El intelectual “no despierto”

Imagen: Dom J.
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por FABIANE ALBUQUERQUE*

Durante siglos, el conocimiento producido por hombres blancos fue considerado “neutral” e “incorpóreo”, y por tanto completo, racional y científico, mientras que el conocimiento producido por mujeres fue considerado apasionado.

Si el título fuera “El intelectual despierto”, pocos hombres leerían este texto, porque, en femenino, sugeriría “cosa de mujeres”, algo específico, del ámbito privado. En lo masculino, en cambio, es universal, a imagen del hombre y de la mujer. Esta provocación me surgió mientras seguía las discusiones públicas (críticas) del “identitarismo”, especialmente por parte de intelectuales blancos.

¿Alguien recuerda al médico y profesor de la Unicamp, Paulo Palma, quien, al referirse a la implementación de cuotas étnico-raciales en su institución, dijo: “La universidad cambió cerebros por nalgas”? ¡Ahora, ahora, ahora! En su mundo pequeñoburgués y “blancocéntrico”, él es el cerebro y, los hombres y mujeres negros, las nalgas. Pues bien, el intelectual “cerebro puro”, sin las otras partes del cuerpo, está en crisis. Y, ¡sorpresa! Una crisis sin precedentes.

El profesor añade además a su razonamiento racista: “La universidad es para una élite intelectual, no para vagos”. La entrada de personas negras a las aulas provocó un gran revuelo entre estas personas que se consideran parte de la “élite intelectual”, y que vivieron, durante siglos, legitimadas por tal aberración.

Los intelectuales blancos, hombres y mujeres, de izquierda a derecha, están en crisis y esto deriva de la construcción de la imagen de sí mismos, alimentada por la ciencia eurocéntrica, de que este intelectual es “universal”, “desapegado” de cualquier identidad (no tiene raza, sexo, sexualidad, valores enraizados en una clase social, etc.). Lo que hicieron los “movimientos identitarios” fue ponerles un espejo a estos hombres y mujeres, mostrándoles: “Miren, ustedes pertenecen a…”

La imagen tradicional del intelectual, es decir, blanco, con gafas, con el cuerpo rígido (porque los intelectuales no se mueven, no bailan, no hacen samba, no van a ceremonias religiosas, no tienen sexo, etc.), cartesiana, separando el espíritu del cuerpo, fue sacudida. Cuando aparecieron en la escena brasileña cuerpos con swing, ritmo, sensuales, vibrantes y “con nalgas”, los profesores universitarios blancos sintieron que habían perdido su lugar. Pero, como pregunta la psicoanalista Maria Homem, “¿quién dijo que el lugar era tuyo?”

Donna Haraway en el artículo Conocimientos localizados: la cuestión de la ciencia para el feminismo y el privilegio de la perspectiva parcial, dice que la Ciencia hecha por sujetos que se creen universales y creen ser un ojo que todo lo ve, sin ser vistos, que, de lejos, observa mejor, se ha impuesto como “no marcada”, en detrimento de los “cuerpos marcados” (identitarios).

Durante largos siglos, el conocimiento producido por hombres blancos fue considerado “neutral” y “incorpóreo”, y por lo tanto completo, racional y científico, mientras que el conocimiento producido por mujeres fue considerado apasionado, subjetivo, pseudocientífico y formulado a partir de un cuerpo sexualizado, dice Donna Haraway. La neutralidad del discurso y la “objetividad” masculina también permea la neutralidad sexual (hetero), mientras que la corporeidad (desde los clásicos griegos) fue atribuida a las mujeres como una etapa prelógica y “no científica”.

A Metodología feminista cuestionó esta tradición, teniendo en cuenta la práctica científica de quien investiga, señalando como postulado la subjetividad del investigador y el supuesto de que no es posible establecer una línea rígida entre sujeto y objeto de estudio, además de considerar algunas implicaciones éticas, como el cuidado de no subordinar a las mujeres a la hora de construir la interpretación teórica del conocimiento.

Donna Haraway fue asertiva cuando dijo que no existe ningún “outsider” en la investigación y en la práctica científica, que mire al mundo (el objeto estudiado) como un “Dios” que todo lo ve, distante y neutral. En el mismo sentido, Sandra Harding, en Objetividad y diversidad: otra lógica de la investigación científica dice que el foco de la objetividad que ella llama “objetividad fuerte” es el reconocimiento de que la Ciencia se practica en el mundo real y no parte de un ideal abstracto, respondiendo a preguntas sobre la vida de los sujetos y sus relaciones sociales. A pesar de muchas críticas a la metodología feminista y sus epistemologías, los intelectuales blancos incluso las apoyaron dentro de sus cátedras. El verdadero revuelo vino con las epistemologías negras, africanas y diásporicas, traídas por esta gente “con nalgas”.

Marilena Chauí, durante una entrevista con el canal de Leandro Demori, dijo que el gran tema político de hoy son los movimientos sociales, y agrega: “Hay un problema, un problema que me afecta. Sólo se hace política revolucionaria, de cambio, cuando se tienen como referencia unos universales, un grupo enorme de gente (…) No veo esas referencias, sino que los movimientos se vuelvan “identitarios”. En lugar de unificarse, los movimientos se fragmentan y no producen esta referencia común, necesaria para el cambio político social”.

