por LUIZ MARQUÉS*
La sociedad civil es rehén de la colusión mediático-judicial, sin fuerza para denunciar el papel de los tribunales en la oficialización de las reformas neoliberales regresivas
El neoliberalismo es una ideología, un tipo de política económica. Peor aún, es un sistema normativo que ha extendido su influencia a todo el mundo, extendiendo la gramática del capital a todas las relaciones sociales y todas las esferas de la vida, argumentan Pierre Dardot y Christian Laval, en La nueva razón del mundo (Boitempo). El punto de partida de los autores es el curso impartido en el Collège de France (1978-1979) por Michel Foucault sobre la nacimiento de la biopolítica (Martins Fontes), donde el filósofo muestra cómo la propia subjetividad (sentimientos, autoestima) de los individuos está condicionada por los procedimientos de poder a los dictados del “liberalismo económico”. El paradigma neoliberal somete toda la existencia humana a las categorías analíticas del totalitarismo de mercado, en una palabra.
La racionalidad neoliberal, impuesta por la hegemonía del capital financiero, exige la formación de un nuevo sentido común y la aplicación de criterios empresariales de renta y productividad en todo. Sin embargo, el proyecto de un estado mínimo para los pobres y un estado máximo para los ricos requiere seguridad jurídica para el funcionamiento del libre mercado. En este sentido, el Poder Judicial juega un papel estratégico en la regulación del retroceso civilizatorio, representado por el modelo de sociedad y Estado consagrado en los diez mandamientos del Consenso de Washington (1989).
Em Estado de excepción: la forma jurídica del neoliberalismo (Contracorriente), Rafael Valim aborda la metamorfosis del gobierno impersonal de las leyes en un gobierno personal de los hombres. Un hecho que aniquila tanto al derecho como a la política. Este proceso asume un sesgo clásico (cesarista), cuando la “excepción” consiste en un lapso de tiempo en el que las normas jurídicas se suspenden para hacer frente a un peligro real, como una pandemia, una catástrofe ambiental, una guerra, un golpe militar.
Ya, en el sesgo dramatizado por el atentado de Al-Qaeda a las torres gemelas de Nueva York, el terrorismo desencadena la conversión del atentado en un eje gubernamental autoritario duradero. El estado de excepción, en consecuencia, deja de ser una amenaza para el estado de derecho y se convierte en un apéndice. La paradoja es restringir el ejercicio de la libertad para salvaguardar el valor de la libertad, nacida en medio de las revoluciones (Inglaterra, Estados Unidos, Francia) que fundaron la Modernidad.
El temor que suscita el terror, sumado a las frustraciones por las promesas incumplidas de la democracia liberal, basada en la representación política y la ideología meritocrática, le quita la connotación negativa del período de excepción, antes identificado con las dictaduras latinoamericanas. Ahora bien, considerada fundamental para la gestación de un régimen antiliberal, cuya opción protofascista basada en la criminalización de la actividad política no asuste a los segmentos sociales que o no se benefician materialmente de la democracia, o no la necesitan para lograr ventajas y privilegios
Leonardo Avritzer, en el ensayo “Judicialización de la política y equilibrio de poderes”, en Dimensiones políticas de la justicia (Civilización Brasileña), destaca la relevancia del artículo 102 de la Carta Magna, que instituyó el principio de revisión constitucional, anclado en la tradición política, y el artículo 103, que hizo que la Orden de los Abogados de Brasil (OAB) y las entidades de la sociedad civil autoras de Acciones Directas Inconstitucionalidades (ADIs). El numeral 58 del artículo 5, que define la acción popular, garantiza la legitimidad de la ciudadanía para oponerse al Estado, en defensa de la moral, del patrimonio histórico y cultural y del medio ambiente. Se han ampliado las prerrogativas de los magistrados, posibilitando la defensa de derechos frente a la desregulación del mercado, en su caso.
La jurisdicción sobre el tejido económico y social para la sociabilidad no discriminatoria, herencia de las luchas democráticas revolucionarias, cuando choca con las dinámicas de acumulación, provoca una especie de pororoca. La tensión política recae sobre los órganos encargados de deliberar en las cortes superiores, en temas relacionados con la economía o la demarcación de tierras indígenas. La negación insistente de las tensiones forenses presupone una equidistancia poco realista, por no decir surrealista, frente a los conflictos que antagonizan intereses en la sociedad y en el aparato estatal.
