El judío posjudío

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por VLADIMIR SAFATLE*

Consideraciones sobre el libro recién publicado de Bentzi Laor y Peter Pál Pelbart

1.

“En determinados momentos, ante acontecimientos públicos, sabemos que debemos negarnos […]. Hay una razón que no aceptamos, hay una apariencia de razonabilidad que nos causa horror, hay una oferta de acuerdo y de conciliación que ya no escucharemos”.

Esta es una declaración de Maurice Blanchot que abre El judío posjudío: judaísmo y etnocracia. Expresa claramente la naturaleza de este libro, tan único como necesario.

La escritura de la obra nace de un rechazo. Dos intelectuales judíos, uno residente en Brasil –conocido como uno de los grandes nombres de la filosofía nacional, lector riguroso de Gilles Deleuze, Michel Foucault, Friedrich Nietzsche, editor con importantes intervenciones políticas en los últimos años– y el otro residente en Israel. divide su tiempo como ingeniero trabajando en el sector de alta tecnología y activista vinculado a ONG que defienden a los palestinos.

Dos intelectuales que deciden utilizar su capacidad analítica y su memoria histórica para rechazar el horror de ver el nombre de su comunidad de pertenencia solían denominar la indiferencia ante la violencia de la masacre.

El libro, en este sentido, no es sólo el resultado de un gesto de rechazo. Nace también de un deseo de rescatar un sentido emancipador de la experiencia del judaísmo, presente en esta impresionante tradición mesiánica herética que va desde Franz Rosenzweig hasta Walter Benjamin y Jacques Derrida, entre otros, pero que actualmente aparece cada vez más distante y silenciada. Este tema también está presente en las obras importantes de otro intelectual vinculado a ese mesianismo herético: Michael Löwy.

De ahí la pareja presente en el subtítulo del libro, “Judío y etnocracia”. Expresa el deseo de entenderse como legatario de una historia de “sufrimiento, persecución, exilio, fuga, supervivencia” sin que este legado se consolide en la defensa de una etnocracia que utilizará la experiencia del trauma social para justificar la militarización de la sociedad. y prácticas de segregación racial, además de la violencia contra los palestinos calificado, ante la Corte Internacional de Justicia, como genocida.

Desde hace semanas, hemos visto países como Francia escapar por poco de ser, en este mismo momento, gobernado por un partido de extrema derecha con vínculos orgánicos con el colaboracionismo, el colonialismo y los discursos y prácticas abiertamente racistas, xenófobos y supremacistas de la República de Vichy.

No será un síntoma menor ver a este mismo partido movilizar el discurso del antisemitismo contra sus oponentes de izquierda, en gran medida simplemente comprometidos con la causa palestina, y recibir el apoyo abierto de sectores significativos de la comunidad judía en su país. Como si, para estos sectores, estuviéramos ante un “mal menor”.

Sin embargo, habrá quienes se pregunten cómo fue posible este cambio de rumbo, convirtiendo a la extrema derecha global en un aliado objetivo de las políticas hegemónicas en la sociedad israelí contemporánea, ya sea representada por Marine Le Pen, Donald Trump o Jair Bolsonaro. Quienes lean el libro de Laor y Pelbart, en lugar de seguir este camino macabro que vemos en los analistas políticos brasileños que buscan normalizar la extrema derecha, pueden encontrar una reflexión importante al respecto.

La tesis de los autores es que el riesgo de este alineamiento con la extrema derecha fue una posibilidad siempre presente en el proyecto de constitución del Estado de Israel y su permeabilidad a acuerdos con fuerzas teológico-políticas que apuntaban a consolidar un horizonte de etnocracia a través de lo que la El libro lo llama una “combinación explosiva entre la halajá (ley religiosa) y el Estado”.

Estas fuerzas regresan hoy como operadores centrales en el juego político, lo que plantea importantes interrogantes sobre la permeabilidad de nuestras “democracias occidentales” al horizonte teológico-político.

Sin embargo, lejos de servir simplemente para describir un caso específico y dramático, el libro señala un problema aún más estructural que se refiere a los riesgos y límites del uso de nociones como identidad y trauma social en el campo de la política contemporánea, especialmente cuando estos Los usos se movilizan para justificar la existencia de un Estado.

Por tanto, el libro de Bentzi Laor y Peter Pál Pelbart

Es un documento fundamental para que reflexionemos sobre otras perspectivas políticas que, a partir de la experiencia concreta de la opresión, creen que pueden encontrar refugio y un horizonte de lucha movilizando continuamente la identidad y la fidelidad al trauma irreparable.