El entrevistador interviene: “Antes, ese universal era la categoría de trabajo”. Hay un uso erróneo de los términos universalismo y “referencias universales”. Estas referencias casi siempre están vinculadas a una raza y una clase social, que las eligió “para todos” e insiste en llamarlas así. Verás, el trabajo nunca fue universal, fue elegido como universal por intelectuales de la izquierda occidental y occidentalizada. Para el intelectual peruano Aníbal Quijano, por ejemplo, lo universal es la raza. De hecho, es esto lo que estructura la división del trabajo en todo el mundo. Esta categoría tampoco es universal para los pueblos indígenas.

“Identitarismo” es una acusación dura. Y aquí estamos de acuerdo con la fragmentación de las luchas sociales, pero no sentimos nostalgia de los tiempos cuando esta lucha y sus prioridades eran definidas por un sujeto dominante, que decía a los demás cuál era la prioridad. Éric Fassin, profesor de sociología en la Universidad de París 8, considerado un «identitario» en el mundo académico francés, afirma: «Desde finales de los años 1980, hemos asistido, en el espacio público francés, al fuerte regreso de un discurso que invoca la cultura política nacional para celebrar un universalismo ciego a las diferencias, ya sean de género, de sexualidad o de raza. La República (francesa) sólo reconoce ciudadanos abstractos y relega así sus propiedades singulares o particulares a la esfera privada. Las cuestiones minoritarias serían pues incompatibles con la tradición francesa. Bajo el disfraz de la filosofía política, esta retórica culturalista pretende despolitizar las cuestiones de las minorías tratándolas como dependientes de los contextos nacionales. Lo que he llamado el “espantapájaros americano” (Fassin, 1997) se esgrime con facilidad: género, sexualidad y raza sólo tendrían significado para “ellos” (Estados Unidos) y, en todo caso, no para “nosotros” (Francia).

En cualquier caso, el censo demográfico no recoge ningún dato relativo a la raza y todo ocurre como si, como el género, la raza fuera una noción completamente ajena a la historia nacional. En resumen, en Francia, hablar de raza, como de género, implica exponerse a la acusación de no ser republicano y, por tanto, de no ser verdaderamente francés.

Eric Fassin señala también que el gran problema para los intelectuales es admitir “pertenecer” a una de las categorías identitarias que acusan. Para el canal TV 5 Monde, el profesor habla de la idea predominante de que, una vez neutralizado el Capital, todas las demás reivindicaciones serán satisfechas. Sólo espera. En tu libro ¿De la cuestión social a la cuestión racial? Subraya que no se trata de sustituir una lucha por otra, una misma lógica por otra, sino de considerar una pluralidad de lógicas de dominación.

Decir ser negro, feminista, LGBTQIA+, de favela, periférico, quilombola, es afirmarse frente a una sociedad homogeneizadora. Esto es identidad. Lo que ellos entienden es una reivindicación política excluyente y separatista. En el segundo caso, las conclusiones se basan en lecturas de los excesos que circulan. ¿Pero qué pasa con los excesos de los identitarios blancos? Los intelectuales “antiidentitarios” no abordan los discursos infundados y altamente ideológicos de los blancos y los transforman en “identitarismo”. Por ejemplo, en 2024, Airton Ortiz, presidente de la Academia de Letras de Rio Grande do Sul, dijo, durante un evento, que Rio Grande do Sul fue pionero en la literatura debido a la inmigración europea. ¿Quieres un acoso de identidad mayor que éste?

Renato Ortiz, profesor de sociología de la Unicamp, en el artículo “Nota sobre el lugar del discurso”, publicado en el sitio web la tierra es redonda, dice: “Con el surgimiento de los movimientos feministas, los estudios de género y las más diversas reivindicaciones identitarias, la expresión (Lugar de Fala) ganó rápidamente legitimidad (…)”. Se nota la distancia del sociólogo cuando habla de género y otras identidades, está fuera de todas ellas, todavía mirando “desde arriba”, como si no estuviera “contaminado”.

Y, continúa: “Sin embargo, esto no significa que el conocimiento se base en la experiencia, significa que la intervención del sujeto debe ser considerada y hecha explícita en el acto de constitución del conocimiento mismo”. Ahora bien, esto es precisamente lo que exigen los “identitarios”, es decir, la explicación del sujeto que habla. Y voy más allá, la incomodidad de los intelectuales “no despiertos” está en el hecho de que estas personas “con identidad” están señalando su pertenencia: “Eres blanco, eres rico, eres hombre”. Y no se trata de esencialismos, sino de condicionamientos.

Y, para terminar, traigo el aporte de la filósofa italiana Adriana Cavarero, en la magna obra Mírame y dime, donde señala que la filosofía occidental, masculina, tiene como forma un conocimiento definitorio que concierne a la universalidad del hombre. Es esta forma definitoria, este hombre universal, lo que los movimientos identitarios cuestionan, introduciendo la forma de conocimiento del mundo y de los sujetos que concierne a la identidad de hombres y mujeres específicos: “La primera forma pregunta “qué es el hombre”, la segunda “quién es él””. Y, a través del segundo, se producen también el conocimiento y la lucha. Son los intelectuales “no despiertos” los que aún no se han dado cuenta de esto.

El hombre, en efecto: un universal que es todo el mundo precisamente porque no es nadie; que se desencarna de la singularidad viviente de cada uno, afirmando que es a la vez masculino y neutro, una criatura híbrida generada por el pensamiento, una unidad fantástica producida por la mente; que es invisible e intangible, aunque se declara como el único que puede decirse con palabras verdaderas; que vive de su absoluto noético, aunque no deja rastro de ninguna historia de vida; que ha llenado el lenguaje durante milenios con toda la progenie filosófica de su concepción abstracta.

Fabiane Albuquerque, Tiene un doctorado en sociología por Unicamp.


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