capital barato, proporcionado por los bancos del norte, colocó las economías de los países endeudados del sur de Europa en manos del mercado financiero.

Pero, sobre todo, las instituciones financieras internacionales condicionaron los nuevos préstamos a políticas de ajuste estructural y políticas de privatización neoliberales. En vigor desde noviembre de 1993, el Tratado de Maastricht les impedía recuperar competitividad mediante la devaluación. Grecia fue el ejemplo más dramático cuando, en 2009, después de una década de deuda especulativa, quedó claro que no sería capaz de cumplir con sus compromisos financieros, especialmente con los bancos alemanes y franceses.

Como habían hecho con los países de Europa del Este, ahora les correspondía imponer programas de austeridad draconianos en la periferia sur y garantizar la recuperación de los préstamos comprometidos a los bancos. Con Wolfgang Schäuble –ministro de Finanzas del Gobierno de Angela Merkel– al frente, y un bloque de países más pequeños –entre ellos Holanda, cuyo primer ministro, Mark Rutte, aspira ahora al cargo de secretario general de la OTAN–, impusieron a Grecia un programa que redujo al país a una condición de dependencia que recuerda a la quiebra austríaca de 1922, que dio origen al fascismo.

3.

La unificación alemana en 1990 y el colapso del socialismo en el este tuvieron un impacto importante en la economía europea. Como nos recuerda el profesor José A. Estévez, la reunificación alemana creó una masa de trabajadores calificados desempleados, resultado del desmantelamiento de las industrias de Alemania Oriental. Entre 1998 y 2006, durante siete años consecutivos, los salarios reales cayeron en Alemania.

El euro entró en circulación en 2002, estableciendo criterios de convergencia impuestos por Alemania y algunos aliados del norte de Europa a los países de la zona del euro. Se trataba de reglas que limitaban la deuda pública, los déficits presupuestarios y la inflación, pero no regulaban la política fiscal, ni promovían una política de convergencia real entre países, ni la creación de una deuda pública europea. La expansión hacia el este (sería más exacto llamarla “colonización”, dice José A. Estévez) permitió trasladar unidades productivas a estos países, que contaban con mano de obra cualificada y un nivel salarial muy inferior al de Alemania. .

La moneda única, la reducción de los salarios y la contención de la inflación por debajo de la media europea hicieron muy difícil que los países periféricos fueran competitivos frente a los productos alemanes. Así, la economía alemana, en lugar de actuar como “locomotora” de la economía europea, se convirtió en su “vagón de mercancías”. Cuando llegó la recuperación en 2006, Alemania era el principal exportador de la Unión Europea y pudo, a partir de entonces, ejercer su dominio en Europa.

4.

La OTAN empezó a tomar forma. Sus objetivos, tal como los definió en 1949 su primer secretario general, el general inglés (de origen indio) Lord Hastings Ismay, eran mantener a los rusos fuera, a los Estados Unidos dentro y a los alemanes abajo. Ismay no dice “soviéticos”, dice “fuera los rusos”; no “nazis abajo”, sino “alemanes abajo”.

No tuvieron éxito. Impedir el surgimiento de una potencia europea que desafiara sus intereses fue una preocupación clave de la política exterior británica a mediados del siglo pasado. Esa potencia era, por supuesto, Alemania. Si esta aspiración pudo haber tenido sentido después de la Segunda Guerra Mundial, 75 años después ya no era realista.

Lo que surgió del proceso de integración europea –del que los británicos terminaron retirándose– fue una Europa hecha a la medida de Alemania.[i] Sus vínculos con Rusia, particularmente a través del suministro de energía barata, terminaron destruyendo los objetivos enunciados por Lord Ismay. De las tres propuestas, sólo una siguió vigente: “Estados Unidos dentro” (e incluso ésta, como sabemos, enfrenta nuevas amenazas en una posible administración de Donald Trump).

Ésa no era la intención de la OTAN. Para evitar que la economía alemana se vuelva permanentemente dependiente de los suministros energéticos estratégicos rusos, fuerzas especiales, nunca identificadas adecuadamente, rompieron los gasoductos Nord Stream I y II en el Mar Báltico. Todo parecía volver a la normalidad... Todos seguían atrapados en el laberinto.