De hecho, la afirmación de la identidad puede aparecer inicialmente como una forma de defenderse de experiencias de violencia y vulnerabilidad. Permite consolidar el compartir la memoria de los traumas sufridos, la construcción de espacios de identificación y duelo.

2.

La identidad, sin embargo, tiene dos fases. Siempre existe el riesgo de que poco a poco se convierta en un dispositivo de inmunización, especialmente cuando lo gestiona la figura de un Estado que se posiciona como guardián del trauma colectivo. Porque, en este caso, todo sucede como si el Estado empezara a decir: “Fuimos violadas una vez, nadie nos vigiló, por lo tanto tenemos todo el derecho de utilizar lo que sea necesario para garantizar nuestra inviolabilidad y seguridad frente a todo aquel que se presente poniendo. nuestra integridad vuelve a estar en riesgo”.

Se puede decir que esta es una premisa que constituye el derecho de defensa propio de todos y cada uno de los Estados del mundo, pero valdría la pena recordar, en el caso de la historia reciente de Israel, que ningún derecho de defensa significa derecho a masacrar. , que hay un elemento importante a tener en cuenta cuando la experiencia de la masacre sistemática de otros produce en mí sólo pura indiferencia e insensibilidad, además del deseo de definir quién ocupará mis fronteras.

Cabría también preguntar si el argumento del derecho a la defensa sigue siendo válido cuando recibo reacciones de un territorio que ocupé ilegalmente durante más de 50 años, ignorando soberanamente todas y cada una de las leyes internacionales que me obligan a desalojar inmediatamente.

De ahí una afirmación tan central como la que encontramos en el libro: “La convivencia no es una elección, sino una condición de la vida política. Los acontecimientos posteriores al 7 de octubre indican que Israel quiere decidir qué población no debe tener frontera con él, y ya está en marcha un movimiento que exige la expulsión de la población de Gaza […]. Esto no tiene que ver con la defensa, sino con el despojo”.

En otras palabras, la transformación del Estado en guardián del trauma social impide la consolidación de una disposición genérica que apunta a la solidaridad indiscriminada con toda situación de violencia similar a la sufrida, independientemente de quién sea ahora oprimido.

Impide comprender que el sujeto capaz de custodiar el trauma social no es el Estado, sino algo así como una comunidad por venir, cuyos límites ignoran las fronteras y permiten un verdadero internacionalismo monádico capaz de comprometerse de manera real con la alteridad y con la multiplicidad de voces de su dolor.

En este sentido, lo que muestra “El judío posjudío” es cómo situaciones históricas concretas brindan la oportunidad para la realización de horizontes de creación política. Creación de aquello que no estamos dispuestos a abandonar, aunque en el presente aparezca como una mera utopía.

La condición diaspórica y nómada del judaísmo, su deambulación histórica y su desterritorialización son transformadas por los autores, siguiendo reflexiones de Hannah Arendt y Judith Butler, en armas contra la consolidación de una identidad guerrera y militarizada, cada vez más fuerte entre nosotros.

Son el poder a recuperar para la consolidación de una política post-identitaria que anhelamos, que sentimos como una latencia dramática, continuamente silenciada por quienes han aprendido a movilizar los miedos sociales dentro de una sociedad capitalista en profunda crisis y tratando de sobrevivir alimentando la idea de que debemos aceptar que no hay lugar para todos, que es mejor luchar por ser el grupo restringido que atravesará el diluvio.

La noción de judío posjudío muestra cómo la reflexión, vivida dramáticamente por la subjetividad, sobre el malestar ante las desventuras de la identidad, pero también sobre la fidelidad a la pertenencia a una historia sepultada por el presente, es una fuerza para abrir futuros.

La misma fuerza que una vez llevó a Isaac Deutscher a decir: “¿Religión? Soy ateo. ¿Nacionalismo judío? Soy internacionalista. Por lo tanto, en ningún sentido soy judío. Sin embargo, soy judío en virtud de mi solidaridad incondicional con los perseguidos y exterminados. Soy judío porque siento la tragedia judía como mi tragedia; porque siento el pulso de la historia judía”.

Como nos recuerdan los autores, se trata de una fuerza utópica que va más allá del destino singular de un pueblo.

*Vladimir Safatle Es profesor de filosofía en la USP. autor, entre otros libros, de Modos de transformar mundos: Lacan, política y emancipación (Auténtico) [https://amzn.to/3r7nhlo]

Publicado originalmente en el diario Folha de S. Pablo.

referencia


Bentzi Laor y Peter Pál Pelbart. El judío posjudío: judaísmo y etnocracia. São Paulo, Editora n-1 ediciones, 2024, 224 páginas. [https://amzn.to/3MA0rih]

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