Al interpretar la Constitución, en los últimos cuarenta años de erosión de los derechos adquiridos, la tendencia del Poder Judicial a privilegiar la statu quo es visible El “negacionismo forense” sobre el tema, por cierto, es la entrada que falta en la oportuna Diccionario de negacionismos en Brasil (Cepe), de José Szwako y José Luiz Ratton. Es como si reconocer la inclinación político-ideológica de los jueces fuera tabú. Algo nombrado, como en el cuento, revela que “el rey está desnudo”.
La autoconciencia sobre el faccionalismo provocaría un cortocircuito existencial, al desnudar los arreglos (“malandros”, en expresión de Roberto da Matta) en la brecha entre la rectitud y la delincuencia. Sería fácil concluir que la tolerancia de los “poderes podridos” a las prebendas (dos meses de vacaciones, etc.) y a las chucherías, de cualquier naturaleza, para aumentar los salarios son inmoralidades consentidas.
Es urgente volver a simbolizar los hábitos de la toga para la misión afirmativa de libertad e igualdad. La estabilidad de toda la vida, sostenida por la izquierda en la Asamblea Constituyente, generó la sensación de una unción divina por encima del bien y del mal. Se perdió el argumento de protección para enfrentar a los poderosos, dadas las relaciones de acuerdo y subordinación a sus demandas. Es instructivo el secuestro salarial de la Enfermería al servicio de intereses privados, para citar el reciente episodio.
Em 130 Años: en busca de la República (Intrínseco), colección editada por Edmar Bacha y todo, en el texto titulado “Judicialización de la vida” del Ministro Luís Roberto Barroso, del Supremo Tribunal Federal (STF), la confluencia del Alto Tribunal con las pretensiones que apuntan a la liberalismo economía, a través de la neoliberalización de las disposiciones legales. Véase la “sentencia en la que la mayoría del STF dictaminó que la Constitución no impone un modelo productivo específico, no impide el desarrollo de estrategias empresariales flexibles, ni prohíbe la tercerización”.
La legislación laboral y el sistema sindical deben adaptarse a las expectativas del “mercado laboral y la sociedad”. Después de todo, por sí sola, la tercerización no conduciría a la precariedad del trabajo, la violación de la dignidad del trabajador o el irrespeto a los derechos de seguridad social (sic). El abuso en su contratación es lo que produciría las violaciones, para lo cual existirían medios para prevenir y reprimir tales conductas. La opinión del ministro confunde “juicio de valor” con “juicio de hecho”, en la adecuación jurídica a las transformaciones en la legislación laboral, que contemplan la codicia de las clases patronales. Luís Roberto Barroso habla –metonímicamente– no para el pueblo, sino en nombre del dios-mercado.
Conclusión
Se entiende que los actos verter mettre en causa los judiciales no se conviertan en bombas. Sin la visibilidad de los focos de los medios, no se desarrolla ningún revuelo público, subraya John Thompson, en el escándalo político (Voces). Así, las estratagemas para validar prebendas a los agentes de la Justicia y legalizar la dominación de clase junto con la superexplotación del trabajo cobran aires de “leyes naturales”. La sociedad civil se convierte en rehén de la connivencia mediático-judicial, sin fuerza para ampliar la denuncia del papel de los tribunales en la oficialización de las reformas regresivas neoliberales.
Si bien las finanzas tienen un estricto control sobre el medios de comunicación escandalosos y atraer al poder judicial a la cosmovisión egoísta de las clases dominantes, la marcha hacia la modernización conservadora presiona en dirección a la profundización, por parte del Estado, de la constitucionalización de las contrarreformas laborales, previsionales y tributarias, el gasto público techo, equilibrio fiscal y dependencia externa. “Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición” (Mateo 7:13).
Sólo la lucha por una República democrática en solidaridad con las clases en lucha puede despertar la conciencia de los magistrados de su sueño dogmático. La victoria de Lula-Alckmin en la segunda vuelta es decisiva para la democratización de la sociedad y del Estado. La única forma, quizás, de salir del laberinto de la legalización del neoliberalismo (el caos moral socioeconómico y cultural) y superar la naturalización del fascismo (el caos político con la fundación del Estado de excepción). Aquí, vale recordar la acertada observación de Gilberto Maringoni en la evaluación escrita tras el sorprendente resultado de la primera vuelta: “Lo siento, pero se puede ganar”, en Brasil. La lucha: ex nihilo nihil ajuste / nada sale de la nada.
* Luis Marqués es profesor de ciencia política en la UFRGS. Fue Secretario de Estado de Cultura de Rio Grande do Sul en el gobierno de Olívio Dutra
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