por FLAVIO AGUIAR*
Consideraciones sobre el película dirigida por Walter Salles
“Lo que es, no siempre parece ser; pero lo que parece ser, seguramente es.” “Las apariencias engañan”.
(Dichos brasileños, aparentemente contradictorios).
1.
Las dos frases del epígrafe anterior se aplican a la película de Walter Salles y no son contradictorias. De lo contrario. Como siempre, en el mundo de los refranes hay tanto una afirmación como su negación. “Lento pero constante se gana la carrera”, dice uno; “Quien espera, desespera”, dice el otro, justo a su lado. La “verdad” no pertenece ni a uno ni al otro por separado. La sabiduría está en jugar con el equilibrio, reconociendo cuándo se aplica uno y cuándo el otro.
Esto es lo que ocurre con la película, que juega alternativa o simultáneamente con la luz y la oscuridad. Y como veréis, la claridad esconde y revela su lado oscuro; Mientras la oscuridad oculta y revela la claridad de lo que las apariencias luminosas ocultan.
Este juego comienza con el título, tomado del libro de Marcelo Rubens Paiva (que no he leído, aclaro). “Sigo aquí” se refiere a alguien que ya no está, pero cuya ausencia afirma la presencia de su denuncia.
Tomo nota con antelación. Leí muchos comentarios, pertinentes y relevantes, sobre el impacto político de la película, tanto como revisión del pasado como intervención en nuestro complejo presente, en el que abundan los nostálgicos del fascismo y de las dictaduras en Brasil y en todo el mundo. También leí muchos elogios, todos más que merecidos, para la actuación de la premiada Fernanda Torres y también de su madre, Fernanda Montenegro, en los momentos finales de la película, como una Eunice Paiva enferma de Alzheimer. Pero leí muy poco –casi nada, en realidad– sobre la película en sí y su lenguaje cinematográfico. Esto es lo que voy a abordar aquí, al menos en parte.
2.
Os advierto que sólo vi la película una vez. Por lo tanto, todo aquí está subyugado por mi memoria, donde las imágenes de la película se mezclan con los recuerdos de los tiempos que evoca, que también viví dramáticamente.
Lo que más me impactó al ver la película fue lo que llamé el juego de luz/oscuridad en el título y al principio de este artículo.
Una constante en la película es la coexistencia en la pantalla de imágenes claras con imágenes oscuras. Estos pueden estar en el fondo de aquellos, o al costado. Por ejemplo, en los numerosos primeros planos de los rostros de los personajes, en los que aparecen iluminados sobre un fondo oscuro o junto a una esquina oscura de la pantalla.
O bien el juego luz/oscuridad se realiza por alternancia. Por ejemplo, entre las escenas iluminadas del paisaje de Río de Janeiro y las escenas oscuras de las mazmorras de la dictadura, es decir, la prisión de interrogatorios, con sus atroces sonidos de tortura. En este sentido, creo que la película está muy lograda, denunciando la violencia sin recurrir al exceso de ketchup ni a los moretones morados del brutalismo exacerbado.
O bien ese juego todavía tiene lugar en el momento en que los rostros están cubiertos por la oscuridad de las capuchas y demás.
Subrayo que en este contexto “oscuridad” no se refiere a un color, o incluso a una ausencia de color, en la definición clásica. Denota, de hecho, la incapacidad o imposibilidad de “ver”, como sucede con las personas encapuchadas.
Resulta que las escenas iluminadas a veces están llenas de oscuridad. Mientras que los oscuros revelan algo que está oculto tras la iluminación de la superficie.
Y la película comienza con una de estas superficies luminosas. Tras perder su mandato como diputado, el cual fue destituido mediante Acto Institucional N°o. 1, Rubens Paiva intenta reorganizarse en una vida “normal” con su familia, en Río de Janeiro. Pero como oscuros presagios de lo que está por venir, camiones llenos de soldados y vehículos blindados merodean las calles y los pasos de los personajes.
Estos destellos de luz terminan de una vez por todas cuando los militares/policía invaden la casa familiar. Mientras unos se llevan –y para siempre– al ex diputado, los que quedan en la casa, en un gesto simbólico, cierran las cortinas de las ventanas: el lado oscuro desciende sobre todos.
Eunice y su hija terminan siendo llevadas al calabozo, con la oscuridad de las capuchas cubriendo sus rostros.
Y siguen los días en la oscuridad de la prisión, con interrogatorios repetitivos, agotadores, humillantes, desconcertantes, absurdos.
Y es en esa sombra oscura de la prisión donde se revela la claridad de la dictadura: ante ella y para ella, no hay inocencia ni inocentes. Se trata de apagar la luz de las personas señaladas, haciéndoles confesar lo que saben e incluso lo que no saben, obligándolas a gravitar hacia el duelo al que están condenadas: el duelo por la pérdida de la libertad.