Perry Anderson habla de la “ansiedad de la clase política francesa por no separarse de los proyectos alemanes dentro de la Unión”, lo que recuerda a “la desesperada adhesión de Gran Bretaña al papel de ayudante de campo de los Estados Unidos”. Dos regímenes –el alemán y el francés– que intentaron “incorporar al resto de Europa al redil de sus planes de estabilización”, pero que, incluso en ese momento (2012), no parecieron muy duraderos, pues en realidad no lo fueron. (sobre todo los franceses, cuando Sarkozy perdió las elecciones frente al socialista François Hollande duró un poco más, hasta 2021). Pero –diría Perry Anderson, incisivamente– otra cuestión es si el regreso de la socialdemocracia al poder en París y Berlín afectaría en gran medida el desarrollo de la crisis. ¿O les ayudaría a salir del laberinto...?

5.

La idea de la OTAN era mantener “fuera a los rusos”. Pero en noviembre de 1990, con Alemania recién unificada, Europa firmó la “Carta de París” con Rusia, cuyas primeras palabras decían que Europa se estaba “liberando de la herencia del pasado”. "La era de la confrontación y la división en Europa ha terminado". Treinta y cuatro años después, está claro que nada de esto era cierto.

Pero no fue Rusia la que llevó sus tropas a las fronteras polaca, alemana, finlandesa o báltica. Fue Estados Unidos quien trajo sus armas y soldados, a 15.000 kilómetros de distancia, hasta las fronteras rusas. Fueron los países europeos los que desplazaron hacia el este, más de 1500 kilómetros, un telón de acero que pretendían extender desde el mar de Barents, en la frontera con Noruega, hasta el mar Negro, en la frontera con Ucrania.

¿No fue una provocación el avance de la OTAN hacia las fronteras rusas? ¿Tienen razón quienes niegan que la invasión de Ucrania por tropas rusas fuera una respuesta a esta provocación? ¿Qué hizo Estados Unidos cuando la Unión Soviética intentó instalar armas nucleares en Cuba? ¿No fue esto una respuesta a una provocación?

En 2007, Vladimir Putin se refirió al escenario mundial en un importante discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Habló de los riesgos de un mundo unipolar, de su preocupación por el desmantelamiento de la red de tratados destinados a impedir la proliferación de armas nucleares y de la intención de Estados Unidos de instalar un sistema de defensa antimisiles en Europa. Criticó la decisión de Europa de no ratificar el tratado sobre fuerzas armadas convencionales y advirtió sobre la decisión de la OTAN de ampliar sus fuerzas hacia el este, que nada tenía que ver con su modernización ni con garantizar la seguridad de Europa.

Por el contrario, afirmó, “representa una provocación grave que reduce el nivel de confianza mutua”. Occidente no ha respondido a ninguna de estas preocupaciones. No es necesario ser partidario de Moscú para comprender lo que estaba en juego y lo que, 15 años después, explotó en la frontera con Ucrania y condujo a la crisis actual.

Los rusos vieron una vez más cómo las tropas se acercaban a sus fronteras… (en los años 40, la invasión alemana les había costado millones de muertos). ¿Cuáles eran los objetivos de estas nuevas tropas? La única explicación posible es la defensa de sus intereses políticos y económicos, del laberinto cuidadosamente construido durante los últimos 75 años.

Como se puede ver en la web Royal United Services Institute (RUSI), “el más antiguo think tank del Reino Unido en materia de seguridad y defensa” (como se presentan), la confrontación entre Rusia y Occidente no se trata sólo de la seguridad de Ucrania; se trata de toda la maraña estratégica construida después de la Guerra Fría, de los intentos de Rusia de dividir el continente en nuevas esferas de influencia, “algo que los europeos pasaron tres décadas tratando de evitar”.

Una arquitectura basada en los mismos intereses que dieron origen a la guerra de 1939. ¿O representó el ministro Schäuble algún otro interés cuando aplastó a los griegos, con el apoyo de sus colegas europeos, especialmente en defensa de los bancos alemanes (y franceses)?

6.

Me gustaría sugerir que no hay más derecha en Europa (ni de extrema ni de centro) que esta derecha liberal, “extrema” cuando es necesario (recordemos a Pinochet), “democrática” cuando es suficiente, hoy organizada para la guerra contra Rusia, como el Royal United Services Institute (RUSI).