Pero en el caso de Eunice Paiva existe también el doble duelo por la pérdida del marido, del que poco a poco va tomando conciencia, y la pérdida de su cuerpo, desaparecido en las entrañas de la monstruosidad. Y la vil oscuridad de las mentiras se instala. Paiva “desapareció”, fue “secuestrado por un grupo guerrillero”, “nunca vino aquí”, según las versiones oficiales.
Eunice acaba descubriendo también la vida secreta de su marido, detrás de la luminosa “normalidad” que la ocultaba. Él y algunos amigos ayudaban clandestinamente a personas perseguidas por la dictadura, llevando y llevando información, recibiendo y distribuyendo correspondencia, facilitando la huida de personas o proporcionándoles escondites. Por ello fue detenido, torturado y asesinado.
A medida que pasaba el tiempo, recogiendo palabras e impresiones aquí y allá, llegó a estar segura de que su marido había sido asesinado. Pero la dolorosa claridad de esta revelación queda empañada por la oscura imposibilidad de “ver” su cuerpo, secuestrado una vez más por la vil decisión, por parte de sus verdugos, de, además de cometer el crimen, cometer el segundo crimen de impedir su reconocimiento.
3.
Con este juego de luz y oscuridad, la película adquiere una dimensión metafórica. Cuando Eunice y su hija están encapuchadas, todo Brasil está encapuchado. Y en esa sala de interrogatorios el juego se completa: los interrogadores, con sus álbumes de fotografías, acorralan a Eunice, quien, en realidad, no sabe nada de las actividades de su marido tras su impeachment, señalando que para la dictadura preservar la vida de personas perseguidas era un “delito contra la patria”.
Pero la cámara de la película, a su vez, acorrala al interrogador, con la brillante actuación del actor, dejando al descubierto su arrogancia estructural, el hecho de que, como en la Inquisición histórica, la acusada (porque la comisaría se viste de tribunal y se transforma en cadalso) es juzgada de antemano por un delito que no sabe cuál fue porque no tiene derecho a saberlo. El único “derecho” que le queda es confesar un crimen que no cometió.
La metáfora de la capucha regresa, mutatis mutandis, al final de la película. Eunice/Fernanda Montenegro, enferma de Alzheimer, mira con asombro una pantalla de televisión, mientras el resto de la familia socializa en torno a un almuerzo que quizá sea dominical.
Su imagen, una vez más, sirve de metáfora de todo el país, este Brasil oprimido por políticas que promueven el olvido, patrocinadas por medios corporativos que conspiraron para la dictadura, la apoyaron y estigmatizaron a sus opositores como terroristas, o por agencias represivas, sean privadas o estatales. El reportaje televisivo sobre la dictadura equivale a un mea culpa quae sera tamen, aunque tardío, aunque tiene sus méritos.
Envuelta en la oscuridad del Alzheimer, Eunice/Fernanda reconoce, con una sonrisa tímida y delicada (genio de dirección, interpretación y cámara), la imagen de su marido secuestrado, asesinado y cuyo cuerpo ha desaparecido.
Este gesto de la imagen contiene una profunda revelación. Promovido por la dictadura y sus adoradores satánicos, hoy el olvido parece ser el llamado de Brasil. No lo es. La memoria resiste, incluso en las delicadas sensibilidades de las nebulosidades.
A principios de la década de 1970, cuando se produjo el secuestro y asesinato de Rubens Paiva, se afianzaban en Brasil los primeros momentos del gobierno del general Emílio Médici, catapultado a la aceptación por una burguesía satisfecha con la represión y una clase media seducida por las promesas de tener una casa y un segundo o tercer coche, en el autoproclamado “milagro brasileño”.
Eran tiempos a la vez eufóricos y siniestros, mágicos y completamente oscuros. Los dictadores y sus secuaces creyeron, y nosotros, la resistencia aplastada, torturada, asesinada, exiliada o silenciada, creímos que nunca más volvería a ocurrir nada en el país. La misma creencia que hoy quieren imponernos los adoradores de la dictadura y del fascismo resurgente.
Afortunadamente, ellos estaban, y nosotros estábamos, y ellos están completamente equivocados hoy en día. Y esta película, con su lenguaje sofisticado y transparente, sobrevolando la oscuridad y los apagones de la memoria, es prueba de ello.
* Flavio Aguiar, periodista y escritor, es profesor jubilado de literatura brasileña en la USP. Autor, entre otros libros, de Crónicas del mundo al revés (boitempo). Elhttps://amzn.to/48UDikx]
referencia
Todavía estoy aquí
Brasil, 2024, 135 minutos.
Dirigida por: Walter Salles.
Guión: Murilo Hauser y Heitor Lorega.
Director de Fotografía: Adrián Teijido.
Edición: Affonso Gonçalves.
Dirección de Arte: Carlos Conti
Música: Warren Ellis
Elenco: Fernanda Torres; FernandaMontenegro; Selton Mello; Valentina Herszage, Luiza Kosovski, Bárbara Luz, Guilherme Silveira y Cora Ramalho, Olivia Torres, Antonio Saboia, Marjorie Estiano, Maria Manoella y Gabriela Carneiro da Cunha.
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