Me gustaría sugerir que, hoy en día, la definición más precisa de este derecho es que empuja el telón de acero hasta las fronteras rusas, que intenta impedir que nadie escape del laberinto, un proceso que ha llevado a una confrontación inevitable, global en naturaleza.

Si esto es así, no hay nada a la derecha de la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen (socialcristiana como Schäuble); ni el polaco Donald Tusk; ni la ministra alemana de Asuntos Exteriores, la “verde” Annalena Baerbock; ni de Biden ni de Sunak. Ni siquiera los Populares, el grupo político más numeroso del Parlamento Europeo. Son –todos ellos– representantes de una derecha que siempre está dispuesta a los extremos.

Me parece que las posiciones islamófobas, antiinmigrantes, antiLGBTI, antiaborto, etc. no definen ni a la derecha ni a la izquierda. En estos grupos hay personas de ambos lados, aunque sean más de un lado que del otro. Como dije una vez, si el mundo civilizado no ata las manos de estos salvajes (que ya han llevado al mundo a dos grandes guerras), nos conducirán a una tercera, de la que hablan como si pudiera ser otra cosa que una guerra nuclear.

En cuanto a la izquierda, perdida en su camino, atrapada en el laberinto, no encontró salida. Ha perdido la capacidad de “representar el descontento con el capitalismo”, afirmó el sociólogo Wolfgang Streeck, autor del libro. Cómo terminará el capitalismo. Como parte de esta “izquierda” renunció a esta tarea, perdió la confianza de la gente y terminó siendo reducida a sectores marginales del electorado. Esto deja un gran espacio a la derecha. Por eso votan por Le Pen o por Macron, que “recorta los gastos sociales porque hace lo que Alemania le pide”.

En Francia, con la convocatoria de elecciones anticipadas, la izquierda presenta un programa de unidad para enfrentarse a la “extrema derecha”. Bajo el título “Promover la diplomacia francesa al servicio de la paz”, propone una guerra contra Rusia en términos incluso más feroces que los alcanzados por la propia Ucrania en su reciente reunión en Suiza. Propone “hacer fracasar la guerra de agresión de Vladimir Putin y garantizar que rinda cuentas de sus crímenes ante la justicia internacional”.

Ni una palabra sobre una solución política, sobre cómo satisfacer las repetidas preocupaciones de Rusia sobre su seguridad, amenazada por el avance de la OTAN; a la que se refieren, por ejemplo, los gobiernos de Brasil y China. "Lo que más desestabilizó a Europa fue la expansión de la OTAN", dijo el asesor del presidente Lula, Celso Amorim, en agosto del año pasado. Más recientemente, en mayo, presentó, junto con el jefe de la política exterior china, Wang Yi, una propuesta de seis puntos para negociar un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania.

Nada de esto interesa al “Nuevo Frente Popular” francés, que pretende “defender sin falta la soberanía y la libertad del pueblo ucraniano y la integridad de sus fronteras, entregando las armas necesarias…” ¡Guerra! Un tema que, como sugerimos, hoy marca la diferencia entre una derecha que recuerda a la misma que ya nos ha llevado a dos guerras mundiales, y el mundo civilizado, que intenta encontrar la manera de atarles las manos. salvajes.

*Gilberto López es periodista, doctora en Estudios de la Sociedad y la Cultura de la Universidad de Costa Rica (UCR). Autor, entre otros libros, de Crisis política del mundo moderno (Uruk).

Traducción: Fernando Lima das Neves.

Nota


[i] Sobre el papel de Alemania en la crisis del euro y el desequilibrio en la eurozona, la bibliografía es abundante. Sugiero algunas lecturas: Quinn Slobodian. "Todos vivimos en el mundo de Alemania". Política exterior, 26 de marzo de 2021; Juan Torres López. “Europa no funciona y Alemania juega con fuego”. Diario Público, 27 de marzo de 2021; Adán Tooze. “El crecimiento insostenible de Alemania: austeridad ahora, estancamiento después”, Relaciones Exteriores, v. 91, núm. 5 (septiembre/octubre de 2012), págs. 23-30; Wolfgang Streeck “El imperio europeo se hunde”. Entrevista realizada por Miguel Mora, director de CTXT. Publicado por CTXT el 13 de marzo de 2019.

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